SEXUALIDAD
Beverly
Whipple es la sexóloga norteamericana que desde dos décadas recorre
el mundo tratando de compartir con la mayor cantidad de mujeres posible
su descubrimiento: el punto G. Cuando se difundió su pretendida existencia,
muchas voces se alzaron en contra: el punto, ubicado en el interior
de la vagina, parecía retrotraer el avance realizado cuando el clítoris
fue revalorizado y el orgasmo clitoriano dejó de ser “inmaduro”. Whipple
sigue siendo una ferviente defensora de ese punto, aunque reivindica
“todas las maneras de gozar”.
Por Victoria Lescano
Por Marta Dillon
Hay quienes lo ven, y quienes no. Quienes pueden tocarlo y sentirlo
crecer y quienes hurgan sin éxito en su búsqueda.
Quienes creen en él -como si se tratara de un acto de fe
y los que aseguran que es sólo un mito. Están los que
enseñan caminos para aprehenderlo y quienes denuncian que su
sola mención es, casi, regresar a la época de las cavernas.
¿Es un ovni? ¿Acaso un vampiro? ¿Es Superman? ¡No!
Es algo más divertido que todo eso, se trata, señoras
y señoras, del punto G, ese bien ponderado y nunca suficientemente
localizado ¿órgano?, que en lo profundo de la vagina aparece
o no como la puerta al jardín de las delicias. Por
lo menos eso es lo que asegura su redescubridora y propietaria del copyrigth,
Beverly Whipple, quien desde 1980 viene anunciando la buena nueva a
un mundo incrédulo que 21 años más tarde todavía
se muestra indiferente ante la evidencia científica que esta
sexóloga de 51 ha recopilado en su laboratorio. ¿Por qué?
Para Whipple la respuesta es una suma de varias: la dificultad para
hablar del placer de las mujeres, los estudios sexólogicos casi
siempre conducidos por varones y según sus propias pautas
de sentir y gozar, la resistencia de los médicos a ejercer
sobre los pacientes cualquier tipo de maniobra que genere placer eso,
según Whipple ayudaría a enseñarles a las pacientes
dónde tienen el punto G y, sobre todo, el protagonismo
excluyente del clítoris en el orgasmo femenino.
Hubo muchas protestas sobre el trabajo que estamos haciendo porque
cuando se había logrado desterrar la concepción de que
el orgasmo conseguido por la estimulación del clítoris
era inmaduro, después de que Masters y Johnson hicieran su investigación,
llegamos nosotros con una nueva noticia, ¿qué pasó?
Muchas voces, especialmente las feministas, dijeron ¿qué
están haciendo?; ¿nos están regresando a la vagina
de nuevo?; ¿nos están queriendo decir que el placer está
centrado en la penetración? Y no es así, muchos de los
estudios que hicimos tenían como sujeto a mujeres lesbianas porque
creíamos que estarían más cómodas con lo
que estábamos investigando que era la eyaculación femenina
y el punto G. Tuvimos razón. No se trata de volver a la penetración
como única fuente de placer sino abrir el arco de sensaciones
múltiples que ofrece el cuerpo de la mujer. Es más, el
punto G es localizable con más facilidad con los dedos, ya que
el pene no siempre puede ejercer sobre la zona la presión necesaria
para estimularlo.
Beverly Whipple, blonda, bajita y rubicunda, como la postal de esposa
que cocina pasteles en cualquier serie norteamericana, no teme dar una
y otra vez las mismas explicaciones. De hecho ése es su trabajo
principal, andar por el mundo contando la noticia de la existencia del
punto G y -como si esto fuera poco, de su función como
emisor de la eyaculación femenina creer o reventar,
sobre todo para aliviar a aquellas mujeres cuyas experiencias
parecen contradictorias con lo que dicta la teoría. Hablar del
punto G no quiere decir que hay que empezar a buscarlo o que ésa
sea la manera correcta de gozar, sino ampliar nuestros conocimientos
sobre la sexualidad femenina para no quedar atrapadas en un patrón
único y monolítico, como si el orgasmo fuera sólo
un reflejo lineal.
Trabajo duro el de Whipple, porque no es al punto G como fuente de placer
donde van dirigidos los cuestionamientos, sino a su existencia misma.
¿Será que algunas mujeres lo tienen y otras no? ¿Será
muy, pero muy tímido? ¿Acaso no sería más
práctico seccionarlo en una autopsia y mostrarlo como prueba
fehaciente de que no se está hablando de ovnis sino de anatomía
humana? Bueno, es que hay quienes lo han encontrado en autopsias y quienes
no. Whipple cita a un médico en los Balcanes y a otro en la península
ibérica; ellos lo vieron, lo describieron, lo seccionaron y lo
mostraron. Según estas conclusiones, el punto G sería
algo así como una próstata femenina que emite un líquido
que comparte alguna propiedad química con el semen, pero, obviamente,
no los espermatozoides.
A esta altura no podemos dudar de la existencia del punto G, lo
que no quiere decir que todas las mujeres encuentren allí el
placer. Pero de esta posibilidad del goce dan cuenta tanto tratados
milenarios de China, India y Japón, como estudios médicos
anteriores al nuestro. El primero en describirlo fue Enrst Grafenberg
y en su honor nombramos el punto.
El misterioso continente
En realidad Beverly Whipple no buscaba el punto G. Se topó con
él como una evidencia. Corrían los años 60 cuando
esta entonces profesora de la Facultad de Enfermería de la Universidad
estatal de New Jersey se interesó en los estudios sexológicos
desde el instante en que no pudo contestar la pregunta de un alumno.
¿Qué recomendaciones habría que hacerle a
un paciente cardíaco sobre sexo?. Beverly no supo qué
decir, consultó con sus jefes de departamento a quienes les pareció
irrelevante su consulta y allí mismo decidió seguir otro
camino: el de la sexología. Años después, enseñando
a las mujeres que asistían a su consulta las ventajas de tener
un músculo pubococcígeo bien entrenado para prevenir
enfermedades y favorecer las expresiones sexuales
notó que muchas de las consultantes, aun teniendo músculos
fuertes, se quejaban de incontinencia urinaria. Pero no en cualquier
momento, ellas mojaban la cama cada vez que tenían un orgasmo.
Entonces empezamos a hacer investigaciones y descubrimos que estas
mujeres tenían una zona sensible en su vagina que, cuando era
estimulada, despedía un líquido por la uretra. Fuimos
a los textos y descubrimos la descripción de Grafenberg y un
aparatito intrauterino que este médico había desarrollado
para ubicar la zona sensible.
Como sujeto de investigación, Whipple y su socio, John Perry,
convocaron a 400 mujeres y encontraron que, estando acostadas
e imaginando un reloj sobre el vientre, entre las once y la una, un
área sensible que al ser estimulada se hinchaba, o sea que era
un tejido eréctil. ¡Voilá! He aquí
el punto G. Eso mismo lo podrían haber descubierto Masters
y Johnson, pero resulta que ellos, buscando las zonas sensibles de la
mujer, aplicaban caricias con un hisopo y sí, el clítoris
puede sentir una caricia suave, la vagina no: para estimular el punto
G se necesita una presión de moderada a fuerte, dice Whipple
y enseña sobre la palma de la mano cuanto hay que apretar para
que el punto G dé todo lo que puede dar.
Whipple mejoró el aparato diseñado por Grafenberg para
poder estimular artificialmente a las mujeres en su laboratorio, incluso
a aquellas que teniendo dañada la columna vertebral habían
perdido sensibilidad de la cintura para abajo. ¡Y estas
mujeres también podían experimentar orgasmos aun cuando
no sintieran el estímulo local!, asegura la sexóloga.
¿Cómo lo sabe? Medimos el orgasmo en el laboratorio,
a través de la dilatación de las pupilas, la presión
sanguínea, el ritmo cardíaco, las ondas cerebrales y los
umbrales de dolor.
¿Cuál es la razón de medir los umbrales de
dolor?
Bueno, descubrimos también que la estimulación del
punto G tiene un fuerte efecto de bloqueo del dolor. Esto es muy útil
durante el parto, ya que el feto, al atravesar el canal vaginal, estimula
este punto y alivia a la madre. Sin este bálsamo el parto sería
mucho más doloroso. Pudimos comprobarlo también con diversas
investigaciones, averiguamos que el principio activo de los picantes
en las dietas inhibe esta potencialidad de la estimulación del
punto G. O sea que en algunos lugares de México o de la India,
por ejemplo, las mujeres sufren dolores de parto más agudos,
por lo que recomendamos no comer picantes por lo menos hasta tres meses
antes del parto.
¿Cómo puede ser que personas que han perdido sensibilidad
en la zona genital puedan experimentar orgasmos por la estimulación
de esas mismas zonas?
Eso lo hemos comprobado y no hace más que probar que no
se trata de localizar aquí o allá las caricias sino de
comprender que hay todo un mundo de sensaciones que se registran y que
ni siquiera tienen que ver sólo con el orgasmo como si ése
fuera el único objetivo. Hay que estar abiertas a las múltiples
posibilidades que nos ofrece nuestro cuerpo antes que quedarse con un
pequeño modelo. El clítoris es maravilloso; el punto G
también y las fantasías también. Incluso es posible
tener orgasmos sin una sola caricia, ya es hora de abandonar el patrón
estrecho y monolítico al que nos acostumbraron los hombres que
entienden el placer de una única manera. De hecho ellos también
tienen dos tipos de orgasmo, el segundo se consigue con la estimulación
de la próstata. Mis investigaciones apuntan a contener a aquellas
mujeres que se sienten anormales porque no gozan de la manera en que
se supone que hay que hacerlo.
Como prueba de esto, Whipple ofrece en su libro El punto G toda una
serie de testimonios de mujeres que reprimían sus orgasmos porque
mojaban la cama, que detestaban que les tocaran el clítoris o
que sencillamente preferían siempre que las tomaran por atrás.
Todo esto puede ser una fuente de desgracias si una se siente
diferente. La presión social es muy fuerte. Beverly ofrece
una serie de consejos a quienes deseen encontrar su punto G: solas en
compañía, la mejor postura es en cuclillas, presionando
sobre la cara anterior de la vagina (se siente como una arvejita).
Si es de a dos hay ídem cantidad de posturas, la primera a horcajadas
del caballero durante el coito; la otra es que él penetre a la
mujer por detrás, al estilo de los animales. En cualquier caso,
de no hallarse el punto en cuestión, no se habrá perdido
el tiempo y habrá otras sensaciones que experimentar, como también
recomienda Whipple, cualquier cosa menos pensar que hay sólo
una manera de gozar.