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MODA

La nueva ola

Parece ayer que Zulemita Menem recorría el mundo con las hombreras de Elsa Serrano a cuestas. De unos pocos años a a esta parte, la carrera de Diseño de Indumentaria hizo explotar un circuito inédito: decenas de nuevos nombres se suman al mundo de la moda, aportando una visión lúdica al hecho de vestirse. Ahora, merced a políticas nacionales y porteñas, Buenos Aires intenta convertirse en el nuevo polo de diseño del Mercosur. Aquí, siete de los nombres más fuertes de la nueva ola.

Por Victoria Lescano

La saga de la moda argentina empezó con toiles, moldes y alfileres que se traían en barco desde París y la modalidad de las copias se mantuvo vigente aun cuando los baúles traídos a vapor fueron reemplazados por maletas tan modernas como los boeings. “A principios de los noventa la moda se limitaba a etiquetas de un cocodrilo o el escudo y las marcas locales eran industrias familiares cuyos integrantes viajaban a Europa o Estados Unidos y volvían con dos valijas de prendas para copiar, hasta que con el desembarco de firmas extranjeras entendieron que debían tomar diseñadores. De inmediato cada cumpleaños de graduados de la carrera de Indumentaria parecía una reunión cumbre de las principales marcas de la Argentina, estábamos los de Vitamina, Via Vai y John Cook todos juntos; ahora que el mercado colapsó y las marcas perdieron el lustre –muchas están en convocatoria de acreedores–, algunos fueron despedidos; otros renunciamos y empezamos a investigar por nuestra cuenta”, dice el diseñador Pablo Ramírez sobre el furor de diseño de autor que caracteriza la moda local y donde desde el maratón de moda del grupo Pampa –la Buenos Aires Fashion Week, durante la cual el público de especialistas lo aplaudió de pie– él ocupa un lugar protagónico.
Durante enero los diseñadores Trosman-Churba fueron pioneros en mostrar moda argentina en la Semana de la Moda de San Pablo; la semana pasada se alzaron con el premio avant garde otorgado por la revista Vogue en sus ediciones latinas. Sus prendas rebosantes de color y construidas sobre desarrollos textiles se venden en Estados Unidos, Londres, Hong Kong y hasta en una tienda chic de Kuwait.
Los indicadores de la modamanía en Buenos Aires no se limitan al barrio de Palermo, semillero de la moda y la decoración donde se abren tiendas a diario, o al éxito de tiendas de autores como Diseñadores del Bajo o Salsipuedes, un proyecto multimarca que se apresta a abrir un segundo local.
Según la arquitecta Graciela Suen, directora de la carrera de Diseño de Indumentaria y Textil que se fundó en el ‘89, “el boom de inscripción fue en el ‘95, ahora hay 1200 alumnos; lo curioso es que hay un descenso de inscriptos en diseño textil y un ascenso en indumentaria, cuando en el resto del mundo las mayores innovaciones provienen del sector textil. El apoyo político al diseño es fundamental para la industria”.
La expresión “Buenos Aires capital de la moda” inspiró al grupo Pampa para, durante la última semana de marzo, convocar a treinta diseñadores y prensa internacional, un ítem fundamental en la trama de la moda global. Al día siguiente de la Baf Week, mientras la multitud de cultores de la moda se preparaba para celebrar en una fiesta de El Porteño, la fábricatransformada por Philippe Starck en hotel de lujo, varios de los participantes armaron las valijas para viajar a Nueva York dentro del programa “Moda Hecho en la Argentina” y exponer en el consulado de la Sexta Avenida en su intersección con calle 56.
Se trató de la colección de vestidos de organza de María Martha Fachinelli, la ropa de cuero de Uma, zapatos de Valeria Leik, los insólitos tejidos de Nadine y los accesorios en brocato y viruta para princesas de la alta sociedad esculpidos por Celedonio Lohidoy. “La consigna fue que no pensaran sólo en el mercado argentino y que para competir en el internacional importa la calidad y la creatividad”, dice la artista plástica y diseñadora Delia Cancela, quien durante tres meses siguió el desarrollo de las colecciones como coordinadora de imagen.
Mientras que el menemismo difundió las hombreras y los tailleurs ampulosos de Elsa Serrano en la figura de Zulemita, la Alianza no escatima esfuerzos en intentar construir una identidad de diseño. En la gestión De la Rúa la Secretaría de Cultura de la Nación y el Gobierno de la Ciudad compiten por incorporar diseñadores a sus proyectos tanto como el grupo Prada y el conglomerado LMVH, claro que salvando las diferencias de presupuestos para los diseñadores. Durante la primavera de 2000 el diseño de indumentaria ingresó a las agendas políticas: mientras que en una ceremonia en el Museo Nacional de Bellas Artes la productora Dolores Navarro Ocampo anunció el Programa Moda Hecho en la Argentina junto a la fundación Exportar, días más tarde en los jardines de otro museo, el Fernández Blanco, cocktail, tapas y modelos producidas mediante, el jefe de Gobierno de la Ciudad se refirió entre otros puntos a la disponibilidad de créditos para subvencionar las colecciones –rondan los seis mil pesos y hasta el momento fueron otorgados a una decena de diseñadores–.
De la producción convocada por Las/12 en el luminoso estudio de Malala Fontán es probable que surja un nuevo proyecto de autores: los diseñadores presentes, además de contar anécdotas sobre sus últimas aventuras en distintos puntos del planeta, se citaron el martes siguiente en una elegante galería de Belgrano, que tal vez pronto transformen con sus creaciones en un nuevo circuito con la etiqueta hecho en Argentina.

Pablo Ramírez: chupín y plumetí

Fue la revelación del Buenos Aires Fashion Week, hizo una colección en siluetas blancas y negras que celebra la ambigüedad y la sensualidad de los tangueros de principio de siglo que fue ovacionada por la editora inglesa Isabella Blow, madrina de Alexander McQueen, Galliano y otros extravagantes, y quien al finalizar el desfile corrió al backstage a comprarle siete conjuntos para llevarse a Londres. Los pantalones chupín con camisas de plumetí blanco y chaquetas de cuero de Ramírez estilizados con chambergos y redes dispuestas como velo lograron que ella se quitara los trajes de pelo cortado por niños pobres de Irán, sombreros de plumas de Philip Treacy, Gallianos y McQueens y posara en el café Tortoni en producciones sobre el estilo argentino que pronto van a aparecer en las páginas de las revista Interview y GQ. Ramírez, quien a mediados de los noventa había ganado un concurso Alpargatas y una pasantía en la consultora Mission Imposible de París, luego fue jefe de producto de Via Vai y más recientemente diseñó trajes para Adriana Constantini –llegó a hacer su segunda colección (la primera propuso monjas góticas) con el mecenazgo de una clienta–. Por su showroom, un departamento de Ayacucho 2070 frente al Alvear, pasan consumidoras a las que define como “mujeres de más de treinta con independencia económica, muchas me dicen que mis pantalones altos alargan la pierna y achican el torso. Siempre hice ropa negra por ideología, no me interesan las prendas que pasen de moda, pretendo que encuentren la campera de cuero y la falda que duren años y no limitarme a la prenda de la temporada”.

 

Araceli Pourcel: lo bueno, si breve

“Aunque hay una acentuada apertura a consumir propuestas menos masivas, pareciera que la gente sigue buscando un producto que responda a los cánones de que es para un determinado momento, que se pueda poner en el lavarropas y que su tela tenga un marco de referencia con las propuestas más comerciales; los consumidores buscan una salida a lo que está en los shoppings sin llegar a la contracara”, desliza Araceli Pourcel. Es la autora de una colección 100 por ciento artesanal, que hizo inspirándose en las siluetas y los colores de las cholas bolivianas y que incluye ensambles de paño, cuero y lana, con la particularidad de que muchos de los tejidos son irregulares y dejan tramas que simulan estar a punto de quebrarse. Una apuesta que deslizó en diseñadores de 2000 y acentuó en la pasarela del Baf, donde eligió a las modelos más bajas, les pintó las mejillas más sonrosadas vistas en esos días, adosándoles varias enaguas debajo.
“Lo que se consume no es lo que se muestra en los desfiles, en mi caso particular trabajo cada pieza como una escultura, cada prenda es totalmente diferente a la otra. Aunque mi fantasía de diseñadora me llevóa pensar que la gente las iba a entender como propuestas supercotidianas, muchos no dejan de verlo como ropa de noche y ahora estoy trabajando en una bajada de producto más comercial para vivir de esto”, dice Pourcel, quien combina los diseños a la venta en Salsipuedes con el trabajo de vestuarista de cine y televisión –durante años trabajó en las series de Pol-ka–. “Nadie se beneficia con la caída de las grandes marcas porque en los países que tienen industria de la moda coexisten las dos cosas y además tienen alta costura”.

Trosman-Churba: el huracán bimotor

Empezaron a diseñar textiles hace tres años en una habitación de un departamento de Belgrano donde colgaban original artworks de pelajes de afganos, hojas que arrancaban de plantas de sus calles favoritas, tomas cenitales de Buenos Aires y al poco tiempo de trabajar para otras marcas, abrieron su estudio en un taller de autopartes. Ahora suman 26 empleados y durante el último mes produjeron 4000 piezas de una colección centrada en plisados que reproducen el comportamiento de orugas que se vende en Barneys Nueva York y Japón, Neiman Marcus de todo Estados Unidos, Harvey Nichols y Browns de Londres, Lane Crowford en Hong Kong y Green Ceeders en Kuwait, lo que los convierte en los referentes más cosmopolitas del estilo argentino fuera de las pampas. Después de participar del primer envío de moda argentina a la Semana de la Moda de San Pablo durante enero y la semana de la moda de Nueva York, inauguraron la pasarela del Baaf Week con esos modelos convertidos en tamaño petit para los cuerpos de niñas de entre siete y diez años. También ganaron el premio Vogue a diseñadoresavant garde junto con el brasilero Alexander Hercovich en Miami, fueron elogiados por Wallpaper, Elle americano y Women’s Wear Daily. “Nos va todo lo bien que nos puede ir por ser casi los únicos que explotamos comercialmente este momento. En el exterior nuestra ropa funciona en tiendas de distintas categorías, por un lado los supermercados de la moda, de estilo Barbie, y también otros más sofisticados donde vende gente como Dries Van Noten”, dice Martín Churba, recién llegado de un tour que incluyó clínicas para vendedoras de la tienda Saaks. Sobre las clientas que transitan por su tienda de Armenia y Soler, con las vidrieras más lúdicas del mercado, dice: “Cada vez piden más escotes y la creatividad traducida en su exclusividad, a simple vista pareciera un producto para mujeres de treinta y pico para quienes la moda funciona como un aliado para la seducción. Los representantes y las ventas en el mercado exterior son un respiro, pero también un entrenamiento para crecer y ser más eficientes”.

 

Laura Valenzuela: costurera y planchadora

Representa un curioso exponente de costurera avant garde, porque rescata telas del pasado, anota el peso y la composición de las telas en cada prenda, inventa texturas y asegura que la disciplina del planchado es una de sus mayores diversiones. Participó de un envío de moda argentina a París, ganó un certamen de Jóvenes creadores de moda y desde mediados de los noventa combina su colección lista para usar con otra de trajes a medida, donde predominan los vestidos de novia. “En su mayoría hay una relación de amor odio con el vestido, quieren transgredir el lugar común; en todos los vestidos pongo una piedrita azul escondida en algún lado, a veces en el canesú o el ruedo y otras veces cosí el pelo de amigas de la novia en la cola del vestido, de acuerdo con viejo un ritual que dice que así la novia te lleva al altar. El más sofisticado, cuarenta metros de seda natural, fue para una chica que se casó en una estancia, pareciera que mis clientas quieren que se note que se dedican a algo creativo”, dice sobre sus codiciadas galas para boda, desde su nuevo estudio de Ayacucho 2189. Sobre el perfil de las consumidoras de sus prendas, agrega: “Son mujeres que escapan a los últimos dictados de las tendencias y buscan un diseño sensible y femenino. Tienen un alto poder adquisitivo y como les importa que todo sea 100 por ciento lana, doy prioridad a la calidad de los materiales. A veces les propongo el reciclaje, que me traigan algo del pasado y rehago esa prenda; la unión de lo antiguo y lo nuevo da un resultado moderno”. “El diseño no es tan redituable como la moda”, desliza Valenzuela, quien aguarda la salida de un crédito oficial para desarrollar una colección de ropa de cuero en dos tonos, con tablas y recortes que cautivaron a compradores americanos –dejó varias muestras en el showroom 10, ubicado en el Meat Packing District y otro de Los Angeles–.

 

Carolina Ainstein: estar en cueros

“La iniciativa de dar fuerza a la moda, crear un marco en la industria argentina para el extranjero e importar diseño como valor agregado es muy positiva como plan a largo plazo, en lo inmediato funciona como prensa, genera interés y nos da a conocer”, dice Ainstein. Ella pertenece al grupo que hace pocos días participó de la muestra de diseño argentino en Nueva York, donde llevó la colección con contrastes entre lo femenino y lo masculino, cinturas ceñidas y detalles de inspiración militar y retro de los 50 y los 70 en tonos de negro, camel y marrones, con la etiqueta de UMA.” Se me acercaron compradoras de grandes tiendas como Barneys y Henry Bendel y otras más pequeñas especializadas en diseñadores de todo el mundo como Bond 07 y Hedra Prue. Como muchos ya habían terminado con las compras de invierno, quedamos en vernos en la primavera con mi próxima colección. Dejé prendas en Bond 07 y Bendel me hizo un pedido de carteras y ropa esta semana”, agrega Ainstein, que se graduó en diseño textil en la UBA, trabajó en Topper y Alpargatas, también ofició de corresponsal de tendencias para la firma Vitamina y cazadora de tendencias para la consultora de un sociólogo italiano. En 2000 le ofrecieron asociarse con su diseño a la firma UMA, una marca especializada en ropa y accesorios de cuero con local en la calle Honduras.

Vero Ivaldi: el valor agregado

“El diseño y la ropa de autor están más de moda que determinadas prendas. A diferencia de las grandes marcas, con posibilidades de copiar y producir a gran escala, manejamos otros tiempos de elaboración, pero tanto Palermo como los del Bajo somos opciones con valor agregado de diseño”, dice Vero Ivaldi. Es una de las fundadoras de Diseñadores del Bajo, ganó un concurso de jóvenes talentos con una puesta sobre las supersticiones y fue la vestuarista del grupo Los Brujos. Su reciente participación en la pasarela de Baf Week con una colección de setenta trajes con cortes irregulares y combinaciones de tul fue una de las propuestas más elogiadas. “Tomé los materiales más clásicos como el pelo de camello de los abrigos de los ejecutivos y quise resemantizarlo mediante gajos y cortes circulares, remitiéndome a la cinética y el movimiento”, fundamenta Ivaldi, quien no sólo hace toda la moldería, también corta las prendas y las cose con la ayuda de su madre, una modista especializada en sastrería que suele resolverle pedidos a medida en sólo tres días. “Tengo clientas de 25 a 60 años. Varias de ellas me dijeron que desde que fueron junto a su amiga Marta Minujín a la inauguración se prometieron que sólo iban a vestirse allí para apoyar a la moda local”, cuenta la diseñadora. Para ella la moda es redituable: “Mis clientas vienen una vez por semana, se compran un conjunto con la camisa y los zapatos, hasta las asesoro con los accesorios que lleva ese conjunto. Creo que aunque por la situación económica el público es reducido, hay un sector que consume diseño. La relación personalizada con las clientas excede a las ventas y eso le da futuro a la ropa de autor”. Después de Baf Week tuvo pedidos del interior y otras tiendas de Palermo: “Ahora que mis sacos con moldería circular y forrados en satén arrugados me los piden en grandes cantidades, trato de que cada uno mantenga la impronta que lo hace diferente”.

 

Varanasi: talleres del interior

Mario Buraglio y Víctor del Grosso son arquitectos que desde comienzos de los ochenta tienen una tienda en Rosario por donde transitaron mujeres profesionales en busca de sastrería sublime que no encontraban en BuenosAires y en las últimas temporadas apuestan a la construcción de sus propias telas. Durante marzo fueron los ganadores del concurso Hot Couture, organizado por Givenchy para celebrar el lanzamiento de un nuevo perfume, con vestidos de tul con líneas que trazaban senderos, letras aplicadas con cintas, haikus, frases de Goethe, rompecabezas troquelados, peonías y flores de la pasión, armados en organza de seda. “Son piezas únicas. Hago la base del vestido, le aplico las cintas y hago cortes sobre una base de tul, puedo remitirme a residuos de troquelado o libros con mariposas del Africa, India y América; todos se llevan como dibujos flotando sobre la piel”, explica Mario desde el showroom en la calle Aráoz 2755 donde hay lámparas-esculturas de Pérez Sanz en cada habitación que ocupan un lugar tan protagónico como el perchero con sus piezas de vestidos de tul recién llegados de un desfile en Miami. Para su línea de sastrería, cada vez más femenina pese a que la tendencia dicta hombros más marcados recurren a talleres en los pueblos del interior. “El más importante es en Peirano, donde encontramos a una mujer que nos entregaba el trabajo más impecable y maravilloso en una casa muy precaria, ahora ella se construyó un taller y nos manejamos con una notita y un comisionista”. Sobre el mercado local, dice: “En los ochenta hacíamos 10.000 pendas por temporada, nos iba tan bien que a veces hacíamos sólo verano y el invierno yo me iba seis meses a Italia y Víctor se iba a la India. Ahora el mercado local está sumamente deprimido, la gente consume alimentos hasta ahí y los servicios imprescindibles, pareciera que el mercado está en el resto del mundo”. Una experiencia que él transitó a mediados de los noventa cuando participó de la feria alemana de Igedo y para el desarrollo de las colecciones recurrió a talleres italianos y sobre la que destaca: “En Solviati, un pueblito donde las fábricas conservan la tradición con los anexos hipertecnológicos y se exhiben las fotos de las obreras del 1800, me encontré con un taller gigantesco que hacía desarrollos para Prada y una mañana estaban tirando abajo una pared con tal de poder ingresar una de las mejores máquinas del mundo, un Rolls Royce para tejer que casi ya no se consigue y que habían encontrado en una fábrica en quiebra de Mar del Plata”.