Desde el centro de la cancha
de Racing, del Cilindro de Avellaneda, los Super Ratones marplatenses
entonaban: ¿Cómo estamos hoy, eh? y los hinchas,
todavía extasiados de felicidad, no pudieron no supieron ni quisieron
respondérselo porque les resultaba imposible conectar ese momento
definitivo de sentirse campeones, que soñaron infinitamente, con
la razón. Ayer sólo hubo espacio para la libertad de sentimientos
en la tarde gris de Avellaneda: las risas de los más jóvenes
y el llanto de los veteranos, nostálgicos, principales víctimas
de una frustración que parecía prolongarse eternamente.
Es que, por fin, ayer Racing vivió su fiesta, la que
necesitaba, la que merecía, la que había imaginado, con
alto grado de locura, cuando el descenso, la quiebra y la pobreza futbolística
eran sus temas cotidianos.
Para muchos fue un volver a vivir, para otros descubrir la felicidad y
para todos consistió en un guiño divino destinado a regar
de alegría los maltratados pero nobles corazones académicos.
Dios es de Racing, aseguran sus fieles. Ciertamente, es imposible
comprobarlo. Pero sí es cierto que el sentimiento por La Academia
tiene varios puntos en común con lo religioso. Los mueve la fe,
los une el amor, los funde la pasión, los identifica su rechazo
al Diablo, el vecino que sufre y se refugia en Avellaneda
por el festejo ajeno.
Merlo, Campagnuolo, Loeschbor, Ubeda, Bastía, Chatruc, Estévez
y compañía se incorporan desde ahora a la galería
de santos racinguistas que integran desde hace tiempo Pizzuti, Cárdenas,
Basile, Perfumo y tantos otros. Ayer fue así. La imagen de todos,
los que están y los que no, se proyectó en el cielo, donde
brilla gloriosa la blanca y celeste, y los hinchas, agradecidos, les brindaron
tributo sin distinción. Fue por fin la fiesta de Racing, la de
su grandeza, la de su historia y sus figuras pero, fundamentalmente, la
de su público.
Ayer, cuarenta y cinco mil personas vibraron, se estremecieron y provocaron
una catarata de estímulos, perceptible incluso para aquellos que
no comparten la pasión por esa camiseta. Tenés que
salir campeón, éste es el año..., bramó
la hinchada. Se viene el Racing campeón, anunció
como si todavía faltara. Pero todo eso era ya verdad: Racing campeón,
el 2001 fue el año por el que esperaron otros 35, nada
menos. En la esperada celebración de Racing se gozó con
locura de todo: los shows musicales de Mala Fama, los Super Ratones, Animal;
las murgas...
Se aplaudió hasta el cansancio a las viejas glorias y se alentó
a viva voz a las nuevas, que ingresaron de a una y paso a paso como
sugirió Merlo para ser condecoradas por la conquista.
Finalmente, primero el entrenador pronunció su discurso como si
fuese presidente muchos fanáticos se animan a candidatearlo
para el 2003 ante la crisis de la política argentina y el
gerenciador, Fernando Marín, desató el delirio cuando aseguró,
ya sin red ni pudores: Vamos por más.
Después fue el momento de la vuelta olímpica, instante preciso
de los sueños académicos, y después, el partido.
Pero... ¿qué importa el partido? Sólo es una excusa
del merecido festejo. Lo único importante es que Racing es campeón.
Su gente y el fútbol argentino lo celebran.
Salud.
EL
PARTIDO FUE UN BUEN PRETEXTO
Una goleada a toda Costas
Racing prolongó la fiesta
del jueves al golear anoche por 5-1 a Guaraní de Paraguay, un débil
partenaire que se prestó fielmente al festejo académico.
Los goles del equipo de Avellaneda fueron convertidos por Maximiliano
Estévez, de penal, el defensor Gabriel Loeschbor, Luis Rueda, Diego
Milito y Diego Loscri, mientras que Héctor Cabrera, de penal, anotó
el descuento del subcampeón paraguayo. Racing redondeó una
goleada lógica porque su sparring bajó los brazos en el
segundo tiempo y le permitió al campeón argentino florearse
y terminar con un final de nocaut entre lujos y goles. La cuenta llegó
a cinco pero bien podría ver sido mucho mayor.
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