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OPINION
Por Julio Nudler

La economía saádica

Hasta hace algún tiempo (a lo sumo hasta el 30 de noviembre) la Argentina tenía, al menos en apariencia, dos monedas equivalentes, cambiaria y legalmente: el peso y el dólar, mientras alrededor empezaban a pulular otros signos monetarios mostrencos (patacón, Lecop, etcétera). Hoy el país no tiene ninguna moneda propia seriamente considerable como tal, fuera de los dólares que alguien haya acumulado en billetes o en cuentas bancarias del exterior. Todos los restantes medios de pago son inciertos, tanto cambiaria como patrimonialmente. Los saldos en pesos y en argendólares dentro de la banca local poseen, hoy, existencia nominal. Nadie sabe cuánto de auténtica moneda representan. Probablemente muy poco, lo cual equivale a un tremendo efecto pobreza derramado sobre todos los ahorristas. Los pesos billete (que en realidad ya constituyen poco más que un mero fiduciario, porque ¿dónde demonios están las reservas?) tienen pronóstico reservado: parecen destinados a desaparecer, pero sufriendo antes de eso cualquier grado de depreciación aunque no se decrete su devaluación. En cuanto a los diversos fiduciarios (sin fiducia) que existen o existirán, es presumible que se desvaloricen tan vertiginosamente como se los imprima.
Dicho de otra forma: los precios en pesos y en argentinos (¡qué desafortunada idea bautizar así una moneda condenada a pulverizarse!) serán los encargados de expresar la desvalorización del fiduciario. El propósito, esbozado por Rodolfo Frigeri, de devolver los plazos fijos en argentinos al tipo de cambio que rija para éstos en el mercado libre es un pasaporte a la hiperinflación, ya que subordinaría la emisión de esos papeles al precio del dólar. Es de esperar que esa iniciativa sea rápidamente archivada.
Sin llegar a ese extremo, la ausencia de moneda (o la multiplicidad de monedas que no son tales) crea las condiciones para que suban los precios en medio de la más profunda recesión. Este conato de inflación (que agravaría la falta de competitividad) está diciendo que la oferta de bienes ha empezado a reducirse. La retracción puede adquirir las dimensiones del desabastecimiento en algunos productos, o de la simple renuencia del proveedor a entregar cosas a cambio de papeles o promesas de pago de valor impredecible. A la base concreta de este fenómeno, que es la desarticulación de la estrategia monetaria y cambiaria de la nación, se le suma el miedo que provoca la crisis política y la rampante improvisación con que se maneja el nuevo gobierno, más el impacto visual de una serie de personajes cuyo prontuario no olvidó la ciudadanía y han vuelto a capturar el poder, o como mínimo la capacidad de causar daño.
Oír de boca del Presidente que los inmuebles del Estado, empezando por la Casa Rosada, respaldarán al argentino produce una perplejidad de la que cuesta reponerse. ¿Qué idea de moneda tiene el ex gobernador de San Luis? ¿Cuántas décadas atrasa? ¿Cuánto pagaría Irsa por el Palacio del Congreso? Para que la Argentina pueda volver a tener una moneda parece ineludible terminar con la ficción de una convertibilidad del peso que es imposible sostener, aun si se considerara valioso sostenerla. De otra forma, no habrá manera no caótica de levantar el feriado cambiario y de evitar que éste conduzca al colapso de la economía real.
La definitiva destrucción de la producción y el comercio la inició Domingo Cavallo el 1° de diciembre al vallar los bancos. En su delirante empeño por salvar su presunto prestigio como introductor de la convertibilidad y el bimonetarismo, no podía hacer otra cosa: privar de su savia al árbol de la economía. Pero ese recurso los derribó a él y a Fernando de la Rúa, que como gobernantes de altas miras estaban trepados precisamente a ese árbol. Si ahora la idea es seguir igual pero transfundiendo argentinos de a miles de millones, la caída del tronco será inevitable. Mejor será guardar distancia. ¿Cómo podrá levantarse el feriado cambiario si se ratifica la posibilidad de convertir pesos en dólares 1 a 1? Quizá con un control de cambios que reduzca a un mínimolas operaciones autorizadas. ¿Pero qué lógica y qué sustentabilidad tendría una convertibilidad con doble mercado negro de divisas, uno para el peso y otro para el argentino?
Condición básica para volver a tener una moneda argentina es recuperar la recaudación impositiva. Con ésta cayendo un 25 por ciento, o lo que sea, no hay forma de escapar a la híper. Todo el ahorro de gasto fiscal logrado con el default se pierde por el derrumbe en los recursos. Sin embargo, sobre este problema central sólo se han escuchado anuncios propagandísticos, como la venta de algunos autos y aviones, o un techo salarial de 3000 pesos para el sector público, que acelerará la expulsión de los pocos cerebros que aún sostienen el aparato estatal.
Las cosas han resultado de la peor manera posible. En lugar de una salida prolija de la convertibilidad, con daño pero sin catástrofe, los gobiernos de Carlos Menem, De la Rúa y ahora, según todo indica, Rodríguez Saá han optado y optan por la destrucción masiva. Si la irracionalidad de un bimonetarismo donde el 90 por ciento de los que deben dólares ganan pesos, mientras otro 90 por ciento ahorra en dólares, un 90 por ciento de los cuales consisten en meros asientos contables, sin Banco Central que pueda respaldar nada ante una corrida, si ese absurdo ya está plenamente a la luz, ¿cómo aferrarse a él?
Algunos políticos, y otros tantos economistas, tienen la solución: que Estados Unidos, el G-7, el Fondo Monetario, el Banco Mundial y el BID, e incluso los hermanos brasileños, le den a la Argentina miles de millones de dólares. Con ello volvería a ponerse en pie la convertibilidad. Pero lo real es que esa plata dulce no vendrá, y que la única salida consiste en armar una estrategia monetaria, cambiaria y fiscal congruente. Respecto del default, fue una decisión inevitable, que el país tomó con años de atraso. Pero la cesación de pagos no es el descorche de una botella de champán sino una desgracia, que en este desorden interno la Argentina pagará con graves dificultades para importar lo que necesita y, por ende, para mantener sus empresas andando. Habrá maniobras, habrá acaparadores, habrá multinacionales y negociantes autóctonos que se ceben, pero van a medrar en una realidad concreta: la del corte de crédito para el país. Por tanto, es descabellado declarar el default sin presentarle al mundo, al mismo tiempo o lo antes posible, una propuesta y un plan. Hasta ahora nada de eso existe.


 

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