HECHOS
¿Cumplirá todo lo que promete o sólo aquello
que le permita continuar en el cargo que le concedió el azar
navideño? Para despejar esta duda, hace falta tiempo. Por
lo pronto, tras décadas de un único discurso políticamente
correcto, los anuncios referidos a la cesación temporal
del pago de la deuda pública, la generación de un
millón de empleos, el salario mínimo vital y móvil,
la reestructuración tributaria, la restitución de
derechos laborales y sociales arrebatados por el ajuste y la exclusión
y todos lo demás compromisos de Adolfo Rodríguez Saá
deberían caer como gotas de lluvia sobre la tierra yerma.
Son muchos los que quisieran creer que, con este o con otro Presidente,
esos valores regresarán a sus legítimos dueños,
pero después de las recientes experiencias de fraude y decepción,
harán falta más que palabras para restablecer en el
pueblo la confianza maltrecha.
En lugar de preocuparse acerca de cómo transformar palabras
en hechos, la mayoría de los políticos han vuelto
con rapidez a su actividad favorita: el canibalismo interno. Las
disputas sobre el futuro electoral, la dedicación de todos
a imaginar pactos, alianzas y listas es igual a contar chistes en
un velorio: se hace, pero no tiene nada que ver con la ocasión.
¿Acaso lo que ocurrió en el país hace una semana
tenía que ver con una simple demanda de elecciones? El sistema
viciado tiene tal capacidad para recuperarse, que basta con mirar
el entorno del flamante Presidente a plazo fijo: ya pululan cortesanos,
improvisados, arribistas y prontuariados, entremezclados con los
hombres y mujeres comprometidos por la gestión de la hora
actual.
Mientras tanto, la interna peronista bulle como en sus momentos
más alborotados, aunque ahora ya no existe ningún
líder que pueda dar el veredicto final de la pelea, así
que tendrá que ser hasta que alguno se rinda. Hay peronistas
que posaron de socialdemócratas durante los bochornosos años
del menemato, pero que ahora vuelven a reconocerse en su identidad
política original, con un entusiasmo que supera, con holgura,
las distinciones que la oportunidad amerita. Como en tiempos pasados,
en el Movimiento todos los gatos parecen pardos, debido a que se
hace difícil, en algunos casos, distinguir izquierdas y derechas,
lo cual provoca cruces y confusiones más que desconcertantes.
Como el reverso de la moneda, los revitalizados rituales peronistas
de paso han reactivado algunas líneas del viejo antiperonismo,
disimulado en estos últimos años por la prepotencia
de una nueva división, entre los que apoyaban y los que repudiaban
las políticas del ajuste, de la exclusión social y
de los privilegios exclusivos. En la misma noche de la Asamblea
Legislativa, Raúl Alfonsín aludió a la antinomia
cuando sostuvo que la UCR representaba la libertad y el PJ la justicia
social. Una manera benigna de comprender ese mensaje es que ambos
son necesarios (y únicos) para que exista democracia, pero
hay antiperonistas que prefieren evocar el espíritu oriundo
de las primeras confrontaciones. Según esa evocación,
hay pensamientos conservadores y de izquierda que coinciden, aunque
por diferentes motivos, en otorgarle al peronismo una natural tendencia
a la demagogia y el autoritarismo, o sea por su desprecio a la libertad.
La sociedad, por suerte, fue construyendo formas diferentes de representación
y hábitos cívicos propios, que a veces sacan de las
casillas a los más impacientes, pero, en otras ocasiones,
producen un cambio de situación como el que podría
derivarse de las jornadas del 19 y 20 de diciembre. Los movimientos
de derechos humanos, de desocupados, de nuevo sindicalismo, las
organizaciones no gubernamentales, los multisectoriales como el
Frente contra la Pobreza son algunos de los afluentes que llevan
agua a los molinos populares. Hay que reconocer que no le faltó
audacia y realismo a Rodríguez Saá para reconocerlos
y darlesentidad de interlocutores válidos. Desde fines de
los ochenta en adelante a la Casa Rosada tenían acceso un
reducido y repetido núcleo de invitados especiales, cuyo
común denominador era la posesión de riqueza o la
pertenencia a la farándula. Que esta vez hayan acudido las
Madres de la Plaza, los piqueteros, la CTA, los estatales y docentes,
entre otros luchadores populares, no es un dato cualquiera ni puro
realismo mágico.
Hay quienes pueden pensar que estas presencias, si el anfitrión
resulta un fabricante de ilusiones o un simple charlatán,
están contribuyendo a confundir al ciudadano común,
dándole una legitimidad popular al puntano, o blanqueándolo,
sin merecimientos previos. Aun si esos presagios fueran correctos,
las organizaciones hicieron bien en acudir, porque fue otra oportunidad
más para elevar sus demandas, para escuchar los inconvenientes
o las opiniones adversas o de simpatía, fijar compromisos,
exigir hechos y ganar la consideración de toda la sociedad.
Ninguna de esas entidades, a diferencia de las dos CGT, fue a postrarse
delante del Presidente a plazo fijo, sino a ejercer el derecho de
petición a través de una de las vías posibles
en democracia.
Nadie es más o menos progresista porque abandone la calle
o la plaza para cruzar el umbral de un salón oficial en tanto
no olvide que en uno y otro lado el compromiso que hizo con la vida
es el mismo. Los traidores, por definición, son incoherentes
y contradictorios. Por otra parte, aunque sea en el análisis,
hay que ser menos egocéntrico al juzgar las propias influencias
en el pueblo, ya que los ciudadanos suelen equivocarse o acertar
por su cuenta, casi siempre sin necesidad de pastores que los guíen
como rebaños. Más de uno que se creyó Moisés
terminó haciendo señas como el Penado 14.
Si la pueblada se da por satisfecha con lo que ocurrió, lo
más probable es que sus protagonistas hayan iniciado un nuevo
sendero hacia la desilusión. En esta etapa, el Gobierno debería
estar acosado por las reivindicaciones de las organizaciones populares,
antes que por las pujas sobre el futuro inmediato entre matices
de la derecha, desde las populistas a las oligárquicas. En
el debate monetario y financiero es donde, en general, aparece más
nítida la ausencia de una fuerza plural, consistente y vigorosa,
que tenga respuestas claras, de peso por así decir, sobre
cómo desarmar la hegemonía de los bancos, sin desangrar
al país. El subsidio al desempleo es una exigencia sólida,
de sentido común y hasta de compasión, que permite
discutir montos, beneficiarios y otros detalles, pero su necesidad
es irrebatible. ¿Por qué no aparece una propuesta
del mismo porte para el sector de los bancos, antes que el chantaje
financiero con los depósitos pisados y el mal
trato a las clientelas cautivas, incluidos jubilados y asalariados,
fastidien tanto a las clases medias que terminen sirviendo de pretexto
a los golpistas de mercado?
El todopoder de los bancos es el último icono del santoral
que adornaba el discurso único. ¿Quién se conmueve
hoy en día por el riesgo país aunque haya
superado los cinco mil puntos? El Mercado de Valores quedó
al desnudo como lo que siempre fue, un escenario para la especulación,
cuando en medio de la caída del gobierno de Fernando de la
Rúa sus índices subían en plena bonanza debido
a la fuga de capitales por vía de la operación de
títulos y acciones. Hasta hace un par de meses el riesgo
o la Bolsa parecían los instrumentos del dios de los mercados
para castigar a los pueblos rebeldes y la sola posibilidad de pensar
en postergar los pagos de la deuda pública era equivalente
al pecado original, no alcanzaba una vida para pagarlo. Ahora resulta
que los bancos, dicen, caerán fulminados por la ingratitud
nacional si restituyen los ahorros a los perejiles que
no saben ni pueden fugar capitales, como lo hicieron todos los peces
gordos antes que nadie les pusiera un pie encima, más bien
contando con la complicidad directa de los mismos que ahora se parten
el pecho si uncliente pide la cuota autorizada para viajar al exterior
o algún puñado de dólares, para no hablar del
drama de los jubilados y otros bancarizados a la fuerza. Lo que
pasó con la administración De la Rúa debería
enseñar y advertir: la cuerda se estira hasta un cierto límite,
después se rompe. El ruido de las cacerolas anoche en la
ciudad eran las campanas de alarma, por si alguien no las entendió.
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