GASTRONOMIA
Maestra
pastelera
Beatriz
Chomnalez fue en su juventud, junto a su marido Raúl, artífice de los
cortes de pelo más in que podían verse en los alrededores de la Recoleta:
eran clientas suyas modelos tops de los `60 como María Larreta o Chunchuna
Villafañe. Desde hace ya muchos años se ha transformado en maestra de
cocineros. Enseñó especialidades francesas a algunos de los chefs más
importantes del país. Su fuerte es la pastelería.
Por
Por Felisa Pinto
Desde los años
60, Beatriz Chomnalez, hoy convertida en cocinera superstar gracias
a su talento y devoción por la cocina francesa, cultiva el arte
del buen vivir. En aquellos años, acompañó a las
huestes del Di Tella y a otros intelectuales rebeldes (amén de
elegantes de la clase alta argentina con ansias de modernidad) en los
salones de la peluquería Chez Cristian, reducto insoslayable
en épocas del pop, ubicado en la calle Ayacucho, haciendo cruz
con el hotel Alvear.
Allí,
su marido, Raúl Chomnalez, dirigió y ejecutó con
maestría y altas dosis de creatividad los cortes y peinados en
versión local del swinging London, tendencia que marcó
a la década del 60, en todo el mundo, en lo que se refiere al
look. De ese templo del glamour y el chic porteño, en la Recoleta,
Beatriz recuerda la imaginación para vestirse con extravagancia,
y recuerda también la sumisión reverencial a las sugerencias
de su marido, además de coiffeur, gran fotógrafo e intelectual
de vanguardia. Nadie quería ser square, palabra que designaba,
en ese momento, a las y los convencionales o conservadores, a la hora
de vestir o peinarse, y que todavía resistían los nuevos
mandatos de la moda loca, expresión de las revistas
de moda, no demasiado convencidas de los cambios insolentes, recuerda
Beatriz. Devotas de Chez Cristian fueron, entre otras, las modelos top
de ese tiempo, María Larreta, Chunchuña Villafañe
y Nacha Guevara, vestales favoritas del coiffeur. Y Manuel Lamarca,
Edgardo Giménez o Héctor Bianciotti, para citar sólo
algunos de los que empezaban a frecuentar la recién inaugurada
peluquería unisex.
La buena
mesa
Sin embargo, la pasión por otro arte del buen vivir, la
cocina, empezó para Beatriz y creció desde los años
80, cuando vivió en París junto a toda su familia.
Cuando volvió a la Argentina, en el 83, transmitió
con gran fervor sus recetas aprendidas en el Cordon Bleu parisino y
en la École de Varenne, a grupos de jóvenes, algunos de
ellos exitosísimos hoy en sus propios restaurantes: Germán
Martitegui (Agraz), Rodrigo Toso (Chelsea Loft), Estanislao Carenzo
(Sudestada), Rodrigo Sieiro y Juan Pedro Demuró (Nectarine),
Paula Méndez Carrera (Splendid) y Sergio Copat (La Esquinita),
para citar sólo algunos.
Actualmente, la destreza culinaria de Beatriz se puede apreciar además
todos los días a la hora del té, en el Caesar Park. Allí
es la responsable de un espacio exclusivo destinado a mostrar y vender
sus dotes como maestra pastelera de la recién inaugurada pâtisserie
del hotel. Enese rincón se venden dulzuras, tentaciones, panes
artesanales, amén de tés delicados procedentes de Bélgica
o de Mariage Frères (el lugar del buen té en París).
Sin olvidar buenas mezclas exóticas y refinadas de cafés,
que también se compran para llevar.
Desde las cinco hasta las siete y media de la tarde, en ese lugar se
puede tener la sensación de que el mundo está casi bien,
aunque la realidad estalle más allá de la calle Posadas.
En esos salones se agrupan los devotos de Beatriz para gustar sus manjares,
a veces anticipados en el Canal El Gourmet.com, desde su espacio dedicado
a la refinada comida francesa.
A los más tradicionalistas del té de las cinco, en el
Caesar se suman los cultores de esa cruza entre merienda y comida ligera
llamada high-tea por los ingleses, servido de manera tal que puede reemplazar
con creces la comida de la noche, y sortear el desgano que produce cocinar
al volver a casa.
Para tentar
a los ritualistas, descuellan sobre la mesa microsandwiches (irresistibles
los de mousse de berro con pavita, o de salmón y huevo revuelto
con eneldo, sin despreciar los de queso azul con avellanas). Para contrastar
con lo salado, están las delicias dulces, refinadas en su textura
y sabor sutil, como solamente la pâtisserie francesa puede lograrlas.
Aunque mis primeras armas en cocina las hice en el Cordon Bleu
y la École de Varenne, la formación pastelera se la debo
a Gerard Mulot, a quien visito todos los años y renuevo con él
recetas ancestrales de todas las regiones de Francia. Mulot es el más
importante pâtissier francés y el favorito de los senadores
en París (que compran a pocos pasos del Senado, Chez Mulot).
Adoran su torta de chocolate con polvo de almendra en lugar de harina,
y que ahora también es favorita en el Caesar de Buenos Aires,
ilustra Beatriz, cortando una rodaja del manjar.
Según ella, a la hora de entregarse a la sensualidad de algo
dulce, con tradición francesa (sobria dosis de azúcar
y textura de seda en las cremas), no hay otra actitud que no sea resistir
al pecado. Cuando se trata de gozar la pâtisserie, no hay
light que valga. Un postre no debe tener tendencia. Debe tener, en cambio,
historia de sabores y texturas, logradas con técnicas artesanales
milenarias. Si bien la comida francesa cambió actualmente sus
fórmulas en favor de la reducción de grasas, frituras
y crema exagerada, la pâtisserie no puede hacerlo. No puede existir
un buen milhojas sin mucha manteca, o una brioche con poca manteca y
huevos que no sean frescos, apunta Beatriz.
Usos y sabores
Otro refinamiento, al servirse la infusión en el Caesar
es el uso de un colador individual, donde se colocan las hebras del
té elegido, sobre el que se verterá el agua, para lograr
una bebida perfecta en gusto y punto de concentración, ni muy
clara ni muy cargada.
A pocos
días de inaugurada la pâtisserie en el hotel, Beatriz ya
detectó los clásicos de la pastelería francesa
que aman los argentinos. Por ejemplo, la tarte aux pommes y las tarteletas
de sablé con ganache de chocolate. O las legendarias brioches
con receta de origen, que ya casi no se hacen en las confiterías
porteñas.
Desde luego, sin dejar de lado otros clásicos menos degustados
que además se pueden comprar en el momento, para llevar. A la
hora de entregarse a la sensualidad, se pueden elegir otros excesos
y tentaciones, a precios razonables. La torta de Gerard Mulot cuesta
20 pesos, la grande, y 12, la chica. Las legendarias brioches (0,80
las chicas y 4 pesos la grande), diversos bizcochos y tarteletas insuperables,
a partir de 2pesos. Entre los panes artesanales, muy bueno el de salvado
y la ciabatta, un pan campesino que va bien con los quesos franceses.
Las trufas de chocolate, y cascaritas de naranjas o pomelos, con azúcar
escarchado, para acompañar el café, son insoslayables.