Por Carlos Rodríguez
Poné que a mi
hermano lo asesinaron, no que lo mataron. Con los ojos llorosos,
uno de los dos hermanos de Daniel Enrique Matassa, de 23 años,
hizo hincapié en el tono que, desde su dolor, sentía que
debía tener la crónica sobre un acto irracional que acabó
con la vida de tres jóvenes. En la madrugada del sábado,
un suboficial retirado de la Policía Federal acribilló a
balazos en un maxikiosco a tres muchachos, todos vecinos del barrio porteño
de Floresta, sólo porque uno de ellos hizo un comentario jocoso
al ver por la TV imágenes de la paliza que recibió un uniformado
durante el cacerolazo del viernes por la noche. Ayer por la tarde, los
vecinos atacaron dos veces la sede de la Comisaría 43, donde estaba
alojado el acusado por el triple crimen, y al cierre de la edición
seguían caldeados los ánimos por las muertes y por la represión
policial que siguió a la protesta.
Asesinos hijos de puta. Mataron a tres pibes inocentes.
Maldita puta policía. Las pintadas clausuraban, más
que las cintas que puso la policía, el maxikiosco ubicado en la
esquina de Gaona y Bahía Blanca, cercano a una estación
de servicio de GNC. La tragedia ocurrió a las 3.50 de la mañana
de ayer, cuando ingresaron en el negocio Matassa, Cristian Gómez
(25), Maximiliano Tasca (25) y un cuarto joven que logró escapar
de la virtual cacería de la que fue ejecutor un suboficial retirado
de la Federal de quien apenas trascendió el apellido, Beláustegui,
y la edad estimada, que rondaría los 60.
La televisión mostraba las escenas violentas en Congreso y Plaza
de Mayo. Maxi Tasca comentó, con una sonrisa, mientras
miraba a los manifestantes golpear a un policía: Está
bien, eso es en respuesta por lo que hicieron la semana pasada.
Nadie acierta a saber si tuvo la intención de ofender al policía
retirado, que estaba de civil cumpliendo desde octubre servicios
de custodio tanto en el maxikiosco como en la estación de YPF.
El policía se enojó, gritó basta
y le pegó un tiro. La testigo principal, que hizo declaraciones
a la prensa, fue la encargada del kiosco. Otra mujer, que estaba comprando
en el negocio, y el empleado de una gomería cercana, hicieron la
misma descripción de los hechos, que ahora deben ser analizados
por el juez Julio Quiñones. La causa fue caratulada triple
homicidio.
La más locuaz fue la encargada: Después de decir basta
le apuntó con la pistola y disparó una vez. Maxi fue
el primero en caer al piso. El segundo blanco fue Cristian El Gallego
Gómez, que vivía a metros del lugar. Cristian cayó
y cuando estaba en el piso, le volvió a tirar, relató
la encargada, que mantuvo su nombre en reserva a pesar de que su imagen
salió por televisión. La mujer estuvo a punto de ser herida:
Un muchacho de la gomería (otro de los testigos) me puso
debajo de la mesada, desde donde seguí escuchando disparos y luego
vi a Cristian detrás de la caramelera; se estaba agarrando el estómago.
Los testigos aseguraron que el suboficial retirado sacó a
los tres chicos fuera del negocio, arrastrándolos mientras los
tomaba por los pies y después hizo un llamado telefónico.
A los pocos minutos llegó personal de la Comisaría 43, que
se llevó de inmediato los cuerpos y realizó una limpieza
general en el negocio, que por un rato más siguió atendiendo
a la gente como si nada hubiera pasado, comentaron varios vecinos
del barrio. Eso provocó la primera reacción, contra los
dueños del kiosco, que cerraron para evitar lo que era un virtual
linchamiento.
La calentura general tuvo el efecto de una olla a presión. Cerca
de las 17, un grupo de vecinos cargó contra las instalaciones de
la 43, en Chivilcoy 453, tratando de hacer justicia por mano propia, ya
que Beláustegui había sido llevado a esa seccional. Después
de las primeras escaramuzas, durante las cuales fueron destruidos dos
autos estacionados frente a la comisaría, la policía tiró
gases y los vecinos retrocedieron. Media hora después se sumó
un grupo de jóvenes, algunos de ellos señaladospor la policía
como supuestos miembros de la barra de All Boys. Esta vez
el enfrentamiento fue feroz.
La policía tiró gases lacrimógenos y balas supuestamente
de goma, mientras los vecinos arrojaban piedras que convirtieron
a la calle Chivilcoy, entre Gaona y Avellaneda, en un campo de batalla.
La violencia policial fue mantenida a raya con piedras que dejaron al
barrio sin los coquetos canteros de ladrillo a la vista que circundan
cada árbol, cada jardín. Una autobomba de la Federal perdió
el parabrisas durante la pelea, que fue cuerpo a cuerpo. Los jóvenes
siguieron montando guardia sobre Gaona, mientras que otros vecinos, con
cacerolas y bombos, cortaron la avenida Avellaneda. El barrio, unido,
jamás será vencido, fue la consigna. La tensión
hizo que algunos confundieran al enemigo e increparan a los fotógrafos.
Otros salieron en defensa y justificaron: Estamos mal porque nos
mataron a tres amigos, sin ninguna razón.
Enrique Matassa, el papá de uno de los jóvenes asesinados,
es propietario de una inmobiliaria. El padre el Gallego Gómez
tiene un negocio enfrente del maxikiosco y vive a media cuadra de la comisaría.
Maxi, la tercera víctima, es hijo de un portero y vivía
a sólo cuatro cuadras. Todos eran habitués del lugar y nada
hacía suponer que pudieran correr algún peligro allí,
en el barrio de toda la vida.
Al asesino lo sacaron en una ambulancia, aseguró un
vecino minutos después de la segunda batalla sobre el asfalto.
A Maxi le voló los sesos, a mi hermano le pegó dos
tiros y al Gallego le vació el resto del cargador:
te das cuenta de que fue un asesinato salvaje, una locura que nadie puede
entender. El hermano de Daniel Matassa tenía todos los argumentos
para pedir contundencia en la crónica periodística. La furia
de los vecinos era incontenible para el oficial Lallana, con varios años
en el barrio, quien trataba de convencerlos para que volvieran a sus casas:
Ya nos rompieron dos autos, ahora váyanse.
Mataron a tres pibes, déjennos expresar la bronca. No sean
corporativos. Están defendiendo a un asesino.
Avanzada la noche, el diálogo se hacía cada vez más
difícil y los vecinos habían iniciado una larga vigilia
en la calle, mientras los tres chicos eran velados a metros del lugar.
Estamos podridos de los que nos matan a los hijos. Y de estos hijos
de puta que nos reprimen. La mamá de Cristian no podía
dejar de gritar.
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