La olla y el fuego
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Por Horacio Verbitsky El hartazgo ante la desatención de los más urgentes problemas sociales, el inconmovible rechazo por las prácticas corruptas, el maltrato por parte de las instituciones estatales a los sectores más desprotegidos, en medio de una extrema polarización social, fueron el combustible que calcinó al gobierno de Fernando De la Rúa y Domingo Cavallo y ya puso incandescente al de Adolfo Rodríguez Sáa. La profunda aversión hacia el sistema político volverá a encenderse si el cambio que se percibe en el discurso oficial no se refleja también en la realidad cotidiana, como lo insinuó la reestructuración del gabinete nacional impulsada a golpes de cucharón. La profundidad de esos fenómenos ya era ostensible en una investigación del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD sobre la democracia en la Argentina, realizada al mismo tiempo que las elecciones de octubre, en las que el voto fue utilizado como un azote contra la Alianza y, en menor medida, contra el justicialismo. Como De la Rúa no quiso escuchar, su enfurecida base electoral se lanzó a las calles, donde alterna con otros sectores populares que, en el último año y en respuesta a diferentes conducciones políticas, realizaron paros, huelgas y marchas, montaron piquetes sobre rutas y avenidas, celebraron asambleas populares, se foguearon en la fricción callejera contra las fuerzas represivas y hasta convocaron a una elección nacional, en la que más de tres millones de personas votaron una propuesta económicosocial alternativa. Ese somero recuento basta para descartar las interpretaciones espontaneístas de lo sucedido, lo cual tampoco equivale a decir que la decisión colectiva de ocupar el centro de la escena política haya tenido alguna organización centralizada. Condiciones para la aventura El conocimiento del profundo malestar social que comenzó a manifestarse durante la segunda presidencia de Carlos Menem pero se agravó en los dos años del mandato delarruista hasta tornarse explosivo con la decisión oficial de secuestrar los depósitos bancarios impulsó al PNUD y al poderoso Episcopado de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, a propiciar un cambio de rumbo, negociado y controlado. El representante de las Naciones Unidas en la Argentina, Carmelo Angulo Barturen y el cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio apoyaron los intentos del ex jefe de gabinete Chrystian Colombo por eyectar del gabinete a Cavallo, antes de que la crisis arrastrara también al presidente, y reemplazarlo con un acuerdo entre justicialistas y radicales. De la Rúa, que siempre llegó tarde adonde nunca pasaba nada, recién decidió aceptar ese consejo el jueves 20, luego de declarar el estado de sitio y ordenar la más cruenta represión de una protesta social que se recuerde desde la Semana Trágica de 1919. Pero a esa altura, la mayoría justicialista en ambas cámaras ya había iniciado el procedimiento para su destitución por juicio político lo cual, junto con la incontenible insurrección popular, forzó su renuncia. Ante las reiteradas evasivas de De la Rúa, el PNUD lo invitó a una reunión en la sede de Caritas, el miércoles 19, a la que también asistieron Menem, Raúl Alfonsín, Colombo y los gordos de la UIA y la CGT, con el pretexto de presentarles los avances del Informe sobre la Democracia en la Argentina realizado por el PNUD bajo la dirección del sociólogo Juan Carlos Portantiero, quien en la década de 1980 fuera asesor y speechwriter de Alfonsín, y con trabajo de campo a cargo de Gallup Argentina. Sus conclusiones muestran la aguda conciencia popular de algunos problemas centrales de la democracia y señalan que si no se las atiende estarán dadas algunas de las condiciones necesarias para una aventura autoritaria. Coalición de facto El 92 por ciento de los consultados (mayores de 17 años, residentes en localidades de más de 10.000 habitantes) opinó que la situación económica del país era mala o muy mala y el 41 por ciento dijo que empeoraría en el año siguiente. Si la pregunta se refería a la situación económica personal, para el 76 por ciento era mala o muy mala y el 30 por ciento consideraba que un año más tarde sería aún peor. Los dos problemas más importantes mencionados fueron la corrupción de los gobernantes y la desocupación, algo que explica la coalición de facto entre distintos sectores sociales que poco después se haría evidente en las calles. Tres de cada cuatro consultados manifestaron una aguda conciencia de la pobreza, la polarización social y la desigualdad. Las respectivas preguntas inquirían si la cantidad de gente que no tiene recursos para vivir con dignidad, la distribución despareja de la riqueza y la distancia que separa a los más ricos de los más pobres son características muy, bastante, poco o nada presentes. El 72 por ciento dijo que la desigualdad y la polarización estaban muy presentes, cifra que creció al 74 por ciento respecto de la pobreza. Derechos vulnerados Cuando a los 1862 entrevistados en las regiones metropolitana, pampeana,
Cuyo, NOA y Patagonia se les preguntó cuáles eran sus derechos
como ciudadanos y como personas en una democracia las respuestas espontáneas
asignaron una clara prioridad al componente social. La primera mención,
con el 57 por ciento de las respuestas, fue para el derecho a un trabajo
o un salario. Con 31 por ciento le siguió el derecho a la educación
y con 28 por ciento el derecho a la salud. La primera sorpresa es que
a continuación los consultados mencionaron el derecho a la libertad
de expresión, opinión o información, con el 16 por
ciento. Es seguro que ni los encuestadores ni los consultados hayan pensado
en las formas que esa libertad asumiría dos meses después.
Seis a cuatro A pesar de la gravedad de la crisis desatada por el estrepitoso fracaso
del gobierno de la Alianza y Acción Republicana, el 57 por ciento
de los entrevistados aún piensan que la democracia es preferible
a cualquier otra forma de gobierno. Pero un 21 por ciento dijo que
no tenía preferencia entre un gobierno democrático y uno
no democrático y un 18 por ciento opinó que en algunas
circunstancias un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático.
Esto implica una masa de maniobra de nada menos que el 39 por ciento de
la población para cualquier aventura autoritaria. La misma pregunta
se viene repitiendo desde junio de 1995, luego de la reelección
de Menem, cuando el 76 por ciento respondió que la democracia era
preferible a cualquier otra forma de gobierno. Ese porcentaje se mantuvo
con una leve disminución durante los años finales del menemismo.
Pero en mayo de 2001, luego de la renuncia del vicepresidente Carlos Alvarez
y de la designación a su sugerencia de Domingo Cavallo como ministro
de Economía, ya había caído al 58 por ciento. El
promedio del interior coincide con el nacional, pero el de la Capital
asciende al 66 por ciento y el del Gran Buenos Aires disminuye al 53 por
ciento de opiniones en favor de la democracia como forma de gobierno.
Cuatro de cada diez respondieron que si hay un líder fuerte
que demuestra saber cómo hacer las cosas, los partidos y el Congreso
están demás. Insatisfacción El 85 por ciento dijo que estaba poco (50 por ciento) o nada (35 por ciento) satisfecho con la democracia. En 1995, la insatisfacción parcial o total comprendía al 46 por ciento y entre ellos sólo el 2 por ciento se declaraba nada satisfecho. El porcentaje de insatisfacción parcial llegó al mismo valor que ahora en 1996, pero luego descendió, al 35 por ciento en noviembre de 1998. En mayo de este año era del 41 por ciento y en noviembre volvió al 50. Más impactantes son los porcentajes de insatisfacción total, que del 10 por ciento dos meses después de asumir De la Rúa y Alvarez, saltó al 36 por ciento en mayo de este año y apenas descendió al 35 por ciento en noviembre. Para el 84 por ciento la situación política era mala o muy mala y el 71 por ciento consideraba que un año después sería aún peor, mientras apenas el 16 por ciento esperaba alguna mejoría. En la práctica lo más importante es lo peor evaluado: la vigencia de los derechos sociales, dice el informe del PNUD. En una escala de 1 a 7 la importancia para la democracia de los derechos a la salud, la educación y la vivienda fue de 6,9 y su presencia en el país se evaluó en 2,4. Con el derecho al trabajo el contraste fue aún mayor: la valoración de su importancia es de 6,87 y de su vigencia de 1,91. Lapregunta que obtuvo mayores respuestas positivas decía: Hay tanta corrupción e impunidad que la igualdad ante la ley no existe. Nueve de cada diez estuvieron de acuerdo. Cada una de esas respuestas explica los acontecimientos de diciembre mejor que cualquier teoría conspirativa. El poder Las instituciones que mayor confianza merecen a la sociedad son las escuelas
y los hospitales públicos y las universidades (69, 66 y 59 por
ciento). Luego siguen las iglesias, con el 51 por ciento y las organizaciones
no gubernamentales y los medios de comunicación, con el 49 por
ciento cada uno. A la inversa, sólo el 5 por ciento tiene alguna
confianza en los partidos políticos, el 7 por ciento en el Congreso,
el 8 por ciento en el gobierno nacional, el 9 por ciento en los sindicatos,
el 10 por ciento en el presidente (cuando el cargo lo ejercía De
la Rúa) y el 17 por ciento en las grandes empresas. Un mundo sin rumbo Como pocos días después lo ratificarían los cacerolazos, el 93 por ciento confesaba poca (41 por ciento) o ninguna (52 por ciento) confianza en los políticos. En consecuencia, el 95 por ciento sostuvo que era necesario mejorar la calidad de la política y de los políticos y nada menos que el 79 por ciento consideró que eso era posible, porque para el 63 por ciento la democracia sin política sería un caos, un mundo sin rumbo y para el 60 por ciento sin partidos no puede haber democracia. Tres de cada cuatro dijeron que los partidos eran necesarios para la democracia pero que era necesario cambiarlos y renovarlos. La utilidad de los partidos reside, para el 70 por ciento, en que dan cuenta de la diversidad de intereses que existen en la sociedad. Casi el mismo porcentaje (68 por ciento) dijo que la corrupción y la falta de ideas y capacidad de los políticos eran la causa principal de los problemas del país, mientras que sólo el 8 por ciento los atribuyó a la globalización, los Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional y el 18 por ciento responsabilizó a ambos por igual. Aun así, el 68 por ciento cree que las fuerzas de mercado son tan poderosas que la política ya no cuenta. Justicia y control popular Acerca de los medios para mejorar la calidad de la política, una
justicia que castigue los actos de corrupción atrajo el 66 por
ciento de las opiniones y la reducción de sueldos de los legisladores
el 45 por ciento. Un tercio de las opiniones mencionaron la capacitación
de los políticos,el control popular para que rindan cuentas y la
mayor participación popular, mientras un cuarto propuso reformas
que garanticen el cumplimiento de las promesas electorales. El 84 por
ciento sostuvo que el mejoramiento de la política se conseguiría
con eficacia en la gestión del gobierno, si los funcionarios resolvieran
los problemas de la gente. El 72 por ciento confía en el surgimiento
de nuevos dirigentes de los mismos partidos y el 66 por ciento menciona
la aparición de un nuevo líder como fueron en su momento
Yrigoyen o Perón. El 67 por ciento se inclinó por
un consenso entre todas las fuerzas políticas. El 59 por ciento,
por una forma de gobierno parlamentaria o semi y el 57 por ciento consideró
que la solución vendría de la mano del surgimiento de nuevos
partidos políticos. El 53 por ciento mencionó la organización
de un movimiento apolítico de ciudadanos y el 52 por ciento cuestionó
las denominadas listas sábana. Con el 80 por ciento, la justicia
fue considerada la institución más útil para promover
el cambio en la política, seguida por los medios de comunicación,
con el 78 por ciento, las universidades con el 71 por ciento, los partidos
políticos con el 57 y las organizaciones no gubernamentales con
el 56 por ciento. Sólo un tercio consideró que los sindicatos
y las Fuerzas Armadas pudieran contribuir y la mitad mencionó a
la Iglesia.
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