Con miradas similares, la líder
del ARI, Elisa Carrió, y el jefe del Frepaso, Aníbal Ibarra,
salieron ayer a hablar del cacerolazo del viernes y del nuevo brote de
violencia en la Plaza de Mayo. Acá la gente ya no dice roban
pero hacen, acá la gente quiere una nueva justicia, una nueva
forma de representación política: la gente no va contra
la República, sino que viene por una nueva República,
sostuvo la legisladora chaqueña, e insistió con que no
hay crisis de gobernabilidad sino de régimen. El jefe de
Gobierno porteño, por su parte, opinó que la gente
no salió a la calle para que vuelvan personajes que no pueden salir
a la calle y agregó que sólo un gran acuerdo
entre todos los sectores permitirá superar la crisis.
Ayer, después de la protesta espontánea, la marcha en Plaza
Mayo y la violencia de madrugada, hubo pocos dirigentes no peronistas
que se animaran a hablar. Mientras el gobierno de Adolfo Rodríguez
Saá debatía cómo reaccionar, los principales referentes
del radicalismo prefirieron llamarse a silencio. Sólo Carrió
e Ibarra, dos de los pocos dirigentes opositores que quedan en pie, se
animaron a fijar posición.
La legisladora chaqueña y candidata a presidente por al ARI aseguró:
el regreso de los viejos rostros terminaron dándome la razón
y la postura de un presidente que quiere postergar el tema de las elecciones,
con el supuesto fin de quedarse hasta el 2003, terminó en un cacerolazo
a seis días de asumir. Enojada, Carrió recordó
que había advertido a Adolfo Rodríguez Saá que debía
llamar a gente honesta para su nueva gestión y que sólo
puso en evidencia una actitud hiperkinética, al reunirse
con todos para crear una enorme incertidumbre sin solucionar nada.
Acá se vienen cuatro meses muy duros. No hay crisis de gobernabilidad
sino de régimen, continuó Carrió. Y agregó:
Hay un profundo reclamo de justicia y de un nuevo orden moral en
la Argentina. La gente quiere una nueva justicia y una nueva forma de
representación política, la gente viene por una nueva República
Para la legisladora, la solución pasaría por una un
acto constituyente, una fuerte intervención popular
que debería remover todos los poderes del Estado y llamar
a elecciones que permitan la participación no sólo de los
partidos políticos, sino de organizaciones no gubernamentales o
grupos de independientes.
Como parte de esta refundación se debería renovar la Justicia.
La Corte Suprema, repudiada ayer por la protesta en distintos puntos del
país, se tiene que ir, pero por mecanismos institucionales.
Hay que tener cuidado de que la pasión devore la razón.
Tenemos que tener mucho cuidado para que las personas que lleguen lo hagan
con una exigencia moral casi heroica en estos tiempos de refundación,
concluyó Carrió.
Desde el Frepaso, Ibarra opinó que se confundieron quienes
pensaron que la ida de (Fernando) de la Rúa permitía cualquier
cosa, ya que el nuevo cacerolazo demuestra que se terminó
la impunidad política frente a la sociedad. La gente dijo
el ex fiscal no había salido a la calle para que volvieran
muchos personajes que no pueden circular por la calle.
El jefe de Gobierno porteño dudó sobre la realización
de las elecciones. Rotas las cadenas de pagos, con la chance de
que si se levanta el corralito se caen los bancos, con la economía
parada, en default, con el crédito cortado, y si a eso le sumamos
la interna política, queda claro que estamos en el peor escenario,
explicó.
Hay que entender que hace falta un gran acuerdo nacional, pero lo
único que lo frena es que el PJ no se pone de acuerdo en su interna.
Sino lo resuelven en las próximas horas deberán cargar con
la profundización de la violencia en la Argentina, dijo Ibarra.
Pero, a diferencia de Carrió, el frepasista no reclamó elecciones
sino que el peronismo complete el mandato hasta el 2003 a través
de un acuerdo que contemple a la Iglesia, la UIA, el sindicalismo
y todos los sectores políticos. Esta es la única forma para
que llegue ayuda del exterior y la única salida sensata para ordenar
la economía y crear un país distinto. Es cuestión
de horas, concluyó.
Emergencia en la Ciudad
La Legislatura porteña pospuso para hoy a las diez de la
mañana la sesión extraordinaria en la que se deben
debatir una serie de proyectos claves, entre ellos una ley para
declarar la emergencia económica y social en la Ciudad de
Buenos Aires. Ayer, desde temprano, los titulares de los bloques
comenzaron a negociar la iniciativa que le permitiría al
jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra, vender libremente los inmuebles
de la Ciudad o renegociar contratos con el objetivo de ahorrar recursos.
Pero en el texto de la ley se prevé, de todos modos, que
una comisión legislativa de siete miembros presidida por
un legislador del bloque justicialista supervisará la gestión
de Ibarra, para evitar abusos. El otro punto clave es el que permite
al gobierno porteño cobrar en Letras de Coparticipación
(LECOP) una deuda que la Nación mantiene con el distrito.
En la discusión, legisladores de todos los bloques rechazaron
la posibilidad de que el Gobierno de la Ciudad declare en disponibilidad
a algunos de sus empleados, por lo que no habría ningún
despido.
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OPINION
Por Noé Jitrik
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Analogías
En la muy bien hecha, y por eso interesantísima, biografía
de Natalio Botana, ese zar del periodismo que siguiendo el modelo
de William Randolph Hearst dominó la opinión pública
argentina durante más de una década, en especial la
que va de 1928 a 1940, Alvaro Abós, su cuidadoso autor, exhuma
un fragmento del editorial de Crítica del 6 de septiembre
de 1930. Creo que vale la pena reproducirlo, los atentos y críticos
(valga la aproximación fonética) lectores de Página
12 comprenderán de inmediato por qué.
Ya está otra vez tinta en sangre la mano del gobierno(...)
Era lo que faltaba para considerar a Yrigoyen caído y muerto
en el concepto público del país, si no lo estaba ya
antes de que sus esbirros hicieran fuego graneado sobre la multitud
estudiantil precisamente en la Plaza de Mayo que oyó el primer
grito de nuestra libertad. No existe el gobierno. Esos ministros
y altos funcionarios no son tales, porque el pueblo los ha exonerado.
Yrigoyen no es más Presidente de la República. Carece
de autoridad moral; se ha ganado el odio colectivo: se esconde amedrentado
en su fortaleza de la calle Brasil. El gobierno constituye en estos
momentos una ficción grotesca, que movería a risa
o daría grima si la sangre cálida de los muchachos
baleados cobardemente por la guardia pretoriana de Yrigoyen no hiciera
crispar los puños de indignación y no encendiera el
clamor categórico: ¡Que renuncie, que renuncie! Por
las calles de Buenos Aires, de todo el país, corre el tumulto
arrollador de la protesta popular (...) ahora mismo puede asomarse
al balcón y presenciar el espectáculo imponente de
la multitud indignada, execrando su nombre en todos los tonos y
exigiéndole la renuncia. ¡Que renuncie! ¡Que
renuncie! ¡Que renuncie!
A la historia, decía Borges, le gustan las simetrías.
Es más, diría yo, todo parece una sola y continuada
historia cambiando apenas algunas palabras, una pizca de estilo:
varios analistas de los sucesos del 20 de diciembre, desconocedores
del arrebatado texto de Botana, lo interpretaron casi en los mismos,
sorprendentemente idénticos, términos. Acaso se identificaron
con él. Lo que da que pensar tanto acerca de las interpretaciones
como de la situación misma. Tal vez algunos entiendan que
quiero decir que no hay diferencia entre Yrigoyen y De la Rúa,
lo cual puede sonar a herejía, sobre todo porque aquél
está santificado, porque pocos piensan hoy que aquella protesta
popular implicaba una verdad y, por el contrario, la condenan
al condenar el golpe que llevó a Uriburu al poder. El General
fascista que vino a poner orden, olvidando de qué modo Botana
había colaborado para que él accediera a la Rosada,
no tardó en clausurar Crítica: desconfió, seguramente,
del lenguaje agresivo de Botana, un uruguayo por añadidura
además de periodista que se creía un émulo
de Sócrates.
A su turno, De la Rúa está tan demonizado ahora que
es muy difícil que se levante alguna voz para dudar del cacerolazo
y de la tremenda verdad propalada por su ruido. Pero tampoco es
improbable que el propio De la Rúa, que debe haber leído
a Félix Luna, tienda a identificarse con el viejo profeta
del silencio, también calificado de autista en su momento,
y no con Alem, que terminó con un pistoletazo en la sien.
Tal vez entre autismo y suicidio transcurre la historia de los radicales
que, por añadidura, cuando están en el poder o en
la ilusión del poder, dejan, seguramente sin desearlo y con
un sentimiento trágico de la historia, unos cuantos cadáveres
que claman venganza. Y si sin ningún esfuerzo podemos atribuirle
a De la Rúa tal identificación, tampoco es del todo
delirante atribuir a los analistas del 20 de diciembre una paralela,
aunque sin saberlo, identificación con Botana.
Nada es, sin embargo, igual: las similitudes históricas son
un mero ejercicio que puede ser engañoso; a lo sumo pueden,
en la ocasión, servir para mitigar ciertos entusiasmos, algunos
ingenuos, otros interesados. Pero más interesante sería
razonar sobre lo que ya, sin contención,podemos denominar
el fracaso radical. Aventuro una hipótesis: una
vez en el gobierno, los radicales, sean quienes fueren y se hayan
adiestrado como se hayan adiestrado, suelen creer que están
en el poder y en lugar de combatirlo como les está indicado
por lo que enuncian antes de llegar admiten su lógica, tratan
de arreglarle los asuntos pendientes con más ardor que los
dueños mismos de las estructuras del poder, le barren la
trastienda, asumen todos los costos con una mística y una
devoción y un convencimiento que nada tiene que ver con su
propia tradición ni con lo que se espera de ellos ni con
lo que representan. Y como el poder es ingrato se los saca del medio
con gran alegría de casi todos puesto que, como cualquiera
puede darse cuenta, con tal servicio tampoco acumularon poder y,
por cierto, desampararon a quienes debían cuidar, o sea a
su propio pueblo.
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