Por Irina Hauser
y David Cufré
El cacerolazo llegó
ayer a Tribunales para exigir la renuncia de la Corte Suprema. Los jueces
que la integran respondieron con un golpe a la clase media, ahí
donde más le duele: en una resolución que dictaron recurriendo
a un per saltum de hecho, respaldaron la vigencia del corralito
que impide a los argentinos sacar su plata del banco. La acordada, que
fue firmada por siete de los nueve ministros, se refiere al caso puntual
del juez Claudio Kipper, a quien le ordenó devolver los 200 mil
dólares que había retirado del Banco Ciudad gracias a un
fallo de su par Martín Silva Garretón. Sin embargo, el propio
presidente de la Corte, Julio Nazareno, admitió públicamente
que esta decisión sienta un precedente importante en aval de las
restricciones bancarias. En el cacerolazo nocturno hubo un masivo repudio
a la actitud del alto tribunal.
En medio de una avalancha de gente que llevaba recursos de amparo a su
juzgado con el sueño de poder retirar efectivo del banco, el juez
Silva Garretón recibió una notificación de la Corte
que le reclamaba uno de los 5000 expedientes que instruye al respecto.
Era la causa iniciada por el juez Kipper quien además de
camarista civil es miembro del Consejo de la Magistratura junto
a su hermano y su madre. El expediente no había pasado por instancias
judiciales intermedias y, sin embargo, el alto tribunal se lo arrebató
al juez de primera instancia sin mayores explicaciones y en forma urgente.
En otras palabras, echó mano una vez más de su herramienta
jurídica favorita para resolver sin debate cuestiones funcionales
al poder político. Fue el recurso que la Corte utilizó,
por ejemplo, para habilitar la privatización de Aerolíneas
Argentinas.
Esta vez, los bancos están ejerciendo una fuerte presión
para endurecer el corralito. El mensaje fue perfectamente captado por
los cortesanos, quienes se ampararon en una presentación del Banco
Ciudad exigiendo que Kipper y familia devolvieran la plata. Pero en el
fondo, la resolución de ayer busca evitar que se profundice la
sangría de depósitos, que pone los nervios de punta en la
city. El Gobierno, por su parte, sabía que si la Justicia abría
la puerta al corralito seguramente terminaría aplastado por la
estampida general. El cacerolazo de anoche demostró la difícil
tarea que le espera para mantener las restricciones.
La decisión de la Corte, que comenzó a debatirse al mediodía
mientras más de mil personas la insultaban puertas afuera, terminó
de sellarse en un acuerdo extraordinario a las seis de la tarde del último
día de trabajo antes de la feria de verano. La intención
evidente fue poner un límite a las múltiples medidas cautelares
favorables a miles de ciudadanos. Buena parte de estos expedientes quedaron
concentrados en el juzgado de Silva Garretón, ya que la mayoría
de sus colegas decidió mandárselos porque fue él
quien primero resolvió sobre la cuestión. Fue el caso de
la diputada Alicia Castro, a quien el magistrado autorizó a retirar
todo su sueldo en efectivo. Lo mismo resolvió después en
relación a los agremiados en la CGT y la CTA, en total unos 10
millones de personas.
Pero la cuestión no quedó en los salarios. El mismo juez
ayer dictó una resolución que autoriza a todos los habitantes
de la ciudad de Buenos Aires a extraer todo el dinero depositado
en cajas de ahorro, cuentas corrientes y plazos fijos a su vencimiento
tanto en pesos como en dólares. La acción fue promovida
por la defensora del Pueblo porteño Alicia Oliveira. Ni aún
en situaciones de emergencia grave pueden violarse las garantías
constitucionales de los ciudadanos, como bien señala la Corte Interamericana
de Derechos Humanos, fundamentó la funcionaria en su presentación
judicial.
Si el decreto que establece el corralito fuera racional, con límites
de extracciones proporcionales a los ingresos de cada persona o empresa,
la situación sería distinta. Pero no podemos permitir semejante
supresión de las garantías de los ciudadanos, añadió
Oliveira en diálogo con Página/12. Sobre el fallo de la
Corte que, como dijo Nazareno sientaprecedente a favor del corralito,
Oliveira recordó que ya tenemos experiencia del máximo
tribunal violando derechos de la gente.
Uno de los pedidos que el Banco Ciudad formuló a los supremos fue
que ratificara la validez constitucional del decreto que dispuso
las restricciones bancarias y que hiciera una declaración
de emergencia económica para frenar los retiros en efectivo. La
acordada no dice exactamente eso, pero hasta Nazareno reconoció
que toda acción de amparo es particular, pero por supuesto
que sienta un precedente.
El argumento central es que Silva Garretón incurrió en un
exceso jurisdiccional al permitir que Kipper sacara su dinero.
Evaluó que el magistrado dictó y ejecutó una
sentencia sobre la procedencia del reclamo de fondos, cuando aún
no se había iniciado el juicio en el que debía discutirse
el tema. También cuestionó que designara a Kipper,
uno de los propios demandantes, como oficial ad hoc en la causa. Desde
el juzgado de Silva Garretón, trascendió que no cambiarán
de criterio.
MANIFESTACION
EN RECLAMO DE LA RENUNCIA DE LA CORTE
La cacerola también resonó en Tribunales
Por Irina Hauser
El presidente de la Corte, Julio
Nazareno, bajó sudando desde el cuarto piso del Palacio de Justicia
y se tropezó del apuro cuando salía por una puertita lateral,
sobre la calle Tucumán. Se subió a un auto blanco y miró
para abajo, intentando cubrirse la cabeza. Apenas a media cuadra había
una multitud que desbordaba la plaza de Tribunales pidiendo por primera
vez en la historia, con palmas, gritos, cánticos y golpes de cacerola,
la renuncia de los ministros del alto tribunal. ¡Que se vayan,
que se vayan!, entonaba la gente con furia, con el recuerdo fresco
de que fueron ellos quienes liberaron recientemente a Carlos Menem. Corruptos,
delincuentes, sinvergüenzas, les espetaban.
La fachada del Palacio estaba surcada, de punta a punta, por un cordón
policial que, esta vez, se mantuvo inmóvil. Detrás de los
azules un enorme cartel exhibía la imagen de la Justicia con un
pecho al aire y el velo levantado desnudando un gesto de espanto. Otra
pancarta decía: Ya echamos a Cavallo y De la Rúa,
ahora le toca a la Corte corrupta y alcahueta de Menem. La manifestación,
que había sido convocada por la Asociación de Abogados Laboralistas,
empezó a las 13 con unas 500 personas y terminó con más
del doble. Una de las consignas centrales fue que la iniciativa se repita
cada viernes hasta que la Corte se vaya.
Pero los supremos parecen estar bastante lejos de querer irse. Ayer en
el mismo momento en que abogados, docentes, comerciantes, estudiantes,
escribanos, empleados, ciudadanos de todas las edades, colores y oficios,
comenzaban a manifestarse, los ministros mantenían una reunión
en el cuarto piso pergeñando la posibilidad de avalar el corralito
económico, algo que terminaron haciendo en un acuerdo extraordinario
a las seis de la tarde. Afuera Luis Ramírez, titular de los Laboralistas,
celebraba con ayuda de un megáfono: El pueblo argentino se
puso de pie y el pueblo en marcha es incontenible. Junto con otras
asociaciones de abogados, además, Ramírez conformó
una junta promotora del juicio político a la Corte, que está
en plena tarea.
Esta Corte no ha defendido a la gente, sólo ha favorecido
a Menem, pedimos Justicia para todos, explicó Liliana, trabajadora
social, anteojos de carey, mientras daba la vuelta a la manzana que ocupa
el edificio mezclada con la manifestación. Marta, docente, no paraba
de golpear su olla, machucada de otros cacerolazos. Quiero que se
vayan estos delincuentes a los que nosotros les pagamos el sueldo,
dijo mientras acomodaba su pollera verde.
La procesión fue por Lavalle, Uruguay, Tucumán y volvió
a la puerta de tribunales. Salían los dueños y empleados
de los negocios del barrio, otros se asomaban por las ventanas, con cara
de no poder creer lo que veían. Fuerza pueblo, se escuchaba
en un eco gigante. Nadie paraba de aplaudir o de hacer sonar algún
artefacto. Algunas mujeres sacaban de sus carteras mini-ollas podría
decirse, campanitas, silbatos y, a mayor escala, se vieron instrumentos
de viento dignos de una orquesta. Que se vayan, ustedes también,
refunfuñó una señora mirando hacia uno de los bancos
de la zona. Todo el mundo mencionaba con nombre y apellido y algún
conocimiento los nombres de los cinco ministros que el menemismo nombró
en la Corte garantizando una mayoría a su medida: Nazareno, Eduardo
Moliné OConnor, Adolfo Vázquez, Guillermo López
y Antonio Boggiano.
Un hombre de barba, con saco y corbata, daba puñetazos sobre una
señal redonda de estacionamiento que decía reservado
para ministros de la Corte. Otro señor de bigotes, remera
de tenis y gorrito playero, sostenía con un palito otra leyenda:
basta de mentiras y de impunidad, cortesanos. De pronto apareció
un grupo de alumnos de la Facultad de Derecho, de la agrupación
NBI, desplegaron una bandera a lo ancho de la calle con la inscripción
maldita Corte. Este tribunal no tiene legitimidad para
juzgar a nadie, protestaban. Como muchos de los cacerolazos que
hicieron historia en estos días, en éste se cantó
el himno sobre el final, intensificando la percusión desde que
dice sean eternos los laureles en adelante. A esa altura,
pasadas las dos de la tarde, ya había hombres en cuero, hastiados
del calor. Algunos manifestantes empezaban a sentarse, agotados, pero
siempre alguna cacerola seguía sonando. ¡Viva la Constitución!,
retumbó una voz cuando ya retornaba el silencio.
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