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MODA

Saint Laurent no se rinde

Hace unos meses, la Casa Gucci, cuyo actual alma mater es el norteamericano Tom Ford, compró en una operación millonaria los derechos de la producción prêt à porter de Yves Saint Laurent, quien se reservó sólo la alta costura. El modisto de 64 años ya está próximo a la leyenda.

Por Victoria Lescano

Yves Saint Laurent no sólo fue el primer modisto en abrir una boutique de prêt à porter fuera de su casa de alta costura: desde ella enseñó a las mujeres de la Rive Gauche cómo vestirse para el día y la noche a imagen y semejanza de la modelo Veruschka con una chaqueta sahariana de algodón beige enlazada con cinturón de anillos de bronce e impuso el pantalón y el esmoquin como piezas esenciales para lucir glamorosas entre tantas minifaldas. También fue precursor en usar transparencias, hizo el primer gran vestido negro see trough y lo mostró en la pasarela del ‘68 con una maniquí en tetas y un cinturón de oro y forma de serpiente sobre el ombligo a modo de gag, y en el ‘71 lanzó la contraofensiva con otro modelo negro, esta vez de crespón y encaje, que dejaba ver medio trasero y cuya fotografía de Jeanloup Sieffe es un clásico de la fotografía de moda.
En los noventa la prensa dedicó más espacio a hablar de su mal aspecto, de los 150 cigarrillos fumados por día y los litros de Coca Cola tragados en reemplazo del alcohol y las drogas de antaño que de sus creaciones, pero las nuevas generaciones de diseñadores empezaron a citarlo en sus colecciones. Sin dudas fue Tom Ford, el gurú del estilo sumado al marketing, quien más lo veneró en sus trajes con pata de elefante ideados para Gucci.
A fines del 2000, el holding Gucci compró los derechos de Saint Laurent y su división “Listo para Usar” por un billón de dólares. El modisto de 64 años conserva la línea de haute couture que sigue ideando en trances desde su casa de Marruecos donde cada habitación homenajea a los personajes de En busca del tiempo perdido, o en el piso parisino de la rue de Babylone rodeado de Goyas, Picassos, una colección de camafeos y también muebles modernistas de Jean Michel Frank.

La vida loca
Saint Laurent es la antítesis del ultracool Tom Ford: a los 22 años, Yves posó desnudo promocionando su flamante perfume para hombres; en lugar de encargar campañas millonarias por simulacros de orgías, varias clientas de su casa confesaron un poco ruborizadas que entre los bocetos de trajes con plumas de ñandú guardaba fotos porno que lo tenían como uno de los protagonistas; otros datos que resumen su perfil psicológico señalan que el miedo a los cambios lo obliga a conservar los mismos amigos desde hace cuarenta años y a tener dos perros iguales para llamarlos con el mismo nombre, y que logró armar un imperio sin un peso en medio de un ataque de pánico de varios meses en el hospital Val de Grace a fuerza de las vitaminas para el amor que le dio Pierre Bergé.
La presentación de la colección primavera 2001 de Tom Ford se hizo en París, con asientos drapeados en negro y almohadones de satén. Las modelos usaron plataformas blancas y medias negras ultraopacas y dedicaron varias pasadas a promocionar los flamantes encendedores laqueados y estampadoscon el célebre logo YSL ideado por Cassandre y también los cigarrillos –una sutileza si uno lo compara con los patéticos vestidos de yogur Ser que lucieron las modelos del último happening de moda bizarra de Giordano–.
Las prendas se limitaron a trajes de seda y crepe también blancos y negros e incluyó homenajes a dos musas de Saint Laurent de los setenta: Bianca Jagger y Betty Catroux. Las modelos llevaron versiones de trajes de saco y pantalón blancos como el que Yves diseñó a Bianca para su boda con el cantante de los Rolling Stones, aunque sin la capelina.
Los cincuenta clones de Betty, en cambio, llevaron extensiones rubias copiando el peinado de la ex modelo y reproduciendo los corsets esculpidos en cobre e hilos de oro por Claude Lalanne en el ‘69 (aparecieron en una puesta que asoció la escultura moderna con la alta costura y fueron fotografiadas con túnicas y velos en el Sahara), en versión 2001 by Gucci son de goma negra.
“Mientras que las chicas Gucci pueden salir a transitar la pasarela en portaligas, las mujeres de Saint Laurent son más sutiles. Y aplicado a la ropa, mientras que Gucci sintetiza la avidez por lo último, en las tiendas YSL hay prendas más simples, camisas, trajes y los famosos abrigos cruzados, y la mayor rareza es una orquídea negra que mandé a cultivar especialmente y que algunas modelos llevaron en el cuello en reemplazo de joyas”, dijo el flamante diseñador de YSL a la revista Vogue después de su presentación.
También dejó claro que su concepción del diseño no incluía pasar una noche en vela para arreglar la caída de un bolsillo. Y ahí está el botón de muestra que resume los cambios en el mapa de la moda. Ultimo sobrevivente de una corriente de modistos obsesivos iniciada por Paul Poiret y continuada por Chanel, Schiaparelli, Dior o Balenciaga, Yves remató los ruedos de sus trajes con furia autodestructiva.
A la colección en homenaje a los Ballet Rusos que fue portada del New York Times en el ‘76 la terminó de planear desde un Centro de Rehabilitación, y en octubre de ese año después de un romance que terminó pésimo con un novio de Karl Lagerlfeld produjo Carmen, una colección con 300 pasadas de colores rabiosos que duró tres horas. Muchos de sus looks excesivos y geniales a la vez surgieron después de tours etílicos por Maxim’s y colapsos nerviosos.

Antítodo
En Dior, la casa donde debutó a los 21 y perdió el trabajo al marcharse al servicio militar, además de imponer la línea trapecio, conoció a Pierre Bergé, su pareja y socio durante treinta años. El listado de sus grandes éxitos incluye Africana, una colección de vestidos de noche que revolucionaron los usos del haute couture atreviéndose a bordar la rafia y el lino con cuentas de madera y cristal, los vestidos del ‘65 que reproducían cuadros de Mondrian en tejido de punto y los atuendos para Catherine Deneuve en Belle de Jour de Luis Buñuel. A esos abrigos y vestidos de paño de las escenas pre y post burdel el modisto confesó haberles agregado velcro “para que al ser rasgadas el sonido sea más fiel a escenas de violaciones”.
Deneuve, quien protagonizó la campaña YSL fotografiada por Helmut Newton en 1966, vestida con un traje de soirée con una pierna impresa, también lo exigió como modisto de cabecera en La Chamade, (1968, Alain Cavalier) y Sirena de Mississipi (1969, François Truffaut). Los aportes de Yves al vestuario para cine se extienden a otras supermujeres: Claudia Cardinale en La pantera rosa, Sofía Loren en Arabesque y en teatro hizo vestuarios rimbombantes para producciones de Zizi Jeanmarie en casinos de París y puestas de Roland Petit de los sesenta y los setenta. Aunque también hizo ilustraciones para un libro de cuentos para niños y no ahorró referenciasa la obra de Picasso, Braque, Matisse, León Bakst y Andy Warhol en ninguna de sus producciones.
Muchos de sus diseños no fueron respaldados por la crítica de moda; cuando en el ‘71, después de ver a Paloma Picasso vestida con un exótico traje de mercado de pulgas, decidió lanzar una colección con vestidos de chiffon y estampados selváticos, su asistente Loulou de la Falaise escuchó camuflada entre las cronistas de la primera fila: “Esta es ropa para ir al inodoro”, ella corrió a un cuartito de la maison a contarle al jefe y el staff de Saint Laurent rió mucho más fuerte cuando los turbantes fueron un éxito de ventas y marcaron tendencia.
A fines de los noventa, además del homenaje kitsch con 300 modelos vestidas con sus creaciones durante el Mundial de Fútbol –incluyó los vestidos Mondrian, tuxedos, la chaqueta safari–, hizo los uniformes oficiales del la World’s Cup, la National Gallery de Londres bautizó una sala en su honor y las tiendas de lujo de todo el mundo vendieron una edición especial de su fetiche: un corazón engarzado con diamantes, rubíes y perlas bocetado por él en el ‘62, que simboliza su amor por las mujeres y lucieron en aperturas y cierres de sus desfiles de Catherine Deneuve a Stella Tennant.
El recorrido antistablishment de Saint Laurent no se limitó a agregar chaquetas de cuero a vestidos de organza, que parece dejaron a varias socialites francesas boquiabiertas en funciones de la Opera. El criterio vale tanto para una reciente chaqueta con girasoles de Van Gogh pintados con 350.000 lentejuelas y cosidos que demandó de seiscientas horas de trabajo, trajes de novia violeta o negros cerrando todos sus desfiles o el modelo Robin Hood, compuesto de pantalón, chaqueta y capucha de cuero negro, con botas al tono digno del universo bondage presentado en el ‘63 despúes de una pasada de drapeados para burguesas.
Cuentan que en lugar de ir a su homenaje en vida de los jardines del Rodin transformado en night club por un rato, Yves prefirió quedarse en su casa rodeado de su colección particular de arte; dice que jamás vio una prenda de Gucci y con los bolsillos llenos provoca colgando algunas blusas muy setenta en la vidriera del pequeño local de accesorios que conserva en la rue Fauborg St. Honore, a pocos metros de la nueva megatienda inspirada en el chic parisino de los setenta.