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Otra vez el
gol de Cárdenas

Por José Pablo Feinmann

Corre el año 1951 y se juega la final del campeonato de fútbol. Por un lado, Banfield, el equipo chico que se abrió paso hasta las alturas y está en el corazón de todos, porque todos quieren el triunfo de los débiles cuando se enfrentan con los poderosos. Frente a Banfield, Racing, el poderoso, que ya ganó varios campeonatos al hilo, que es el equipo del Poder, del peronismo de la abundancia y, sobre todo, el equipo del ministro de Hacienda, Ramón Cereijo, hombre fuerte del régimen que, se dice, le ha hecho su hermoso estadio y hará todo para que Racing gane esa final, devorándose al pequeño insolente, a esos aguerridos banfileños que se le atreven al Goliath peronista. Tanto se identificaba a los blanquicelestes con el ministro Cereijo que les decían, no Racing, sino “Sportivo Cereijo”.
Hay, no obstante, en el peronismo, alguien que quiere el triunfo de Banfield. No era Perón, que seguramente andaría en otra cosa, sino Evita, que quería el triunfo de Banfield porque, precisamente, era el débil, era el chico, era, cómo no, el pobre, el grasita, lo más parecido a esos descamisados, a esos desheredados nacidos para perder que Evita tanto quería. Le ordenó a Cereijo que Racing perdiera. Pero –el fútbol es así: se ama lo que se ama hasta los extremos de la traición– Cereijo, soterradamente, se rebela, ve a los jugadores de Racing y les ofrece una desbocada cantidad de premios (sobre todo automóviles) si ganan, si doblegan la soberbia banfileña. Así las cosas, se juega el esperado partido. Y todo va parejo, peleado, difícil, hasta que Mario Boyé, el fenomenal goleador de Racing, se lanza por la margen derecha del field y, acaso desde un ángulo imposible, o, al menos, muy difícil, saca un bombazo que entra por el palo derecho del arquero Graneros, formidable atajador, tipo de los tres palos, que vuela, manotea, pero nada, la pelota estaba destinada al “rincón de las ánimas” y entró, y Banfield no coronó su sueño, pero sí Racing y Cereijo y la Argentina peronista.
Pasaron los años. En 1966, el equipo humilde era Racing. Lo había hecho “con nada” el entrenador José Pizzutti. Había juntado a perdedores como el Yaya Rodríguez, a veteranos como Maschio, a irregulares como el Panadero Díaz, a irrecuperables como Martín y a jóvenes prometedores como Perfumo y Cejas, que se habían lucido en un juvenil en Tokio. Al equipo se lo nombra con el nombre de su entrenador, a quien se le atribuyen los grandes méritos de ese equipo-hazaña, y, así, las tribunas rugen el inolvidable: “Y ya lo ve, y ya lo ve, es el equipo de José”. Al año siguiente, Racing juega la Copa Libertadores de América y se corona campeón derrotando en Chile a Nacional de Montevideo con gol del Cabezón Raffo. Y luego enfrenta, por la final del mundo, al Celtic, de Glasgow, equipo del que era hincha nada menos que James Bond, o sea, Sean Connery. La final se juega en Montevideo. En cierto momento, el Chango Cárdenas se va desplazando por la izquierda, cerca de la mitad del campo, y le llega una pelota a media altura, justo para la zurda. El maestro Maschio, que armaba el equipo en la cancha, le grita: “¡Tirá al arco!”. Y Cárdenas le pega con la zurda y la pelota empieza a volar. Sigue, sigue y entra en el ángulo derecho del arquero escocés, que vuela (no tan bien como Graneros), pero sólo para la foto, sólo para que el gol se viera más lindo, porque los goles son más lindos cuando vemos a los arqueros volando como palomas elegantes, pero impotentes, decorativas. ¡Gol! Era increíble, pero cierto. ¡Era gol! El Chango Cárdenas había metido el zapatazo desde media cancha, la pelota había entrado y Racing era campeón del mundo. El primer campeón del mundo de la Argentina.
Luego, el país y Racing empezaron a vivir tiempos difíciles. Los tiempos del país fueron aún más difíciles que los de Racing. Difíciles y hasta trágicos. Tanto, que algunos (lo confieso: yo, entre ellos) nos olvidamos de Racing. Dejamos de “ser de Racing”. Ya era bastante tragedia “ser argentino” como para, además, “ser de Racing”. Y en los ‘90 surgió una leyenda formidable. Era así: durante muchos años, el gol de Cárdenas se pasaba por la tele en la apertura de los programas deportivos. O sea, todos llegaron a ver el gol de Cárdenas. La pelota que vuela, vuela y se mete en el ángulo imposible, golazo de media cancha. De pronto, el gol deja de pasarse. Y uno preguntaba: “¿Por qué no pasan más el gol de Cárdenas?”. Y alguien le decía: “Porque ahora lo erra”. El destino de la Argentina se unió al del gol de Cárdenas: tan mal nos iba, tanto nos habíamos venido abajo, tan honda era nuestra decadencia que ya no nos pasaban el gol de Cárdenas porque ahora... salía por sobre el travesaño, afuera, desviado. Desviado como el destino del país. Como, también, el destino de Racing, que no había vuelto a ganar un solo miserable campeonato luego de aquél, luego del gol de Cárdenas. Apareció, de este modo, un tipo de argentino doblemente sufrido: el que añadía, a su condición de argentino, la otra, la lacerante condición de hincha de Racing. ¡Treinta y cinco años sin salir campeón!
Bien, se acabó la tristeza. O no. Porque usted tiene por delante, como todo argentino, dos posibilidades. Una, lo hará feliz. La otra, como siempre, desdichado. Primera posibilidad: ¡Racing salió campeón otra vez, carajo! El gol de Cárdenas volvió a entrar. Ya no se va sobre el travesaño sino que ahora, como antes, injuria poderosamente la red del adversario. Racing es un gran equipo e hizo una campaña impecable. Ganó en buena ley y es mejor que River, esos gallinas que dicen que son mejores, pero no supieron ganar el campeonato. Además, con Racing, milagrosamente, volvió el peronismo y –según nadie olvida– “los días felices de la patria fueron y serán peronistas”. El espíritu ganador de Racing se ve en Rodríguez Saá, que es un fenómeno hiperkinético, un político que se las sabe todas, que está vivo y no dormido como el gilastro que supimos echar a patadas. Que ya se reunió (Rodríguez Saá, desde luego) con Hebe, y con Nora Cortiñas. Que recibió a los piqueteros. Que lo puso a Jorge Taiana. ¡Y que no va a pagar la deuda! Y usted se imagina en un gran estadio –que es, claro, la Argentina– y grita: “La deuda, la deuda se la meten en el culo”. Como al estado de sitio. Que ahí se lo metieron. Y ahora todos los argentinos vamos tener esos lindos billetes que de tan lindos que son se llaman como nosotros, se llaman “argentinos”. Y así seremos, de aquí en más, felices argentinos llenos de “argentinos” que gastaremos en miles de cosas lindas y sobre todo en plateas para ver a Racing salir también campeón en el 2002. Segunda posibilidad: no me jodan, dice usted. Racing salió campeón porque el fútbol es pura guita, puro negocio y ahora quieren privatizarlo, y como a Racing ya lo tienen gerenciado, conviene que salga campeón para privatizar a todos los demás. Pura guita, insiste usted. Y en cuanto a este loquito, a este puntano que se ríe todavía más que Perón, ¿a quién le ganó? Estaba cantado que la deuda podía no pagarse. Y encima va a la CGT y se pone cantar la marchita esa con todos los caciques del sindicalismo. La que se nos viene, por favor, dice usted, ya en el colmo de la melancolía. Por la tele, en horario central, todos los días nos van a pasar la miniserie de Favio, “Perón, sinfonía de un sentimiento”. Tá bien, De la Rúa era un plomazo inaguantable, pero... ¿otra vez el peronismo? ¡¡¿¿Otra vez Racing??!! ¿Otra vez el gol de Cárdenas?
Un consejo: elija la primera posibilidad. Le va a ayudar a pasar mejor el fin de año y brindar por algo. Total, la esperanza nunca dura mucho en la Argentina. Usela esta vez. Beba su sidra, coma su pan dulce y muéstrele a los suyos su mejor sonrisa. Y luego, a medianoche, levante su copa y diga su brindis a toda voz. Diga: “¡Por el regreso del gol de Cárdenas!”. Pero esta vez lo hacemos todos: esta vez la metemos todos en el ángulo imposible. Los protagonistas de las jornadas del miércoles 19 y el viernes 20, llenas de sonido y de furia. La furia de los desesperados, de los marginados, de los excluidos que se largaron a afanar los súper para podercomer. Y el sonido de las cacerolas de esa clase media que ganó la calle y, ganándola, ganó su dignidad. Todos.
Feliz año.

 

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