CAMBIOS
¿Quién
es esta chica?
En
los años sesenta Shere Hite le disputaba a Foucault –según sus propias
declaraciones– el descubrimiento de que el sexo era una institución
creada culturalmente y no una realidad biológica inevitable. Su célebre
informe sobre la sexualidad y el erotismo femeninos fueron un bastión
para el feminismo. Hoy se ha aggiornado: en su libro Sexo y Negocios
parece preocupada por diseñar un manual de autoayuda para ejecutivos
obsesionados por sus empresas y chicas que quieren “llegar alto”.
Por Soledad Vallejos
A fines
de los 60, costeaba sus estudios universitarios prestando su imagen
a distintas empresas. Así fue como un día Olivetti la
contrató para sonreír al lado de una máquina de
escribir y estar acompañada por una frase simpatiquísima:
Tan genial que ella (la rubia al lado de la máquina, claro)
realmente no tendrá ganas de serlo. Alguien había
evaluado pésimamente el ánimo político de la Nueva
York de entonces, porque los grupos de feministas no tardaron en armar
una manifestación contundente frente a las puertas de la empresa.
Es más, la rubia del aviso se les sumó, ofendida por haber
sido utilizada en un aviso tan sexista. Años después,
una extensa investigación sobre la sexualidad femenina causó
un alboroto sólo comparable al generado tiempo antes por el Informe
Kinsey. Corría 1976 y Shere Hite defendía orgullosamente
los resultados del Informe Hite: un estudio nacional sobre la sexualidad
femenina. ¿Dónde encaja el Informe Hite en este
cambio de rol de la mujer en un proceso multicultural que ha llevado
siglos, en especial de cara a la comprensión e integración
de la sexualidad femenina en el seno de nuestra cultura?, reflexionó
la misma Hite en una columna del diario español El Mundo. Durante
la década de los 50 y los 60, se pensaba que existían
dos tipos de orgasmos femeninos: el orgasmo vaginal (el correcto) y
el orgasmo clitoral (el inmaduro). A menudo se ha puesto en tela de
juicio que las mujeres tuvieran orgasmo ¿dónde están
el esperma y la eyaculación?. (...) El Informe Hite afirmaba
que la mayoría de las mujeres no alcanzaba el orgasmo durante
el coito y que precisaba de estimulación clitoral directa. Se
documentó con miles de casos de mujeres donde describían
sus orgasmos y cómo les hacían sentirse, cómo provocaban
sus propios orgasmos durante la masturbación (solamente un 2
por ciento de ellas empleaba algún tipo de penetración
vaginal) y cómo podían alcanzar con facilidad múltiples
orgasmos si así lo deseaban. En el informe, las mujeres describían
su timidez con los hombres, dado que el hombre controlaba los prejuicios
culturales sobre el cuándo, cómo, si debían
tener un orgasmo o si una mujer que expresaba su sexualidad era buena
o de las otras. Basándome en toda esta documentación,
llegué a la conclusión de lo que considero mi principal
aportación ideológica (a pesar de que a menudo se ha atribuido
a Foucault): el sexo es una institución creada y diseñada
culturalmente y no una realidad biológica inevitable; la sexualidad
y la erótica tienen múltiples facetas, pero su expresión
se ha visto estrechamente conformada por una cultura que deseaba controlar
la sexualidad e incrementar la reproducción, empleando el matrimonio
y la familia como vehículos para mantener las instituciones religiosas,
en vez de ser metas por derecho propio. Reconozcamos, entonces,
que como primer paso era más que interesante. A este trabajo
le siguieron el Informe Hite sobre la sexualidad masculina, de 1981,
y, hacia 1987, un nuevo disparador de polémicas: Las mujeres
y el amor: una revolución cultural en desarrollo. A lo largo
de más de 900 páginas, el volumen recogía los testimonios
de 4500 mujeres que, en abrumadora mayoría, se confesaban angustiadas
por la resistencia de sus parejas a tratarlas como iguales. Pero
ése, observó Susan Faludi en Reacción, no
fue el aspecto del libro que decidió destacar la prensa [norteamericana].
Los medios estaban demasiado ocupados atacando a Hite personalmente.
La mayor parte de la evidencia que habían reunido contra ella
implicaba asuntos que, como dejó ver Newsweek, sólo
tangencialmente tienen que ver con su obra. Se rumoreaba que Hite
le había dado un puñetazo a un taxista por decirle querida
y telefoneado a los periodistas afirmando ser Dana Gregory, asistente
de Hite. La operación era clara: al ignorar y marginar
ciertas conclusiones y testimonios, queda neutralizado todo componente
político y, por ende, posibles debates. Sin embargo, la figura
de Hite sí había quedado instalada como una suerte de
icono del feminismo, como uno de los nombres claves del movimiento de
mujeres y sus trabajos como haces de luz y posibles herramientas. Pero
poco después, al menos por aquí, poco y nada se supo de
ella. A pesar de que continuó publicando de manera regular (Informe
Hite sobre la familia: crecer bajo el patriarcado 1994,
Las mujeres como agentes revolucionarios del cambio: El informe Hite
y más allá 1994, El tabú de la lealtad
entre mujeres 1998), algo de esa chica parecía haberse
esfumado, o sus objetos de estudio no terminaban de ser acertados. Pues
ahora, tras ese silencio, sabemos en qué anda. Su último
libro, Sexo y Negocios ed. Financial Times/ Prentice Hall,
acaba de llegar a la Argentina tras un debut europeo ampliamente comentado
en la prensa. ¿Y saben qué? Este tomo permite intuir la
razón del eclipse de Hite, pero no es demasiado agradable.
Has
recorrido un largo camino
En un principio, Sexo... se presenta como un estudio sobre todos
los aspectos de las relaciones laborales entre géneros
y, a la vez, como una guía para modificar comportamientos discriminatorios
y situaciones de violencia contra la mujer, como el acoso sexual o la
desigualdad de salarios. En ese sentido, aclara Hite, es
el primer libro que aborda la cuestión y el único de este
tipo, y entonces algo de su entusiasmo puede contagiar a parte
del público. Pero el enfoque, ya desde la introducción,
se presenta atravesado por una combinación de esos nuevos saberes
que tan bien se llevan con las listas de best sellers: Está
surgiendo un nuevo paisaje emocional, que cuenta, entre otros valores
positivos, con un mejor concepto de dignidad masculina (menos
ligado al dinero y a la carrera profesional) y de fuerza femenina.
Este software mejorado (para las emociones y las mentes) realzará
la vida cotidiana y le otorgará mayor profundidad. Más
sospechas antes de adentrarse en los capítulos. La edición
en español fue prologada por un profesor del Instituto de la
Empresa español, Santiago Iñíguez de Onzoño,
que parece contento porque estamos ante un libro constructivo.
A pesar de la naturaleza reivindicativa de muchas de las afirmaciones
que en él se vierten, no se percibe una actitud de confrontación,
característica frecuente de la literatura clásica feminista.
El libro se integra más bien en la corriente que podría
denominarse postfeminismo, un estadio en el cual la lucha por la mejora
de las condiciones de la mujer se hace compatible con la aceptación
de las reglas básicas del sistema. (...) por ejemplo, se acepta
la familia no sin cierta resignación como institución
social básica, aunque se propugne un modelo de familia inspirado
en los valores democráticos. Si un libro que se erige como
análisis concienzudo de las relaciones de género en la
empresa deja tan tranquilo a un sector que tolera el discurso feminista
pero no tanto, es porque no genera ninguna inquietud. Y undiscurso
tan políticamente correcto, claro, no podría provocar
ruptura -al menos, no en el sentido de cuestionamiento. Y si,
como plantea este señor, la ausencia de ruptura se justifica
porque en las circunstancias actuales de nuestro entorno existe un reconocimiento,
al menos de derecho, de la igualdad a todos los efectos entre el hombre
y la mujer, pues ¿quién necesita plantear nada?
Pero las estadísticas que presenta Hite desmienten rotundamente
su propio prólogo: el 56 por ciento de las mujeres no cree que
su salario sea justo; el 79 por ciento ha sufrido acoso sexual (un 38
por ciento gravemente y un 41 por ciento de manera reiterada), y el
81 por ciento afirma que sus colegas hombres se portan peor con
las mujeres. Con esas cifras, se embarca en el estudio a partir
de diversos ejes: el proceso de identificación que, a nivel social,
homologa a las estructuras empresariales con las familiares (con la
consiguiente asignación de roles jefe-padre, empleada-hija sumisa);
las relaciones laborales entre hombres y mujeres; las relaciones amorosas
y sexuales en el trabajo; las relaciones jerárquicas y de pares
entre géneros; acoso sexual. Pero en todos los casos hay algo
que falta. Se habla sí, aunque levemente, de estructuras patriarcales,
de patrones de conducta y de autoridad y poder, pero en términos
absolutamente despolitizados: sólo se trata de programación
mental, comandos para programar la mente (software
que debe borrar y software que debe instalar), de
ejercicios mentales con pautas para intercambios de roles
y preguntas tan incómodas y difíciles como ¿La
amabilidad para con una mujer, los ascensos y los sueldos compensan
la falta de igualdad?.
Trepa,
muchacha
Si, por un lado, Hite ofrece las entrevistas que mantuvo con presidentes
de compañías muy poderosas, por el otro olvidó
por completo cualquier posible análisis y se centró, pura
y exclusivamente, en diseñar un manual de autoayuda para ejecutivos
preocupados por sus empresas y chicas que quieren llegar alto.
He aquí el modelo Hite 2001: de agitadora a consejera pragmática.
El lenguaje cibernético que utiliza a lo largo de todo el libro
naturaliza, de un plumazo, cualquier posible operación cultural;
no puede decirse que la desdibuje, porque ni siquiera la toma en cuenta:
todo se debe a la programación mental, al software que alguna
vez fue instalado en hombres y mujeres. Eventualmente, se hace alguna
referencia a ideologías, pero sólo de manera tangencial
y superficial. Eso nada tiene que ver con Sexo..., se trata de una esfera
absolutamente independiente. Y lo llamativo es que, por (escasos) momentos,
pareciera que algo de la primera Hite quiere asomar, pero no lo consigue.
Muchos de los directores generales a los que entrevisté
(de Japón a Suiza) expusieron la idea (sin que yo la sugiriera)
de que esta nueva generación de mujeres conquistaría sus
empresas en el siglo XXI. Que las mujeres salvarían al mundo
y salvarían sus empresas. Puede que eso sea simplemente una proyección
al ámbito laboral de la función tradicional de la mujer
como un intermediario por la paz y un ser idealista,
que resuelve los problemas. Lo irónico es que algunos
de esos directores generales pueden contratar y ascender a mujeres que
carecen de esa habilidad porque prefieren a mujeres que 1) no supongan
una amenaza para ellos, y 2) piensen como los hombres, es decir, que
encajen en la estructura de la empresa, sin modificarla.
La fiel adopción de la corrección política (y tal
vez el hecho de que Sexo... sea el resultado de un encargo), la naturalización
de lo que es social en aras de una lógica de términos
cibernéticos, entonces, limaron cualquier arista
que hubiera podido ser conflictiva. Y no hay que olvidar que quien lo
hace es, precisamente, uno de los nombres fuertes del feminismo norteamericano.
Claro que los 90 no son los 70 y que algunas prácticas y estrategias
han mutado, pero el discurso actual de Hite se parece peligrosamente
al que Faludi identificó como contraataque a los
derechos de las mujeres y toda forma de reclamo. Creo firmemente,comentó
Hite en una entrevista con Madame Figaro, que el mundo de la empresa
debería ser durante los próximos años el campo
de experiencias de nuevas relaciones entre los hombres y las mujeres.
El problema, actualmente, como en los últimas épocas del
apartheid en Africa del Sur, es que la mayoría de las personas
están de acuerdo sobre la necesidad de una revolución
tranquila sin que nadie realmente se anime a hacerla. A nosotras nos
toca actuar, a ustedes también, los hombres, que deben abandonar
sus temores, pero también ayudarnos a superar nuestras propias
inhibiciones en cuanto al poder, un rol bastante difícil.
Es por eso, porque los hombres deben ayudar a las mujeres (no reconocer
la paridad), por lo que Hite afirma en su libro que debemos distinguir
lo que es nuestra naturaleza de nuestra programación mental y
ver las cosas con una visión personal, no a través de
viejos tópicos o de programaciones arcaicas que han instalado
en nuestras mentes. Eso, discos rígidos y softwares. Qué
moderna, ¿no?