MITOS
Habla
y serás bella
Al
mismo tiempo que las mujeres conquistan libertades y se expande la realización
de su potencial creativo e inte-lectual, aumentó la tiranía de la belleza.
Así, según los casos, ellas se sienten culpables de envejecer, de tener
tetas chicas, de no ser flacas, de portar canas y celulitis. El nuevo
milenio debería poner el gimnasio, la cirugía y la cosmética al servicio
de la diversidad y el estilo, y no como una obligación para existir
en el mundo.
Por Moira Soto
Cada vez que la mayoría de las pensadoras del feminismo se refiere
a las materias pendientes para acercarse a una genuina igualdad, se
suelen mencionar las tareas domésticas y la crianza de hijos,
que los varones se resisten a compartir plenamente. Sin embargo, hay
otra división sexual del trabajo igualmente injusta, quizás
más opresiva, y que no sólo afecta en principio
a todas las mujeres sino que además se ha intensificado brutalmente
en el curso de las últimas décadas: las labores (regímenes,
tratamientos diversos, aplicación de cosméticos, cirugías
estéticas, gimnasias) relacionadas casi exclusivamente con la
belleza. Es cierto que algunos ejercicios físicos, algunas dietas,
pueden resultar saludables, pero en general el objetivo es ser bellas,
mejorar estéticamente, responder a patrones en boga. Para
las mujeres, la belleza es una obligación que forma parte de
su identidad sexual, apuntó Susan Sontag. Porque
ésta es una sociedad que hace del ser femenino y de la preocupación
de ser bella una sola cosa. Y lo peor es que esta condena a lo
Sísifo no hay cuidados definitivos, las modas cambian,
las cirugías deben ser renovadas viene con un estigma encima,
como señala Sontag: Se define al ser femenino como aquel
que se ocupa de su aspecto y luego se lo denigra por frívolo
y superficial.
Esta tiranía de la belleza, que paradójicamente se agudizó
al mismo tiempo que las mujeres conquistaban libertades y se expandía
la realización de su potencial creativo e intelectual, ha sido
también denunciada por ensayistas feministas lindas y jóvenes
para que nadie diga que sangran por su propia herida como
Naomi Wolf (El mito de la belleza) y Susan Faludi (Reacción,
la guerra no declarada contra la mujer moderna). Por su lado, la periodista
Barbara Ehrenreich llamó enfermedad social a la ansiedad
creciente de las mujeres por hacerse colocar implantes en pechos y nalgas,
recordando irónicamente en ese artículo la vieja costumbre
médica de obtener provecho del cuerpo femenino a través
de tantas histerectomías y cesáreas innecesarias.
Desde luego, muchas otras voces se han alzado poniendo en manifiesto
y repudiando este sistema despótico que subyuga a las mujeres
al no permitirles otra opción. Porque, volviendo a Susan Sontag,
no es el deseo de ser hermosa lo que está mal sino la obligación
de serlo, o de intentarlo a toda costa. A tal punto se ha incorporado
el marketing de la belleza (o del forzoso, imprescindible mejoramiento
del aspecto) a nuestras vidas que se considera un pecado no responder
a estos dictados. Así, según los casos, nos hacen sentir
culpables de envejecer, culpables de tetas chicas, culpables de no ser
flacas, culpables de portar canas, culpables de celulitis. Y si alguna
se quiere olvidar un poco del tema, aventar la angustia de todo lo que
le faltaría por hacer para estar a tonocon los imperativos sociales
y comerciales, ahí está la perfumería de la esquina
con sus vidrieras y estantes abarrotados de cremas, máscaras
y lociones para todas las edades y pieles, además de tinturas
y tratamientos capilares diversos; y a la media cuadra el gimnasio con
múltiples aparatajes; si leemos diarios y/o revistas, veremos
que proliferan las notas con tareas para el hogar (o para cumplir en
institutos de belleza), los artículos promocionales de cirujanos
estéticos que intentan convencernos de que lo mejor para la autoestima
es operarse, implantarse, liposuccionarse, amén de los innumerables
avisos que venden productos humectantes, nutritivos, reductores, champúes
y cremas de enjuague, exfoliantes, tónicos, tratamientos antiage
sectorizados (una cosa es el contorno del ojo y otra el del cuello)
y hasta (entre lo mas sofisticado y caro) un Complexe cellulair aux
extraits du caviar. En las revistas llamadas femeninas,
por cierto, casi nunca faltará un régimen novedoso y milagroso,
con su nombre propio. La semana pasada aparecieron en sendas publicaciones,
la Dieta Dash (Dietary Approaches to Spot Hipertension) y la Dieta Volumétrica
(comer mucha cantidad para no pasar hambre nuevo hallazgo después
de que nos mataron a porciones de gorriones, acompañada,
faltaba más, por gimnasia volumétrica). En una de las
revistas se proponía, además, un Plan de emergencia para
después del verano. Un Beauty Express, bah, porque el estío
deja marcas y hay que restaurarse a elección con: guerra a la
celulitis; recuperación facial postsolar; modelado de piernas
(presoterapia, termoterapia, enzimoterapia, contracción engométrica
computarizada). Parece un chiste de humor negro que podría figurar
en el film La muerte le sienta bien, de Robert Zemeckis con Meryl Streep
y Goldie Hawn, pero no, es la pura realidad documentada que nos rodea
y hostiga.
En nuestro país, pese a la recesión creciente y a la baja
de ventas en -por ejemplo el rubro alimentación, florece
y fructifica (en buenos dividendos para los comerciantes) todo lo vinculado
con la industria de la belleza que, está fuera de discusión,
tiene sus depositarias y guardianas en las mujeres, por más que
en los últimos años la cosmética y la cirugía
estética atraigan a un porcentaje muy chico (menos del 10 por
ciento) de varones presionados por el culto del cuerpo perfecto y la
juventud perenne.
¿Y
los bellos dónde están?
A lo largo del siglo XX, por no remontarnos más lejos en
el tiempo, los modelos de belleza a imitar son femeninos: Bogart, Cooper,
Brando, Newman, Connery pueden caerle bien a los tipos, pero sin tener
el deber de imitar sus rasgos, su peinado, su atuendo. En cambio, Clara
Bow impuso su boquita y melena; Garbo y Dietrich entre otras cosas
las cejas como largos hilos; Grace Kelly el aspecto de chica fina y
modosa; Audrey Hepburn inició el auge de las gamines (que van
de la Twiggy y Mia Farrow rapada de los 60 a la Kate Moss de los 90);
Veronica Lake debió quitarse del ojo el famoso mechón
rubio porque las chicas se accidentaban al enredarse en las máquinas;
¿cuánta agua oxigenada hizo correr Marilyn Monroe? Seguramente
más que Anita Loos con su novela Los caballeros las prefieren
rubias (que Monroe interpretó en la pantalla); Brigitte Bardot
(¿o habría que decir Roger Vadim?) batió el pelo
(largo) de las mujeres, valorizó a las trompudas y marcó
la moda de los vestiditos de Vichy. En fechas más recientes,
las mujeres no sólo se copian de maquillajes, peinado y estilos
de vestir de las estrellas del cine y de la televisión, sino
que además -cuando pueden pagar un cirujano a la carta
piden la boca de Angelina Labios de churrasco Jolie o de
Esther ídem Cañadas; la nariz de Catherine
Zeta-Jones; los pómulos de Claudia Schiffer; los ojitos rasgados
de Valeria Mazza. Belleza: propiedad de las cosas que nos hace
amarlas, infundiendo en nosotros un deleite espiritual reza el
Diccionario de la Real Academia Española. Esta propiedad
existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas.
Dejando de lado a Orlane la que ofreció su cuerpo en aras
de un collage de diversos clásicos de la pintura, y documentó
el proceso de cada operación, cabría preguntarse
¿en qué rubro pueden figurar esas mujeres que han intentado
rehacerse (físicamente) a sí mismas, respondiendo a patrones
inalcanzables? La humorista norteamericana Fran Lebowitz observa agudamente,
respecto de las adolescentes que se mueren por parecerse a un modelo
de moda: Las chicas como ella han sido seleccionadas y reseleccionadas,
tras lo cual se ha aplicado el mejor maquillaje, se les ha hecho el
mejor peinado y al final, para la foto, cuentan con una maquinita que
les da aire y movimiento. Conclusión: Nadie se parecerá
a Amber Valetta, ni siquiera la propia Amber Valetta.
Norma Bertol, profesora de Filosofía, docente de la UBA (Diseño
de indumentaria en Arquitectura; Fundamentos del diseño en Comunicación),
cree que aquella indicación de los franceses sois bella
et tais tois (sé bella y callate) sigue teniendo vigencia:
Al mismo tiempo, pienso que ponernos a hablar de cómo ser
bellas es de algún modo aceptar una temática que nos imponen,
algo que ocurre a menudo. Pierre Bourdieu tiene un artículo,
La condición masculina, donde habla entre otras cosas
del trabajo que nos cuesta a las mujeres imponer nuestras temáticas.
Porque siempre estamos respondiendo a temáticas masculinas: es
la manera de infiltrarse la ideología del poder en este sistema
capitalista machista. Y la temática de ser bella es, en el fondo,
masculina. ¿Por qué hay que ser bella? ¿Por qué
una tiene que cargar con el trabajo de ser bella, cuando en definitiva
tenemos otras temáticas que nos importan más como mujeres?
En nivel personal, te puedo decir que yo no quiero hacerme cargo del
tema de la belleza, así como nunca le impuse a un hombre que
se hiciera cargo del tema de dinero.
No es que Norma Bertol crea que hay que desentenderse por completo del
tema del aspecto físico: Yo me encuentro con señores
con panza, desprolijos y desaseados, y no me gusta, claro. Pero ellos
se pueden permitir esas licencias mientras que nosotras siempre tenemos
que estar divinas. Entonces, que ellos también se hagan cargo,
razonablemente, de ser bellos. O pongamos agradables. Y nosotras también,
agradables. Aunque para revertir el tema de ser bellas, habría
que decir: ser bellos. Porque a nosotras también nos puede importar
que el otro sea bello en algún lugar. ¿Por qué
yo tengo que ser linda todo el tiempo y el otro desentenderse totalmente?
No quiero que las mujeres carguemos solas con ese sistema desigual de
la belleza.
Boquitas
infladas o cerebros amueblados
En la apertura de una nota aparecida hace dos semanas en la revista
semanal del diario español El País se puede ver una chica
con aire a Lara Croft (flaca pero con curvas, el cuerpo aceitado esculpido
por la gimnasia, la cara perfectamente lisa, boca desproporcionadamente
grande embadurnada con rouge oscuro) de la que no se puede afirmar con
seguridad que es una humana viviente, porque se asemeja demasiado a
una muñeca de cera o de caucho. El artículo se llama La
belleza que viene y la única imagen que se muestra, entonces,
es la de una (presunta) mujer que anticipa que la coacción prosigue
en el nuevo milenio con métodos nuevos o perfeccionados: que
el fotorrejuvenecimiento IPL (luz pulsada intensa no láser
que mejora la textura de la piel, cierra poros y claro borra
arrugas); que la liposucción ultrasónica con efecto de
46 meses; que el New Fill, polímero sintético de
última generación biocompatible para rellenarse; que el
Panty Multiactivo BGT Organic, medias de composicióndecreciente
con activos microencapsulados en su tejido, con efecto hidratante, antienvejecimiento
y tonificante. Lo dicho: Sísifo es un enanito de jardín
al lado de una mujer consagrada a ser bella según las prescripciones
en vigor.
Si una enciende la tele en busca de otros temas, está perdida:
de fija que se topará con algunas vedettes guerreras que en vez
de cortarse una teta como las amazonas, se acrecentaron ambos pechos,
se pusieron pómulos, se inflaron los labios, se lipoesculpieron
y ahora están recontraproducidas (maquillaje, peinado, etc.);
también verá a actrices y conductoras estiradas, colagenadas,
que se han aplicado cejas, etc.; es posible que en algún espacio
de cable o TV abierta haya algún cirujano explicando las bondades
de las cirugías estéticas; y, si la suerte nos acompaña,
acaso hasta liguemos algún programa de gimnasia que endurece
y aumenta el trasero.
Para Norma Bertol, basta con mirar un poco la revista Caras para enterarse
de lo que es ser bella en este país latinoamericano: Hay
que tener el culo para arriba, las tetas hechas, lo mismo que la boca,
el pelo platinado, no tener arrugas y hablar lo menos posible. Hace
poco, en una reunión, un amigo me dijo: Pero, ¿por
qué siempre tenés que replicar?. Y, desde su punto
de vista, tenía razón: ¿por qué no me callaba,
si me habían invitado para cumplir la función de linda,
es decir de mujer?.
Si ser bella implica callarse en la temática masculina
prosigue Bertol, ¿qué es ser bellas para nosotras,
con una cierta visión del mundo? Tener sensibilidad, energía,
un registro del mundo, del otro, el querer comprender. La belleza es
casi el cerebro, el órgano sexual por excelencia. La seducción,
la palabra, el mundo personal que una aporta. Pero lamentablemente,
como están las cosas, esto no es legible por todo el mundo. Cuando
me llamaste por teléfono, nombraste a Jeanne Moreau, a Carmen
Maura, a Charlotte Rampling, y a mí me dio una especie de tristeza.
Porque yo viví mucho años en Francia, y sí, es
como que allá te miran otra cosa, hay hombres que te miran otra
cosa. Pero si Moreau viene acá, la mandan al placard y traen
a Sofía Gala o a Pamela Anderson. Desgraciadamente, somos una
provincia del modelo americano: somos hijas de Jane Fonda, una tipa
que se suponía feminista y terminó vendiéndonos
gimnasia para estar duras y casándose con el zar de la televisión
por cable. Es un modelo perverso.
A ésta sí, a ésta no
Permanentemente se les dice a las mujeres: tiene que ir al
cirujano plástico; si no cumplen determinados parámetros
de belleza, no existen en esta sociedad, reconoce el doctor Jorge
Pedro, especialista universitario que se declara en contra de lo que
llama el marketing frívolo o chanta que estimula un culto excesivo,
la inducción de las mujeres a operarse y el exhibicionismo de
algunos cirujanos que se promueven en la televisión para vender
su especialidad, negando riesgos y complicaciones. Para este tipo
de profesionales, toda paciente vale para llevarla al quirófano.
Y no debe ser así.
Para el doctor Pedro, la apreciación justa estaría cerca
del centro: ni las operaciones en serie a pedido, ni negarle a
quien en alguna medida lo necesita la posibilidad de corregir
su aspecto: Tomemos el ejemplo no tan raro de una mujer de veintitantos,
chata completamente, sin sombra de relieve en el pecho, que de verdad
sufre un trauma terrible. En ese caso, y en muchos otros en que una
parte de la apariencia física se convierte en un grave problema,
la cirugía estética aporta, sin duda, soluciones. Claro:
estamos hablando de una autoestima dañada en serio, no de la
chica que tiene pechos medianos y porque la televisión dice que
es mejor tener el doble, se quiere operar. Ahí sí estamos
haciendo algofrívolo de nuestra especialidad. Pero no cuando
estamos ayudando a resolver temas concretos, problemas psicológicos,
de pareja. O simplemente prácticos para seguir con el ejemplo
del pecho femenino, como el de una mujer con busto enorme, desmesurado,
que le pesa y le incomoda, le tira la columna, le hace tomar una actitud
encorvada incluso frente al mundo, mientras el bretel le perfora la
clavícula y los hombros. Estas son situaciones humanas mejorables
que están en el otro extremo de lo que puede ser frívolo:
o sea, lo que se ve en la televisión, esas figuras recicladas
por donde se mire. Yo, personalmente, no atiendo a vedettes sino a mujeres
de distinta edad que tienen su autoestima muy lastimada. Casos que vemos
todos los días, en el hospital o en el consultorio.
El cirujano entrevistado establece las diferencias entre la cirugía
plástica que corrige malformaciones (labios leporinos, pechos
asimétricos), la reconstructiva (cuando se pierde una forma por
un accidente o una operación como la mastectomía) y la
estética: En esta última, hay que analizar caso
por caso, tratar de que cada paciente haga su propia reflexión
y evaluación, con una información detallada de riesgos,
complicaciones posibles, duración del posoperatorio, la reinserción
laboral. Es verdad que esto no lo hacen todos los médicos. Peor
aún: algunos minimizan los inconvenientes. Le dicen al paciente:
En tres días estás trabajando, no te duele nada,
no hay cicatriz, y lo cierto es que no tenemos la varita mágica
ni la goma de borrar, si bien es verdad que se ha evolucionado mucho
en las técnicas. Pero ir a cirugía no equivale a ir a
la peluquería.
Jorge Pedro sostiene que ese culto inmoderado por la perfección
física está alimentado por los medios, que influyen sobre
una población con fragilidad psicológica que se aferra
a soluciones supuestamente mágicas. En la consulta se nota
esta creciente inestabilidad emocional. Entonces, frente a una persona
que cree que va a cambiar su vida con una cirugía, hay que encender
la luz de alarma. Creo que hay que valorizar la relación médico-paciente,
advertir las verdaderas necesidades, los conflictos que hay detrás
de una decisión de operarse. De diez mujeres que veo, alrededor
de siete pueden estar para la cirugía. Y si no estoy convencido
digo que no. Es de lamentar cuando no se sabe discernir: esta mujer
no necesita realmente cirugía; en esta otra el costo psicológico
va a ser mayor que el beneficio que pueda obtener; la siguiente quizás
pueda necesitarla, pero no está pasando por un buen momento emocional
como para enfrentar el trauma representado por el estrés de una
cirugía. Sólo después de hacer un análisis
lo más profundo y honesto posible, se puede llegar a una decisión
apropiada.
Carne
y espíritu
Hace tres siglos que venimos pensando que el espíritu
va por un carril y el cuerpo por otro señala Norma Bertol.
Creo que hay que empezar a decir que el cuerpo y el espíritu
son la misma cosa. Y sobre todo, según Marleau Ponty, que el
cuerpo es el espíritu. Entonces, el cuerpo expresa lo que una
es. Y, si una no es una máquina, ¿por qué en el
gimnasio te ponen un aparato para que te levante el culo?; ¿qué
tiene que ver eso con lo que es un cuerpo humano? Nada. A mí
me encanta hacer gimnasia, sentir mi cuerpo, pero odio todos los aparatos.
Me niego a que me digan que tengo que ser cuerpo o cabeza, quiero ser
algo en la diagonal, vivir mi cuerpo y mi cabeza como una totalidad.
Como dije antes, no creo que haya que abandonarse, afearse. Si a una
le da gusto, ¿por qué no realzarse con maquillaje, ponerte
una pilcha que sienta? Existe el aspecto material del cuerpo y está
bien asumir que una también es cuerpo. Pero un cuerpo atravesado
por el espíritu. En el tema de las arrugas, es cierto, hay algunas
que están bien. Pero hay otras que, si me las puedo corregir,
mejor. No estoy totalmente en contra de la cirugía, siempre que
se hagasin compulsión. Eso sí: el botox me parece monstruoso,
algo que te inyectan para que se paralice el músculo de la expresión,
de modo que no manifestás emociones con tu cara.
Bertol opina que finalmente, en este sistema, la belleza es la cuenta
bancaria, de lo que pueden dar fe Susana Giménez o Franco Macri,
cuyas reservas monetarias los proveen de parejas jóvenes y atractivas:
Vos mirá a Macri, ¿qué sería de este
tipo si tuviese un taller mecánico? Tener o no tener, ése
es el verdadero valor simbólico; el resto son adjetivos... La
belleza también es un capital, pero para mantenerla, a cierta
edad, necesitás mucho capital. Porque Catherine Deneuve, a fin
de estar divina, se tiene que infiltrar todos los días, más
allá de lo inteligente que sea. A propósito de Deneuve,
viene a cuento reproducir parte de un comentario del escritor español
Antonio Muñoz Molina cuando se lamenta de que la actriz francesa,
a quien los años habían humanizado (...), haya visitado
la fuente quirúrgica de la eterna juventud. Se ha borrado de
ella lo que la hacía más hermosa y singular... y lo que
queda es un simulacro impecable y más bien neumático,
un espejismo de facciones de catálogo y bellezas clonadas.
Para Muñoz Molina, queriendo negar el paso del tiempo,
la cirugía no salva la cara de una mujer... Más bien lo
que hace es someterla a un anticipo de embalsamamiento.
Menos taxativa, Norma Bertol cree que no hay que hacer lecturas maniqueas,
porque entonces revertís la ideología que criticás
con signo contrario. Sería bueno entender la belleza femenina
y la masculina sin hacer maniqueísmo. Ahí, como dice el
italiano Toni Negri, hay que inventar valores, no hay más joda.
Ver qué es lo que hay que redefinir de cabo a rabo, y lo vamos
a tener que hacer con alguien que mire, independientemente de sentirnos
bien en nuestra piel, con nosotras mismas.
Ser o no ser parlante, ése parece el dilema. ¿Hablá
y serás bella?: Podría ser: bella desde la palabra,
no desde el callarse. No desde el físico, la máquina,
sino del cuerpo-espíritu, el cuerpo humano como cuerpo propio.
Pero sobre todo, hacer esta subversión ideológica de imponer
nuestras propias temáticas, ya no someternos a las temáticas
ideológicas del mundo masculino