|
Atomos
y vacío
Nada existe,
excepto átomos y espacio vacío; todo lo demás es
opinión.
Demócrito, Siglo V antes de Cristo.
Por Martin
De Ambrosio
Hace 2500 años, en la
ciudad de Abdera, a un filósofo llamado Demócrito o tal
vez a su maestro Leucipo se le ocurrió que todo estaba formado
por átomos (la unidad mínima de materia que, como su significado
en griego lo indica, no puede dividirse); átomos que nadan en medio
del vacío. Los átomos de Demócrito estaban siempre
en movimiento, existían en número infinito y sólo
se diferenciaban por tamaño y forma: algunos eran irregulares,
otros ganchudos, otros cóncavos, otros convexos, entre otras características
que permitían explicar los datos que percibían los sentidos.
Así, las cosas dulces estaban formadas por átomos lisos;
y lo agrio y lo amargo lo producían átomos en forma de gancho
que dañaban la lengua, etcétera. La teoría de Demócrito
fue algo olvidada, especialmente por la mala prensa que Aristóteles
le confirió –como a todos sus antecesores–, hasta que
el químico inglés John Dalton la revivió hacia principios
del siglo XIX. A Dalton (el mismo que sufría un problema de distinción
de los colores que estudió en profundidad y que se llama daltonismo
justamente por él) le parecía que toda la materia podía
reducirse a principios elementales e indivisibles, y por eso bautizó
a su criatura con aquel mismo nombre griego. Pero no habían pasado
en vano más de veinte siglos: la teoría ahora tenía
un soporte cuantitativo y experimental que posibilitó la química
y la física moderna, aunque el átomo seguía indivisible.
Tuvo que pasar un tiempo hasta que en 1897 el físico inglés
J. J. Thompson descubrió al electrón, y sólo después
se comprobó que los átomos estaban conformados también
por un núcleo que tiene protones y neutrones, además de
los electrones que giran alrededor del núcleo. De modo que el átomo
ya no era el último ápice de la materia, aquello indivisible
que formaba todas las cosas. Había algo aún más fundamental
que el átomo, y que lo componía. Ese fue el adiós
a su indestructibilidad y el comienzo de una carrera que todavía
no se detuvo –que no se sabe cuándo va a terminar– por
determinar cuál es la porción mínima de materia indivisible.
Tal vez sea una partícula que los físicos llaman el bosón
de Higgs y que se busca con ahínco porque las complejas teorías
actuales indican que debe estar ahí, agazapado, a la espera de
un ojo humano para sorprender. De la historia, del devenir del átomo
y de sus fatigosos componentes se habló en la tercera reunión
del Ciclo de Charlas de Café Científico, organizado por
el Planetario de la Ciudad de Buenos Aires, en la Casona del Teatro, que
contó con las exposiciones de los doctores en Física, investigadores
del Conicet y docentes de la FCEyN de la UBA Diego Mazzitelli y Ricardo
Piegaia. La próxima reunión de Café Científico
será el 19 de junio y el título será “Los alimentos
transgénicos: ¿son peligrosos?”
Breve historia de un concepto
Diego Mazzitelli: “La cuestión que tratamos hoy es la
constitución de la materia, la idea de que todo lo que nos rodea
está formado por entes más fundamentales. Y fue el estudio
de las reacciones químicas lo que le permitió a Dalton retomar
el concepto de Demócrito. Los químicos de la época
descubrieron que había leyes muy básicas: que la cantidad
de masa que había en los elementos que reaccionaban era la misma
que había en los productos finales de las reacciones –que
ahora se llama Ley de conservación de la masa–; o que los
distintos elementos se combinaban en proporciones muy simples, como las
que conforman el agua. Así, en 1803, Dalton postuló que
las cosas están formadas por átomos, que él seguía
pensando indivisibles, que tenían distintas masas, y que lo que
pasaba en las reacciones químicas era que había combinaciones
que formaban las cosas. Ese fue el primer avance notable. Y durante todo
el siglo XIX se avanzó muchísimo en la comprensión
del átomo: se llegó a estimar el número de avogadro,
establecido en 6 x 1023, que es un número muy grande. Todo ese
saber químico se condensa en la tabla periódica de los elementos
del ruso Dimitri Mendeleiev, con la que todos nos hemos topado alguna
vez, con mayor o menor simpatía”.
El conocimiento del átomo y su estructura interna cambió
de disciplina como un estudiante de secundaria que está indeciso
sobre qué estudiar, que le gustan mucho las ciencias llamadas exactas,
pero que titubea entre la química y la física. Del mismo
modo, el átomo fue un objeto de la química por mucho tiempo,
hasta que la física lo tomó para sí y ya es difícil
que lo suelte, al menos por un tiempo. Continúa Mazzitelli: “la
comprensión más profunda llegó recién en el
siglo XX, y se necesitó un cambio de método para conocer
las propiedades físicas de los átomos. Se pasó de
las reacciones químicas a la era de las colisiones. Ahora, la manera
que tienen los físicos de conocer el átomo es bombardeándolo.
Como es algo tan chico –un tamaño típico es una cien
millonésima de centímetro, 0,000000001 cm–, se debe
utilizar este método. Uno de los primeros experimentos de este
tipo fue hecho en 1911, por Ernest Rutherford. Ya se tenía alguna
idea del tamaño de los átomos y se sabía que existían
los electrones de modo que no era indivisible”.
El átomo como budín
Antes de la era de las colisiones y las supercolisiones subatómicas,
hubo que descubrir que en verdad había materia distinta al interior
de los átomos. El físico inglés Thompson en 1897,
que descubrió los electrones, seguramente era una persona un tanto
golosa, al menos es lo que deja entrever el modo en que se imaginó
el átomo. Mazzitelli: “Thompson pensaba que el átomo
era una especie de budín, donde la masa era un conjunto con carga
positiva y las pasas de uva eran los electrones con carga negativa. Esa
imagen tenía en mente. Podía ser, era una hipótesis.
Para testearla, Rutherford tomó una lámina de oro muy delgada
y la bombardeó con partículas que provenían de una
fuente radiactiva. Las partículas cargadas se dispersaban pero,
un poco por casualidad, se dio cuenta que algunas de estas partículas
volvían, volvían de la lámina, rebotaban. Rutherford
confesó que ‘era como si una hoja de papel hiciera rebotar
una bala decañón’, tal fue su sorpresa. La manera de
explicar ese resultado experimental era ni más ni menos que cambiando
la teoría de Thompson: el átomo no era un budín con
la carga positiva distribuida uniformemente, sino algo más parecido
al sistema planetario, con la carga concentrada en una región muy
pequeña, el núcleo, y con los electrones alrededor, girando.
Esa es la imagen que todos tenemos del átomo: un núcleo
con todos los electrones girando alrededor. Rutherford llegó a
cuantificar todo esto con números impresionantes: el núcleo
es de 10.000 a 100.000 veces más chico que el átomo. Los
físicos solemos dar ejemplos: se me ocurrió que si el núcleo
fuera una pelota de ping pong, los electrones estarían en una región
que va entre el Obelisco y el mercado del Abasto, para que se den una
idea del tamaño”.
El átomo como cosmos
Ricardo Piegaia: “Los físicos hemos ido entendiendo la
constitución de la materia mirando a escalas cada vez más
y más pequeñas, y cómo hemos entendido la constitución
de estructuras complejas a través de cosas más simples.
El problema es que a cada simpleza, se le agrega una cosa aún más
simple. Toda la materia está compuesta de moléculas, hay
millones de moléculas que componen todas las cosas que conocemos,
que se obtienen mezclando de maneras distintas unos 90 átomos.
Es un paso de simplificación: con 90 cosas, explicamos millones.
Pero 90 sigue siendo mucho. Se vio entonces que esos átomos están
compuestos de tres partículas: electrón, protón y
neutrón, que forman los 90 átomos. El siguiente paso era
ver si el electrón, el protón y el neutrón están
compuestos de otras cosas, adentro. (A eso habría que añadir
el fotón que es la partícula que transmite la fuerza electromagnética,
que le da estabilidad al átomo.) Luego, hubo una serie de descubrimientos,
cuando se reunieron las teorías cuánticas y la de la relatividad,
para comprender partículas muy pequeñas y que tienen gran
aceleración”.
Mazzitelli: “Claro, porque no se puede pensar como un sistema solar
en miniatura al modelo atómico, porque de esta manera el electrón
caería sobre el núcleo atómico. Esto indicó
que la física clásica no es el elemento adecuado para explicar
lo que pasa en escalas microscópicas. Por eso nació la mecánica
cuántica, que es una teoría que permite describir la física
nuclear, atómica y subnuclear. Es el comportamiento ondulatorio
de los electrones –como onda y como partícula– es el
que permite explicar la estabilidad de los átomos. Es una de las
teorías que ha sido probada con más precisión en
la historia de las ciencias y toda la era digital es hija de la mecánica
cuántica”.
Las partículas contreras
Son algunos de los problemas que surgen cuando la complejidad va
en aumento, el universo se hace cada vez más extraño y los
científicos se especializan tanto que es preciso estudiar muchísimo
para conocer una pequeña parcela de un campo particular. En 1932,
cuando se conocían sólo dos partículas subatómicas
–el protón y el electrón–, Paul Dirac encontró
que sus ecuaciones admitían dos soluciones: una para una partícula
de carga positiva y otra para una de carga negativa. Luego del desconcierto,
Dirac sugirió que esa solución podía corresponder
a una partícula desconocida, enteramente igual que electrón,
salvo en su carga, una especie de antielectrón. Era el nacimiento
de la antimateria.
Piegaia: “Tres años después de la predicción
teórica de Dirac, Andersen descubrió la antipartícula
del electrón. Por supuesto, recibió el premio Nobel. En
ese momento era muy extraño, pero hoy en día es facilísimo
en los laboratorios producir antipartículas, si utilizamos las
antipartículas como forma de descubrir modos de actuar de los átomos.
El proceso inverso de la ecuación de Einstein (la energía
es igual a la masa por aceleraciónal cuadrado, E=mc2) también
es posible: obtener masa de la energía. Ese proceso nos permitió
avanzar en la comprensión de la materia. La idea es la siguiente:
si yo hago chocar un electrón y un antielectrón a mucha
velocidad, con mucha energía, se aniquilan y producen un protón
y un antiprotón –la masa del protón es mucho más
pesada, dos mil veces, que la del electrón–. Este proceso
de fabricación de partículas es interesante: obtener masa
de energía. Lo verdaderamente interesante es aumentar las velocidades
y conseguir partículas que no conocíamos. La física
de partículas se basa en trabajar con aceleradores. Uno acelera
partículas, para que choquen con gran energía, y se empiezan
a obtener partículas de más masa, nuevas en cierto sentido.
La historia de los aceleradores comienza en 1950”.
Pero antes se había descubierto otras partículas. En 1933
se descubrió un pariente pesado del electrón, llamado muon,
al estudiar las lluvias cósmicas, que es unas 200 veces más
pesado que el electrón. Apareció experimentalmente al chocar
esas partículas ultra energéticas con la atmósfera
de la tierra; no se trata de algo producido por los físicos en
laboratorios, simplemente llegan a la tierra. Otro ejemplo: en 1947 se
encontró, en un laboratorio de Bolivia que se llama Chacaltaya,
más alto que La Paz, cerca del borde de la atmósfera, el
pion.
Piegaia: “La siguiente se encontró ya con los aceleradores
que el hombre inventó. Eso permitió que se encontraran muchas
de estas partículas. Un chiste dice que hasta 1950 al que encontraba
una nueva partícula le daban el premio Nobel, después de
1950 le cobraban una multa. El chiste tiene sentido porque empezaron a
aparecer partículas y partículas y partículas. Del
modelo simple se saltó a uno que mostraba que el protón,
el neutrón y el electrón tenían una cantidad enorme
de parientes, ciento y miles. Así quedó claro que la historia
no iba a terminar de este modo porque era inaceptable que hubiera cientos
de estas partículas elementales. Entonces, fue en la misma década
del ‘50 que Gell-Mann y Sweig propusieron el modelo de quarks. Estos
cientos de partículas se reducían a tres quarks (u, d y
s), con cargas fraccionarias (esa fue su debilidad, aún no se han
descubierto). Ahora, con tres partículas explicábamos todo.
Bárbaro, pero duró hasta 1974. En ese momento, se descubrió
un cuarto quark (c); en 1979 se descubrió un quinto quark (p);
y en 1995 se descubrió el sexto quark (t, descubrimiento en el
que tuve la suerte de participar) y todo se complicó nuevamente”.
Cuestión de acelerar
Ricardo Piegaia se refirió también a esos gigantes
laboratorios en que el hombre acelera partículas para comprender
cómo está hecha la materia. “El más grande de
los aceleradores es circular y está ubicado en la frontera entre
Francia y Suiza. Es un laboratorio subterráneo, hasta 130 metros
bajo tierra, y es un anillo de 27 kilómetros de largo donde viajan
electrones y antielectrones en direcciones opuestas, se los hace chocar
y se obtienen esas nuevas partículas. Fue construido para descubrir
la partícula esencial. Y ahora está siendo reformado con
un costo de 7.000 millones de dólares para encontrar al Higgs que
es lo que la Física prevé y aún no se ha encontrado.
Los físicos creemos que la vamos a encontrar, porque eso explicaría
el origen de la masa de todas las partículas y es la partícula
que falta para completar el cuadro de la física teórica
en términos de la que se entiende toda la materia de la cual estamos
constituidos. Esto es así porque las partículas elementales
son puntuales, no tienen volumen, no tienen estructura interna. Son 16,
y es un número demasiado grande para ser elementales. Es muy probable
que exista un nuevo paso en la Física en el que estas partículas
se entiendan en unas pocas partículas, dos o tres, en términos
de las cuales ellas están compuestas. Lo que sucede es que la energía
que producen hoy los aceleradores no hapermitido encontrar evidencias
de estas partículas. Nada impide que cuando se consigan mayores
energías para los aceleradores se encuentre que en realidad no
son puntitos sino pelotitas y que a su vez están compuestas por
otras partículas más pequeñas”.
Preguntas: Cerca de la revolución
La primera pregunta que surgió, entonces, fue si la física
seguiría completando casilleros siempre, siempre. Ricardo Piegaia
respondió: “En ese sentido la física se ha vuelta un
poco aburrida. Cada vez que se presenta un trabajo, el tipo que da la
charla dice: ‘hemos medido esto y aquello y está en todo de
acuerdo con las predicciones de la teoría tal o cual’. Estamos
aburridos y por eso buscamos un experimento que no esté de acuerdo
con la teoría, para ver en qué dirección hay que
seguir agrandando la teoría que tenemos. Por ejemplo: cuando se
vio que había partículas que tenían movimiento ondulatorio,
se descubrió la mecánica cuántica. Los físicos
necesitamos experimentos para cambiar la teoría. Por eso estoy
seguro que la historia no terminó acá porque, entre otras
cosas, 16 partículas son mucho. Debería haber una teoría
que englobara la teoría estándar. Ustedes habrán
oído hablar de las teorías de las Supercuerdas, Supersimetrías
u otra que se llama Technicolor. Son distintas maneras de explicar cosas
que no encajan con el modelo estándar. Cuando se encuentre un experimento
que no encaje con la teoría estándar, los teóricos
sabrán cuál es el camino, que tal vez no sea ninguna de
las teorías éstas y sea otra distinta”. En términos
del filósofo de la ciencia Thomas S. Kuhn, Piegaia pareciera asegurar
estar cansado de la ciencia acumulativa y desear una revolución
que cambie al fin el paradigma. Por supuesto que el nuevo paradigma debería
ser mejor, más explicativo y, en cierto sentido, englobar al modelo
estándar.
Mazzitelli también hizo su aporte: “Quiero agregar que todavía
no se ha encontrado una teoría que una a la teoría general
de la relatividad con la mecánica cuántica. Ese es otro
tema pendiente desde el principio de la mecánica cuántica
y es un objetivo de muchos de los físicos teóricos -como
yo– en el que Einstein trabajó hasta su muerte y no lo logró”.
Lo que supondría que no se trata de una tarea fácil.
Perfume de azar
Una de las últimas preguntas estuvo referida al indeterminismo
que conllevaría la mecánica cuántica que introduciría
el caos en el cosmos, del que sería válido afirmar cualquier
cosa, según el filósofo que preguntaba. Mazzitelli, por
cierto, no estuvo de acuerdo con la afirmación que entrañaba
la pregunta. “La mecánica cuántica predice con mucha
precisión, pero predice probabilidades. ¿Eso es determinista
o indeterminista? Bueno, depende de la definición de determinista.
Claramente, el tipo de predicciones son menos detalladas que las de la
física clásica: hoy conociendo la posición y la velocidad
de los planetas, haciendo cálculos más o menos complicados
se puede predecir la posición y velocidad que van a tener en tres
siglos. Ahora bien, conociendo el estado cuántico de un sistema,
dentro de tres siglos se puede saber la probabilidad de encontrar un átomo
en tal posición. Está esa palabra, probabilidad, en el medio.
Que esté esa palabra, no quiere decir que el universo sea caótico
o que se puede decir cualquier cosa sobre él. Queremos transmitir
que detrás de la mecánica cuántica hay muchos experimentos
muy, pero muy precisos que la confirman. Partiendo de los espectros que
mostré antes, hasta el efecto túnel que es la base del funcionamiento
de los transistores que, a su vez son la base de los circuitos integrados
que están adentro de las computadoras. Detrás de todo eso
está la mecánica cuántica, que está claro
que es distinta de la físicaclásica, y a la que le pone
límites de aplicabilidad. Es válida en el mundo macro, no
en el micro”.
La carrera hacia la unidad mínima (el a-tomos griego), que empezó
hace veinticinco siglos, continúa y parece estar muy lejos de finalizar.
Sin embargo, tal vez la solución esté a la vuelta de la
esquina y se llame Higgs. O tal vez no.

|