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INTERNACIONALES
La
píldora de las
Misioneras
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Un
obispo español demudó a muchos cuando admitió hace una semana que la
Iglesia Católica permite a sus monjas misioneras en zonas de conflicto
tomar la píldora (mientras se la sigue prohibiendo al resto de sus fieles).
El testimonio de una misionera en el Congo.
Por Cristina Civale,
desde Madrid
El
obispo español de Segorbe-Castellón, Juan Antonio Reig,
difundió la semana pasada en Madrid la explicación por
la que la Iglesia Católica autorizaría (autoriza, según
él) el uso de la píldora anticonceptiva en las monjas
misioneras que trabajan en países en guerra. Reig, presidente
de la subcomisión de Familia y Vida en la Conferencia Episcopal
Española, adujo que el uso de las píldoras anticonceptivas
por las monjas cambia la naturaleza del acto moral, al diferenciar
las consecuencias de una violación, del acto mismo de la anticoncepción.
Es una acto de defensa personal ante una agresión, y no
un acto que va contra la concepción, remató sorpresivamente
el obispo.
Cristina Michelena, la productora del noticiero de la CNN que cubrió
la noticia, no pudo dejar de apuntar el cinismo que encierra la declaración.
Así como alegremente la Iglesia permitiría el uso
de las píldoras en monjas misioneras ante inminente peligro de
violación, prohíbe el uso de preservativos en general
para prevenir el sida. Es una contradicción, afirmó.
A pesar de su cargo, no sé si el obispo Reig puede hablar
en nombre de la Iglesia en general, parece confundirse y habla de moral
y autodefensa, cuando claramente tomar la píldora es tomar la
píldora y es tomarla para evitar un embarazo, para no concebir.
Parece que evitar un hijo concebido por la violencia es más moral
que morirse de sida por negligencia. Porque la prohibición del
uso del preservativo es negligente corrobora Elvira Siruana, de
Vindicación feminista de España, sumándose a la
contradicción señalada por la periodista. Siruana, sin
embargo, no puede evitar una sonrisa cuando recuerda las palabras del
obispo, pero sus consideraciones son serias. Todas las mujeres,
cristianas o no, monjas o no, pueden ser violadas en algún momento
de su vida afirma. ¿Entonces, por qué no liberar
a las cristianas del pecado de tomar la píldora por si alguna
vez las violan? Con este criterio, se establece una especie de jerarquía.
Las monjas en misión podrían hacer lo que cualquier cristiana
no puede. Parece, entonces, que no somos todos iguales ante los ojos
de Dios. Al menos según este obispo. Es completamente ridículo,
además de descabellado e injusto. Es tan moral para cualquiera
elegir cuándo quiere concebir y cuándo no.
Desconcierto
Las distintas congregaciones de misioneros con residencia en España
se mostraron bastante sorprendidas por la información. El hermano
Raúl de LosMisioneros del Verbo Divino, al ser consultado por
Las/12 se mostró perturbado y no creyó que semejante autorización
fuera posible.
Por su parte, la hermana Josefa, de la Congregación Misioneras
de Nuestra Señora de Africa conocidas como Hermanas Blancas
por los atuendos típicamente musulmanes y blancos que usaron
en los orígenes de su trabajo en Argelia, trabajó
34 años en la República Democrática del Congo (ex
Zaire) y aseguró a esta cronista, con indignación y desconfianza,
que jamás había escuchado una cosa semejante, ni
tengo noticias de tal uso.
Vestida sin atuendo religioso, con una sencilla falda clara y un saco
de lana beige, de donde sobresalía una enorme cruz colgada con
un simple cordón desde el cuello, la hermana Josefa quiso aclarar
los tantos y aceptó hablar en la sede de su congregación,
en el barrio madrileño de Moncloa. Gentil, suave, pero astuta
y militante, va a lo suyo y apunta, sin falla, de una sola vez. Con
sus palabras descoloca, sin querer o queriendo, al obispo Reig y corre
el eje de la discusión y lo centra en su verdadero nudo ético,
el que lleva a cualquier hermana misionera a prestar su servicio en
alguna parte del mundo que esté en emergencia.
No le niego que existe el peligro de la violación apunta
Josefa, pero no hay manera de prevenirlo. Yo, al menos, no la
conozco. De todos modos, en Africa la violación no es una táctica
de guerra como sí fue en los países de la Europa del Este.
El verdadero peligro que atravesamos los hermanos misioneros que trabajamos
en Congo y en cualquier país en guerra es que nos
maten igual que a cualquier congoleño. Nosotros no somos importantes,
son importantes esos millones de personas obligadas a huir de sus casas
y a refugiarse en la selva para sobrevivir. Nadie dice, ningún
medio se molesta en cubrir esta noticia, que el Congo es un país
que atraviesa una guerra de ocupación por parte de Ruanda, Burundi
y Uganda, apoyados por los países poderosos de Occidente. Los
ocupantes asesinan todos los días y en sus redadas caen también
hermanos y hermanas. El año pasado murieron diez religiosos.
No nos matan porque evangelicemos, sino porque defendemos los derechos
naturales y humanos de los congoleños. Convivimos con ellos,
trabajamos con sus líderes y en ese punto nos convertimos en
peligrosos. Nuestra prensa interna difunde diariamente estos atropellos.
Queman iglesias, nos amedrentan, tratan de que dejemos el país,
de que abandonemos al pueblo y que lo dejemos librado a su desdichada
suerte. Como al resto del pueblo, nos persiguen con patrullas y armas
que venden países como España. La verdadera violación
que sufrimos las hermanas misioneras es la misma que sufren los pueblos
que defendemos, es la violación de los derechos humanos. ¿La
píldora? ¿Qué píldora? ¿Por los derechos
humanos? Esa todavía no se inventó. Seguramente no sólo
la tomaríamos. También la distribuiríamos. Pero
entiendo la insistencia sobre la píldora anticonceptiva. Vende
más hablar sobre monjas y sexo, ¿no? ¡Qué
tontería con un continente entero al borde de la muerte! A usted,
que es mujer, le pido que abra su corazón, que se compadezca.
Los conceptos de moral y autodefensa cobraron otro sentido luego de
hablar con la hermana Josefa. Un sentido que las disparatadas declaraciones
del obispo Reig nunca hubiesen merecido.
No
te engañes, Josefa
Por
sandra russo
Llega el e-mail que contiene la nota que se publica en
esta página. La corresponsal en Madrid ha salido a buscar
de apuro el testimonio de alguna monja misionera que amplíe
la noticia que circuló hace unos días y que tuvo
su epicentro en las declaraciones del obispo español
Juan Antonio Reig. Según ellas, la Iglesia Católica
autoriza a las monjas que trabajan en zonas de conflictos bélicos
a tomar recaudos anticonceptivos. Esto es, la píldora.
Es sabido que en esos sitios, de los Balcanes a Colombia, incluyendo
remotos países africanos, las violaciones se suceden
y que los violadores no actúan sólo enfebrecidos
contra las mujeres del bando opuesto: la situación de
guerra enceguece, libera las miserias más hondas, y las
mujeres son víctimas de soldados de uno y otro bando,
de hombres que las acechan en los territorios que ellas cruzan
huyendo de las balas, que en muchos casos son víctimas
hasta de sus propios y desquiciados compañeros. Desde
luego que haría bien la Iglesia Católica en distribuir
píldoras no sólo entre las monjas, si no además
entre todas las mujeres en riesgo de ser violadas. Y haría
mejor todavía si aceptara que hay situaciones que desbordan
los dogmas, que hay sucesos en la vida de los hombres y las
mujeres que ni ellos ni ellas están en posición
de controlar. Lo escandaloso de las declaraciones del obispo
Reig proviene de ese otro escándalo que puede ser una
monja embarazada como producto de una violación, y de
la doble moral que surge al querer evitarlo. A las demás
mujeres embarazadas, y cuánto, cuánto más
a aquellas que no han sido violadas se les sigue diciendo que
se limiten a abstenerse del sexo cuyo fin no es la reproducción.
Pero mientras las palabras del obispo tambalean ante el más
tenue contraste con la realidad, desde Madrid llega el testimonio
de una monja misionera, Josefa, que pone puntos sobre íes
con el respaldo de haber dedicado más de treinta años
de su vida a una misión. ¿La píldora?
¿Qué píldora?, pregunta a su vez
escandalizada la monja Josefa. ¿La píldora
contra la violación de los derechos humanos?, remata.
Seguramente ella ha visto más sufrimiento del que puede
transmitir, y se impacienta. Pero no nos engañemos, Josefa:
no son cosas tan diferentes la píldora anticonceptiva
y la píldora que las monjas católicas distribuirían
gratuitamente si se inventara. La Gran Píldora debería
incluir a la otra, a nuestra querida píldora de siempre,
porque los derechos reproductivos de las mujeres son derechos
humanos, aunque en la Iglesia Católica obispos y misioneros
sean reacios a admitirlo.
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