La economía saádica
Hasta hace algún tiempo (a lo sumo hasta el 30 de noviembre)
la Argentina tenía, al menos en apariencia, dos monedas equivalentes,
cambiaria y legalmente: el peso y el dólar, mientras alrededor
empezaban a pulular otros signos monetarios mostrencos (patacón,
Lecop, etcétera). Hoy el país no tiene ninguna moneda
propia seriamente considerable como tal, fuera de los dólares
que alguien haya acumulado en billetes o en cuentas bancarias del
exterior. Todos los restantes medios de pago son inciertos, tanto
cambiaria como patrimonialmente. Los saldos en pesos y en argendólares
dentro de la banca local poseen, hoy, existencia nominal. Nadie
sabe cuánto de auténtica moneda representan. Probablemente
muy poco, lo cual equivale a un tremendo efecto pobreza derramado
sobre todos los ahorristas. Los pesos billete (que en realidad ya
constituyen poco más que un mero fiduciario, porque ¿dónde
demonios están las reservas?) tienen pronóstico reservado:
parecen destinados a desaparecer, pero sufriendo antes de eso cualquier
grado de depreciación aunque no se decrete su devaluación.
En cuanto a los diversos fiduciarios (sin fiducia) que existen o
existirán, es presumible que se desvaloricen tan vertiginosamente
como se los imprima.
Dicho de otra forma: los precios en pesos y en argentinos (¡qué
desafortunada idea bautizar así una moneda condenada a pulverizarse!)
serán los encargados de expresar la desvalorización
del fiduciario. El propósito, esbozado por Rodolfo Frigeri,
de devolver los plazos fijos en argentinos al tipo de cambio que
rija para éstos en el mercado libre es un pasaporte a la
hiperinflación, ya que subordinaría la emisión
de esos papeles al precio del dólar. Es de esperar que esa
iniciativa sea rápidamente archivada.
Sin llegar a ese extremo, la ausencia de moneda (o la multiplicidad
de monedas que no son tales) crea las condiciones para que suban
los precios en medio de la más profunda recesión.
Este conato de inflación (que agravaría la falta de
competitividad) está diciendo que la oferta de bienes ha
empezado a reducirse. La retracción puede adquirir las dimensiones
del desabastecimiento en algunos productos, o de la simple renuencia
del proveedor a entregar cosas a cambio de papeles o promesas de
pago de valor impredecible. A la base concreta de este fenómeno,
que es la desarticulación de la estrategia monetaria y cambiaria
de la nación, se le suma el miedo que provoca la crisis política
y la rampante improvisación con que se maneja el nuevo gobierno,
más el impacto visual de una serie de personajes cuyo prontuario
no olvidó la ciudadanía y han vuelto a capturar el
poder, o como mínimo la capacidad de causar daño.
Oír de boca del Presidente que los inmuebles del Estado,
empezando por la Casa Rosada, respaldarán al argentino produce
una perplejidad de la que cuesta reponerse. ¿Qué idea
de moneda tiene el ex gobernador de San Luis? ¿Cuántas
décadas atrasa? ¿Cuánto pagaría Irsa
por el Palacio del Congreso? Para que la Argentina pueda volver
a tener una moneda parece ineludible terminar con la ficción
de una convertibilidad del peso que es imposible sostener, aun si
se considerara valioso sostenerla. De otra forma, no habrá
manera no caótica de levantar el feriado cambiario y de evitar
que éste conduzca al colapso de la economía real.
La definitiva destrucción de la producción y el comercio
la inició Domingo Cavallo el 1° de diciembre al vallar
los bancos. En su delirante empeño por salvar su presunto
prestigio como introductor de la convertibilidad y el bimonetarismo,
no podía hacer otra cosa: privar de su savia al árbol
de la economía. Pero ese recurso los derribó a él
y a Fernando de la Rúa, que como gobernantes de altas miras
estaban trepados precisamente a ese árbol. Si ahora la idea
es seguir igual pero transfundiendo argentinos de a miles de millones,
la caída del tronco será inevitable. Mejor será
guardar distancia. ¿Cómo podrá levantarse el
feriado cambiario si se ratifica la posibilidad de convertir pesos
en dólares 1 a 1? Quizá con un control de cambios
que reduzca a un mínimolas operaciones autorizadas. ¿Pero
qué lógica y qué sustentabilidad tendría
una convertibilidad con doble mercado negro de divisas, uno para
el peso y otro para el argentino?
Condición básica para volver a tener una moneda argentina
es recuperar la recaudación impositiva. Con ésta cayendo
un 25 por ciento, o lo que sea, no hay forma de escapar a la híper.
Todo el ahorro de gasto fiscal logrado con el default se pierde
por el derrumbe en los recursos. Sin embargo, sobre este problema
central sólo se han escuchado anuncios propagandísticos,
como la venta de algunos autos y aviones, o un techo salarial de
3000 pesos para el sector público, que acelerará la
expulsión de los pocos cerebros que aún sostienen
el aparato estatal.
Las cosas han resultado de la peor manera posible. En lugar de una
salida prolija de la convertibilidad, con daño pero sin catástrofe,
los gobiernos de Carlos Menem, De la Rúa y ahora, según
todo indica, Rodríguez Saá han optado y optan por
la destrucción masiva. Si la irracionalidad de un bimonetarismo
donde el 90 por ciento de los que deben dólares ganan pesos,
mientras otro 90 por ciento ahorra en dólares, un 90 por
ciento de los cuales consisten en meros asientos contables, sin
Banco Central que pueda respaldar nada ante una corrida, si ese
absurdo ya está plenamente a la luz, ¿cómo
aferrarse a él?
Algunos políticos, y otros tantos economistas, tienen la
solución: que Estados Unidos, el G-7, el Fondo Monetario,
el Banco Mundial y el BID, e incluso los hermanos brasileños,
le den a la Argentina miles de millones de dólares. Con ello
volvería a ponerse en pie la convertibilidad. Pero lo real
es que esa plata dulce no vendrá, y que la única salida
consiste en armar una estrategia monetaria, cambiaria y fiscal congruente.
Respecto del default, fue una decisión inevitable, que el
país tomó con años de atraso. Pero la cesación
de pagos no es el descorche de una botella de champán sino
una desgracia, que en este desorden interno la Argentina pagará
con graves dificultades para importar lo que necesita y, por ende,
para mantener sus empresas andando. Habrá maniobras, habrá
acaparadores, habrá multinacionales y negociantes autóctonos
que se ceben, pero van a medrar en una realidad concreta: la del
corte de crédito para el país. Por tanto, es descabellado
declarar el default sin presentarle al mundo, al mismo tiempo o
lo antes posible, una propuesta y un plan. Hasta ahora nada de eso
existe.
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