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Memes:
los genes del pensamiento
Por Pablo
Capanna
¿Para qué sirve
la visera de la gorra?
Con un criterio puramente funcional, cualquiera diría que sirve
para evitar que el sol pegue en los ojos. Por supuesto, para eso la visera
tiene que ir en la frente. En los años 50, cuando se popularizaron
las gorras con visera, se usaba así. Tanto Pig, el mecánico
de Bull Rockett imaginado por Oesterheld, como Juan D. Perón, en
cuyo homenaje por un tiempo la gorra llegó a llamarse Pochito,
usaban la visera siempre adelante.
Sin embargo, hace menos de veinte años la gorra se dio vuelta,
y la visera fue a parar a la nuca. Así solían usarla los
jugadores de béisbol, con la sana intención de ver llegar
la bola y evitar un pelotazo en el ojo. En algún momento, los demás,
aunque no tenían nada qué temer, los imitaron. En poco tiempo,
en todo el mundo las gorras se habían dado vuelta y aparentemente
los únicos que siguen usándola a la antigua son los soldados
iraníes, de puro fundamentalistas.
Ignoramos en qué momento y por qué causa se dio vuelta la
gorra, del mismo modo que desconocemos el origen de tantas otras modas.
Pero lo que sí sabemos es que una vez puestas en marcha se expanden
como epidemias. En algún momento se extinguen, quizás desplazadas
por una moda más poderosa, pero hay casos en que se eternizan como
la corbata, que surgió durante el sitio de Viena para imitar un
amuleto turco y nunca más pudo ser erradicada.
El mismo destino signa a las palabras, que nacen y mueren al ritmo de
la historia. Es difícil saber cuándo se extinguieron especies
como jailaife o esplín, que antes pululaban
en los tangos, o cuándo se produjo la mutación que dio origen
a palabras como re-masa o transar. Es difícil
explicar por qué la palabra emblemático, que
antes sólo usaba Borges, ha llegado a estar en boca de todos, hasta
de los jugadores de fútbol, con imprevisibles sentidos. Quizás
los lingüistas nos puedan explicar el mecanismo por el cual el boncha
de los años 50 desapareció durante toda una generación
para resucitar como el triunfante y omnímodo chabón
de los 90.
Plagas culturales
Una de las pocas personas que han reparado en el extraño fenómeno
de la inversión de gorras es el zoólogo inglés Richard
Dawkins, uno de los divulgadores y polemistas científicos más
conocidos de los últimos años. Dawkins ha intentado explicar
desde una perspectiva biológica las modas, los estereotipos, las
frases hechas y otros fenómenos culturales de vida generalmente
efímera. Nunca fue fácil determinar cómo brotan,
se difunden y se extinguen ni por qué mientras algunas se expanden
como plagas, otras abortan sin llegar a prosperar.
El mérito de Dawkins es haber planteado el problema, haciéndose
eco de las sugerencias que hacía un pilar de la genética
como Jacques Monod hacia el final de El azar y la necesidad. Cuando escribió
su best-seller El gen egoísta (1976), Dawkins pensó que
había llegado el momento de establecer una analogía entre
genética y cultura, buscando el gen cultural.
Recordemos que, para Dawkins, árboles, mosquitos y hombres eran
apenas máquinas reproductoras. Su única función era
perpetuar la información genética de una generación
a otra, más allá de las aspiraciones de los individuos.
Una gallina era el recurso con que contaba el huevo para hacer más
huevos, y el huevo era tan sólo el soporte del genoma gallináceo.
Las unidades que codifican la información biológica son
los genes, que la transmiten mediante la replicación y la reproducción.
¿Por qué no pensar en unidades análogas para la cultura?
Dawkins propuso que el mecanismo transmisor en este campo debía
ser la imitación.
Cosas como tonadas, ideas, consignas, modas y procedimientos podían
ser los programas básicos de la cultura. Puesto que se transmitían
por imitación, Dawkins los llamó mimemes (usando
la palabra como en mímesis, imitación), o memes
a secas, por analogía con genes.
Su colaborador N.K. Humphrey llegaba a afirmar entonces que los memes
son estructuras vivas, no en sentido metafórico sino técnico
que parasitaban los cerebros tal como los virus lo hacen con los organismos.
Para Dawkins, la cultura sería el campo de batalla donde los memes
compiten al estilo darwiniano para imponerse unos sobre otros. Los memes
serían tan egoístas como los genes. Si poseían un
valor de supervivencia, en sentido evolutivo, no era para que sobrevivieran
los individuos portadores sino el propio mensaje memético. De hecho,
siempre se supo que la cultura sobrevive a sus creadores y que el triunfo
de un escritor es llegar a ser anónimo.
La idea era atrayente mientras Dawkins se ocupaba del revuelo que solían
causar las rachas de entusiasmo por la minifalda, el yoyó, el hula-hula
o los chistes políticos, que suelen ser inmortales, al reciclarse
de un gobernante a otro. Lo mismo se diría de pautas culturales
como las que en algún momento jerarquizaron el acto de fumar o
desestimaron el peligro de las enfermedades sexuales. También podía
aplicarse a la circulación de los slogans: nadie recuerda que la
frase piensa globalmente, actúa localmente nació
en el seno del anarquismo situacionista de 1968; hoy la usan hasta los
más conservadores.
Yendo un poco más lejos, Dawkins calificaba como memes ideas tan
complejas y multiformes como la de Dios o la creencia en la vida después
de la muerte. Pero también admitía que la teoría
de Darwin no dejaba de ser un meme, con lo cual sin proponérselo
ponía en duda su objetividad.
La Memética
Las propuestas de Dawkins han cuajado en un movimiento que apunta
a crear una nueva ciencia llamada Memética. Entre las figuras más
conocidas que se sintieron atraídas por el proyecto o participaron
en él se cuentan los filósofos Douglas R. Hofstaedter y
Daniel Dennett; el padre de la nanotecnología, Eric Drexler; el
promotor de la criónica, Keith Henson y Richard Brodie, de quien
se dice que fue asistente técnico de Bill Gates y autor del programa
Word original.
La memética aspira unificar psicología, biología,
antropología y ciencias cognitivas. Un tanto enfático, Brodie
proclamó que estaba llamada a protagonizar el mayor cambio de paradigma
en toda la historia de la ciencia.
Del mismo modo que los individuos son máquinas reproductoras de
genes, la mente humana, afirma Dennett, es un complejo que va creciendo
a medida que los memes reestructuran un cerebro con el único fin
de volverlo más apto para su propia reproducción.
Los más fervientes reduccionistas no dudan en afirmar que todas
las religiones e ideas políticas pueden ser reducidas a memes o
complejos de memes. El polémico Dawkins carga un tanto las tintas
cuando describe los síntomas de la religión:
la fe, el sentido del misterio, la actividad infecciosa de
los predicadores. Pero quisiera creer que no está hablando en serio
cuando habla de la imposición de manos que se hace en la ordenación
sacerdotal como un ejemplo de contagio físico de los
memes. Aquí la metáfora parece habérsele descontrolado.
Brodie también sostiene que los virus mentales infectan a los niños
y son los responsables de calamidades como la delincuencia juvenil, la
malacalidad educativa y las familias monoparentales. Vaticina que las
autopistas de la información pronto les permitirán invadir
gobiernos y sistemas educativos enteros.
Por su parte, Vajk asegura que la perspectiva es un meme que nació
en la pintura del siglo XVI, y aparentemente se habría extinguido
con el arte abstracto, o que el marxismo fue un virus mental que contagió
a millones de rusos, llevado por un portador sano llamado Lenin. Con la
misma ligereza pretende explicar a Hitler, a Jim Jones y a todas las religiones
del mundo.
¿Será el capitalismo global otra virosis, cuya sintomatología
es el pensamiento único? Vajk no lo decía, pero afirmaba
que la idea de tolerancia sí lo era. En enero de 1989, cuando ya
se estaba cayendo el Muro, enunció una curiosa teoría político-inmunológica,
según la cual la versión mutante del meme de la tolerancia
provocaba inmunodeficiencia en la cultura americana y la hacía
incapaz de resistir el embate del marxismo, augurándole un destino
incierto. Quizás estaba abogando por más intolerancia, pero
de todos modos los hechos lo desmintieron. Sin duda, una capacidad de
predicción tan escasa no es una buena performance para una teoría
que se proclama científica.
Contagio y transmisión
Años después de que Dawkins inventara los memes por
analogía con los genes, aparecieron los virus informáticos,
que le vinieron como anillo al dedo para apuntalar su modelo. Además
de la ideosfera (así llama Hofstaedter a la cultura),
ahora había una silicosfera, donde aparecían
y proliferaban gusanos, caballos de Troya, bombas
de tiempo, archivos ejecutables con mensajes de autoayuda y hasta
avisos de virus. Algunos no sólo eran capaces de masticarse
los discos rígidos sino de contaminar la Red, difundiéndose
como epidemias.
¿Por qué no pensar de que toda la cultura estaba infectada
por virus mentales autorreproductores, que iban colonizando mente tras
mente? Esta idea, aunque parezca plausible en los casos de adoctrinamiento
y lavado de cerebros, no parece autorizar extrapolaciones más audaces.
Dawkins afirma, de un modo muy poco metafórico, que los niños
son inmunodeficientes a los memes, y por eso creen en los enanitos o en
Papá Noel. Pero nunca explica por qué se inmunizan a partir
de determinada edad.
Para Brodie, ninguna de nuestras ideas es original. Sólo contraemos
el meme y él se apodera como un virus de nuestra mente hasta dominarla,
como ocurre en el caso de los fanáticos. El lugar del contagio
es la comunicación: la TV, la publicidad, la música pop,
la educación, la enseñanza religiosa, hasta la charla con
amigos. Los virus se propagan de cerebro a cerebro por el mecanismo de
la imitación, tanto vertical (de padres a hijos) como horizontal
(entre pares). La infección religiosa, por ejemplo, puede ser directa
(el contacto personal con creyentes o el proselitismo) o indirecta (el
arte, la teología o la literatura). La pregunta que subsiste es:
¿de dónde vienen los memes, además de transmitirse
por imitación?
¿Y la ciencia? Los paradigmas científicos, ¿serán
apenas memes que los mosquitos docentes nos inoculan en la escuela y en
la universidad? De ningún modo, se defiende Dawkins. Las ideas
científicas no son virus: son objetivas, están sujetas a
prueba y compiten entre sí conforme a la selección natural.
Sin embargo, en el párrafo con el cual cerraba su libro de 1976,
Dawkins había reconocido que la doctrina de Darwin era un complejo
de memes, del mismo modo que lo eran Sócrates, Leonardo, Copérnico
o el meme del altruismo, que no existe en la naturaleza. Pero, entonces,
¿cómo es posible aplicar la selección natural al
meme de la selección natural? Si la memética
lo explica todo, ¿se explicará a sí misma, como otro
virus?
Los memes en cuarentena
Un reciente debate planteado en las páginas de la revista
Scientific American de octubre del 2000 convocó a psicólogos,
antropólogos y biólogos para discutir una exposición
actualizada de la memética presentada por la psicóloga Susan
Blackmore.
Bastante más moderada que otros autores, Blackmore dice que la
naturaleza humana resulta imposible de explicar en términos evolutivos
si no se acepta la hipótesis de los memes. Cosas como el arte o
la matemática resultan totalmente inútiles como ventajas
competitivas para sobrevivir en la selección natural, pero comienzan
a entenderse cuando se los ve como memes que compiten entre sí.
El desarrollo del cerebro humano, añade un biólogo, se habría
hecho necesario para alojar nuevos memes. También el desarrollo
de estructuras nerviosas adecuadas para imitar conductas de otros habría
tenido la misma causa.
Blackmore reconoce que los memes son muy distintos de los genes y, aunque
admite que la ciencia es un complejo de memes, no acepta equipararla con
la religión, a la cual presenta como un meme viral,
y la compara con las molestas cadenas que antes viajaban por correo y
ahora circulan por Internet.
El eje del argumento sigue siendo la imitación, que distinguiría
al hombre del animal, en cuanto creador de cultura. Si nos atenemos a
la estricta caracterización que hace Blackmore, la imitación
sería casi un acto consciente, muy alejado de las posibilidades
del animal. Sin embargo, el mismo Dawkins la ejemplificaba con conductas
animales, especialmente de los gorriones. De hecho, hoy sabemos que los
mecanismos de imitación en el mundo animal son tantos y tan difundidos
que habría que pensar más en diferencias cuantitativas que
cualitativas entre el hombre y los animales, por lo menos en este aspecto.
Los antropólogos son más específicos. Desde la perspectiva
memética, los memes no estarían sujetos a ninguna evolución
sino apenas sometidos a una competencia que desplaza a uno por otro. Sin
embargo, si admitimos que las palabras son memes, es un hecho que las
palabras evolucionan. Por ejemplo, en el inglés estadounidense,
después del Watergate todas las palabras terminadas en gate
llevan automáticamente a pensar en conspiraciones políticas,
cosa que no ocurría antes. La palabra evolucionó cargándose
de otro sentido.
Lo mismo diríamos de la Argentina, donde copar, a comienzos
de los 70, significaba tomar por medio de las armas
un cuartel o una comisaría, a finales de la década ya se
había convertido en gustar y hoy se ha transformado
en el adjetivo copado, que se aplica casi a todo. Si eso no
es evolucionar, Darwin no sabía nada.
El psicólogo Henry Plotkin admite el rol de la imitación
en la conducta social, pero afirma que en definitiva sólo transmite
ideas de escasa complejidad como modas, estilos o palabras, pero en definitiva
no aporta nada que tenga demasiada importancia para la cultura. En cambio,
ideas como justicia o democracia tienen un proceso
muy lento de construcción social, y no es posible reducirlas a
unas cuantas conductas atómicas como sería el
caso de los memes.
Las teorías que pretenden explicarlo todo suelen agotarse pronto,
y hasta ahora, a pesar de los anuncios espectaculares, la memética
ha sido tan poco exitosa como otras nuevas ciencias que gozaron
de gran promoción. Por ejemplo, la semántica general
de Korzybski, que causó estragos en los años 20 y
se agotó en unas cuantas frases brillantes.
Quizás el meme no pase de ser una buena pista basada en la analogía,
un intento reduccionista y algo simplista de explicar la cultura, que
quizás sea el fenómeno más complejo que conocemos.
Si los estudiosos de la complejidad renuncian a ser deterministas en la
meteorología, un sistema comparativamente más simple que
el efecto combinado de 6 mil millones decerebros (sin contar toda la historia
humana), la memética aparece como una propuesta un tanto ingenua.
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