Por Juan José
Panno
¿Quién fue mejor
que Racing? ¿River? No. River tiene mejores jugadores, y por lo
tanto mejor equipo, pero no lo demostró a la hora de la verdad
y careció de grandeza en algunos momentos fundamentales, como en
los empates con el mismo Racing y con Boca. ¿Quién mejor
que Racing? ¿Boca? No. Boca ganó fácilmente el partido
entre ambos, pero el campeonato dura 19 partidos y Boca, que regaló
demasiados puntos en el arranque, le puso todas las fichas a la final
de la Intercontinental y cuando quiso entrar en carrera no tenía
con qué. ¿Quién fue mejor que Racing? ¿San
Lorenzo? No. De ninguna manera. Este San Lorenzo de la segunda parte del
año no tuvo nada que ver con aquel que ganó el Clausura.
¿Quién fue mejor? Ni Independiente, ni Vélez, ni
ninguno de los santafesinos, ni los cordobeses, ni los del este y el oeste,
ni los del norte y el sur entran en carrera.
El bueno de Mostaza Merlo, digámoslo de una vez, comandó
la Armada Brancaleone, una formación berreta, rústica, sin
brillo, que basó su éxito no en su calidad sino en el sacrificio;
no en la técnica sino en el hambre de gloria; no en la cuidada
estrategia sino en el simple orden y el aprovechamiento de las ventajas
que les fueron dando los competidores directos; no en la variedad de recursos
sino en la suerte de los campeones. Con eso, con poquito, y con una hinchada
grandiosa, le alcanzó. Fue el mejor o, si se prefiere, el menos
malo, en un torneo mediocre, sin relieve, que no dejó casi ninguna
marca de jerarquía futbolística para el recuerdo. El partido
de ayer fue una muestra más del bajo nivel: sin la emoción
que provocaba todo lo que había en juego, cualquier mortal futbolero
se habría quedado dormido observando el absurdo e intrascendente
ir y venir de la pelota. Pero por supuesto, ningún análisis
de ese tipo les cabe a los hinchas de Racing, que vivieron cada instante
del juego con el corazón al galope, a la espera del estallido final;
ni a los de Vélez, que descargaron en el árbitro Gabriel
Brazenas la bronca que les provocaba la sola idea de una vuelta olímpica
rival en las narices.
La supuesta presión que iban a ejercer los fanas sobre los jugadores
se dio, antes del inicio del partido, exactamente al revés: los
hinchas de Racing de la cabecera popular desplegaron una gigantesca bandera
que decía Vamos por la gloria, pero que sólo
se podía leer si uno se ponía cabeza abajo. Las malas lenguas
dicen que es la forma en la que juega el equipo lo que presiona a los
hinchas y les hace cometer errores como ése.
Los jugadores parecieron más serenos que sus seguidores y esta
vez mucho más tranquilos de lo que habían estado, por ejemplo,
hace diez días contra Lanús. Un poco por Vélez, que
insinuaba más de lo que producía, y otro poco por Brazenas,
que mostraba más rigor con las faltas de los rivales que con las
propias, los de Racing aguantaron tranquilos ese cero, negocio redondo
de un primer tiempo sin situaciones de gol. Vélez, motivado, incentivado,
se fue en amagues y como tantos otros pareció ser mucho más,
pero no supo concretar esa teórica superioridad. Algo así
les pasó a Belgrano, Gimnasia, Colón y Huracán, entre
otros, en este torneo.
El segundo tiempo fue más movidito. En el inicio, en una de sus
pocas incursiones de ataque, el eficiente Loeschbor, en off-side, cabeceó
el centro de Bedoya en un tiro libre y puso el 1 a 0. Un gol a lo Racing.
Pareció que no había más nada que discutir, porque
se agruparon todos en torno de Bastía en el medio. Mientras tanto,
las excursiones de los falsos lesionados de Racing a los laterales se
hicieron más frecuentes y aunque Brazenas ni miraba el reloj, los
minutos pasaban. Vélez se decidió a atacar con un poco más
de ímpetu y se vio beneficiado con un enorme macanazo de Vitali,
bajándole la pelota al debutante Chirumbolo en el área,
para establecer el 1 a 1. Quedaban 13 minutos: para Racing, 13 años,
13 siglos. El momento de mayor tensión se produjo con un cabezazo
de Darío Husain, que atajó Campagnuolo sobre la mismísima
línea de gol, una raya que separaba 35 años de frustraciones
de la gloria. Federico Domínguez terminó dentro del arco,
en su impetuosa carrera, pero la pelota no y Racing trepó el último
escalón.
Todo terminó del modo que cualquiera podía haber imaginado:
con los hinchas sufriendo, pidiendo la hora, ansiosos por gritar de este
a oeste y de norte a sur.
Ciérrate, Sessa
Por J. J. P.
Gastón Sessa sabía que iba a ser muy observado por
su condición de ex jugador de Racing, y por lo tanto se propuso
desde el arranque demostrar que no estaba dispuesto a hacer absolutamente
nada para beneficiar a su ex club. Muy por el contrario, sumó
gestos ampulosos y demagógicos para plantearle permanentes
reclamos al árbitro y para quejarse de los jugadores racinguistas
que hacían tiempo descaradamente.
Su último gesto, para que a nadie le quedaran dudas de sus
intenciones, fue el de ir a buscar el cabezazo en un corner cuando
faltaban un par de minutos para terminar el encuentro. Antes, en
el gol de Loeschbor, se había quedado clavado en el arco,
pero lo cierto es que el defensor de Racing saltó sin ningún
obstáculo.
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CAMPAGNUOLO,
LOESCHBOR Y BASTIA, FIGURAS
Los campeones, uno por uno
Por
Ariel Greco
El equipo campeón
se sustentó a partir de la seguridad de Gustavo Campagnuolo. El
arquero fue clave para sostener resultados ante San Lorenzo, Chacarita,
Huracán y Talleres. Siempre respondió en las difíciles
y le dio tranquilidad a la defensa. La otra pieza fundamental para el
orden del fondo fue Gabriel Loeschbor. Una garantía en el juego
aéreo, tanto en defensa como en ataque. Además, convirtió
goles claves: el del campeonato, los de los empates ante Independiente
y ante San Lorenzo, y el primero ante Talleres. El principal aporte de
Francisco Maciel fue su regularidad. Siempre solvente en la marca y con
criterio para jugar, se convirtió en el único jugador que
actuó todos los minutos del Apertura. Lo de Claudio Ubeda pasó
más por el aspecto anímico. Sin haber jugado un gran campeonato,
su temperamento sirvió para que se convirtiera en un referente
para los más jóvenes.
Los laterales Martín Vitali y Gerardo Bedoya demostraron su importancia
con el correr de los partidos. El ex Ferro se convirtió en salida
permanente y sus centros fueron un arma relevante en ofensiva. Varios
goles nacieron de sus pies. Lo del colombiano se basó en su manejo
y en su agresividad. Se adaptó a lo que le pidieron y demostró
su jerarquía. Además, a su favor cuenta con el plus del
gol a River, el tanto del título. La alternativa fue Carlos Arano,
que a pesar de sus limitaciones no desentonó cada vez que le tocó
entrar, aunque con menos capacidad para proyectarse en ofensiva.
A partir de su entrega, Adrián Bastía se transformó
en el símbolo del equipo. En un conjunto batallador, su presencia
en el medio fue fundamental gracias a su enorme capacidad de quite. Para
redondear su tarea, le faltó más precisión en la
distribución del juego. Gustavo Barros Schelotto fue uno de los
pocos que intentó poner pausa en el circuito ofensivo, aunque no
lo consiguió en muchas ocasiones. Compensó con mucha colaboración
en funciones defensivas. Sin un enganche definido, el rol de conductor
lo asumió José Manuel Chatruc. Por sus características,
no logró otorgarle claridad a la ofensiva, aunque su vértigo
fue trascendente para el ataque de Racing. También convirtió
goles muy importantes. Una variante interesante fue el colombiano Alexander
Viveros, que cada vez que entró le entregó dinámica
al ataque. Su ingreso era un cambio obligado cuando Racing perdía.
Leonardo Torres nunca alcanzó a ganarse un puesto, por lo que terminó
relegado hasta del banco de suplentes.
El delantero más importante que mostró el campeón
fue Maximiliano Estévez. Arrancó el torneo como suplente,
pero con su habilidad y sus goles se ganó un lugar indiscutido.
Bajó su nivel en los últimos partidos, pero le alcanzó
para ser el goleador del campeón, con ocho tantos. El puesto de
segundo delantero lo alternaron Rafael Maceratesi y Diego Milito. No consiguieron
afirmarse y dio la sensación que rindieron más cuando ingresaron
desde el banco que cuando arrancaron como titulares. Gastón Pezzutti,
Javier Lux, Luis Rueda y Gustavo Arce integraron el equipo, aunque jugaron
muy pocos minutos.
Se
vino nomás el estallido
Por
A. G.
La fiesta soñada
se cumplió. Algunos la esperaron 35 años. Atrás quedaron
la frustraciones del 67, cuando Estudiantes lo postergó en
la final; la del 68, cuando Vélez se quedó con el
triangular del que también participó River; o las más
recientes del 93 y del 96, cuando los títulos los festejaron
River y Vélez, respectivamente. Y para estar de acuerdo con su
propia historia reciente, no podía llegar de otra manera. Para
Racing, sin sufrimiento, no vale.
La tarde comenzó entre la ilusión y la tensión. Desde
los cantos se auguraba el título, pero no era cuestión de
festejar antes de tiempo. Tenés que salir campeón/éste
es el año, era el grito-imploración que predominaba
en la espera. Pero a medida que se acercaba el comienzo, los nervios empezaron
a ganarle a la garganta. Para colmo, como ante Banfield, la radio trajo
malas noticias desde Núñez antes del inicio del partido
propio. Por eso, el silencio predominó durante buena parte del
primer tiempo, más allá del aliento por algún quite
de Bastía o alguna barrida de Maciel. Allí se hicieron notar
los de Vélez, que no dejaron pasar la oportunidad para gozar del
miedo ajeno.
El desahogo llegó en el arranque del segundo tiempo. El cabezazo
de Loeschbor desató la locura. Ahora sí: Que de la
mano/del paso a paso..., invadió la escena, sin distinción
de popular y platea. Y casi de inmediato, todas las remeras al aire para
saludar al nuevo campeón. A esa altura, los goles de River que
aparecían en el tablero electrónico motivaban risitas sobradoras:
Me parece que River/no sale campeón/sale Racing....
El canto salía desde el alma.
Todo era fiesta, pero... El lugar común de la historia de Racing
no podía faltar. Surgió Mariano Chirumbolo, 19 años,
primer partido en primera, para agregarle suspenso al campeonato y angustia
a los 28 mil fanáticos que estaban en Vélez, a los más
de 30 mil que esperaban en Avellaneda y a los miles que miraban por TV.
Claro que ya no hubo lugar para golpes de efecto y el 1-1 quedó
sellado. El estigma pasó a la historia. Los 35 años quedaron
en el olvido. La vuelta olímpica se hizo esperar, pero valió
la pena. Por eso, los jugadores la repitieron tres, cuatro y algunos
hasta cinco veces. Ensayaron avioncitos, se colgaron del alambrado para
gritar con los hinchas, se tiraron agua y volvieron a dar otra vez la
vuelta. Eso sí, paso a paso, como les indicó el técnico.
Que se dijo
Racing demostró
que es un legítimo campeón. Este equipo fue muy criticado,
pero los jugadores se merecían este título porque
perdieron un solo partido. Ahora que la gente festeje porque se
lo merece, los hinchas y nosotros estamos muy contentos (Reinaldo
Merlo).
Esto es maravilloso
por la gente. Este plantel se lo merecía por la entrega que
puso en cada partido y el sacrificio que hizo durante toda la semana.
Es cierto que nos faltó un poco de juego, pero encaramos
cada encuentro como si fuera una final (Gustavo Campagnuolo).
Todos pusimos lo
que hay que poner, ésa fue la clave del título merecidamente
conquistado. Dejamos el corazón y mucho más, adentro
y afuera de la cancha. (Martín Vitali).
Racing fue un justo
campeón porque fue el más regular de todos. Nos jugamos
la vida y se consiguió el puntito deseado. Nadie confiaba
en este equipo. Decían que no jugaba a nada y ya ven. Espero
que el próximo campeonato sea de Central, mi ex club que
me dio todo y en el que me faltó dar una vuelta olímpica
(Gabriel Loeschbor).
El sentimiento
entre nosotros y la hinchada es amor puro. No podíamos perder
este partido y ellos encontraron el empate que no merecían.
Después sufrimos como siempre, porque la historia de Racing
siempre será sufrida. (Carlos Arano).
La verdad que esto
es un sueño, es lo más importante que me puede pasar
en el fútbol (Francisco Maciel).
Este equipo fue
muy parejo y se entregó siempre. Yo lo festejo también
con la camiseta de mi país, Colombia, porque lo siento así
de hondo. Esto es lo máximo para mí. Me siento como
si estuviera viviendo un sueño. Y no me voy a querer despertar
(Gerardo Bedoya).
No fuimos un equipo
lujoso, pero alguien tiene que reconocer que a veces nos tocó
jugar bien. Cuando me decidí a venir a Racing todos me decían
que estaba loco, que este club era un quilombo, con 35 años
sin títulos, lleno de frustraciones. Pero se formó
un grupo inteligente que supo hacer bien las cosas y que por eso
es campeón (Gustavo Barros Schelotto).
Comparto el título
con toda mi familia. Es un título merecido, para llorarlo
de la emoción. Si tuviera que destacar cuatro atributos del
Racing campeón, serían el sacrificio, el hambre, las
ganas de buscar la gloria y los huevos para conseguirla. Hemos quedado
en la historia (José Chatruc).
Nunca me gusta
hablar de los árbitros, pero lo que hizo Brazenas fue muy
permisivo. Cortó demasiado el juego y no penó con
severidad algunas faltas. Además, éste debe haber
sido el único partido en el mundo en el que no hubo descuento
(Edgardo Bauza, entrenador de Vélez).
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Brutalidades para
matizar
La fiesta no pudo ser completa, ya que se produjeron incidentes.
Casi una hora antes del partido, simpatizantes de Racing se enfrentaron
con la policía, que intentaba alojarse en la popular visitante.
Allí se produjeron forcejeos y algunas peleas cuerpo a cuerpo
que terminaron con un agente conmocionado por los golpes. Poco a
poco, los ánimos se fueron calmando y un rato más
tarde la situación volvió a la normalidad. El segundo
incidente se produjo en el segundo tiempo, luego del gol de Loeschbor.
En ese momento, algunos hinchas de Racing ubicados en la platea
norte baja reservada para los simpatizantes de Vélez
festejaron el tanto, por lo que plateístas locales intentaron
agredirlos. Luego de algunos golpes, corridas y caídas, la
gente de Racing se tuvo que ir del lugar protegida por la policía.
La mayor tensión se vivió con los niños que
había en el lugar, que con un pasamanos fueron trasladados
primero a los pupitres de la prensa y luego al palco de Fernando
Marín, el titular de Blanquiceleste SA. En el entretiempo,
también hubo inconvenientes cuando los hinchas de Racing
arrojaron botellas desde su popular a la platea de Vélez.
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Fútbol
virtual en Avellaneda
Por P.V.
Eso del fútbol virtual,
que los japoneses querían imponer en el Mundial cancha llena,
campo vacío, imágenes simulando el juego ya es marca
registrada de Racing, el equipo que colmó dos canchas a la hora
de ganar el campeonato. En Vélez se jugaba el partido decisivo,
no sorprendió el lleno: sí produjo un impacto el estado
en que el estadio racinguista desbordaba de una mezcla de ansiedad, emoción
y placer, la que destilaban los casi 30 mil hinchas que eligieron protagonizar
esta primera emisión de fútbol virtual, ante una pantalla
electrónica instalada sobre una tribuna, cuyas imágenes
casi no se veían desde la otra punta.
Estaba cantado que los hinchas no se la iban a aguantar en las tribunas.
Las chicas bailaban en los pasillos y de a poco la multitud empezó
a filtrarse hacia el campo, pese al pedido expreso por altoparlantes de
preservar el césped, para ver más de cerca el partido y
para protagonizar ese fútbol virtual del que los japoneses debieran
tomar alguna nota.
El gol tempranero de Cardetti provocó algún fruncimiento
de entrecejo, el empate de De Bruno se festejó casi con rabia.
A la hora del entretiempo, algunos exaltados ya daban la vuelta olímpica
debajo de una bandera colectiva. Había optimismo, y algo de ese
temor ancestral cultivado en las desérticas tres décadas
y media últimas. Sensación que se licuó con el cabezazo
de Loeschbor, y que reapareció con el gol de Chirumbolo. Terminalo,
por favor se escuchaba, y Brazenas escuchó, del otro lado
de la Capital. No fue un estallido bombástico, sino algo así
como un por fin, como un orgasmo retenido y lento.
Una hora después del final, mientras los hinchas sostenían
en el centro del campo una enorme bandera y gritaban uno a uno los goles
del título, puestos en la pantalla, el Obelisco había sido
copado. Una parte de la barra brava de Racing, que llegaba de Liniers,
colgó una de sus banderas del mástil de la Plaza de la República.
Los hinchas le agradecían a Merlo, los jugadores y Marín,
en ese orden. La mayoría era debutante: jamás habían
visto a Racing campeón. La vuelta olímpica, el sábado,
prometieron, cuando el equipo juegue un amistoso de consagración,
contra el Guaraní paraguayo que dirige Gustavo Costas.
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