ENTREVISTA
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Las
conquistadoras
En
“Buenos Aires, una mirada filosófica”, la doctora Esther Díaz
lanza sobre la ciudad una mirada imaginativa. Por ejemplo, propone
que el primer tango lo escribió un hombre que vino con Pedro de
Mendoza y que la Reina del Plata no sólo lleva un nombre femenino:
en su gestación intervinieron muchas mujeres, desde la viajera
Isabel de Guevara hasta Ana Díaz, primera pobladora.
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Por María
Moreno
A la filósofa
Esther Díaz, la Buenos Aires de Ezequiel Martínez Estrada
siempre le pareció una ciudad insultada como bajo gotas de plomo
teórico y siempre se sintió demasiado alegre como para
adherir a la interpretación de Raúl Scalabrini Ortiz dominada
por la espera de un hombre solo e inmóvil en la esquina de Corrientes
y Esmeralda. Como si escarbara con un punzón o con una uña
esculpida, decidió ir desnudando las capas sucesivas de la ciudad
para descubrir su urdimbre simbólica. Así surgió
Buenos Aires, una mirada filosófica, en cuyo prólogo la
autora reconoce borgeanamente haber cometido la injusticia de
la perspectiva. De esa ciudad, a la que varias generaciones de
exiliados suelen dirigirse en sus cartas como a una novia ausente, hizo
una arqueología rigurosa pero lo suficientemente pasional como
para que la mirada filosófica se disolviera, hacia el final,
en una letra de tango en verso libre: No más. Nomás./
Buenos Aires, ¿y el amor?/ Resquebrajados mis labios callan.
En tiempos en que Esther Díaz sólo se interesaba por Buenos
Aires caminándola, hubo una señal profética, más
allá del repique de su apellido compartido con el comestible
Juan Díaz de Solís: Cuando yo vendía tizas
en los colegios y materiales escolares en las librerías para
mantener a mis hijos, hacía el reparto con un fitito. Entonces,
un día estaba por Belgrano, y al salir de una librería
vi que en la puerta estaba Manuel Mujica Láinez esperando un
colectivo. Llevaba como siempre su capa sujeta por un broche magnífico.
El era el padre del librero al que yo le vendía. En el fondo
del local estaba la casa de Mujica Láinez. Yo lo ignoraba. Cuando
lo vi, le dije: Perdóneme, yo estoy acá con mi coche.
¿Lo puedo alcanzar a alguna parte?. El se resistió
caballerescamente, pero cuando comprendió que yo estaba dispuesta
a llevarlo donde fuera, aceptó. Fue tan amable que cuando se
sentó en mi coche, me preguntó mi nombre. Le dije: Esther
Díaz. Ah, la primera mujer que vino a Buenos Aires
en la segunda fundación se llamaba Ana Díaz. El
nombre, entonces no significaba nada para mí.
De sus callejeadas, Esther Díaz parece haber adquirido un aire
a tono con su poco convencional discurso académico: uno se la
imagina perfectamente bailando la milonga, con los ojos celestes entornados
bajo ese flequillo extraño que parece formado por los signos
con que se abre una pregunta: ¿flequillo de filósofa?
Oficialmente ella es, entre otras cosas, doctora en Filosofía,
profesora titular de Pensamiento Científico y de Metodología
de las Ciencias Sociales en el Ciclo Básico Común de la
UBA, ocupa cargos académicos en diversas universidades de la
ciudad y es autora de varios libros como Michel Foucault: los modos
de subjetivación y La subjetividad y el poder.
Erase una vez una ciudad cuyos primeros habitantes fueron un muerto
que conocía las faenas del mar, unos travestis de pechos escondidos
y unos hombres adultos que desandaron el destete para salvar su vida
mamando de ellos. Así podría empezar una versión
adaptada de Buenos Aires, una mirada filosófica. Cuando Juan
Díaz de Solís confundió el estuario del Río
de la Plata con un mar y se internó en agua dulce en busca de
la ruta deOriente, murió uno de sus marineros, llamado Martín
García, nombre que se le dio a la isla donde fue sepultado. Don
Pedro de Mendoza trajo a su amante de polizón y otras tantas
mujeres vinieron vestidas de varón para burlar las órdenes
de Carlos I, y las que estaban amamantando, ofrecieron sus pechos a
esos navegantes desfallecientes cuyo destino oscilaba entre no tener
para comer y ser comidos. En el fondo de la primera fundación,
una mujer loca de amor y destituida de su poder, Juana, y otra que no
veía el poder más que mirando para arriba, aunque concediera
en el humano amor fraterno: Santa Teresa de Avila.
Entre las travestidas que atravesaron el mar estaba Isabel de Guevara,
quien, en su correspondencia con la princesa gobernadora, al reclamar
el recibo por sus hazañas de los mismos beneficios en tierras
y títulos que los hombres, y dar evidencia del coraje y la resistencia
de las mujeres de la conquista, escribió sin saberlo el primer
discurso feminista del sur: Vinieron los hombres en tanta flaqueza,
que todos los trabajos cargaron en las pobres mujeres, así en
lavarles las ropas como en curarles, hacerles de comer lo poco que tenían,
limpiarlos, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas,
cuando alguna vez los indios les venían a dar guerra, salían
a dar armas por el campo a voces, sargenteando y poniendo en orden a
los soldados, porque en ese tiempo, como las mujeres nos sustentamos
con poca comida, no habíamos caído en las mismas flaquezas
que los hombres.
Cuando yo empecé a estudiar historia, hubo algo que me
llamó la atención. Eran como lucecitas que me guiñaban
desde los textos. Por ejemplo, los historiadores dicen alegremente y
siguen escribiendo que en la primera fundación de Buenos Aires
vinieron mujeres. Pero, ¿cómo esto, tan importante, nadie
lo había desarrollado?, me pregunté. Mujica Láinez
era unos de los pocos que le daba mucha importancia a este tema. Leí
que las mujeres que vinieron con Mendoza viajaron vestidas de hombres.
Entonces lo relacioné con lo que pasa con los travestis hoy en
día en Buenos Aires y pensé: Pero de esto ya había
como una marca de origen. Buenos Aires nació travestida.
Me llamó la atención que estas mujeres, que nadie había
rescatado, que yo sepa, fueron tan importantes como lo cuenta Isabel
de Guevara. Es cierto que los hombres las trajeron para tener con quien
acostarse y para que los acompañaran y sirvieran.
¿Combatirían?
Ellas estaban en la batalla dándole ánimo a los
hombres e inmediatamente curándolos cuando eran heridos y amamantándolos
porque era el único alimento que tenían para darles. Me
las imagino como a la hinchada en el fútbol, alentando a los
hombres para que siguieran adelante. Otra cosa que me pareció
crucial fue que estuviera un hermano de Santa Teresa, alguien que estaba
fundando una de las órdenes religiosas que tuvo más trascendencia,
además una de las literatas más grandes del Siglo de Oro
español. Y Teresa tenía un amor especial por ese hermano
que se llamaba Rodrigo de Cepeda y Ahumada. Quería que lo considerasen
mártir porque había muerto en manos de infieles.
Usted considera a Juana la Loca reina de Buenos Aires.
Juana fue reina de Buenos Aires porque era reina de España,
y Buenos Aires era parte de España y figuró como reina
hasta el día de su muerte porque si realmente hubiera sido totalmente
inútil, lo hubieran coronado rey a su hijo. El tenía la
función de rey, pero la reina era ella. Descubrí unos
escritos en Internet donde se cuenta de Juana que en realidad no tenía
problemas mentales sino que era una mujer un poco transgresora, es decir,
no pasiva. Fijate vos que cuando Magallanes vio el Océano Pacífico,
que en ese momento estaba calmo, lo llamó Pacífico o De
las Damas. Juana no era pacífica, era una reina a la que no dejaron
gobernar porque hacía alianza con los nacionalistas españoles
para defender la soberanía su país mientras los germanos
pusieron de rey a su hijo, que ni siquiera hablaba alemán sino
que hablaba solamente flamenco, y a ella la encerraron como loca y aprovecharon
para hacerle esa acusación el dolor que expresó ante la
muerte de su esposo. ¿Viste a los principitos cuando murió
su mamá Lady Di, que estaban como en cualquier otra ceremonia
real? Eso también se pretendía de una reina en la época
de Juana. Es una interpretación, pero la hago sobre bases históricas
concretas.
También afirma que en el origen hubo una mujer acosada.
Ana Díaz era una colona que se había quedado sin
familia y trabajaba su propia tierra en Asunción, y cuando Juan
de Garay prometió que iba a donar tierras a quienes vinieran
a la segunda fundación de Buenos Aires, ella se anotó
como un colono más. Juan de Garay hizo la marcación de
la ciudad y a cinco manzanas de la que se otorgó él, que
era donde está el Banco Nación ahora, estaba la casa de
Ana Díaz y según escribe Mujica Láinez
es muy probable que en los primeros tiempos fuera acosada, ya que era
la única mujer. Pero unos meses después Juan de Garay
trae novias, esposas, madres, prostitutas y Ana pasó a ser una
más. Fue ella la primera que labró Buenos Aires.
Logos y shampoo
Así como es recurrente en la autobiografía de los
escritores la escena infantil en donde ellos, con un libro en la mano,
fingen leer mucho antes de saber hacerlo, la filósofa Esther
Díaz, en una casa donde no existían los libros y mientras
su mamá lavaba los platos, solía mirar el cielo preguntándose
si lo que se movía era la luna o las nubes.
Yo creo que lo que me permitió hacer un libro sobre Buenos
Aires, donde se trabajan categorías filosóficas como las
de Kant o las de Hegel, Nietzsche y Foucault, y a la vez se puede callejear,
debe provenir de mi propia historia personal. Yo soy hija de padres
cuasi analfabetos. Y, cosa extraña de la vida, yo quise estudiar
cuando en mi casa nadie había llegado a terminar el primario
(hay nueve hermanos del lado de mi papá y nueve del lado de mi
mamá, y soy la única universitaria). Claro que, como mi
papá era diariero, podíamos mirar las revistas, pero con
mucho cuidado porque después había que venderlos.
¿Cómo surgió en ese espacio el deseo de leer?
Eramos tres hermanas de tercera generación de españoles
y con una educación muy represiva, estilo siglo XIX, donde se
consideraba que el estudio echa a perder a las mujeres. Así que,
cuando terminé la primaria, no me dejaron estudiar, a pesar de
que era lo que yo más quería; en cambio me mandaron a
aprender bordado a máquina. Pero me dejaban dibujar. Me acuerdo
de que para esa época, cuando todos se iban a dormir, me gustaba
quedarme sola junto a la cocina a querosén, hacerme una gran
cafetera de café y dibujar a plumín. Recuerdo que dibujé
la cara de Gustavo Adolfo Bécquer, rulito por rulito: era casi
libidinoso ese hacer. También escribí, a los trece años,
un cuaderno completo de poesías. Escuchaba radio despacito y
tenía un libro con fragmentos de literatura universal. Yo hacía
algo que recién cuando fui a la universidad supe lo que era:
fichar. O sea, a medida que iba leyendo el libro, anotaba en papelitos
lo que me parecía fundamental, el nombre del autor, cómo
se llamaba la obra y algún fragmento. Cuando en Filosofía
y Letras escuché a Pérez Amuchástegui lo que significaba
fichar, fue un impacto para mí.
¿El deseo de estudiar tenía en cuenta la filosofía?
Cuando tuve quince o dieciséis años me mandaron
unos meses, porque estaba muy deprimida, a casa de unos tíos
míos que vivían en Junín de los Andes y ahí
encontré una enciclopedia para leer. La abrí al azar y
me encontré con un grabado: La muerte de Sócrates. En
el epígrafe se contaba que, a pesar de haber sido condenado a
muerte y a beber la cicuta, hasta el último momento de su vida
él siguió con sus amigos hablando de filosofía.
Yo no sabía lo que era, pero intuía que era algo importante
y me dije: Esta es la mía. Algo que hasta el último
momento de la vida te interese más que lo que te está
pasando. De todos modos, seguí el destino que me marcaba el barrio
y me casé muy jovencita. Al tiempo, como mi matrimonio era un
desastre, me separé. Yo me ganaba la vida comopeluquera, entonces
pensé: Ya estoy vieja para estudiar el secundario, pero
no me voy a pasar toda la vida con esta frustración. Bueno, si
me tiene que encontrar la muerte, que me encuentre en el intento.
Entonces hice el secundario en dos años, en el nocturno que hay
en Callao y Corrientes. Y cuando lo terminé, me vine pal
centro. Me alquilé un departamento, conseguí un trabajo
acá y empecé Filosofía y Letras. A los 29 años
fue el momento más feliz de mi vida, cuando vi mi nombre entre
los nombres de los que habían ingresado.
Antes había sido monja de clausura.
Sí, en la orden de las benedictinas. Allí leí
filosofía, sólo que ante determinadas preguntas, me contestaban:
Es dogma. Cuando entré a la facultad, pensé
que ahí toda pregunta podría contestarse con otra pregunta
y nadie iba a decirme: Es dogma. Pero lamentablemente me
lo han dicho. Klimovsky me hizo bolsa en un concurso porque no adhiero
al modo de hacer epistemología de él. Pero entonces era
ingenua y no podía amar sin presentir. Mi perspectiva
es la de una epistemología, es decir una filosofía de
la ciencia que no solamente se quede en método científico,
como habitualmente hacen los epistemólogos heredados de la epistemología
anglosajona, sino que se relacione con lo político social. Cuando
tuve que defenderlo en mi cátedra, Klimovsky prefirió
dejar un cargo vacío antes que dármelo a mí, diciendo
que la profesora Esther Díaz no estaba en condiciones intelectuales
y pedagógicas para estar frente a una cátedra, pero aprobó
a un compañero con quien habíamos investigado juntos y
utilizado la misma bibliografía. Además, creo que otra
cosa que cae mal de mi estilo es que siempre me preocupé por
cómo hacer para hablar de filosofía sin perder mi nivel
académico y para la señora que está picando ajo
me entienda. Pero ya tengo la experiencia, soy una señora de
barrio. Es más: ¡soy una peluquera de barrio!
Hay en el final del libro un discurso sombrío, tanguero
sobre la soledad.
Justamente, pero al mismo tiempo sé que la filosofía
me ha salvado. Yo soy consciente de que empecé tarde. Cuando
entré a Filosofía y Letras, la mayoría de mis compañeros
ya hablaba perfectamente francés e inglés, y yo no sabía
una palabra. Tuve que trabajar contra reloj. Tenía que hacer
las cosas que los otros habían hecho naturalmente de chiquitos
o porque la cultura estaba en su casa. Todo este estar por los márgenes
me obliga a ser muy rigurosa en las citas y en el aval teórico
de lo que digo pero, por otra parte, me da alas como para poder largarme
como me largué en este libro donde dejé de dar examen
ante la academia. Aunque me costó muchísimo. Ya tenía
la investigación hecha, que me llevó cinco años
e incluso había hecho dos seminarios sobre Buenos Aires para
obligarme a estudiar. Pero no podía terminar. Primero tuve un
problema académico por el cual tuve que hacer un libro de apuro
para la universidad, después tuve un dolor muy grande de amor
y el año pasado tuve que escribir otro libro académico,
además tuve otro duelo porque había fallecido mi papá.
La sensación mía era que nunca terminaba. Hace diez años
tuve un intento de suicidio y en diciembre estaba otra vez con fantasías,
sobre todo por esta imposibilidad de trabajar en lo que quería.
Estaba muy melancólica, pensaba que ya no quedaba otra salida
que matarme. Es cierto que yo elegí vivir sola, pero sé
que la independencia se paga con mucha soledad estar haciendo
la obra doce horas frente a la computadora es maravilloso, aunque es
terrible cuando la apagás, pero encima no estaba haciendo
la obra. Toda esa angustia me hizo escribir las siguientes palabras
en mi diario que, cuando volví a verlas hace poco, no podía
creer que las haya puesto yo. ¿Y si me mato simbólicamente
y termino mi libro sobre Buenos Aires? Estuve tres meses con el
teléfono desconectado, tres meses sin atender el e-mail. Venía
mi familia a la puerta y no la dejaba subir. A la única persona
que veía era a mi terapeuta, pero esa pared que el inconsciente
me hizo alrededor del mundo fue lo que me permitió subsistir.
Eramossolamente mi libro y la angustia. A los tres meses terminé,
lo entregué al editor y a los tres días conecté
el teléfono.
Licencias
para las damas
En el capítulo El deseo en las ciudades, Esther
Díaz cuenta cómo en la tradición griega y romana
había fechas donde lo prohibido era permitido a la manera de
una excepción que el poder suele utilizar para mejor ejercer
el control a través de un permiso organizado de transgresión,
algo sobre lo que reflexionó su maestro Michel Foucault. Las
fiestas para la desobediencia femenina eran dos: las fiestas de Adonis
y las tesmoforias (Adonis viene de una palabra siria que quiere decir
el que da placer a las mujeres). Las fiestas de Adonis eran
fiestas que los hombres no toleraban, pero consentían. Las mujeres
sembraban lechuguita en unas macetitas para los griegos la lechuga
era anafrodisíaca y las regaban con agua caliente porque
eso hacía que la germinación saliera más rápido
y se secara también más rápido. Cuando todavía
la lechuga estaba fresca, había deseo pero, luego de ese proceso
acelerado, a los pocos días, se secaba. Entonces, cuando se secaba
la lechuga, comenzaba la fiesta cuya función era revivir otra
vez al deseo. Las mujeres no eran dueñas de ir a los lugares
donde los hombres normalmente estaban. El andrón era el recinto
donde los hombres hacían sus festicholas, el agora y el foro
donde discutían sus asuntos: el gynaikeiom era el único
espacio de la casa donde podían y debían estar las mujeres.
Entonces, el único lugar de la casa que los tipos no les podían
prohibir era el techo. Durante las fiestas de Adonis, las mujeres se
subían esa noche allí y en la oscuridad empezaban a contarse
cuentos verdes, a hacer música, a saltar de una casa a otra.
Se hacían amigas por los callejones y se las llevaban a la propia
casa, sólo que a la parte de arriba. En ese momento los griegos
creían, por lo que hay escrito, que eran solamente mujeres las
que participaban hasta ahí cuenta Richard Sennet.
Pero después seguí investigando y entre los romanos queda
claro que había hombres posiblemente travestidos, porque hay
cartas de mujeres donde una le dice a la otra: Esta noche, tu
amante se confundirá entre nosotros y la pasaremos bien.
El 8 de marzo, en Bogotá, el gobernador hizo una especie
de fiesta de Adonis.
Es probable que fuera una reminiscencia grecolatina. La otra celebración
que hubo en Atenas son las tesmoforias. Y digo Atenas para
que se vea que eran celebraciones urbanas. Porque primero se hacían
en el campo, pero cuando pasaban a la ciudad, se cargaban mucho más
de deseo. Porque en el campo el deseo está mucho más expandido.
En la ciudad, en cambio, está mucho más presente por la
pluralidad de cuerpos y miradas. Hoy sabemos, sobre todo después
de haber leído a Deleuze, que el amor o la calentura se construye
en relación con mucha gente. Hacemos el amor con mil, dice Deleuze,
el deseo se sostiene en una trama de miles de miradas y ahora, a partir
de los medios, mucho más. Las tesmoforias no eran de tipo festivo
sino de tipo penitenciario diciéndolo en términos
cargados de cristianismo. Estas fiestas duraban tres días
y se hacían en celebración de la muerte de la primavera
y el nacimiento del verano. Perséfone era una deidad nocturna
que tenía que vivir seis meses en los infiernos y los otros seis
meses en el cielo. Perséfone había sido raptada por su
tío Hades y llevada al infierno. Deméter, su madre, la
buscó por toda la Tierra, hasta que Zeus le permitió que
viviera, mitad en el subsuelo y mitad en el cielo. Perséfone
subía al cielo en primavera para que nacieran los brotes y volvía
a la oscuridad para las cosechas. Las mujeres griegas celebraban el
regreso de Perséfone que traía la primavera, pero también
su desaparición para que nacieran los frutos del verano. Hacían
una especie de choza detrás de los edificios donde los hombres
hacían política. Ellas mismas mataban cerdos y en unos
pozos que cavaban los ponían junto con semillas. Durante dos
o tres días todo eso fermentaba, se transformaba en una cosa
asquerosa mientras ellas dormían en posición fetal. El
sentidoera que durante esos tres días, cuando se estaba pudriendo
la simiente, ellas se pudrían como las personas que eran. Al
tercer día ellas mismas enterraban la simiente simbólicamente,
porque no la enterraban en tierra fértil sino en la ciudad,
pidiéndole a los dioses que volvieran a dar fertilidad para el
próximo año. Ellas, que no podían ir ni a la esquina,
se daban el lujo de volver reafirmadas como personas. Era una celebración
femenina, pero no de tipo festivo como la anterior sino de tipo penitenciario
y yo creo que por eso ésta era subsidiada por la ciudad, o sea
que los hombres ricos pasaban el sponsor diríamos hoy
para esos tres días en que las mujeres no cumplían con
sus habituales obligaciones. Cuando los historiadores buscan las fiestas
tradicionales atenienses está esta fiesta, pero no la de Adonis,
que era subterránea en todo el sentido de la palabra.
Aquí no se pudo registrar restos de esos ceremoniales.
Las mujeres de la Argentina no pudieron o no se atrevieron a practicar
algún remedo de las fiestas de Adonis. Y eso que en España
hubo celebraciones similares a las grecolatinas. García Lorca
habla de machorras a las que les gusta subir a los tejados y andar descalzas
por los ríos, de las romerías a donde van mujeres solas.
Aquí la lujuria de las mujeres solas parece haberse retirado
a los encierros de los prostíbulos en los que cuando aún
no llegaban los clientes o ya se habían ido, ellas descansaban
rozándose, mimándose, dándose un placer donde no
mediaba el dinero.
Y afuera hay un hombre que está solo y espera.
Cuando yo releo a Scalabrini Ortiz y leo que hay un hombre que
está solo y espera en el lugar más denso de deseo de Buenos
Aires, que en ese momento era Corrientes y Esmeralda, me lo imagino
a Fray Luis de Miranda, estando solo y esperando frente a la Casa de
las Enamoradas, primer prostíbulo de la futura Buenos Aires,
donde le leyó un poema a la pupila Isabel de Guevara. Eso escribe
Manuel Mujica Láinez en Misteriosa Buenos Aires. La nostalgia
de Fray Luis de Miranda, primer poeta de Buenos Aires, es la nostalgia
del hombre que está lejos de sus afectos, de su tierra, y el
desarraigo que todavía hoy se nota en nuestra música fundamental,
que es el tango.
¿Y la mujer?
En La intrusa de Borges queda claro que la mujer es la excusa
para encontrarse entre los hombres. La letra de tango es una ironía
del machismo porteño. Discépolo escribe Yira, yira.
La figura de la excluida es la que necesita el hombre para manifestarse.
¿Qué se les prohíbe ahora a las mujeres en
esta Buenos Aires?
Yo no me sentí excluida como mujer, porque le hice trampa
a mi género y utilicé modelos fálicos. ¿Qué
se le prohíbe hoy? Ser feas, o ser viejas, a no ser que seas
una megaestrella. Imaginate a Esther Díaz casada con un tipo
35 años menor no es que Esther Díaz no tenga muchísimas
ganas de hacerlo, lo haría con mucho gusto. Ser gordas,
estar totalmente independientes de las obligaciones domésticas.
Haciendo la paráfrasis de una conocida consigna política,
la situación de las mujeres en la Buenos Aires de hoy sería:
Ni siervas ni liberadas.