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Personajes

 Aída y algo más

Acaba de cumplir 84 años, mientras disfruta de su regreso a la televisión. Hace más de sesenta años que esta mujer menuda y fuerte es una estrella que nunca encandiló tanto como Zully Moreno o Mirtha Legrand, pero que construyó su propia leyenda en base a un oficio que domina como pocos.

Por MARTA DILLON

La recepción del estudio de Azul Televisión es todo espejos y mármol lustrado como en una propaganda de productos de limpieza. Cualquier niño soñaría con patinar en ese pasillo sin mácula al que dan cada uno de los pisos de donde salen actores de vestuario y maquillaje un tanto bizarro para el mundo real, que se ríen a carcajadas o repasan la letra como si ese pasillo fuera el patio de un coqueto hospital psiquiátrico. Se abre paso entre ellos una pequeña tropa de operarios de mameluco caqui cargados con grandes paquetes de sandwiches de miga. El guía lleva una preciosa carga: una chalina de seda violeta que flota como una medusa en el aire artificialmente frío. Esa seda es para el cuello de Aída Luz, la estrella de este día en que el elenco de “Matrimonios y algo más”, el programa de Hugo Moser del que la actriz forma parte desde su primera emisión en 1967, le festejará su 84 cumpleaños. Ella no lo sabe, o al menos finge no saberlo. Hará su entrada más tarde, cuando manteles y lunch hayan sido dispuestos entre los decorados caseros donde se siguen pasando escenas de muy nacional picaresca matrimonial.

Parece un pájaro esta mujer diminuta, un pajarito de huesos frágiles posado en el brazo de un hombre que le lleva por lo menos medio metro y la espera mientras ella avanza entre los cables buscando un espacio en blanco donde pisar sin tropezarse; no sería sorprendente que levantara vuelo, ese medio parece propio para ella. O que su joven amigo la levantara en brazos, de hecho es lo que desearía ese hombre de negro, especialista en cine argentino y orgulloso de su amistad con Aída y con Jorge, hermano y cómplice de la actriz. El está allí para hacerle la vida más fácil y entonces recoge los ramos de flores, busca la mejor silla para ella en la cabecera de la mesa y la deja disfrutar del festejo huyendo hacia bambalinas. El elenco canta dos o tres versiones del “Feliz cumpleaños” y, entusiasmados por movileros y fotógrafos, busca algo más, una que sepan todos, algo que sirva para el homenaje. Y la encuentra. Es el himno a Sarmiento y después, como hilvanada por un mismo recuerdo escolar, llega la marcha de San Lorenzo. “¡Pero che!, ¿qué se creen, que soy una estatua?”, se queja Aída y dice por lo bajo: “Es por la edad, no por prócer, ojalá. Ahora falta que canten el himno y nos tengamos que parar todos”. La forma en que imposta la voz acaba con cualquier fantasía sobre su fragilidad, hay decisión y trabajo en ese tono que se ha forjado en 65 años de carrera como actriz. “A veces me veo en las primeras películas y me pregunto cómo fue que me siguieron contratando, muy mal, con esa vocecita ñingui-ñingui. Me da tanta rabia que me paro frente a la tele y le digo: ¡Habla fuerte, che!”, con su matiz más grave, capaz de atravesar hasta el final cualquier sala de teatro. “Es algo que me enseñó Ernesto Vilches, a dirigir la voz a la última butaca, aunque estuviera vacía”.

Aída entrega y recibe el cariño de sus compañeros que la llaman mamá o mamita en besos livianos que se posan como mariposas. Entorna los ojos con paciencia para los fotógrafos que reclaman su mirada para la lente. Pero en cuanto puede vuelve con su joven amigo para el camarín que la producción le ha montado justo al lado del estudio, para evitarle lasescaleras. Está preocupada por su perrita Emily, una yorkshire de nombre literario que ahora sufre de reuma y tiembla como una hoja en brazos de su dueña, a la que cedió con dificultad el sillón de terciopelo rojo. “Este montoncito de pelo me llena de amor”. Sin duda eso es lo que parece esta diminuta perrita a la que Aída no quiere entregar a los machos “para evitarle sufrimientos”. ¿Es que a ella los hombres la han hecho sufrir? “Como a todas, ni más ni menos”, pero ella no es como todas. “Sí, querida, la vida es casi siempre la misma, con un trabajo o con otro, todos queremos lo mismo. Hasta los treinta bailar y sacudirse, después, asentarnos, tener una familia, estar en paz”.
–Empecemos entonces por el principio...
–¿El principio? ¿Cuál es el principio?
Aída tiene la idea de que la humanidad y la vida de cada uno es “redonda como la Tierra”. Todo el tiempo se está empezando y todo el tiempo nos repetimos, las modas, algunos errores, en su caso, los nervios de salir a escena. El principio podría ser cualquiera de las puntas que fueron tejiendo su vida, el comienzo en la radio, en el cine, su primer y su único amor, la tele o el pueblo del que se fue con 14 recién cumplidos.
–Lo recuerdo con tanto cariño, ahora se llama Alejandro Korn, pero en mi época era Empalme San Vicente. Volvimos muchas veces, mi hermano Jorge había comprado una casaquinta y también la de al lado para que no nos molestaran ni nos robaran la fruta y eso... pero íbamos con mamá un viernes y nos la pasábamos limpiando. Cuando estaba todo lindo ya había que volver. En las casas hay que quedarse, no se las puede dejar solas...

Es un pensamiento de alguien que siempre ha tenido su casa. Que desde 1956 vive sola, cuando murió quien había sido su marido durante 11 años.
Su única familia, Jorge, vivió siempre en la casa de su madre. Y Aída lo agradece, “cada vez que lo voy a visitar digo ‘voy a lo de mamá’”.
–Así que terminamos vendiendo. Pero ya no era lo mismo, quedaba poco de ese pueblo que caminábamos con una amiga mía... Me llevaba cinco años, pero qué sé yo, era su cómplice y ella me hablaba, que la había mirado fulano, que le habló mengano, yo la escuchaba como a un radioteatro. Caminábamos por esas calles de tierra apisonadas por el tráfico. El tráfico de carros, te imaginarás, pasaba un auto cada mil años. Y los domingos el paseo era ir a las seis de la tarde a la estación, a ver los trenes. Hasta las ocho se paseaba por el andén, mirá si sería ingenuo todo.

Entonces soñaba “con todos los artistas de la radio, ni pasaba por mi imaginación que esos seres que yo adoraba como Elena Lucena iban a ser mis amigos. Nunca imaginé que iba a entrar en la radio, me parece mentira”. Cuando han pasado 65 años de su debut, el primer día de 1936, ese presente que la asombra es disonante. Pero ya sabemos, como la Tierra, hasta las emociones pueden ser redondas.
–Hasta ahora trato de no perder la ingenuidad y me alegra no haberla perdido totalmente, siempre es preferible no adelantarse a los hechos, no avivarse, porque en cierto modo no trae ningún beneficio. La ingenuidad es algo modesto y sincero, lástima que la vida no te deja.

No hubo lágrimas en la despedida de Empalme San Vicente. El tren llevaba a la familia Luz a Buenos Aires y a los 14 Aída ya tenía ganas de “sacar las alitas del nido”. Además no le quedaba más lectura en su pueblo, ya había sacado todos los libros de la biblioteca, la última vez se tuvo que llevar el diccionario. “Es que ésa fue mi secundaria, yo no estudié, pero leí y también viajé, conocí 33 países y si una tiene la inquietud de visitar los museos y eso, se aprende mucho. A cada país que voy hago siempre lo mismo, primero el museo de arte y después el mercado, para ver qué come y cómo vive la gente. Esa fue también mi universidad”.
En Brasil, el año pasado, tuvo una breve postal del desenfado paradigmático de ese país. “Estaba en el mercado revisando telas y déle comprar, sedas, organzas... Jorge estaba en la esquina apurándome y entonces el tipo, muy fresco y con la mano toqueteándose bien ahí, medice: ¿A madami e modista? ¡Cuando le conté a Jorge!, se moría de risa”, dice y repite el gesto con su larga mano como si batiera mayonesa.

–Una vez que entré en la radio ya todo me parecía normalísimo, ya no me pareció raro que me llamaran para el cine, o para teatro como pasó después. Y además era la ambición de jovencita, de querer abarcarlo todo. Empecé como cancionista, no tenía repertorio, qué iba a tener. Es cierto que siempre fui de cantar, las vecinas me daban caramelos cuando interpretaba un tango. Después tuve que cantar rancheras, folklore, de todo. Pero fijate que yo era secretaria, había que trabajar porque éramos muchos, cuatro hermanos, mamá y papá, y además porque era lo que se usaba, a los quince a trabajar y colaborar. Y así me enteré de la audición en Radio La Nación, que quedaba en el diario, en la calle Florida. Al principio mis padres ponían sus peros, que el ambiente, que quizás, que tal vez... Después mamá se dio cuenta de que era tan puro como cualquier otro. Igual que hoy, si una quiere hacer las cosas bien, no está para jolgorio.

Fue su voz y su figurita delicada lo que tentó a Agustín Irusta para invitar a Aída a actuar en una película, Ya tiene comisario el pueblo, para la que ella se cosió su propio vestuario. Al día siguiente del estreno Argentina Sono Film la contrató en exclusiva y sólo en ocasiones “la prestó” a otras productoras. Fue dirigida por Lucas Demare, Mario Soficci, Daniel Tinayre, entre otros, hizo cuatro películas con Hugo del Carril de las que está orgullosa y fue una estrella en la era de oro del cine argentino. Pero no le gusta que la usen “de archivo de la Nación, cuando me invitan a hablar para rememorar viejos tiempos, huyo”, dice. No tuvo más maestros que sus compañeros de elenco y las películas que veían en el cine, una y otra vez, hasta que ya no necesitaba leer los subtítulos porque se las sabía de memoria. Entonces podía captar los detalles, “los gestos, las expresiones, los tonos de la voz de mis favoritas como Greta Garbo y Bette Davis, de ellas aprendí. Mi mamá no me podía enseñar, era ama de casa, pero muy crítica, eso sí. Siempre nos criticaba a los dos, a Jorge y a mí, que nos faltaba entusiasmo o pasión, qué sé yo... Era bueno porque si te viven halagando te convertís en una imbécil”. El público, en cambio, la amaba sin reparos. Cuenta que cuando vivía en Florida y Paraguay no podía salir a la calle de tanto que la besaban y la elogiaban, “ahora todo eso es para los cantantes”, dice con cierta nostalgia.

Ella empezó porque consiguió el permiso de su mamá para presentarse a una audición y su hermano empezó acompañándola a ella a la radio. Una vez se enfermó un actor y Jorge ya se sabía su parlamento de memoria. Los dos seguirían, consecuentes, “en este medio” y en todas sus variantes. Y con la misma fascinación del uno por el otro. “Tenemos una relación muy especial, nos divertimos mucho juntos. Y claro que sí, nos visitamos, aunque en realidad como yo tengo auto soy la que más voy”. Tiene un auto japonés casi tan pequeño como un sacapuntas, “una monada, y tiene pocos kilómetros porque más allá de un viaje a Rosario o Mar del Plata no ando”. Parece suficiente para una mujer de 84. Maneja desde el año ‘42, cuando tuvo que aprender para la película El viaje, en la que compartió pantalla con su amiga Mirtha Legrand, que la suele invitar los veranos a Punta del Este. “Somos de la misma camada, con Zully Moreno, Olinda Bozán y tantas otras. Pero Mirtha se dedicó a los almuerzos, es otra carrera”. Aída hizo otras elecciones, aunque confiesa que en muchos casos sólo fue ese “vicio de comer” lo que la guió en el camino. De todos los géneros que cultivó prefiere el cine “porque te queda para siempre”, aunque a veces se enoje con su imagen juvenil en la pantalla. El teatro es siempre un desafío y también uno de sus mejores recuerdos, el de su único amor.
–Me habían llamado para hacer una de las primeras obras de teatro, Yo soy el camino, que dirigía Ernesto Vilches, y estábamos ahí, en un ensayo,cuando de pronto veo entrar un ¡¡churro!! Porque era muy buen mozo mi marido, y además entró tosiendo, con el sobretodo con las solapas levantadas, justo para mí, un churrito con tos... Y supe que a él le había pasado lo mismo. Así que esa obra también fue el camino para los dos.

Su único amor, Fernando Roca, era director de una orquesta de jazz, “en la época que se usaban las orquestas en las boites”. Según su viuda, muy mal actor, aunque nunca se lo dijo. “Nos queríamos demasiado como para ofendernos”. Murió en un accidente tonto, once años después de un casamiento “de apuro, porque así éramos nosotros, improvisados”.
–La declaración fue un beso, no hacían falta palabras. Y nos casamos apurados por un capricho de mamá que no se quería tomar la presión. Teníamos que viajar a Chile, un contrato fabuloso que también la incluía a Olinda, era plata que acá no la ganábamos. Yo le dije a mamá “si no te tomás la presión, no te llevo en avión”, porque sufría de presión alta, sobre todo emotiva. Y no quiso. Fernando me dijo, “bueno, nos casamos”, y así fue, todo de apuro, comprando muebles a las corridas.

Nunca más tuvo una pareja, “amoríos sí, no te voy a mentir”. Pero nadie podía ocupar el lugar que Fernando dejó entre sus cosas. “Me dejaba cartas de amor en lugares imposibles, ¿cómo iba a vivir con alguien más después de eso? ¿Y cuando no encontrara las cartas, los mimos, qué iba a hacer?”. Los amoríos se sucedieron, siempre con el consejo de mamá y jamás con alguien del ambiente. Dice que no es una mujer difícil, pero tampoco “le voy a llevar el apunte al primero que me diga algo. Por suerte mamá era muy liberal y podíamos hablar de todo”. No tuvo hijos, siempre estaba primero el trabajo y ahora lo siente como una cuenta pendiente que no la amarga. Tiene en cambio una nieta que le dio la vida, la hija de una amiga que desde chiquita le dice abuela y a los 23 continúan el vínculo.
–¿Extraña a su marido?
–No, llené mi vida con otras cosas. Hago tapices, escucho música, leo, biografías sobre todo. Ahora tengo una de Sarita Montiel. La conocí en lo de Mirtha y habla y habla que da calambre, de sus amoríos, sobre todo. Ahora quiero ver qué dice el libro.
–¿Cómo elige sus lecturas?
–Por el diario, siempre leo las críticas, lo que es bueno y lo que no. Y además entre las amigas nos pasamos, a veces ni los compro, me los prestan. Las revistas me aburren bastante, todo pecho y cola, siete hojas de alguien que no sabés ni quién es, pero que muestra el pecho y la cola, ya exageran. Yo no soy una vieja que vaya a criticar a las chicas en tanga, pero ya muestran toda la cola, la cola completa.

Es verdad que nunca fue pacata, de hecho, según Daniel Tinayre, fue la protagonista del primer desnudo del cine en El rufián. “Me tenía que sacar el corpiño de espaldas y mientras estaba practicando Daniel da vuelta la cámara y se me ve un poco de un pecho. Pero entonces ya era viuda”. Incluso su debut televisivo, con “Matrimonios y algo más”, fue en un programa “pícaro”, aunque cree que ya nadie se asusta de nada y que los padres son demasiado permisivos con los hijos, que tal vez ella no los tuvo porque iba a ser demasiado ruda, “pero bueno, también se puede hablar y que ellos entiendan. Porque ahora yo pregunto, como siempre dice Hugo Moser, ¿usted sabe dónde está su hijo ahora?”.
–Pero Aída, esa frase fue acuñada en la dictadura.
Escucha bien, pero elige pasar de largo el comentario, aun cuando fue repetido. Ella no se mete en política, es “apolítica”, aunque alguna vez el socialista Américo Ghioldi la tentó con sus discursos y se ganó su voto. “Pero no sé si fui socialista, odio el comunismo, es algo muy de mi época. Lo que digo de los chicos es que abrís el diario y ves pura pálida, pálida, tiros, cuchillazos, hay que ver cómo sufren los padres”. Por sí misma no siente miedo, si escucha un ruido en su amplio departamento de Palermo, se levanta y va a ver de qué se trata. “No le tengo miedo a nada, salvo a los bichos que se arrastran, si llego a ver uno soy capaz de ganar cualquier carrera”. –¿Tampoco le teme a la muerte?
–No, ¿por qué? Todos tenemos que llegar a ella, así que hay que irse acostumbrando. Y yo ya me estoy acostumbrando.

Es tan fácil creer que escucha a la muerte respirando cerca como que esta mujer es inmortal. De hecho ya ha escrito su nombre en la historia y sin embargo se levanta cada mañana, sola, pone la pava en el fuego y se toma su tiempo para decidir si será mate o té. Después vuelve a la cama, a estudiar la letra. Y le cuesta.
–Claro que sí, porque quiero que me salga perfecto. Si hay un autor que se quemó las pestañas para escribir, yo no soy nadie para cambiarlas. Lo mismo con la música; los creadores se matan para que quede bien y viene un músico y altera la melodía. A mí no me gusta, por eso me lleva tiempo aprender la letra. Porque la paso y siempre un más o un menos agrego y me da rabia cuando veo que no es así. Yo sé que muchos se olvidan, yo tengo la viveza para seguir, pero es una cuestión de respeto.

Hace cuatro años, cuando formó parte del elenco que hizo en teatro Flores de Acero, ya su hermano le criticaba que siguiera trabajando y ella decía “no me entusiasma esperar la muerte sentada en un sillón”. Entonces los cronistas le preguntaban si sería su última obra. La respuesta llegó pronto, cuando encarnó a Mag en Mi Bella dama, su primer papel como villana que interpretó magistralmente. “No sé por qué nunca me había tocado hacer de mala, pero es una impresión fuerte y fue un desafío”. Desafío que cumplió, pero que dejó sus secuelas. “Antes pensaba que era rencorosa, ahora te digo que ser vengativa es el peor defecto que puede haber. En todo caso retiro mi amistad, eso sí, un error lo tiene cualquiera, pero cuando se repite, no me ves más el pelo”.

Después de esa intensiva temporada de teatro, Aída confiesa que se descuidó. La obra exigía un gran compromiso físico, pero ella fue más lejos aún y, bajando la escalera de un decorado de televisión, tropezó y se rompió la pelvis. Fueron 35 días de reposo absoluto en los que Jorge, su hermano, y Damián, el hombre de negro que los adora a los dos, se mudaron a su casa. “Nos reímos mucho –cuenta Damián a solas–, los dos tienen el chiste en la punta de la lengua, y también lloramos, porque tuvimos miedo”. Pero eso ya pasó, Aída es delicada pero fuerte y ya reina en su casa cargada de fotos en blanco y negro en la que su piel no tiene ni una arruga, con la sola compañía de Emily, la perrita que la mira con los ojos del dolor. “Esta sufriendo”, dice ella y mira a Damián que le promete que pronto termina la jornada y van al veterinario. Ella no espera otra cosa, es una profesional rigurosa, por ningún motivo dejaría la escena. Y entonces se retoca el peinado que ella misma se hizo, apenas el maquillaje y sale. Está lista para escuchar su palabra favorita: ¡Acción!