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MODA

Las construcciones de Ferré

 

Gianfranco Ferré tiene 200 tiendas de ropa para hombres, mujeres y niños que tienen en cuenta incluso a las matronas. A él le gusta definir sus prendas desbordantes de opulencia con una palabra contundente: joyas.

Por Victoria Lescano

No tiene la impronta cool de las invenciones de Patrizio Bertelli ni Miuccia Prada ni cae en los excesos de fácil lectura y elaboración como cinturones de medusas del clan Versace. Tampoco aparece en la prensa con la misma frecuencia que Fendi, Dolce and Gabbana y Armani, los capos de la moda italiana favoritos de los fashionistas. Sin embargo, Gianfranco Ferré es dueño de un imperio que alcanza doscientas tiendas de prendas listas para usar en versiones para Hombre, Mujer y Bambini, una griffe de pieles, una línea de talles especiales llamada Forma que consumen las italianas más redonditas y elegantes, una flamante colección de sastrería a medida para hombres, ropa de golf y también licencias de perfumes, gafas y toallas.
“En mis colecciones las prendas funcionan como joyas y viceversa. Traslado materiales exquisitos como seda, shantung iridiscente, tafetas dobles y organzas cuádruples y los combino como si estuviera doblando hojas de papel o cabos de sogas. Rescato lo opulento y lo voluminoso aunque luego lo resuelvo de manera tal que las usuarias pueden llevarlas con la misma facilidad que si se pusieran frazadas abrigándoles el cuerpo”: son algunos de los conceptos con que Ferré resume su método de corte y confección.
Durante décadas los cronistas de moda lo compararon con Alfred Hitchcock por su parecido físico, aunque en verdad cuando sale a saludar en pasarela con su eterno traje, corbata roja y pañuelo en el bolsillo, adquiere un dramatismo más afín al tenor Luciano Pavarotti que al director de Psicosis.
Ahora, en la portada de Itinerario, un libro que revisa su trayectoria y funciona como tour por sus colecciones y por su diario íntimo caótico –en sus páginas nada está ordenado según las leyes de las cronologías y se da el gusto de mostrar bocetos de prendas que nunca se hicieron–, la robusta silueta de Gianfranco aparece recortada en un fondo negro tal como el cineasta británico lo hiciera en el afiche de la serie de culto Alfred Hitchcock presenta.
Ferré nació en Legnano en 1948, es hijo de industriales y se graduó en arquitectura en la Escuela Politécnica de Milán a fines de los sesenta. Lo primero que diseñó fueron joyas y accesorios para regalar entre amigos y compañeros de universidad y que por casualidad llegaron a la agenda de una productora de la edición italiana de Vogue.
Empezó a diseñar ropa como free lance y, desde que viajó a la India a dirigir una investigación textil por encargo (la misión demandó cuatro años), quedó prendado de la fusión de la simpleza de líneas y uso del color de Oriente. Después hizo prendas para pequeñas marcas italianas que pasaron sin otros laureles que nuevos encargos de prototipos hasta que una colección de camisas rayadas rojo y blancas para Elio Fiorucci llamaron la atención de su futuro mecenas. Corría 1978 y el industrial boloñés Franco Mattiolli luego de verlas le ofreció financiar su primera colección para mujeres, un línea con abundancia de estampas geométricas y homenaje a las bailarinas. Pertenece a la generación de expertos en soirée que integran Valentino y Christian Lacroix y su estilo opulento y glamoroso cautivó a la casa Christian Dior al punto que en 1989 lo contrataron para reemplazar a Marc Bohan.
“No inventé el jean ni ninguna prenda que modifique la historia del traje, por eso me desvelan las variaciones tecnológicas en la telas con fibras naturales más preciosas, cuando diseño más que en el vestido pienso en el movimiento que quiero que provoque en el cuerpo”, dice Ferré sin tampoco ocultar su veneración por Dior y Balenciaga.
Un manual de estilo Ferré no puede omitir su devoción por los artesanos de Florencia ni la abundancia de brocatos y cuellos con jabot, tampoco que hasta cuando hace remeras blancas son de pura seda y de mangas exageradas. Sus colecciones incluyen cazadoras de cuero con plumas, otras con mangas de piel que en su terminación simulan guantes o que cambian los cierres de las originales Perfecto por encajes teñidos al tono. También hace capas rojas y negras rematadas con flores colosales que usan las habitués de la ópera. O un raro maillot beige bordado con estampas africanas y otro negro prendido de una falda plato en miles de rayas rojas y negras.
Las insólitas combinaciones de blanco y negro son una constante y las usa en estampados pata de gallo, lunares, trajes para dandies, una capelina o un vestido de escote halter que, fotografiada por Steven Meisel, contribuyó a poner de moda la modelo Stella Tenant. En verdad Ferré tiene empapeladas en blanco y negro todas las paredes de su casa de Milán como complemento de muebles art decó, arañas de cristal y espejos dorados y el recurso se repite en algunas salas del Palacio Gondardo, un edificio histórico que restauró como base de operaciones de su empresa.
Hasta que el joven John Galliano lo destronó de la casa Dior se pasó nueve años viajando en un jet privado, una de sus primeras exigencias al firmar contrato con esa empresa, y donde debutó con una colección blanco y negro que homenajeaba los diseños de Cecil Beaton para My Fair Lady. Su agenda mundana incluye galas en honor de la Cruz Roja, cenas animadas por el príncipe Alberto de Mónaco para el lanzamiento de bizarras ediciones especiales con causas benéficas. La última consistió en la presentación de osos de peluche creados por un artista francés especializado en Teddy bears que fueron vestidos por doce de los diseñadores más chic de los ochenta y los noventa. El osito by Ferré lució un traje del tweed más noble, anteojos y corbata que sin dudas fue una copia de su uniforme personal.
La lista de sus clientas oscila entre Sharon Stone, la reina de Jordania y Elizabeth Taylor –a quien vistió para el último Festival de Cannes con blusas adornadas con plumas verdes y un ramo impreso de nomeolvides y con un conjunto de cocktail blanco y negro para asistir al Palacio de Buckingham–.
Las “construcciones” para usar de Ferré fueron tema de una reciente muestra en una galería de Tokio: se llamó White Story e incluyó cincuenta de sus camisas blancas más famosas, todas con distintos recursos de mangas y puños ingeniosos. El año pasado donó cincuenta y siete conjuntos de alta costura y ready to wear confeccionados entre 1986 y el ‘99 al Palacio Pitti y fueron mostrados en los salones de su Costume Galleri.
Las últimas novedades de la casa Ferré para el invierno 2001-2002 dicen que dedica su gusto por los excesos en una causa noble, sublimar vía sus barrocos textiles tecnológicos la estética del rock impuesta por David Bowie y las superproducciones de Mick Jagger con algo tan opuesto como la sastrería tradicional británica celebrada por los especialistas de Saville Row. Incluye siluetas en blanco y negro y deja lugar para el dorado, extraños homenajes a Ziggy Stardust que sin dudas lucirá Elizabeth Taylor con ramos de flores de nombre anticuado y palazzos la próxima vez que vaya de visita a Buckingham. “Mis estampas tienen la fuerza de tatuajes marcando la silueta, como si se tratara de body painting, porque el cuerpo es lo más importante”, dice con la misma convicción con que hace algunas temporadas disparó contra las supermodelos, en especial Claudia Schiffer, a quien dedicó el elogio “parece una vaca alemana”.