CURIOSIDADES
El
eterno
(artificio)
femenino
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La
inglesa Doris Langley Moore no se atrevió a firmar con su nombre su
libro "La técnica de la seducción", que escribió en 1928 y cuando apenas
tenía 23 años. En él describía con una claridad pasmosa –y una fuerte
dosis de cinismo– las relaciones entre hombres y mujeres después de
la Primera Guerra.
Por Moira Soto
The
Technique of the Love Affaire fue publicado originalmente en Londres,
en 1928. Estaba firmado por "una Dama". Pese al misterio que
rodeaba a su autora o a propósito de él, la
sutileza y la precisión de su contenido le dieron inmediatamente
repercusión entre las "mujeres emancipadas" de este
y del otro lado del Atlántico. En noviembre de ese mismo año,
una de ellas, nada menos que Dorothy Parker, escribía sobre la
obra en The New Yorker. Así: "Compré un libro llamado
La técnica de la seducción, escrito por alguien que firma
'una Dama' y concebido como enseñanza para echar el lazo a hombres
inconstantes. Varias veces en el pasado yo creí estar deprimida.
Me veía a mí misma como a alguien que camina de la mano
con la tristeza. Pera hasta que leí este libro no me había
dado cuenta de que la depresión, tal como yo la conocía,
todavía estaba en la infancia. A través de sus páginas
descubrí que nunca antes había actuado de la manera correcta.
Jamás. Ni siquiera una mínima vez. ¿Saben cómo
deben actuar con los hombres? Siempre hay que permanecer distantes,
no dejar saber que te gustan tanto, de ningún modo permitir que
sientan que tienen alguna importancia para ustedes (...). En suma, actuar
como una persona muy exigente. ¡Si hubiesen visto lo que yo he
estado haciendo!"
De hecho, la señora Parker y todo su círculo vicioso de
amigos y amigas tenían mucho que ver con la extracción
de clase de la Dama que había escrito este libro en secreto.
Uno de los animadores sociales y literarios de la época, Francis
Scott Fitzgerald, había escrito poco antes una frase con marca
generacional: "Las mujeres terminan a los 23". Esa era la
exacta y sorprendente edad de la inglesa y sofisticada Doris Langley
Moore cuando le dio forma a este diálogo entre dos amigas en
el que una inicia a la otra en los misterios del artificio femenino.
Langley Moore fue luego biógrafa, novelista, diseñadora
de moda, experta en historia de indumentaria y guionista de cine. Inventó
para Katherine Hepburn el vestido blanco que llevó puesto durante
toda la Reina de Africa. Fundó, con su propia colección,
el primer Museo del Vestido del mundo. Se volvió, finalmente,
la especialista en la obra de Lord Byron más respetada de Gran
Bretaña.
Emancipadas
Las "mujeres emancipadas" de la época de entreguerras,
entre las que se contaban tanto Parker como Langley Moore, estaban rompiendo
con la moral victoriana según la cual la virtud femenina era
el primordial anzuelo cazamaridos. Para empezar, éste no es un
manual para cazar maridos, sino para flirtear. Como apunta en la edición
de Vergara, la ensayista Norrie Epstein, con la Primera Guerra había
muerto el viejo sistema de cortejo en el que las mujeres casaderas elegían
libremente a sus pretendientes y les pedían sin problemas que
las visitaran en sus propias casas, en las quelos encuentros eran tutelados
por una chaperona. La guerra, con su subsiguiente escasez de varones,
trajo el moderno sistema de citas, con todos sus alrededores: hombres
y mujeres que se encontraban a solas, mujeres que debían desplegar
toda su artillería seductora para ser elegidas entre los pocos
candidatos disponibles y una nueva escala de valores en la que la virtud
femenina ya no pasaba por el buen carácter, las habilidades hogareñas
o la amplitud de los sentimientos. Los hombres y las mujeres ahora se
atraían de distinta manera y a unos y a otras les parecían
fascinantes otras cosas. La atrocidad de la guerra, además, inclinó
la balanza de la joven generación hacia las delicias leves y
las levedades deliciosas. Nadie quería sufrir de más y
el juego de la seducción entre los sexos se armó de manera
tal que quedó más expuesta que nunca su naturaleza lúdica,
su aire de danza. El affaire no es la gran historia de amor. En el affaire
no hay tuberculosis. Nadie muere por haber sido abandonado/a. A lo sumo
la gente se emborracha.
Langley Moore baja su línea a través de Cipria y Sacarisa,
las dos mujeres que hablan a lo largo de La técnica... Ninguna
de las dos se toma la conversación muy a pecho (el libro legitima,
por otra parte, el chismorreo femenino: conversar animadamente entre
mujeres es un entrenamiento para conversar después con hombres,
para mantenerlos entretenidos: poco más puede esperar un hombre
de una mujer). Los dos personajes describen, sin describirla explícitamente,
una época en la que ser serio no es deseable. Epstein dice: "La
petulancia y el cinismo fueron respuestas sanas a una guerra insana".
En el universo emocional al que Langley alude bajo la voz de Cipria,
reina el pragmatismo, muchas veces la petulancia y otras tantas, efectivamente,
el cinismo. "Una de las más dolorosas lecciones que tienen
que aprender los virtuosos es que la gente no se enamora de la virtud.
Un carácter noble puede realzar el atractivo de alguien a quien
ya se ama... pero sólo en rarísimas instancias puede producir
por sí mismo un deseo de posesión...", dice Cipria,
quien instruye a Sacarisa en el arte de la seducción a través
de un arma fundamental: el autocontrol. Las relaciones amorosas que
describe no privilegian la comunicación, la espiritualidad o
la intimidad, como hacen hoy muchos de los nuevos manuales de acercamiento
entre los sexos. En el período de entreguerras, Cipria deja entrever
a un tipo de mujer absolutamente racional y especuladora, soberana sobre
su propio deseo, y aunque algunos de sus consejos pueden sonar casi
deleznables tanto para las antiguas victorianas como para las actuales
neorrománticas, Cipria lo único que hace es sugerir un
modo de encuentro totalmente artificial pero potencialmente legítimo,
en el que los hombres encuentren placer al proteger y enseñar
a vivir a mujeres aparentemente frágiles. Todo el tiempo pone
de manifiesto que en el arte del affaire es necesario fingir, ocultar,
omitir. Da por sentado que ningún hombre, aunque lo reclame a
gritos, desea ver a una mujer tal como es, y parte de la base de que
toda mujer puede, si así lo quiere, convertirse para su propio
goce en ese juguete delicioso y extravagante que un hombre estará
orgulloso de amparar. Juegos, disfraces, apariencias, simulacros, equívocos,
misterios. Hila fino y sigue: "No se trata de duplicidad e impostura,
sino de disimulo y artificio, no de tretas sino de habilidad, no de
astucia sino de ingenio". ¿Se tratará de alguna otra
cosa el deseo humano?
Unos,
otras
Cipria afirma que "las mujeres tenemos más malicia
que los hombres, pero los hombres tienen la ventaja de que los necesitamos
más de lo que ellos nos necesitan a nosotras". Las mujeres,
dice, necesitan a los hombres "moral, física, social y financieramente".
Los hombres, en cambio, pueden más fácilmente ser felices
sin una mujer. "La mujer promedio anhela formar una familia, mientras
que el hombre promedio lo hace a su pesar". Cipriava a proponerle
a Sacarisa que saque ventaja de sus virtudes, que mantenga en silencio
sus defectos y, ante el escándalo de la otra, indica que la pretendida
inocencia victoriana no era muy diferente. "Su encantadora modestia
era me atrevo a decirlo parte de la mercadería que
ponían en venta, una parte tan valiosa que les ahorraba la necesidad
de recurrir a otros ardides. La inocencia, a pesar de todo lo que se
pueda decir en contra de ella, apela a dos de los instintos más
fuertes del hombre: el instinto de enseñar y el instinto de proteger.
Ellas eran madres engañosas que mantenían inocentes a
sus hijas, e hijas engañosas que permitían ser mantenidas
así".
Para tener
éxito, una mujer debía lograr "ser perseguida".
Para ser perseguida por uno o más pretendientes, una mujer debía
tener "prestigio". ¿Qué le daba prestigio a
una mujer? Ser deseada por otros hombres. ¿Por qué los
hombres deseaban a una mujer? No es el atractivo físico la piedra
fundamental de la seducción. No, no. Allí se juegan otras
cosas, más lejos de la carne y más cerca del ego masculino.
El consejo por excelencia de Cipria es: "Sé interesante".
Es vital la despreocupación: los hombres son personas preocupadas
que no hallan grata la compañía de alguien problemático.
La confesión de los problemas femeninos despertará en
ellos la obligación de solucionarlos. La presión desgasta
la pasión. Ellos desean, por el contrario, que se los adule,
que se los elogie, que se mencione con frecuencia en qué se distinguen
de otros hombres, qué cosa de ellos no tiene igual. Si se los
mantiene adulados y despreocupados, afirma Cipria, ellos tolerarán
caprichos, escenas, estados de ánimo inestables y demandas femeninas.
Y hasta puede que acepten llegar al matrimonio, pero sólo si
en ese contrato tan serio pueden imaginarse alegría. El ingenio
del que habla Cipria sirve, por ejemplo, para ocultar el propio ingenio.
"¿Qué importa que él sonría por tu
debilidad y blandura, tus estados de ánimo caprichosos y tu ignorancia
en los temas del día, cuando el conocimiento de que él
tiene ventaja sobre ti lo llena de caballerosidad y adoración?",
se pregunta. "Es la cumbre de la locura intentar competir con él
en su propio terreno. Con que te mantengas a la par de él ya
es suficiente; tal vez más que suficiente".