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DIEGO PLOTINO GANO LA SEGUNDA EDICION DE “EL BAR”
El triunfo de la magia negra

Un introvertido músico de 26 años obtuvo más del 60 por ciento de los votos del público, tras haber pasado casi todo el juego �hibernando�.

Diego terminó aceptando con
humor el mote que le puso Sabrina.

Por Julián Gorodischer

Sabía que la Argentina le deparaba un destino de mesero, o empleado de cementerio. En las tumbas, él grababa leyendas o dibujos, a pedido. Siempre lo señalaron por su vocación oscura, como darkie londinense a quien todavía, a los 26, le dura la pasión adolescente por The Cure, una de las bandas que se llevó al reality. En Mar del Plata, Diego Plotino “se vendía” al trabajo que menos le gusta: modelar para las fotos. Después de tres meses, el encierro valió la pena y concretó la atípica (¿única?) variante local de progreso ilimitado: ganar dinero en la tele. Sólo que la debacle repercute, y le cambia la cara al sueño argentino concretado en la pantalla: “El Bar 2” paga en patacones.
“Es el campeón, como diría Solita...”, anunció Andy Kusnetzoff, y el ganador levantó el brazo. Diego se tomó, después, la cara con las manos y empezó a temblar. El animador, con sonrisa fija, acusó: “Pero vos dormiste todo el tiempo”. Este no es “el paisa” o “el negro” de “Gran Hermano 2”, heroicos vencedores que reciben el premio a la “virtud” de ser bueno o ser paisano. Diego desplegó otros atributos: le dicen “el mago negro”, por ser un poco enigmático y callado. Otra participante, Sabrina (Love) le puso el mote después de verlo siempre en los márgenes, tramando en silencio. “Seduce para escalar”, lo había definido, después de caer ella también en la redada. Juntos estrenaron ese sello descontrolado que marcaría a todo el ciclo. En “la fiesta inolvidable” de la primera noche, bailaron, se emborracharon, y terminaron juntos en la cama. Al “mago negro” se le atribuyó, desde el principio, un uso aberrante de sus ojos azules, una puesta en escena de la belleza física (“ese valor superficial”, diría Sabrina) para especular con mejores posiciones. Nunca entraría, sin embargo, en esa trama de descargos y acusaciones que el reality tanto valora. La réplica no es su juego.
“Los medios me dan una apertura... la gente te conoce y sabe si tenés talento para algo”, dijo Diego en el último día, cuando quedó consagrado con más del 60 por ciento de los votos telefónicos. El ganador se incluye en esa rama autoconsciente de algunos participantes de realities. Son aquellos que, tras la fundación de Eduardo Nocera (de “El Bar”), llegan a la tele como vía para mostrar un atributo. El de Diego fue la música: ya en el casting, que se televisó el miércoles, entonó un estribillo de Oasis. En la casa se arrinconaba a tararear con su guitarra. Entendió que el directo de 24 horas podía exceder la mera mostración de lo cotidiano (las rutinas en la cocina y en el baño) para transformarse en lo que “Popstars” –el reality de Azul que dio origen al grupo Bandana– llevaría al extremo: un casting de nuevos talentos para conocer con lupa y en período intensivo.
Para tal fin, “El Bar 2” aportó lo suyo y allanó el camino: le preparó el videoclip de un tema propio (“Culpando al viento”, junto a la modelo Claudia Albertario) y hasta planificaba organizarle un recital en el mismo bar de San Isidro. Junto a los estímulos, la tribu de groupies empezó a hacerse más grande. “Tuve que dar 200 picos en una noche”, se sinceró el galán de turno.
La tele desafía al mundo, al país, a la caída de un presidente, y –en medio de los saqueos– “El Bar 2” siguió con sus votaciones y sus banquillos, aunque tuvo el decoro de acercarles una TV a los participantes. Diego nunca creyó, como sí suele pasar dentro de las casas de la TV, que su metafísica giraba en torno a la salida de Lucho o Tamir. Se alejó voluntariamente de “la previa”, y mantuvo la mirada perdida. Pensaba, lo dijo, en el departamento que se compraría con los 100 mil, y “El Bar 2” lo hizo posible. “Gracias a todos por creer todavía...”, dijo él sobre el final, como si el suyo hubiera sido un verdadero acto electoral, un honorable momento cívico que lo consagró a pesar de la debacle.
Lo que viene ya no involucrará a los cientos de votantes, que quedarán afuera del proyecto del “mago negro”. El nunca entregaría el premio a un comedor de niños (como había prometido el demagogo Nicolás, su rival dentro de la casa). A lo sumo, además de la vivienda, tratará de emular ese sueño argentino en plena crisis, el negocio que le habilitó la plata y le devolvió, según dijo, “la alegría”: un bar propio.

 

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