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PERSONAJES

Caja de sorpresas

Es maestra jardinera, compositora y cantante, entre varias otras cosas. Adriana Szusterman es una tapada del mercado discográfico: su primer trabajo, hecho casi de entrecasa, vendió 200.000 copias gracias al boca a boca entre los más chiquitos: su público tiene menos de cinco de años.

Por Soledad Vallejos

Ocho de la noche de un día especialmente caluroso. Mientras cae el sol y el calor se mantiene, un caminito de niños algo exaltados conduce hasta el salón de fiestas de una torre. Adentro, entre vasitos de plástico, guirnaldas y restos de torta de cumpleaños, algunos rodean un castillo de goma eva, y tironean sin misericordia de las ventanas y de la falda de una chica. La paciencia parece infinita, teniendo en cuenta que adentro debe haber como quince grados más que en el jardín, y que el disfraz, las medias, el cansancio y saber que todavía hay que desarmar todo podrían fomentar la intolerancia. Pero Adriana Szusterman permanece impasible, sonríe a los chicos y gentilmente los envía con sus padres, cambia unas palabras con Marcela (su co-equiper) y sigue preparándose para volver. Ahí, en esos gestos, se le notan los años que pasó al frente de cursos de jardín de infantes. Y lo fundamental: en eso se nota que todo este clima le encanta.
Años atrás, cuando no se imaginaba que podría vivir de esto, Adriana decidió hacer caso a sus ganas y anotarse en un taller de teatro. Poco después, pasó a formar parte del elenco estable de La Galera, las tablas desde las que la troupe liderada por Héctor Presa presentaba exclusivamente obras infantiles. Fueron seis años, cuenta, de una experiencia maravillosa, “aprendí muchísimo, lo disfruté muchísimo”, y que terminó de convencerla de que lo suyo era el musical. “Me gusta cantar, me gusta actuar, me encanta bailar”, pensó, y por eso decidió que tenía que combinar todos esos placeres en uno solo, en alguna cosa que, además, le permitiera una dedicación de tiempo completo. Y de repente, lo obvio, lo que tenía frente a sus narices, se le reveló como la solución. En el jardín, uno de los momentos que más disfrutaba tenía que ver con la música, con cómo los chicos respondían a las canciones, y mucho más a las que combinaba con juegos: era eso. “Me di cuenta de que no había cosas especialmente pensadas para los más chicos. Ni ropa, ni música, ni espectáculos, nada. Porque si te fijás, te vas a dar cuenta que todo lo que hay es para más grandes, para chicos de seis, siete años para arriba.” Y así se lanzó de lleno a elaborar un repertorio. Conversado el tema con las autoridades del colegio, y con el padre de uno de los alumnos que era productor musical, Adriana vio llegado su primer disco en 1995. El resultado: cerca de 200 mil copias vendidas, un verdadero record para la industria local. Claro que ella, explica todavía furiosa, no supo nada de eso durante mucho tiempo, sino que, en realidad, se enteró cuando la vendedora de una disquería le sugirió que llevara cierto disco, uno que hacía furor entre los pequeños, y que, casualidades del shopping, resultó ser el suyo. Entonces se sintió defraudada, cuenta, y no sólo en lo económico (digamos que los beneficios nunca llegaron a su cuenta bancaria), pero eso no le impidió replantearse la situación y salir al ruedo nuevamente. Entre tanto, mientras delineaba el camino a seguir, empezó a animar fiestas infantiles. Experiencia le sobraba, y enseguida halló la partenaire ideal en Marcela, una amiga con la que las caminatas casuales suelen terminar en tiendas insólitas comprando, lógicamente, objetos insólitos. “Nunca sabés cuándo podés usarlo. Porque a veces, cuando ya tenemos pensados los shows, sabemos exactamente qué elementosvamos a necesitar, pero también puede pasar que partamos de los objetos para crear algo.” Y a juzgar por la cuidada producción que pone en juego la animación, el bricolage y la disposición a ver diversión en sesenta varillitas de plástico compradas una tarde hacen maravillas.
Adriana se entusiasma, explica que estar en contacto con los “más bajitos” siempre le produce asombro, que adora ver sus reacciones, cómo se ríen, de qué se ríen, pero que, especialmente, disfruta de ponerlos en contacto con los padres durante las fiestas, algo que no siempre se ve en estos cumpleaños. “Nicolás Repetto, por ejemplo, me llamó para el cumpleaños de su hijo más chiquito. Y era muy lindo ver cómo bailaba, cómo se disfrazaba y participaba de los juegos como cualquier otro padre. Realmente se veía que lo disfrutaba, que podía lanzarse y reírse con todos los chiquitos.” Abre los ojos un poco más, y detrás de la fatiga de poner el cuerpo, la voz, y el ingenio para animar tres fiestas por semana (y eso en el período más relajado), deja entrever un placer infinito. “Hace tres años, estaba cantando en una fiesta y de repente vi que una madre se había puesto a llorar. Cuando terminé, ella se acercó, todavía muy emocionada, y me dijo que me había reconocido por la voz, porque ya conocía el disco de memoria. Su hijo, un colorado hermoso al que ahora conozco y que quiero muchísimo, había estado muy enfermo, y los médicos le habían aconsejado que hiciera musicoterapia. Ella fue, compró mi disco, y el chiquito, a medida que lo fue escuchando, empezó a mejorar de a poquito. Así que ella se me acercó para decirme que su hijo, que estaba en esa fiesta, se había curado gracias a mí.” Los ojos le brillan un poquito más, cuenta que hace dos días estuvo en el cumpleaños del “colorado”, que desde que supo la historia y hasta que sus padres quieran ella va a seguir haciéndolo, porque algo de ella va en eso.
En una industria cultural que parece considerar a los más pequeños como bonsais de pre-púberes y adolescentes, un disco que se dedique a rescatar canciones escuchadas solamente en salitas con nombres de colores es toda una rareza. De allí, tal vez el éxito de Adriana, o el hecho de que, días después del lanzamiento de su tercer disco (Cajitas de sorpresas), un llamado telefónico le comunicara que acababa de ser nominada para los Premios Carlos Gardel. “Fue una sorpresa, sí”, sonríe. Lo cierto es que su popularidad tiene visos poco comunes: su público no reconocería su cara, pero es capaz de identificarla a la primera estrofa de, por ejemplo, “El pollito Lito”, o “A la calesita”. De hecho, esa suerte de fama es la culpable de que, algunos atardeceres, los vecinitos de su casa, una zona cuya descripción cuadra con la imagen clásica de suburbios tranquilos, hagan una ronda alrededor de Adriana, su guitarra, y sus dos hijos. “A veces mucho no les gusta, les dan celos, pero creo que entienden. Saben que otros chicos me reconocen, pero también canto para ellos solos.”