Por Julio Nudler
Grandes decisiones no se tomaron,
pero al menos el Gobierno, ganado por el pánico ante la furia callejera,
se ocupó ayer de algunos asuntos prácticos y concretos.
Lo que consiguió es que los bancos abran mañana de 8 a 20
para que el público pueda resolver el cúmulo de operaciones
pendientes y, prioritariamente, retirar dinero de las cuentas sueldo y
las jubilaciones, hasta el vigente tope de mil pesos. Resta que hoy el
BCRA y los bancos coordinen los detalles operativos, y entre éstos
la manera de asegurar que en los cajeros automáticos haya billetes.
Para lograr este objetivo, y calmar de ese modo la cólera social,
el propio Adolfo Rodríguez Saá debió anoche presionar
a los banqueros, incluyendo a Juan José Zanola, el máximo
dirigente de los bancarios, gremio que vivirá un fin de año
inolvidable. El presidente también ordenó que mañana
quede listo el proyecto de Presupuesto para 2002, que irá al Congreso
junto a otro proyecto de ley sobre la coparticipación federal de
impuestos; es decir, el reparto de recursos entre Nación y provincias.
La nueva regla de juego será negociada hoy con los gobernadores
en Chapadmalal. El Ejecutivo aspira a contar con un Presupuesto aprobado
el lunes 7, pero para ello le será menester alguna colaboración
de los Reyes Magos. A estas horas, mientras nadie se atreve a imaginar
a cuánto caerá la recaudación impositiva el año
próximo, ya que viene acelerando tobogán abajo, la única
ayuda con que se contará es la de la impresora de lecop, a cuyo
stock de 1300 millones autorizado en su momento por el FMI se añadirán
otros 2000 millones por ahora. La premura por imprimir es tal que Felipe
Murolo, director del Central, debió prometer al directorio del
Banco Nación, durante la única reunión que alcanzó
a presidir el defenestrado David Espósito, que aportará
los 400 mil francos suizos que necesita la Casa de Moneda para importar
los tambores de tinta que precisa.
Entre el desconcierto y la anarquía, Hacienda organizó en
la víspera una maratónica reunión con una rara tropilla
de economistas de muy desparejo pelaje y pedigree. Faltaron casi todos
los habitués de esta clase de aquelarres. La cita, iniciada poco
después de las 10 y concluida hacia las 18, dejó unos pocos
saldos concretos:
u La defunción del argentino es definitiva. Por ahora se seguirán
fabricando lecop.
u El corralito llegó para quedarse. Esto lo marcó con claridad
Mario Blejer, vicepresidente del BCRA, convocado para que explicara el
desastre de los cajeros. Se sugirió decirle a la gente la dura
verdad: que su plata ya no está, que los dólares se los
llevó un Tesoro totalmente desfinanciado, según se ha descubierto
ahora.
u Pese a esto, los derechos de propiedad serán escrupulosamente
respetados. Sólo falta saber cómo. No se acordó nada
respecto de qué proponerles a los ahorristas.
Fue Rodolfo Gabrielli, ministro del Interior, quien al mediodía
ingresó en el salón de cuadros del ex ministerio de Economía
con la novedad de que el gabinete había renunciado. También
afirmó que Rodríguez Saá no quería más
colas de jubilados. Daniel Marx se tomó su tiempo para hablar sobre
la deuda, y quedó flotando la idea de que si se hace todo comme
il faut vendrá plata del Fondo, dada la preocupación de
Estados Unidos y la Unión Europea por esta caótica implosión
argentina. Ahora el temor no parece centrado en el efecto dominó
sobre otros mercados emergentes sino en la desestabilización política,
que también puede ser contagiosa.
El intercambio de ideas fue protagonizado por Humberto Petrei,
Pablo Rojo, Marco Rebozov, Diego Estévez, Nicolás Weiszwassing,
Enrique Szewach, Carlos Melconián, Rogelio Frigerio (n), Ricardo
Gutiérrez, Jorge Remes Lenicov y, como funcionarios, además
de los ya mencionados, Rodolfo Frigeri (Hacienda) y Dante Sica (Presupuesto).
Algunos de los presentes comentaron impresionados a Página/12 que
percibían al fantasma de Domingo Cavallo rondando aún por
pasillos y salones del quinto piso. El Mingo armó un búnker
a lo Führer señaló uno de los congregados.
Puertas quese abren con códigos, vidrios espejados, cámaras
que lo filman todo. El espíritu vigía del dolape le sale
a uno al cruce desde el mismo momento en que se intenta ingresar con el
auto al garaje por Paseo Colón. Lograr trasponer la barrera es
ya una experiencia sobrecogedora.
A falta de condumio hubo sandwiches de miga, ni siquiera provistos por
los anfitriones. Pero igualmente frugal fue el menú de ideas. En
lo básico, todo sigue igual, envuelto en el dominante criterio
de que éste será un gobierno pasajero, como tormenta de
verano, que a lo sumo debe proponerse no empeorar las cosas. Como el día
en que se levante el feriado cambiario la gente volverá a llevarse
dólares, las reservas seguirán evaporándose, con
lo que el Ejecutivo que surja de las elecciones se hallará con
un cuadro aún peor. Mientras unos confían en que esto no
sucederá porque hay un amplio superávit comercial, fruto
de la depresión, y los exportadores están obligados a traer
las divisas, otros aseguran que ni mamados van a liquidar
los dólares a un peso. En otras palabras: los exportadores se sentarían
sobre los fajos de verdes a esperar la devaluación. ¿Quién
tendrá razón?
Ni ésta ni otras cuestiones clave fueron planteadas ayer por los
hombres de Rodríguez Saá. Sin embargo, necesitan un plan
y un presupuesto para sentarse a hablar con el FMI, lograr su venia y
empezar después a negociar con los tenedores de bonos. Sin eso,
nada durará.
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