Suntuosos...
y ajenos
“Un
diamante es para siempre” le dijo alguien a Andy Warhol. “¿Y qué?”,
contestó el artista. Sólo bromeaba porque, como canta Marilyn Monroe
en “Los caballeros las prefieren rubias”, mientras que con un beso no
se puede pagar el alquiler, con diamantes hasta se puede envejecer dignamente,
por eso son los mejores amigos de las chicas.
Por Moira Soto
Desayunar
en Tiffany con los mejores amigos de las chicas, que además son
eternos: el cine, inspirándose a veces en la literatura, ha abrillantado
el mito ancestral en torno del diamante, paradigma de la piedra preciosa
por ser la más dura y luminosa, de un prestigio absoluto que
comienza mucho antes de la era cristiana. El poder y la riqueza, a veces
la gloria, han estado siempre asociados a la posesión de estos
cristales naturales que provienen de las entrañas mismas de la
tierra, surgidos hace billones de años del carbón expuesto
a calor y presión altísimos, y luego ascendidos en
el corazón de grandes rocas hacia la superficie del planeta
por la actividad volcánica.
Remotísimos,
escasos, virtuosos son los mejores conductores del calor, rayan
y cortan todos los cuerpos, los diamantes permanecen como símbolo
universal del lujo, la opulencia y la ostentación. Aunque desde
los años 50 se fabriquen diamantes artificiales únicamente
de uso industrial para herramientas de corte destinadas a materiales
duros, los que siguen siendo codiciados, disputados y pagados
a precio sideral son aquellos que provienen del centro mismo de la tierra:
es decir, esas gemas deslumbrantes que adquieren su máximo valor
una vez que han sido despojadas de las rocas que las aprisionan (hacen
falta 250 toneladas para obtener un quilate), siempre que cumplan religiosamente
cuatro exigencias fundamentales: corte, color, claridad, peso.
Las tallas más frecuentes son el brillante, la rosa, la tabla,
la pera, el corazón. Entre los colores de esta piedra a menudo
incolora, figura como rareza el rojo, pero siempre se ha tenido como
el más bello el blanco-azul D Flawless. En cuanto al peso, medido
en quilates, se dice que provienen de la semilla del algarrobo invariable
en sus 0,2 gramos usada por los antiguos griegos para pesar el
oro.
Probablemente sin conocer mínimos detalles de la historia de
estas piedras, la falsa ingenua y autentica pragmática Lorelei
Lee, radiantemente interpretada por Marilyn Monroe en Los caballeros
las prefieren rubias (adaptación musical de la incisiva novela
de Anita Loos del mismo titulo), entonaba: Un beso en la mano
puede ser muy europeo./ Pero los diamantes son los mejores amigos de
las chicas./ Un beso puede ser maravilloso, pero no pagará el
alquiler/ de tu pisito./ Todos perdemos nuestros encantos al final./
Pero, corte cuadrado o en forma de pera,/ estas rocas mantienen su forma./
Los diamantes son los mejores amigos de una chica.
Fulgores
malditos
Además de los miles y miles de trabajadores esclavizados
que pagaron con su vida de Africa a Brasil la búsqueda
de diamantes en condiciones infrahumanas, algunas de estas gemas una
vez descubiertas, cortadas, talladas, etc. han resultado portadoras
constantes de infortunio. De todas ellas, la más nefasta está
ahora bien guardadita en el Instituto Smithsoniano, de Washington, donada
en 1947 por el joyero Henry Winston -celebre diamantófilo,
aunque no faltan expertos que dicen que la Hope naufragó con
el Titanic y reposa ahora entre bosques de corales en el
fondo del mar.
De
todos modos, ya que los diamantes azules están tan verdes para
la mayoría de nosotras, viene de perlas conocer historias tan
tristes como la del Hope (Esperanza) que antes se llamó Tavernier
en homenaje a un viajero (Jean-Baptiste) que lo trajo seguramente
afanado de la India en 1642. Tavernier, después de vendérselo
al vizconde Nicolas Fouquet, fue robado por su propio hijo y volvió
a la India donde murió devorado por perros salvajes. Fouquet,
entretanto, se pavoneó diamante sobre la pechera
en una fastuosa recepción que ofreció a Luis XIV en su
castillo. El ministro Colbert, considerando que el rey había
sido ofendido por semejante ostentación, hizo detener a Fouquet,
acusándolo de robar los dineros del Estado y lo condenó
en condiciones miserables a prisión perpetua en la
foraleza Pignerol. Obviamente, el soberano se apoderó del diamante
que fue a parar al turgente escote de su favorita, Madame de Montespan.
Al poco tiempo, se acentuaba el descontento general contra el Rey Sol.
Madame de M. fue acusada de faltas ligadas a la posesión del
Tavernier y, repudiada por su marido oficial y por su regio amante,
debió retirarse in la gema azul, claro, que entregó
al Tesoro Real a orar a un convento. El vanidoso e infiel monarca
murió poco después de una nada glamorosa viruela.
Medio siglo después, el Tavernier hizo su rentrée luminosa
en una corte muy divertida y decontractée, entre danzas y canciones,
luciendo sobre cuellos que hacia fines de ese siglo, el XVIII, serían
guillotinados: Madame Du Barry, María Antonieta, la princesa
Lamballe, aristócrata en desgracia, el diamante azul fue a parar
a un depósito de muebles. Un corrupto sans-culotte lo sustrajo
y lo llevó a Amsterdam donde Willem Fals volvió a tallarlo
para que no fuera reconocido. El hijo del joyero robó el diamante;
el padre desesperado se suicidó y, para cerrar el círculo,
el ladrón, carcomido por la culpa, cayó en profunda tristeza
hasta su muerte.
Revendido por un cómplice de Fals Jr., el Tavernier pasó
a Londres y prosiguió haciendo estragos en la persona del duque
de Brunswick, que perdió todos sus bienes y cedió el French
Blue como se lo conoció en Inglaterra por chirolas
al futuro Jorge IV de Inglaterra, un dandy exhibicionista siempre dispuesto
a competir con el Bello Brummel. Este monarca duró poco y mal,
entre sangrías y decadencia mental.
Hacia 1830, la gema es rebautizada con el nombre de su nuevo dueño,
Sir Henry Hope, quien después de oblar 90 mil dólares
empezó a hundirse en la desdicha: bancarrota financiera, suicidios
en la familia. Posteriormente, le tocó el turno fatal a un príncipe
ruso, que se compró el Hope y, loco de amor y de celos por una
bailarina del Folies Bergére, la mató en escena y al poco
tiempo fue oscuramente asesinado. La gema prosiguió acortando
la esperanza de vida de: un sultán, un caballero español
y finalmente se ensañó con la familia norteamericana McLean
(dueña del Washington Post), que lo adquirió en plena
Belle Epoque. Todo mal: Mr. McLean perdió a un hijo de nueve
años atropellado y a una hija algo mayor de
sobredosis de barbitúricos, antes de verse envuelto en
un escándalo financiero y de ser internado en una clínica
psiquiátrica. En los 40 entró a tallar Harry Winston,
quien después de franelear un tiempito con la piedra en su bolsillo,
la donó al instituto antes citado, cortando así la malísima
ondadel Hope, antes Tavernier, antes acaso el tercer ojo
de alguna diosa hindú.
Glamour
cegador
No todos los superdiamantes traen tanta mala suerte como el Hope,
tampoco la pavada, aunque es todo un incordio esto de tener que marchar
con guardaespaldas cuando te colgás o abrochás uno, como
le pasaba a Liz Taylor. Adicta a las joyas, preferiblemente iluminadas
por diamantes, la actriz ya tenía algunos guijarros lucientes
cuando Richard Burton le regaló en 1969 una gema de 69,42 quilates,
a la que llamaron, modestamente, Taylor-Burton. Entre borracheras homéricas
y batallas campales, el romance terminó y Liz vendió la
despampanante piedra para costear un hospital en Africa. Igual la diva
no quedó desguarnecida: la acompañaron en el duelo el
Coñac sobre hielo (34 quilates), el Krupp (33,19), el Lisa Blue
(37,05)...
Entre los diamantes estelares hay que nombrar en primer lugar el Cullinan,
originalmente de 3106 quilates (poco más de 600 gramos), descubierto
en 1905 en Africa. El gobierno de Transvaal se lo obsequió en
bruto a Eduardo VII, quien a su vez lo entregó al tallador holandés
Abraham Ascher. Este lo dividió en nueve gemas grandes y 96 chicas.
El aún rey se quedó con las dos mayores, una de las cuales
(530,20 quilates) aterrizó en el cetro real. El Koh-i-noor, poderoso
pero no tan chiquitín (108,93 quilates), dice la leyenda que
apareció hace como cinco mil años en la frente de Karna,
hijo del dios del sol y de una princesa. Durante cinco siglos, varios
reinos de Oriente pelearon por él, hasta que en 1848, cayó
¡cuándo no! en manos de la reina Victoria.
Vuelto a tallar, sigue en posesión de la alicaída corona
británica mientras los talibanes lo reclaman con insistencia.
El Orloff (114,75 quilates) es otro prestigioso diamante, también
robado en la India, entregado como prenda de amor por el príncipe
Grigori Grigorovitch a Catalina la Grande. Actualmente está en
Rusia, en el cetro Romanoff.
¿Se acuerdan de las famosas joyas de Isabel la Católica
que subvencionaron el viaje de Colón? Bueno, una de ellas fue
El Cisne, de apenas 33 quilates. Le Régent, comprado a comienzos
del XVIII por Felipe de Orleans, resultó uno de los más
bellos diamantes de la corona de Luis XV y ahora se lo puede visitar
en el Museo del Louvre.
Entre los joyeros especialistas en estas piedras que, bien talladas,
deben reflejar toda la luz que reciben o sea llegar a las 57,
58 facetas hay que mentar, aparte del obseso Henry Winston, a
Van Cleef & Arpels, Cartier, Tiffany (frente a cuyas vidrieras,
en la Quinta Avenida, desayunaba donuts la impar Audrey Hepburn en Muñequita
de lujo, versión de la novela de Truman Capote). En el Hollywood
del star system, el fino artesano Eugen Joseff se consagró a
diseñar maravillosas joyas de utilería con falsos diamantes:
el anillo de bodas de Lo que el viento se llevó, las cascadas
de brillos que sobrellevaba Garbo en La dama de las camelias. La rumbosa
pedrería de Marilyn en, claro, Los caballeros.... Es que, como
dijo alguna vez la estilista Sonia Rykiel, el lujo consiste en llevar
lo falso como verdadero, y al revés.
En 1982, Patrick y Alain Mauboussian, en un generoso intento de democratizar
y volver más discreto el uso de diamantes, crearon para todas
nosotras las que así lo quieran, que aquí no se
obliga a nadie el anillo Nadia (de nácar blanco o gris
de conchas de los Mares del Sur, con una sobria piedrita redondeada).
Esta joya se puede llevar 24 horas sobre 24, en el trabajo o en la soirée
más chic, por sólo 50 mil francos. Ustedes deciden...
Ah, un dato de último momento para alguna nueva o antigua rica:
acaba de aparecer en Sudáfrica un gema de 83 quilates, extraída
de la mina Riet River. Se anunció su venta para la segunda quincena
de enero, a un precioaproximado de medio millón de dólares.
El comprador-a compradora, una vez que se haya hecho cortar y pulir
este diamante de apelativo Royal, podría llegar a sacar un millón
seiscientos mil dólares en mercados de Oriente Medio. Un negocio
brillante.