ESPECTACULOS
En
la película El pequeño vampiro, basada en una serie de libros de la
escritora alemana Angela Sommer-Bodenburg, un niño solitario descubre
el placer de volar por las noches, ya no al País del Nunca Jamás como
Wendy y sus hermanos de la mano de Peter Pan, sino hacia los dominios
de los muertos. Y al público infantil, intoxicado de ogros y extraterrestres,
le encanta.
Por Moira Soto
Hace
tres años, cuando se cumplió el centenario de la publicación
del Drácula, de Bram Stoker, la novela que sintetizó y
codificó el mito del vampirismo, se escribieron montones de artículos
conmemorativos sobre el tema de los/as bebedores/as de sangre, su folklore
a través de las culturas y las obras que inspiraron, pero poco
y nada se dijo de una novedad relativamente reciente: los cuentos de
vampiros para niñas y niños, quienes en general adoran
los escalofríos que produce el género fantástico
con componentes terroríficos. En nuestro país, por caso,
autoras como Emma Wolf (Maruja), Lucía Laragione (Amores que
matan, historias de amor y terror), Elsa Borneman (¡Socorro!),
Ana María Shua (La casa del terror), Elena Hadida (Sonrisa de
vampiro) hace unos años que vienen provocando el solaz con
julepe incluido de criaturas diurnas atraídas por seres
nocturnos como fantasmas, brujas, vampiros/as.
En este subgénero, que no hace otra cosa que retomar actualizándolos
y quitándoles el hierro a los viejos monstruos de los cuentos
de hadas, la escritora alemana Angela Sommer-Bodenburg merece ser saludada
como una pionera en más de un sentido: hace más de veinte
años, esta en ese momento maestra de primaria, hasta
la yugular de libros infantiles ñoños y excesivamente
didácticos, decidió ponerse a escribir lo que a ella le
hubiera gustado leer de chica: terror con humor. Y, dentro del terror,
optó por dejar de lado a brujas y otros seres supuestamente maléficos
para consagrarse a los vampiros, ausentes de la literatura para párvulos/as
que siempre han preferido a un ogro que se come críos antes que
a un muertovivo adicto a la sangre humana fresca. En plan de innovar,
Sommer Bodenburg puso como protagonista de su primer libro a un chupasangre
de nueve años: El pequeño vampiro resultó un suceso
y su autora, rebosante de ideas, fue escribiendo una serie de aventuras
durante los 80 y los 90. El título de cada entrega
empieza con el original, El pequeño vampiro, y sigue con alguna
pista de lo que ocurre en la narración: Se cambia de casa (1980),
En peligro (1985), Y el enigma del ataúd (1989), En el país
del conde Drácula (1993), y así por el estilo hasta superar
los quince volúmenes, editados localmente por Alfaguara. Como
se advertirá, Angela Sommer-Bodenburg, aunque menos promocionada,
se adelantó largamente con su inspirada saga a J.K. Rowling y
su Harry Potter. De todos modos, las andanzas del Pequeño Vampiro
Rüdiger von Schlotterstein han sido traducidas a varios idiomas
y cuentan con millones de fans (incluyendo a madres, padres, educadores
piolas, etc.). Para que la felicidad del club de admiradores de Angela
sea perfecta, ahora llega (el 11 próximo) una deliciosa versión
cinematográfica que compendia y recrea los personajes, el espíritu,
los temas y las diversas tramas de la saga.
Sangre
en vez de rouge
Roald Dahl, un gran escritor de relatos para gente de toda edad
(Matilda, James y el melocotón gigante), mete alegremente la
pata en su prólogo de Las brujas al afirmar que los vampiros
siempre son varones. Minga: más allá de la histórica
y sangrienta condesa Bathory, que allá por el siglo XVII desangró
a más de 600 vírgenes para mantenerse lozana, la literatura,
al menos desde el siglo XVIII, ofrece a unos cuantos personajes femeninos
ansiosos de libar sangre humana. Algunos ejemplos: en La novia de Corinto
(1797), de Goethe, la finada protagonista vuelve de su muerte a beber
la hemoglobina del hombre que amó; La muerte enamorada (1879),
de Gautier, presenta a Clarimonda, diabólica vampira que hechiza
a joven eclesiástico; unos años antes, en 1857, Baudelaire
describía poéticamente Las metamorfosis del vampiro, en
verdad, una (mala) mujer. Y, desde luego, en este ramillete de rosas
de sangre debe figurar la suprema Carmilla (1871) también
anterior a Drácula de Sheridan Le Fanu.
Si saltamos al cine, veremos que las vampiras causan devastación
y muerte ya en la época muda de Hollywood, con la pionera devoradora
de hombres Theda Bara (en un film hasta se chupaba los huesitos de una
de sus víctimas), sin desmerecer por ello en lo más mínimo
la perturbadora sugestión de Musidora en el serial francés
de Louis Feuillade Les Vampires (1915/16), bellamente reencarnada por
Maggie Cheung en la reciente Irma Vep (1996), conducida por Olivier
Assayas. Por su lado, el genial Carl Theodor Dreyer se manda en 1932
Vampyr, primera de varias adaptaciones cinematográficas de Carmilla.
A partir del éxito del Drácula interpretado por Bela Lugosi
(1931) se propagan las novias y parientas del aristócrata de
los Cárpatos, encabezadas por Gloria Golden, sublime en Draculas
Daughter (1936). A comienzos de los 60, la incomparable Barbara
Steele fue una bruja vampira (¿qué diría Roald
Dahl de este mix?) en La maschera del demonio. Bathory, la de la cosmética
ensangrentada, tuvo por lo menos tres intérpretes dignas de su
prosapia: Ingrid Pitt (1970), Paloma Picasso (1974) y Desphine Seyrig,
que llevó el personaje al siglo XX en Les levres rouges (1971).
Arrimándose al siglo XXI, llegaron vampiras tan bellas y golosas
como la Grace Jones de Vamp (1986) y la Anne Parrillaud de la exquisita,
subvalorada por la crítica local, Innocent Blood, de John Landis.
Si en Entrevista con el vampiro (1994) de Neil Jordan, sobre la novela
de Anne Rice, Kirsten Dunst intranquilizaba en grado sumo al convertirse
en vampira cuando ingresaba a la pubertad (con todas las connotaciones
eróticas del caso), en El pequeño vampiro, dirigida por
Uli Edel, Anne, hermana de Rüdiger y enamorada de Anton (el pequeño
normal que se hace amigo sin mayores prejuicios), es aun
más precoz: si bien en las primeras entregas todavía toma
leche, a la espera de que le crezcan los correspondientes colmillos,
cuando llega por fin a su patria, el país del conde Drácula,
la niña se recibe oficialmente de vampirita y cambia su dieta.
De
las aves que vuelan...
...me disgustan las vacas, ha de pensar el obsesivo cazador de
chupasangres del film El pequeño vampiro. Es que en esta adaptación,
esencialmente fiel, ocurren algunas novedades: por ejemplo, integrantes
de la familia de Rudolph (Rüdiger en los libros), hartos de ser
perseguidos, han cambiado la tradicional sangre humana por la vacuna.
Resultado: durante el día, las vacas succionadas duermen colgadas
de las vigas al estilo murciélago, y en la noche despliegan sus
alas desquiciando a Rookery, el cazador armado hasta los colmillos,
evidente reencarnación del Van Helsing de Drácula, pero
esta vez presentado como el villano represor (en las novelas, ese rol
lo cubren el guardián del cementerio, Guermeier, y su ayudante
Achnuppermaul). Otra de las variaciones que aparecen en esta coproducción
es la nacionalidad de Anton, el chico que da refugio y protección
a la peculiar familia Von Schlotterstein: en el film se llama Tony,
proviene de California y junto a sus padres se ha trasladado por un
tiempo a Escocia, situación que da pie a que se sienta muy solo
y valore doblemente la compañía de Rudolph y, en un plano
más romántico, la de Anna. Al igual que el protagonista
normal de los relatos originales, Tony se desvela por contentar
a sus padres que hasta muy avanzado el metraje ni sospechan que
las iniciales, proféticas pesadillas del chico se han vuelto
realidad- y a sus nuevas relaciones. Y del mismo modo que en los textos
de Angela Sommer-Bodenburg, el niño solitario descubre el placer
de volar por las noches, ya no al País del Nunca Jamás
como Wendy y sus hermanos de la mano de Peter Pan sino hacia los dominios
de los muertos, el cementerio donde sobrevive malamente esta extraña
familia unida en busca de un talismán que los liberará
de la maldición. Siempre siguiendo el enfoque de la autora, el
film no ofrece ninguna explicación racional (no se trata de sueños,
fantasías o alucinaciones) sobre la aparición de los vampiros.
Más aún, la madre y el padre de Tony se convencen finalmente
al presenciar una situación a todas luces (de la luna) extraordinaria.
Además del precioso vestuario convenientemente apolillado tiene
como 300 años de la familia vampírica (de James
Acheson, nada menos), y de los aciertos del guión de Karey Kirkpatrick
(Chicken Run) y Larry Wilson (Beetlejuice), El pequeño vampiro
propone un reparto de ensueño y no de pesadilla con
Jonathan Lipnick (el anteojudito de Jerry Maguire) como Tony; Rollo
Weeks en la macilenta piel de Rudolph; Anna Popplewell, desafiante y
soñadora vampirita; el gran Richard E. Grant encarnando (exangüe)
al sombrío patriarca; y la divina Alice Krige como la vampira
más dulce, refinada y familiera que se haya visto nunca en la
pantalla, único sitio donde se reflejan los/as de su estirpe.