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SOCIEDAD

Mujeres en movimiento

Una muestra fotográfica intenta ilustrar con imágenes una realidad: sólo el 5% de las mujeres ocupa cargos jerárquicos, el 25% gana menos que los hombres aunque realice igual trabajo, 17 de cada 100 están desocupadas y 19 subocupadas, tienen empleos inestables, sin protección social o se concentran en un número limitado de ocupaciones.

El Centro de Estudios Carolina Muzzilli, el Centro de Estudiantes de la Facultad de Arquitectura y Diseño y la Facultad de Arquitectura y Urbanismo han participado del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer al inaugurar en el Centro Cultural Recoleta la muestra del concurso fotográfico Mujer y Trabajo. Un jurado integrado por Carlos Trilnick, Patricia Martín García, Paula Fortunato, Gabriel Valansi, Ramiro Larraín, Heinrich Sassenfeld y Rossana Castiglioni distribuyó seis premios y seis menciones bajo la presión de hacer la selección de manera que convergieran la calidad estética, la lectura política y la representatividad en cuanto a la variedad de los empleos femeninos. El primer premio correspondió a Vanina Hofman por Sin título y a María Beatriz Robles por Quiero creer . Desde la saga de tareas domésticas que representa el mosaico de Sin título hasta la promotora “desproducida” y descalza de Después de hora pasando por la terapista de En tren de igualdad, las fotos ilustran menos el trabajo femenino que aquello que las fotógrafas y fotógrafos conciben como representativo. Rossana Castigloni, consejera directiva de FADU-UBA-CEADIG comenta que a juzgar por los trabajos recibidos para concursar existe aún en el imaginario colectivo la asociación entre trabajo y trabajo manual campesino. Para la arquitecta, la dificultad para iluminar desde una posición estética el trabajo urbano de las mujeres es índice de la resistencia que aún se tiene frente a éste, más allá de que las mujeres constituyan el 41% de la población económicamente activa. Por eso la muestra distribuye una folletería adonde no se oculta el mensaje ideológico. Por ejemplo, en el folleto que anuncia el concurso se difunden cifras ilustrativas de la OIT: sólo el 5% de las mujeres ocupa cargos jerárquicos, el 25% gana menos que los hombres aunque realice igual trabajo, 17 de cada 100 están desocupadas y 19 subocupadas, tienen empleos inestables, sin protección social o se concentran en un número limitado de ocupaciones. Y el texto recogido en un periódico que difunde la muestra aclara “de hecho, creemos que la convencionalidad de la mayoría de los trabajos presentados tiene que ver ante todo con la falta de conciencia sobre la real dimensión de la problemática abordada y de los desafíos e injusticias que debe afrontar cotidianamente la mujer trabajadora. Debemos comprometernos a mejorar esta situación por medio de las herramientas que nos son propias, que nos son conocidas, la imagen es una de ellas”. También menciona la necesidad de analizar la imagen de la mujer en los medios a fin de “revertir aquellos aspectos que la degradan, que atacan su condición de ser humano, sus derechos básicos fundamentales al cosificarla, al tomarla como objeto sexual”. La muestra rescata como epígrafe una frase combativa de la militante socialista Carolina Muzzilli: “ ...hay que organizar el ejército de la vida utilizando las armas de la ciencia y la razón y con ella bajar valientemen

8 de marzo y después

Por Magui Bellotti*

A veces en mi madre apuntaron antojos/de liberarse y se le subió a los ojos/una honda amargura y en la sombra lloró/y todo eso mordiente, vencido y mutilado/todo eso que se hallaba en su alma encerrado/pienso que sin quererlo lo he libertado yo.”
Este fragmento del poema “Pudiera ser”, de Alfonsina Storni, expresa uno de los sentidos más profundos del feminismo: el reconocimiento de la continuidad de la experiencia, los haceres y los deseos, entre generaciones de mujeres.
Uno de los rasgos de la historia es el silenciamiento de la presencia de las mujeres. Por eso, la búsqueda de las huellas propias atraviesa tanto el quehacer científico de las historiadoras como las palabras y los hechos de quienes actuamos hoy y el encuentro con el dolor y la rebeldía de nuestras madres. Son estas luces las que nos permiten mirar lo conseguido y lo que queda por hacer, que no son sólo derechos, sino también conciencia y libertad.
En la primera mitad del siglo XX, la brecha abierta por la “primera ola” del feminismo posibilitó la obtención de derechos civiles y del voto femenino, así como el acceso a la educación universitaria y a una mayor participación política.
En la década del ochenta, ante la renovada actividad del movimiento feminista, se ampliaron los logros en ese campo en que la ley y las costumbres ya se habían desencontrado: la patria potestad compartida, el divorcio, la igualdad ante la ley de hijos matrimoniales y extramatrimoniales.
Pero la cuestión más importante y significativa que colocamos en la escena social es la que alude a las diversas formas de violencia que se ejercen sobre las mujeres y que tienen sus principales expresiones en el espacio idealizado de la familia: golpes, abusos, incestos, violaciones. Leyes y servicios, campañas y denuncias generan un crecimiento de la conciencia, así como recursos que –aunque escasos y desparejos– posibilitan una cierta defensa frente a las agresiones.
Ante una de las formas de violencia mas encubierta, la prostitución, unimos la crítica a la represión policial sobre las mujeres que la ejercen, la condena al proxenetismo y la denuncia del papel fundamental de los clientes. Es una de las luchas más largas y difíciles contra una violación sostenida de los derechos humanos, que es parte inseparable del conjunto de las relaciones de dominación entre los sexos.
La batalla ideológica y práctica en relación con los cuerpos y las
vidas de las mujeres incluye asimismo otros temas tan sensibles como los de anticoncepción y aborto, este último una de las grandes cuestiones pendientes.
La visibilidad y afirmación de las lesbianas, la crítica a una
cultura heterosexista que limita el potencial de todas las mujeres, es también una de las expresiones políticas más relevantes de la última década, aunque sin avances en el terreno de los derechos. La opresión histórica de las mujeres se entrelaza con un capitalismo salvaje, que coloca a la mitad de la humanidad en el límite de la subsistencia, agudiza el sobretrabajo y la pobreza estructural de las mujeres y transforma lenguajes y relaciones en productos consumibles en el gran mercado del que una mayoría creciente queda excluida.
Nuestra lucha enfrenta todas las formas de opresión y contiene los desafíos de crear política y cultura, de sostener la memoria, de hacer hoy de la vida un lugar donde el deseo y la esperanza sean posibles, es decir un mundo sin pobreza, una cotidianidad sin violencia, una historia sin exclusiones.

* Integrante de ATEM (Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer).