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POLITICA

Bajar a tierra

Cuando la locutora Colomba le ponía la cara al aviso televisivo de "Aerolíneas Argentinas, su compañía”, las chicas de clase media, altas, solteras y con algún conocimiento de idiomas soñaban con ser azafatas. Hoy, erradicado el término por sexista, y bajo el rango de tripulantes de a bordo, las aeronavegantes se calzan el redoblante en la cintura y luchan contra el vaciamiento de sus empresas.

Por Marta Dillon

Ni el frío, ni el viento que empuja sobre la llanura de las pistas de aterrizaje, ni el fragor de los redoblantes, ni siquiera los tacos que se hunden en el pasto y las obligan a levantar demasiado las rodillas para seguir aferradas a esa bandera que finalmente demoró la salida de un vuelo de Iberia, logró que perdieran su porte compuesto. Algo en la forma de pararse, de sonreír, cierta solemnidad cuando entonan cantos futboleros-adaptados para exigir que se salve a Aerolíneas Argentinas y Austral–, incluso esos detalles de maquillaje indeleble aun cuando hayan pasado horas de movilización permanente, delatan el oficio de estas mujeres. Son tripulantes de cabina, azafatas para el lenguaje corriente que ignora los detalles sexistas que encierra ese término. “Pero yo no estoy acá sólo como aeronavegante, estoy acá como argentina porque me di cuenta de que ya no sirve la comodidad, porque mientras veía por televisión a mis compañeras, cómo tomaban la pista, cómo se enfrentaban a todo, dije ya no me puedo quedar en mi casa”. Mariana Barrios es rubia y de ojos celestes, alta y delgada, el paradigma de la buena presencia. Lleva al cuello el pañuelo de su uniforme y en las manos una bandera nacional que le dio su padre, la misma que cuelga del balcón de la casa de Villa del Parque cada fiesta patria. Para Mariana esa bandera es todo lo que quiere decir y eso es claro y suficiente, es lo que le dijo a sus dos hijos que la acompañan cada vez que la llaman del sindicato para decirle dónde va a ser la movilización del día, aunque detrás aparezcan la incertidumbre de un futuro que se desbarranca y en el que le cuesta imaginarse. Hace diez años que vuela en Austral, se presentó cuando vio un aviso en el diario, era su oportunidad, siempre había soñado con ser distinta, con hacer algo, “que sé yo, que no fuera ser secretaria”. Ahora no quiere pensar en ninguna otra posibilidad más que la empresa en la que trabaja salga adelante, “de alguna manera se va a salvar”, dice. Y si no, si no será “telefonista o cajera de supermercado, pero de acá no me voy, soy muy arraigada a mi país y la voy a pelear en mi tierra”. Sin grandes definiciones políticas, Mariana pinta en pocos trazos un sentimiento que desde el inicio del conflicto en Aerolíneas y Austral se ha ido contagiando como una epidemia. Ya no se habla de vender las joyas de la abuela, la constatación del vaciamiento de la aerolínea de bandera abrió la puerta para atisbar otros vacíos, no sólo económicos sino de sentido. Si éstas que están en el piso eran sus joyas: ¿dónde quedó la abuelita?. “Aerolíneas estaba entre las mejores del mundo, era el espejo del país en el extranjero, era como una embajada, venían a preguntarnos por el país, qué noticias había. Claro, cuando Argentina era un país”, dice Martha Ibáñez, comisario de a bordo de vuelos internacionales con 25 años de experiencia en vuelo. Ahora que el espejo amenaza con quebrarse, Martha no encuentra su reflejo.

“El conflicto empieza cuando la empresa nos presiona, a través del Ministerio de Trabajo para que entremos en un convenio marco destinado a abaratar los costos laborales. Nosotras dijimos que no, que si querían discutir nuestro convenio había que tomarse su tiempo, tiempo de negociación. Cualquier otra premura sería absurda, porque el problema no es laboral, el problema es la falta de proyecto de la empresa para el crecimiento”. Isabel D’Amico tiene 43 años y 22 de vuelo, es comisario de a bordo y secretaria adjunta del gremio de Aeronavegantes. “Mirá cómo serán de caprichosos que les dimos alternativas para rebajar la masa salarial, no los salarios, y no quisieron aceptarla”. ¿Cuál es la diferencia?. “Si se ahorrara en reposición de vestuario y se hiciera una programación equitativa de las hora podrían ahorrar entre 150 y 200 mil pesos por mes. Les das horas de vuelo parejas para todo el mundo en lugar de pagar horas flex –horas extras– a un grupo”. En paralelo a este inicio que sitúa D’Amico, en Aerolíneas y Austral se despidieron a 58 tripulantes. Y en abril, todo el personal dejó de cobrar sus sueldos, hasta la semana pasada cuando llegó el mínimo alivio del primer mes adeudado. “Ante una situación así todo el personal tomó conciencia, a veces no es fácil movilizar este gremio porque las características del trabajo son particulares, pero es evidente que esta resistencia que estamos llevando a cabo no es sólo por el sueldo, es por la continuidad de la fuente de trabajo”. Isabel usa un tono de rojo en el pelo y reparte escarapelas en la movilización del día. Esta vez es en las puertas del Hotel Inter
continental, donde las empresas de origen español –entre ellas Iberia, Aerolíneas Argentinas y Austral– citaron a los periodistas para un agasajo en su día. Hay por lo menos cien azafatas en esa mañana helada que inventan cantos para contagiar de entusiasmo a sus compañeros de los otros gremios aeronáuticos. “Tienen que hacer fotocopias con las letras”, pide un técnico que no puede seguir el ritmo y las mujeres hacen caso. En seguida aparecen los papelitos copiados a mano. “Vuelo a vuelo,/ me enamoré de ti/, con paciencia y ganas de seguir/, con mi sangre te voy a defender, y a la patria te voy a devolver”, es el hit del mediodía. Hubo otros cantos, más agresivos, pero en la parte de los insultos muchas de estas mujeres convierten el grito en un murmullo, no terminan de sentirse cómodas diciendo la puta que lo parió al ministro Domingo Cavallo. “Es que nunca estuvimos en una situación así, yo cuando empecé a volar tenía sueños, era una empresa tan grande, tan sólida, nunca pensé que podía quebrar”. Patricia tampoco pensó que iba a trabajar mucho más allá del matrimonio, hace 25 años que ingresó en Aerolíneas, “por vocación de servicio y porque había algún mito con eso de ser azafata”. Pero se casó, se divorció y hoy es una jefa de familia que le agradece a su trabajo haber podido pagar colegios privados para sus dos nenes, esos a los que ahora les pide que no escuchen todo, que hay muchas malas palabras. Los llevó porque “no tengo vergüenza de lo que estoy haciendo”, y además porque los casi dos meses que pasaron sin cobrar un peso la obligaron a suspender el salario de la chica que los cuidaba. Por ahora no se anima a tomarla de nuevo.

“Es muy valioso lo que están haciendo las chicas, cómo estamos creciendo como trabajadoras. Porque desde que empezás a entender lo que es estar en relación de dependencia te das cuenta que esto es un trabajo. Pero también hay muchos mitos. Muchas chicas que entran, pero que no necesitan su sueldo, por la fantasía o muchas que habían querido ser modelos, pero así de rápido se iban también”, Silvia Rodríguez es delegada gremial en Austral, la empresa en la que está desde hace 20 años. Ella misma fue modelo, hizo algunas campañas gráficas de ropa interior y conserva ese cuidado por su imagen que aprendió un poco a la fuerza en la época de la dictadura cuando lo más importante era hacerles la venia a los comandantes y que el maquillaje no se corra ni un poquito. “Antes de que empezara el conflicto iba al gimnasio todos los días de mi vida, pasaba tiempo con mis hijos, tenía una vida”. Ahora el menor, de cuatro años, le pregunta si va a volver a salir en la tele o si va a ir al sindicato. “Cuesta que te entiendan un poco en tu familia, pero recibo un apoyo total de todos. La mayor que tiene 21 y empezó a trabajar vino y me dijo que contara con todo su sueldo”. Silvia se mira las manos apenada, “tuve que suspender las uñas esculpidas, no creo que las recupere”, dice sin ironías. Maggie Fernández, comisario de a bordo en vuelos internacionales de Aerolíneas y con diez de experiencia como delegada, reconoce las particularidades de su gremio: “El otro día en la marcha de Moyano nos dábamos cuenta de cuántas dificultades vamos a tener para incluirnos entre los desocupados porque vos veías a la gente y nos veías a nosotros con celulares, bien vestidos, y te das cuenta que aunque estés en la misma lucha la mirada es distinta, en realidad no saben que ninguna tripulante gana más de mil pesos de sueldo y que la ropa la compran en alguna escala a un dólar y medio. Pero tenemos que aprender porque estamos todos en la misma”. Maggie también hizo su experiencia como modelo publicitaria, no porque tuviera especial interés, simplemente la convocaron en Chile para difundir una marca de leche. “Fue increíble lo que gané, como tres sueldos”. Las dos comenzaron su tarea gremial hace diez años, desde la lista que lideraba –y lidera– Alicia Castro. “Creo que influyó bastante el tema de la privatización, recién entonces empecé a tomar conciencia porque empecé a enterarme de lo que estaba pasando y me di cuenta que necesitaba exponer mi opinión, yo no quiero ir a la comisión directiva. Pero sí me importa mi rol de delegada, porque sos la que escucha los reclamos de la gente, la que trata de generar conciencia sobre los derechos como trabajadoras. Yo quería tener una voz, empezar a modificar las cosas y muchas se modificaron. Y se van a seguir cambiando”.

Cuando Aerolíneas era “Su” compañía, cuando los treinta aviones de su flota eran un orgullo nacional y a sus centros de entrenamiento asistían pilotos y tripulantes de todos los países de América latina, ser azafata era una fantasía común entre chicas de clase media, altas, flacas y hermosas, solteras y con algún conocimiento de idiomas. Esos eran los requisitos para subirse a un avión y sonreír durante todo el trayecto aun cuando los destinatarios de ese gesto amable sean una horda de rugbiers alcoholizados dispuestos a extender la mano como sin querer. Algo que más de una confiesa como una de las peores pesadillas que se han escapado del territorio de los sueños. Había entonces una ligazón bastante más fuerte que la que se puede encontrar ahora entre el oficio de azafata –como se las llamaba hasta hace menos de diez años– y el de modelo. En ambos las mujeres aparecen estereotipadas en su condición de beldades dispuestas a sonreír y a servir; y tanto unas como otras tienen un rol protagónico en el ranking de las fantasías sexuales masculinas más vulgares. Fue necesaria la presión de las mujeres para que buena parte de las reglas sexistas que imperaban dentro de los aviones y que contribuían a ese estereotipo femenino fueran cambiando. La diputada Alicia Castro, secretaria general de la Asociación Argentina de Aeronavegantes, tuvo un rol protagónico en ese camino: “Yo empecé a ser delegada a partir de que tomé conciencia de la discriminación porque no se permitía a las mujeres ascender a los rangos superiores, nosotras éramos auxiliares, ellos jefes de cabina, siempre había que estar bajo las órdenes de un varón”. La situación de injusta subordinación era tan evidente en 1986 que cayó por su propio peso. Pero el entonces dirigente del gremio, Mariano Belgrano, les quitó el escalafón a las mujeres y las obligó a hacer toda la carrera desde el principio en caso de que quisieran ascender de rango. También fue Castro la que exigió y consiguió el cambio de denominación para los aeronavegantes, ya no hay azafatas y jefes de cabina, ahora son todos tripulantes. “Mantener esos términos subalterniza a las mujeres porque entonces todas eran auxiliares. Y también exigimos que en las empresas se autorice el ingreso de varones para los rangos inferiores, porque eso también era discriminatorio”.

“¿Qué me pasa cuando escucho que somos mucamas de lujo? Lo tomo como parte del mito popular porque si no, me indigno. Nosotras somos profesionales, tenemos que rendir exámenes y sacar una patente de vuelo que emite la misma institución que avala al personal técnico de cabina”. Mozas o mucamas de lujo, chicas rápidas o bagayeras –ésas que traen y llevan mercadería– son parte de los motes que reciben las tripulantes de cabina, la contracara del mito del oficio glamoroso y, sin dudas, otra perspectiva sexista desde la que se mira a estas mujeres. “La patente de vuelo es una conquista que se inscribe dentro de una campaña que inició la Federación Internacional de Trabajadores del Transporte que tiene sede en Inglaterra y de la que soy la vicepresidenta –dice Alicia Castro, la primera dirigente mujer en un gremio en el que más del 70 por ciento son mujeres–, la campaña decía ‘además de sonreír, puedo salvarte la vida’, que sirvió por un lado para elevar la autoestima de las trabajadoras y también para que los propios pasajeros y pasajeras tuvieran una percepción distinta, porque en las emergencias son ellas que las que tienen que guiar al pasaje, y el pasaje las tiene que obedecer y respetar”. La patente de vuelo es parte de los puntos que el acuerdo marco que intenta imponer la SEPI –empresa a cargo de Aerolíneas y Austral– proponía derogar. “Así se pierde la calificación y el entrenamiento de los trabajadores, es la macdonalización de la profesión, pretenden formar tripulantes de cabina en seis meses, para poder reemplazarlos también cada seis meses”, asegura Castro.

Cualquiera de las mujeres que con sus uniformes reglamentarios y un redoblante atado a la cintura mantienen el alto perfil del conflicto podría describir cómo la situación laboral y la empresa misma fue languideciendo en los últimos diez años. “Siempre lo supimos, lo que pasa es que ahora tenemos eco”, dice Gabriela del Blanco mientras se pinta la cara de azul y blanco cómo si fuera una hincha de la selección nacional. “Vimos cómo suspendían rutas que eran rentables, como las de Ecuador o al resto de Centroamérica, vimos cómo empezaron a suspender destinos nacionales, cómo se achican las horas de descanso, cómo se flexibiliza el trabajo y aumenta la inseguridad para todos”, dice Silvia Rodríguez. Gabriela es hija de un piloto y se casó con otro tripulante de cabina, de los tres es la única que va a donde se hayan convocado los gremios. “A la mañana Aeroparque, a la tarde Ezeiza, al mediodía a las oficinas del centro. No sé cómo hacía antes, cómo era mi vida, tampoco sé cómo va a ser en adelante, lo que sé es que ahora tengo que seguir en la lucha, no hay otro lugar que éste para mí”. Las convocatorias corren de boca en boca, en una movilización se anuncia la que sigue, muchas aprendieron a tocar el bombo en estos días y cuando se juntan tocan los ritmos para refrescar la memoria y calentar los parches. “Estas actividades nos dan una pauta de lo que significa la polifunción –dice Patricia Bruno, verdadera creativa detrás de las consignas– ahora ya saben que si quedamos desocupadas podemos hacer cualquier cosa”. No es un consuelo para sus compañeras, pero sin embargo, hay un entusiasmo que es fácil percibir, casi como un olor, a pesar del desconcierto que generan algunos insultos cantados, a pesar de la indignación que se enciende como un reguero de pólvora cada tanto. “¡Ahora resulta que quieren consultar con los trabajadores de uno en uno si aceptamos lo que quiere la SEPI! ¡Eso es chantaje, es una extorsión! ¿Qué? ¿Nos van a encerrar en un cuartito para ver si quedamos adentro o afuera? A lo que le tienen miedo verdaderamente es a que nos juntemos”, -se exalta Martha Ibáñez–, cierta alegría se percibe entre estas mujeres que saben ponerse la máscara de la sonrisa aun cuando alguna tormenta en vuelo aliente sus miedos más secretos. Desde 1990 el gremio de aeronavegantes, a través de su dirigente, Alicia Castro, viene denunciando las maniobras que durante la privatización y su consolidación hicieron posible el vaciamiento de la Aerolínea de bandera, “ya no importa si antes tuvimos más o menos eco, lo que importa es que ahora todos entienden que Aerolíneas Argentinas es una metáfora de la Argentina desmantelada”, dice una de estas mujeres en lucha, aferrada a su propia bandera antes deperderse entre los redoblantes, y allí, entre sus compañeras, ensancha una sonrisa que se parece muy poco a esa famosa máscara de vuelo.