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REPORTAJES

Las voces del agua

Cuando atravesó el estrecho Belt de Fehmarn que une Dinamarca con Alemania, la nadadora de aguas abiertas María Inés Mato entró en el Libro Guinness de los Records. Pero no quedó muy impactada, ya antes había atravesado el Canal de la Mancha y nadado en el Nilo. En marzo se sumergió en las aguas heladas del Canal de Beagle, pero su objetivo final es unir la Gran Malvina con Soledad.
“Me dije ‘si hay algo que presupone la natación de aguas abiertas es un naufragio, real o simbólico’”.

Por María Moreno

Yo podría bailar ese sillón” dijo alguna vez Isadora Duncan. Quería decir que ese cuerpo que había liberado a la danza de los ademanes clásicos en busca de la libertad de las ninfas era capaz de representarlo todo. María Inés Mato, nadadora de aguas abiertas, podría parafrasear a Isadora diciendo “Yo podría nadar ese sillón”. Ella era una estudiante de letras que daba clases en la UBA, una nadadora que buscaba el placer a través de la disciplina del crawl, un poco impaciente por la encerrona de las piletas municipales hasta que un bañero de Mar del Plata de nombre Gabriel y a quien ella llama “el de la bella idea” le dijo: “Vos estás para otra cosa”. Cinco años después ella hacía la versión líquida del ascenso al Everest cuando, el 25 de agosto de 1997, atravesó el Canal de la Mancha desde Dover hasta Wissant en poco más de doce horas. Quería detenerse allí puesto que había empezado por la cima. Pero el agua le siguió tirando más allá de las lecturas de la facultad que incluían La ribera de Enrique Wernicke y El nadador de Héctor Viel Temperley y de su trabajo como profesora de semiología. Luego nadó 30 km de Nilo nauseabundo, cruzó el Canal Belt Fehmarn para entrar en la ciudad alemana de Puttgarden y en el Guinness del que se ríe un poco: “Se tiene el record hasta que lo tiene otro”. Rodeó en 9 horas el santuario cinematográfico de Woody Allen –la isla de Manhattan– mientras desde el barco acompañante le apartaban los desechos de Harlem para permitirle salir hacia el Hudson que, según ella, le habló en una lengua de olitas y correntada. Por último atravesó el Canal de Beagle, esa zona de conflicto que Darwin atravesó en un bergantín de 242 pulgadas con 23 años y una pistola de 60 libras. Lo hizo (María Inés) el día en que cumplía 36 años, bajo un viento de 50 km por hora y una corriente que la dejaba braceando en el mismo lugar y le hizo estirar más de 2000 m su recorrido original. Desde 1992 María Inés entrena con Claudio Plit, un rosarino radicado en Mar del Plata, cinco veces campeón del mundo en aguas abiertas, que cruzó dos veces a nado el Canal de la Mancha y otras ocho acompañando a nadadores de diversos países –una de las pocas personas capaces de entrar en trance con la sola visión de una carta náutica–.
–Yo entré al mundo de la natación con la idea de entrar y salir del Canal de la Mancha y que, al mismo tiempo eso fuera un entrar y salir de la experiencia. Elegí el canal porque es como el Everest, simbólicamente es lo más importante, lo más alto por tradición y por historia y como un tesoro para toda mi vida. Yo siempre fui transhumante de piletas y un día me encaucé por el lado de la facultad de letras, el estudio, las posibilidades de trabajo, los proyectos, lo más normal, aquello que socialmente se presupone que a cierta edad se tiene que hacer. Pero tenía una conexión muy importante con el agua sin ningún tipo de reflexión con respecto a eso. Lo que sabía era que, si había algo que me ligaba a la natación, no era lo deportivo-competitivo sino simplemente el espacio del agua. Te estoy hablando de hace ocho años atrás. Yo no estaba bien, a mí me faltaba algo. Había una sensibilidad que sentía que estaba perdiendo y que quería recuperar. Y yo sabía que el agua me iba a dar esa sensibilidad especial para transferir a las otras actividades. Tampoco quería seguir nadando en piletas. Entonces me planteé: “bueno voy al agua, pero quiero ir a aguas abiertas”. En una oportunidad me invitaron a unas carreritas en el río Paraná de bastante escanción. Después pensé: “yo tengo que hacer algo para tener la oportunidad de venir a nadar acá con continuidad, si me propongo una meta seguramente voy a venir a nadar al río”. Porque me acuerdo de que ese bautismo con el Paraná me resultó un nivel de fascinación absoluto por la textura del agua, por la corriente, por el paisaje, por esa combinación de colores que se produce y yo ahí internamente me dije “yo no quiero dejar de hacer esto el resto de mi vida”.
–¿Qué sabía del Canal de la Mancha?
–Mi primera información fue una Enciclopedia del Mar que encontré en la biblioteca Miguel Cané. Ahí, en una de las entradas del artículo sobre el Canal de la Mancha me encontré con Matew Web, que fue el primero que hizo el cruce en 1875. Web no era nadador, era marinero. Estaba embarcado y en una situación de tormenta, unos compañeros de él se cayeron al agua. El se tiró para salvarlos, pero no pudo. Igual, la reina lo distinguió por su valentía. A partir de ahí empezó la historia de su relación con el agua y la natación. Y ahí yo también empecé a elaborar una hipótesis para explicar por qué una persona se tira a nadar en aguas abiertas. Me dije “si hay algo que presupone la natación de aguas abiertas es un naufragio, real o simbólico”. Leí el relato del cruce que Web hizo y dónde falló, porque lo quería hacer en línea recta. El artículo explicaba toda la experiencia del tema de las mareas que en el Canal de la Mancha tienen el rango más alto. Porque hay que pensar lo que significaba largarse a cruzarlo sin los aparatos de navegación que existen ahora. Yo cruzo con un pesquero, con un tipo que tiene 20 años de experiencia en acompañar a nadadores y que además tiene un bardo con toda la aparatología. Mide vientos, corrientes, mareas, temperatura y va calculando de acuerdo con el paso del nadador qué ruta tiene que hacer. Bueno, ahí estaba Matew Web y el canal y la mística. El, en ese momento, fue acompañado por barquitos y muchos porque se produjo todo un movimiento mediático. Había periodistas que registraron cómo se vistió, qué comía, que tomaba coñac. Fue auspiciado por el Daily News que lo fiscalizó y a partir de este primer cruce pasan muchísimos años hasta el segundo.
–Y lo logra.
–Ahí sí. Web fue el tipo que promovió la práctica de la natación en Inglaterra como deporte popular mientras seguía haciendo este tipo de travesías extrañas. Se murió muy joven, en el año ‘93 en el Niágara, muy cerca de las cataratas. Había sido contratado por una empresa de ferrocarriles para hacer unos posters de publicidad y por una serie de inconvenientes en la organización –no había experiencia, en aguas abiertas hay que tener conocimiento previo del lugar– se tiró, se chocó con una piedra y murió en el agua. Luego encuentran el cuerpo. Sino sangriento, trágico.
Escrito en el agua
A Mato le sorprende la raíz “man” común a las palabras “yamanas”, “Manhattan”, “mantra” y “Mancha” que insisten en sus recorridos más allá de las latitudes y de los tiempos y de los orígenes diferentes de las lenguas que las utilizan. Cuando nada, busca efectos simbólicos como cuando lo hizo en el Beagle, sabiendo que seguía la tradición nadadora de las mujeres yamanas que habitaban la zona y que, como ella, resistían las bajísimas temperaturas de las aguas. A menudo sus cruces pueden considerarse performances políticas como los que planea al nadar en zonasde conflicto y que forman parte de su proyecto Hielos patagónicos. El interés por el lenguaje sigue presente aun cuando bracea con antiparras, traje de baño y cubierta por una capa de grasa orgánica.
–Siempre mi vida estuvo atravesada, amén de la de la natación, por dos vocaciones: la lectura, en algún momento la escritura. Quisiera hacer un libro de cruces a partir de mi experiencia con la natación, los viajes y de la reflexión sobre ese mundo especial que es la natación de aguas abiertas –uno se va constituyendo a medida que va escribiendo–. Porque permanentemente estoy resignificando todo lo que estoy haciendo. Vuelvo a repensar todo. En lo que es dar clases, lo que estudio, lo que es escritura y lo que es natación. Estoy muy cómoda en el medio del agua, por ahí sin ninguna referencia más o menos clara a la vista, pero cómoda. En la escritura puedo tener algún mapa para orientarme, pero la idea mía es que todo el material sea experiencial. Y en la lectura está también la presencia del agua.
–¿Cómo?
–La natación como la conocemos ahora es una práctica normalizada por los norteamericanos recién después de la Primera Guerra Mundial. Y el estilo que nosotros conocemos también es muy reciente. Antes era un over. Pero cuando no hay juegos, en la época de la guerra, los norteamericanos analizan biomecánicamente el estilo y desarrollan el que nosotros practicamos ahora. El crawl es muy antinatural para el ser humano. Y por eso te decía de la presencia del agua en la literatura. Hay una interpretación de Fogwill espectacular sobre el libro Crawl, de Héctor Viel Temperley, como un sistema poético construido alrededor de la natación. Para nadar crawl hay que renunciar a mirar para adelante; al hacerla de costado, la respiración se fuerza. Lo antinatural es lo más eficaz para el mejor desplazamiento. Es más económico energéticamente. En algún momento descubrí a Haroldo Conti del que yo también supe que era nadador de aguas abiertas. Después también descubro que él, como Web, había tenido la experiencia de un naufragio, que a partir de ésta se había puesto a nadar –él nadaba en La Paloma, luego en el Tigre–. Esto reforzó mi hipótesis de que en el origen de un nadador de aguas abiertas hay un naufragio.
–¿Mientras hace el cruce, hay algún tipo de trabajo mental que puede asociarse a la escritura?
–Para cruzar el canal yo había hecho algunos trabajos –a mí no me gusta llamarlos de preparación mental– que tienen que ver con visualización, relajación profunda, todo eso y si no me gusta llamarlos de preparación mental es que estos trabajos me han permitido, más allá de lo deportivo, ir a estados de conciencia muy especiales, tanto en el agua como fuera del agua. Para entrenarme había empezado a hacerlos en el Cenard con la gente de psicología. Uno de estos trabajos es el de entrenamiento autogénico que permite regular el metabolismo, a través de la conciencia. Se hace fundamentalmente con la respiración y la relajación. Después hay otra línea, la de las visualizaciones que en general son inducidas y tienen que ver con imaginar aquello que vas a hacer. El tema es que yo, además de imaginar lo que iba a hacer –de hecho estuve dos años haciéndolo–, al cruce del canal lo había hecho imaginariamente decenas de veces. A mí me pasaban otras cosas en las visualizaciones que escapaban a la mera inducción. Personajes imaginarios que aparecían. Eso se relaciona con el tema de la escritura: yo sabía que tenía que cargar muy positivamente el hecho de que la presencia de ciertas imágenes eran potenciadores de mi energía y yo, por elaboración propia, había hecho una serie de cartas a personajes que imaginariamente quería que me acompañaran en el cruce, por ejemplo Federico Fellini, el Subcomandante Marcos. Les había escrito y a esos mismos textos los repetía en el agua como mantras para mantener la concentración.
–La visualización se suele utilizar en oncología y tratamientos para personas con VIH. Los primeros en desarrollarla lograron reducir tumores en niños con una imaginería inducida donde el tumor era el queso y las defensas, ratones.
–Yo, cuando nadaba llamaba imágenes de cuadros de Van Gogh. En situaciones negativas –una tormenta, una marea inesperada, agotamiento, del tipo que no genera eso que se explica como la comunión de los dos hemisferios cerebrales–, yo imaginaba los cuervos y los borraba de la escena. A veces cuando dialogaba en el agua y los zapatistas se tiraban a nadar conmigo, daba un mejor rendimiento. Me pasaba toda una cosa muy loca que no era escuchada por el departamento de psicología. Yo les manifestaba que para mí era muy importante y que era algo que había que investigar más allá del rendimiento. Piratas que aparecían, historias que se desarrollaban de principio a fin y que a mí me hacían decir “¡guauauu, esto es espectacular!”. “Pssst –decían ellos–, lo importante es la inducción y que cruces de un lado al otro”. Quiero decir, para mí se trataba de otra cosa, no de algo que inducía sino que se metía. ¿Cómo el Sub Marcos, cómo los zapatistas me iban a dar bola? Lo cierto es que cuando nadaba becada por el Cenard en la pileta olímpica donde estaba viviendo de gasolera –yo comía ahí, vivía ahí, leía y nadaba–, los invocaba y los veía. Era una pileta que no tenía techo y no estaba habilitada. Por eso podía hacer mi preparación para el frío. A mí siempre me gustó el agua fría. En días de cinco grados bajo cero de sensación térmica me tiraba a nadar. Ahí me acostumbré a vivir a la intemperie. Si yo quería nadar cuando salía el sol, nadaba cuando salía el sol, si había luna llena nadaba cuando había luna llena, si llovía, nadaba cuando llovía. Era la soledad total. Nadé dos inviernos ahí. La idea era armar un rompecabezas al Canal de la Mancha. Toda una serie de experiencias en el entrenamiento que nunca iban a ser el cruce de ese canal, pero que me permitieran que el cuerpo pudiera registrar las posibilidades. Lo cierto es que yo invocaba a los zapatistas y los veía en esa pileta del Cenard, en esas tiradas largas de doce horas, agobiantes. Yo empecé a crear todo un mundo. Por eso el tema de la escritura es lo que viene después. Todo tiene que ir derivando para ese lado.
–¿En algún momento percibe que el lugar que atraviesa se anima? ¿Como si fuera alguna especie de “ser”?
–Como “ser” no percibí el canal sino los glaciares. Lo que a mí me pasó fue escuchar hablar al agua.
–(...)
–Por ejemplo, cuando yo hice el cruce del canal, ya muy cerca de la costa sentí una voz que me preguntaba “¿Las aguas del canal separan o unen?”. O sea, si estaba cruzando por algo que está separado o pasando por algo que está unido. Las fronteras o los límites se resignifican. ¿Era lo infranqueable o el punto imaginario de unión? Esa experiencia me hizo prestar atención. Pensé “esto debe pasar siempre”. Cuando crucé el Báltico con un mar calmo como una pileta, sin viento y con un sol espectacular, tuve una corriente en contra de dos km por hora que me convirtió el cruce en el escalar una montaña. Entonces volví a percibir la palabra del agua que yo entendí de esta manera: “te saqué el viento, te saqué las olas, te puse el sol. Sólo tenés una corriente, arreglátelas. Y no te enojes.” Porque yo había empezado a entrar en una zona de enojo y de fastidio. Y, si yo me enojaba, a los veinte minutos me iba a subir al barco.
–¿Y en Manhattan?
–En Manhattan me pasó otra cosa. Era un día gris encapotado, con llovizna. Yo salía de ese lugar que se llama La boca del infierno, de un olor pestilente, con esos gases que emergen del agua y se meten en la nariz. Venía bien por las corrientes del Harlem sintiendo la velocidad con que pasaba bajo los puentes. Pero desde el bote barrían la basura –después me dijeron que había gatos muertos–. Vomité. En la segunda etapa, sabía que podía bajarse el puente del norte de Manhattan para que pasara el tren e impedir el paso de las embarcaciones. Yo ya lo sabía de cuando habíamos hecho la reunión técnica, pero sabía también que eso podía dura a lo sumo diez minutos. Cuando llegué al lugar, el puente estaba bajo. Me habían dicho desde el barco “vos pasá y enseguida pasamos nosotros”. Y yo, si bien el puente no subía, seguí nadando. Miré para arriba, se había despejado, apareció el sol, avancé y sentí el agua salada del Hudson. Había oleaje y viento en contra, pero la corriente iba a favor mío. Miré hacia adelante y ¡guauauu!, era la postal del Washington, el puente más largo. Y era la Manhattan de los rascacielos toda junta. Y dije: “Hudson, ¿qué hacemos? Yo voy para allá, ¿vamos juntos?”. El puente subió. Y llegué sola a la base nadando con el Hudson.
–(...)
–Está bien, existe la explicación racional o fisiológica. Nuestra mente trabaja en función de los hemisferios cerebrales, pero el izquierdo es el más lógico mientras que el derecho es el intuitivo, el imaginativo. En general en nuestra vida civilizada y cotidiana predomina el hemisferio izquierdo donde todo se calcula, se evalúa, es el hemisferio de los miedos, de las precauciones, del tiempo lineal. El hemisferio derecho es el hemisferio de la apertura, no hay tal linealidad en el tiempo, todo se empieza a combinar de otra manera. En nuestra manera de vivir los dos hemisferios no están funcionando en la misma frecuencia. Vos, si hacés trabajos de relajación profunda, meditación o lo que fuera, lo que lográs es sincronizar los hemisferios cerebrales. Entonces no hay un predominio racional, tampoco hay un predominio absolutamente imaginativo. Razón e imaginación, es decir logos y creación se empiezan a combinar y eso también se logra en situaciones de mucho cansancio donde el cuerpo ya está rendido y ya no hay pensamiento posible sino que todo está entregado al cuerpo. Entonces parece que los hemisferios se sincronizan, ahí empieza eso de la sensibilidad y la percepción.
—¿Sucede algo semejante en la escritura?
–Quizás. He tenido varios planes de escritura que han resistido el paso del tiempo. Probablemente hablar con una editorial sea como tener la fecha de un cruce. La novela se va a llamar Mantras del agua.

Nadar en conflicto
–Usted va a nadar en Malvinas con una prótesis inglesa –a raíz de un accidente a Mato le falta parte de una pierna–.
–Se está haciendo un estudio hidrodinámico para conseguir una prótesis para nadar que no se hunda ni que flote, algo neutro. En un momento tomé contacto con una gente que tiene la representación de una ortopedia inglesa. ¡Pucha síntesis que una nadadora argentina, con una parte inglesa nade en Malvinas! Es hacer en el propio cuerpo un punto de encuentro entre dos países en el escenario de su conflicto.
–Pero habitualmente nada sin prótesis.
–Yo nado sin prótesis y con eso se engancha la figura de los piratas en cuyas historias las patas de palo son un icono. A veces visualizo que uno de estos piratas encuentra en el barco mi prótesis que es algo mucho más desarrollado que una pata de palo. (En el mismo paso que vos vas dando la propia prótesis produce energía para seguir avanzando.) Para mí la prótesis no es algo mecánico que yo utilizo instrumentalmente para caminar. No es una cosa sino que tiene su propia alma. Es el símbolo de la fidelidad. Literalmente y simbólicamente me ha hecho pata siempre. Mi prótesis siempre está.
–¿Cómo se llama?
–Esta se llama Fellini. La hice en el año ‘93 luego de un proceso muy complicado. Es de fibra de carbono, un material norteamericano muy desarrollado y en el momento en que la estaban haciendo Fellini se había enfermado. Entró en rehabilitación y a mí me quedó grabada la última entrevista que le hacen y donde él tiene una reflexión sobre el cuerpo, cuenta cómo lo siente hecho con elementos de madera externos y que tiene que incorporar. Y en ese reportaje le preguntan cuál va a ser su próxima película. Y Fellini dice que no sabe si le interesa ya el cine. “¿Entonces qué es lo que le interesa para un futuro inmediato?”, le pregunta el periodista. Y él contesta, y es su última frase: “A mí me interesa pararme con los dos pies sobre la tierra”. Y como a esta prótesis la recibí cuando él murió, dije: “Fellini, estás parado con los dos pies sobre la tierra”.