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SOCIEDAD

Los ángeles de Luis

María Rosa Rodriguez, María Gomez y Norma Caballero: las mujeres de la guardería.

Detrás de la obra del cura Luis Farinello (doce comedores, cinco programas de vivienda, una guardería, una radio comunitaria y una pañalera) está el trabajo de un gran número de voluntarios, la gran mayoría mujeres. Algunas de ellas relatan en esta nota por qué trabajan desde hace décadas ad honorem para mejorar la vida de otros. Casi todas afirman que es por agradecimiento.

Por Soledad Vallejos

El chalet está en un barrio de clase media de Quilmes, mezclado entre otros muy similares. Por la calle Echeverría se acerca una pareja humilde en un carro de madera. Paran en la puerta. Apenas se bajan, el caballo come el pasto de la vereda con fruición.
–Tiene hambre –digo.
–Sí, venimos desde el Bajo, allá por la autopista, para el lado de los juncos –dice la mujer–. El padre de él –mira a su marido– tiene cirrosis y le cortaron las piernas, necesitamos una silla de ruedas.
El hombre espía, entre las rejas azules, el depósito que está al lado del chalet. Hay varios elásticos de cama, botellas, sillas, muebles, moisés, cartones y cocinas apilados. Y hay dos sillas de rueda.
–Venimos temprano a ver si encontramos al Padre –sigue ella–... para ver si nos ayuda, porque él nos da fácil... pero ellas, ellas son difíciles.
El chalet es la Fundación Luis Angel Farinello. El Padre, por supuesto, es el cura que por estos días lanza su candidatura a diputado nacional por el Polo Social. Y ellas son las mujeres que trabajan en el más absoluto anonimato y ad honorem –algunas desde hace más de 30 años– con él. Son las que tienen que poner “cara de perro” para ordenar el caos de las donaciones y poder distribuirlas lo más equitativamente posible. Y son las que tienen casi tantos problemas como quienes se acercan a pedir ayuda y que, a pesar de todo, dan su tiempo y su trabajo para que él pueda llevar adelante su obra: doce comedores, cinco programas de vivienda, una pañalera, una radio comunitaria y una guardería.

Izquierda, Stella Maria Maldonado, charlando con Susana Maidana.

La hermana Stella
Stella Maris Maldonado entra apurada. Pero antes intercambia dos palabras con la pareja que estuvo esperando en la calle. Entra a un cuarto lleno de cajas, bolsas, mercadería, remedios, juguetes. Donaciones. Sobre su escritorio hay un paquete de fideos y un frasco de vinagre.
–¿Consiguieron la silla de ruedas?
–Sí, les hacemos firmar un papel y se la prestamos. Entonces, les vas dando tiempo para que a través de Bienestar Social o Cilsa la consigan. No las regalamos, las prestamos para que circulen porque no es algo que se reciba siempre. Igual que los moisés.
Stella Maris tiene 43 años y desde los 11 trabaja con el padre Luis Farinello. Su madre, Estela Corcoruto, tiene 82 y es la secretaria, aunque ahora está enferma y Stella hace el trabajo de las dos. A veces llega a las nueve y media de la mañana y se va a las diez de la noche. Lo hace gratis y no se imagina con otra rutina.
Básicamente, Stella se encarga de distribuir bolsas de alimentos. Unas 400 familias de distintos partidos del conurbano se acercan cada mes aretirar una bolsa con ocho o diez alimentos, según la disponibilidad. Hay un registro riguroso de cada entrega.
Las donaciones llegan de todos lados. “Como el cura no cobra ni bautismos, ni casamientos... ningún sacramento, pide que colaboren con alimentos, ropa, remedios. Una vez llegó una novia a casarse, el chofer abrió el baúl y bajaron bolsas de papa, de zanahoria y de cebolla. Fue fascinante”, se entusiasma Stella.
Suena el teléfono. Stella no para nunca. Enciende un cigarrillo y atiende.
–¿Un ciclón en Longchamps?
–...
–No tienen luz... decime, gordo, ¿qué necesitás?
Retoma la charla. Dice que nunca se le ocurrió dejar de trabajar con el Padre. Ni siquiera en “la época brava”. Farinello integró las filas del Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo en los ‘70. Fue secuestrado, le pusieron una bomba y ametrallaron la Parroquia Nuestra Señora de Luján, donde estuvo hasta noviembre de 1999 (cuando pasó a la Capilla Jesucristo Liberador). Stella se crió con él. “Es como el hermano mayor que no tuve”, repite todo el tiempo.
Cuando se le menciona la trillada frase “detrás de todo hombre hay una gran mujer” (en este caso varias), Stella se ríe. No es algo que le cueste demasiado, es muy simpática. Después de pensar un poco dice:
–Mi mamá le dedicó su tiempo con alegría, sin quejarse. Y creo que yo la heredé. Me encanta venir acá, no es un peso. Es parte de mi vida.
Vuelve a sonar el teléfono. La dejo. Me acerco a Susana Maidana, que clasifica ropa. La ruidosa voz de Stella lo llena todo:
–¿Ustedes son los muchachos que estaban encadenados? ¿Necesitan algo de mercadería?
–...
–Sí, anoto, Plaza de los Dos Congresos. Listo, muchachos.

La idea fija
Su trabajo es clasificar mercadería, arreglar la ropa y organizar el reparto. Vino del Chaco hace 9 años “por una piedra no operable que tengo en la espalda”, dice. Y se quedó. Le habían dicho que no iba a vivir mucho tiempo más. “Yo dije, si Dios me da fuerza, voy a seguir trabajando para la gente... y fue así”, cuenta. Cada día va a la Fundación desde las 9 de la mañana. Y cuando no trabaja de corrido, aprovecha para cortar el pelo o arreglar ropa y se hace unos pesitos.
Susana vive en el Barrio Santísima Trinidad, de Quilmes, con un hijo discapacitado. Sobrevive con alimentos y ropa que le da la Fundación porque no cobra sueldo. Pero no se queja. “Vivo bien”, dice.
–Yo te explico cómo vivo. Cuando vine, la Municipalidad me dio un terreno en una zona muy baja, detrás del Barrio Naval. Una gota de agua y estábamos con la mitad de la pierna en el agua... Me regalaron 500 tarimas, las desarmamos y me hice una prefabricada. Después la forré con restos de madera terciada. Después cirujeé, conseguí alfombras, alfombré todo. Y la amueblé con las cosas que me daba el padre Luis. Mi casa es sencilla, pero es muy linda. Y ya no se inunda porque la levantamos a un metro cincuenta del piso.
–¿Por qué estás acá? No te sobra nada...
–Sí, pero desde que me salvé, mi gusto es vivir para afuera. Y sé que voy a salir adelante porque en mi provincia tenemos esa idea fija... Y no tenemos cansancio en el cuerpo.

La guardería
Hace 35 años, María Rosa Rodríguez tenía 15. Iba a la escuela Inmaculada Concepción de Quilmes. Su profesor de religión era Farinello. Entoncesempezó a ir a los barrios pobres de Quilmes, los sábados y domingos, a dar la merienda, a hacer espectáculos con títeres y a organizar juegos. Así empezó todo.
En esos 35 años, María Rosa creció, hizo su vida. Pero siempre estuvo en contacto con la obra de Farinello. Hoy coordina La Casa del Niño, más conocida como la guardería.
El edificio está pulcramente pintado de amarillo con ribetes verdes en ventanas y puertas. Y se levanta junto a la capilla Jesucristo Liberador, camino al río.
La Casa alberga a chicos de 6 a 14 años, que van a contra turno de la escuela, unos 120 por turno. Ahí reciben apoyo escolar, tienen tareas recreativas y también, una vez por mes, hacen excursiones.
El área maternal es para niños de cero a 5 años. Hay unos 50 por turno. Y también hace poco se creó La Casa del Joven, donde se ejerce una especie de tutoría de adolescentes.
–Cinco chicos ya terminaron el secundario. Algunos piensan que es una pavada, pero para nosotros es todo un logro –cuenta María Rosa.
–¿Funciona realmente como una guardería?
–Para la mayoría es más un comedor que una guardería. Unos 450 chicos vienen a comer. Nosotros hicimos una estadística hace dos años y descubrimos que la gente se arregla con un peso por día, los que trabajan. Pero el 80 por ciento no trabaja.
La autopista Buenos Aires-La Plata hace de línea de referencia inevitable para distinguir quienes son los que asisten a La Casa: son los pibes que viven en los asentamientos que bordean su costado derecho (viniendo de Capital) desde Bernal.
Los siete hijos de María Gómez, por ejemplo, se criaron en la guardería. Hace 13 años que ella trabaja ahí. Empezó haciendo la limpieza y ahora les sirve la comida a los chicos, en la franja horaria que va de las seis y media de la mañana a la una. A cambio recibe “cinco mercaderías” por semana. Con eso se arregla porque su marido ahora tiene trabajo, cuenta.
–Tiene changuitas. Estuvo casi un año sin trabajar porque no conseguía nada. Aparte era alcohólico...
–¿Se recuperó?
–Un poco, quizás, no sé... porque hay tiempos que deja y tiempos que vuelve a retomar. Era pesado para mí en mi casa porque cuando él tomaba para mí era un infierno. No era golpeador, pero era agresivo, creo que duele más. Entonces yo venía acá y encontraba paz, y me acostumbré tanto que ahora no lo quiero dejar.
María tiene los dientes gastados y los ojos tan chiquitos que pareciera que el sol la encandilara todo el tiempo. Lleva un rosario violeta colgado al cuello.
–¿Te gusta venir?
–Me encanta. Ahora nos dieron unos días de vacaciones y yo estoy desesperada porque el cariño mío es el de los chicos, quiero estar acá.
Norma Caballero tiene 39 años y también es voluntaria. Ahora se dedica a la limpieza de la guardería. Siempre fue religiosa y sigue de cerca al cura desde chiquita. Sus padres fueron casados por Farinello, y sus hijos tomaron el bautismo y la comunión también con él.
Ella volvió a la guardería después de haber perdido a uno de sus cinco hijos en un accidente. “Es como que me desahogo, estar todo el día en mi casa sería un problema. En cambio acá tengo cosas para hacer y me siento mejor porque puedo estar en contacto con personas que me quieren”, dice. Además, su tarea como voluntaria le permite tener algo que darle de comer a sus hijos todos los días.

El candidato
Sobre la candidatura de Farinello, sus mujeres se debaten entre la fe y el miedo. La confianza en que el Padre “no se casa con nadie”, por un lado. Y el temor a que entre en un ambiente de gente –los políticos– “que no está con la gente”, por otro. “Yo sé que gana, no me cabe la menor duda... Y va a ser un aire puro dentro de la política argentina”, confía Stella. “Sé que es un luchador y seguramente va a salir todo bien. Le tengo mucha fe”, opina Norma.
Tal vez sea la fe, justamente, la mejor manera que tienen estas mujeres de mostrar su fidelidad a Farinello. Esa fe terrena que se manifiesta en la confianza, en la creencia, en el trabajo diario y en la dedicación sin esperar retribución. ¿Cómo se entiende, sino, que teniendo tan poco (materialmente) puedan dar tanto? No hay respuesta desde la razón, claro; como toda cuestión religiosa, roza lo milagroso.