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POLITICA

Lo más delgado del hilo

Se jubilaron después de haber aportado toda la vida. Muchos esperaban ese momento para disfrutar de sus familias, de su tiempo libre, de su vejez. Pero hubo un pacto social que se rompió, que algunos rompieron por ellos, y hoy esta sociedad no corta por lo sano, sino por lo viejo: son el eje de este nuevo ajuste, y no saben cómo defenderse.

Por Marta Dillon

Es una verdad irrefutable, de esas que durante mucho tiempo se esquivan, para qué conocer ahora lo que irremediablemente se sabrá después. "Tarde o temprano todos van a estar en mi lugar". Si pudiera tener resto para la ironía ése sería el tono de la frase de María Angélica Rodríguez, pero el tinte es de resignación. Es una docente jubilada de 70 años que por estos días bucea en las noticias para conocer su futuro, aunque éstas sean tan inexplicables para ella como la tirada de cartas de una pitonisa. Todos los días hace cuentas para anticiparse a la sorpresa que le deparará el próximo recibo de sus haberes jubilatorios que la última vez sumaron 450 pesos. No sabe cuán lejos está de la ola del ajuste, que a su paso, se comerá el 13 por ciento de quienes cobren ¿más de mil? ¿más de quinientos? ¿más de trescientos? "Mi hija me dice que no me preocupe, que ya lo vamos a solucionar, pobrecita, no sé qué piensa hacer porque hasta lo que yo cobro se junta para poder salir adelante". Lleva 15 años de jubilada y veinte de viuda, hasta hace 8 sostenía un departamento de dos ambientes al que se mudó cuando se vendió la casa familiar tras la muerte de su esposo. Ese departamento también fue vendido. María Angélica vive con su hija, lo que sacó de la venta del departamento se destinó a saldar la hipoteca que gravaba la vivienda que ahora comparte con su familia. Una historia común, el espejo de miles de otras familias que alguna vez pensaron que el tiempo podría correr a su favor y que hoy se encuentran en un bote salvavidas del que se ha tirado ya todo lo que se podía tirar –o vender– para poder seguir a flote.
"Tengo una propuesta, ¿por qué no le damos a éste señor Cavallo mi jubilación para que viva y se vista durante un mes a ver qué hace? ¿El sabrá lo que nos pasaría a los jubilados si no nos ayudan?" La voz se escucha por la radio, contradiciendo el pedido expreso de su hija de no usar el teléfono en los horarios en que sale más caro. María Angélica ha discado durante toda la mañana para comunicarse con su programa de radio favorito y es allí donde suelta esa frase de destino trágico: "Todos estarán en mi lugar". Ella se refiere a su sitio como trabajadora pasiva, con un resto de ingenuidad augura para todos un futuro de jubilados. Pero este presente no permite proyecciones que aunque a María Angélica le parezcan negras, podrían ser una panacea para las siete millones de personas que según los especialistas no contarán con las condiciones necesarias para poder jubilarse en los próximos años.

Si se toman en cuenta los índices de desocupación, subocupación y trabajo en negro es fácil calcular las dificultades que tendrán los trabajadores que hoy son activos para sumar los 30 años de aportes necesarios para jubilarse, a un sistema previsional que se supone mixto -porque es posible optar por el sistema público o privado– pero que en los hechos tiende a trasladar los aportes hacia las administradoras de fondos de pensión privadas. "En los hechos lo que sucede es que hay una realidadobjetiva en la que el haber jubilatorio público es malo. Pero también es cierto que se desfinanció el sistema previsional público, por un lado porque redujeron los aportes patronales pensando que así se blanquearía al personal en negro o se crearía más empleo, y también porque hubo una intensa propaganda que indujo al paso rápido de los trabajadores activos al sistema privado. Así el sistema público pierde 4.300 dólares al año que es lo que se aporta a las AFJP. El resultado neto para el sistema previsional público es una pérdida de 7 mil millones anuales, aun cuando siga siendo responsable del pago de las jubilaciones actuales", explica Claudio Lozano, economista de la Central de Trabajadores Argentinos. Lo cierto es que con este estado de cosas "honrar las deudas" para el Estado argentino no es una premisa que sirva para los principales acreedores internos que son ni más ni menos que los hombres y las mujeres de más de 60 años que después de haber aportado durante toda su vida, ya sea mediante el trabajo activo o como generadores de la capacidad y el potencial humano país –en su rol de padres, madres, abuelos o abuelas– se encuentran con que son una de las variables de ajuste para poder cumplir con los compromisos externos.

"Cuando me jubilé pensé que iba a poder hacer las cosas que nunca había podido. Pensé que iba a poder tomar las riendas de mi casa, dedicarle tiempo a mi hijo, hasta pensé en que podría viajar por mi país. Al principio hice algunos cursos de modelado de tortas, artesanías, pequeños gustos, hasta estudié inglés. Pero las cosas se fueron poniendo duras y tuve que volver a buscar trabajo. Me emplearon en una inmobiliaria y más tarde en una empresa de cristales para autos. Pero me despidieron y ya no volví a conseguir". Elsa Spotorno tenía grandes planes cuando decidió pedir la jubilación después de 30 años en el Banco de la Provincia de Buenos Aires. Lo hizo porque su salud se había resentido después de la hiperinflación que estiraba las horas laborales más allá de la media noche. Lo que nunca había imaginado es que diez años después se encontraría "luchando contra la injusticia y por la vigencia de nuestros derechos adquiridos". Era algo que no podía prever, jamás había tenido participación gremial alguna y desconfiaba de quien se arrogaba la representación de los trabajadores. "Para mí los delegados eran los que no querían trabajar y se la pasaban en el sindicato, hasta se autoelegían. Por eso nosotras queremos que toda la dirigencia cambie, porque si los que verdaderamente son trabajadores estuvieran en los lugares de decisión las cosas serían distintas". Como en muchos otros casos, la conciencia cívica llegó para Elsa cuando sintió en carne propia cómo esos derechos adquiridos se transformaban en una deuda social que nadie parece dispuesto a pagar. "A lo largo de los años nos fueron quitando nuestra jubilación por distintos cambios en las leyes, y eso que nuestro banco tenía el mejor sistema del país. Pero si alguna vez cobré el famoso 82 por ciento móvil, ahora no llego al 60 por ciento de lo que ganaba cuando me jubilé". Elsa es de esas abuelas que cuidan a sus nietos para que los hijos puedan salir a trabajar, y que, tal como deseaba, tomó las riendas de su casa aunque no en el sentido en que preveía. "Yo soy más luchadora, mi marido lo ve. Yo no me puedo quedar cruzada de brazos, por eso soy la que sale a la calle, va a las reuniones, todo. Es que todos los roles están trastrocados, está todo al revés. Ahora somos nosotras las que tenemos que salir. Pero bueno, yo lo entiendo y alguno de los dos lo tiene que hacer". Y ella lo viene haciendo desde el año 1995 cuando por primera vez los jubilados del Banco Provincia se reunieron en el hall de la casa central, allí donde ella pasó 30 años, para reclamar por el cambio de legislación que les recortaba el 25 por ciento de sus haberes y que todavía hoy siguen trabajando para su derogación. Allí conoció a Mabel, a quien había visto antes y de reojo cuando las dos eran empleadas activas, pero con quien nunca había cruzado palabra. Mabel Greco es un caso atípico, se casó a los 48 y se jubiló dos años después, para disfrutar de la vida matrimonial, pero enseguida salió a buscar trabajo, "porque tampoco puedo estar sin hacer nada". Loconsiguió en el Conicet, pero el departamento en el que era secretaria se disolvió con los sucesivos ajustes. "Pensar que entré a trabajar en el Banco porque era un empleo excelente, porque me aseguraba una vejez tranquila. Y ahora nos dicen que lo que aportamos no sirve, que sólo se reparte la plata que entra, pero si el banco sigue despidiendo gente pronto no vamos a tener nada que repartir". La vejez tranquila de esta mujer de 66 sólo tiene algún rasgo de verdad cuando se sienta con sus amigas a tomar un cafecito después de horas de discutir cómo seguirán los reclamos para evitar el ajuste. "Hasta el día de hoy (miércoles) no sabemos si nos van a tocar el sueldo o no ¿será posible?"

"Los sistemas de reparto como el que tenía la Argentina hasta 1994 entran en colapso en sociedades muy envejecidas como puede ser la de Suecia o Japón –dice la socióloga Nélida Redondo– y lo que se prevé es que ese colapso llegue en diez años. No es nuestro caso". Una sociedad está envejecida cuando más del 7 por ciento de la población total es mayor de 65 años. Así lo indica una convención de las Naciones Unidas que data de 1956, y que a juzgar por los datos que se manejan hoy está desactualizada. "La Argentina mostraba envejecimiento en el censo del '70, pero ha corrido mucha agua bajo el puente –agrega Redondo– y hoy tenés en el sudeste asiático valores del 20 por ciento". El agua de la que habla Redondo tiene dos razones fundamentales al menos en los países desarrollados, menos nacimientos y una esperanza de vida cada vez mayor. En nuestro país "hay una situación mixta, en la que el crecimiento de la población se basa en los estratos más bajos y por eso hay tantos niños con sus necesidades básicas insatisfechas. En los estratos medios se redujo la fecundidad y también hay envejecimiento de la cúpula, es decir que los ancianos viven más, por eso en Capital Federal la tasa de envejecimiento es similar a la de Suecia. Así hay manchones en el país, que parecen decir que los niños y los ancianos compiten por el gasto social, parece una guerra entre pobres, si defendés a los ancianos desprotegés a los niños. Pero lo real es que hay un problema de injusticia básica y es que los ancianos no son un gasto social, su sostén está socializado, que es otra cosa". Hasta 1994 cuando se reformó el sistema previsional existía en nuestro país un pacto intergeneracional que se dio en el mundo sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. Así los trabajadores activos contribuían cediendo parte de su sueldo al sostén de los pasivos, fue una conquista de esos mismos trabajadores que se permitían pensar a futuro. Para la socióloga "fue un pacto lógico que si se hubiera sostenido con certidumbre institucional no sería visualizado como sucede ahora que parece que los jubilados son los responsables del déficit, cuando en realidad las cajas de previsión fueron las que financiaron buena parte de las aventuras estatales. Si el Estado de verdad honrara sus deudas tendría que reconocer a los jubilados uno a uno".

"En el año '91 llegué por primera vez al Congreso, un miércoles, cuando las marchas de los jubilados todavía salían en la televisión. ahora no se qué pasa, parece que nos censuran porque ya no le importamos a nadie". Ester Penna tiene 63 y unos ojos azules que delinea prolijamente con lápiz verde, una paleta de colores necesaria para su piel pálida y ese batido de pelo rubio que le suma unos cuantos centímetros a su ya imponente altura. Hace veinte años que quedó viuda y desde entonces cobra una pensión que, al principio, "era seis veces lo que cobro ahora". El nuevo milenio la encontró con un recibo de haberes que da cuenta de una pensión mínima más un plus por tener un hijo a cargo con graves problemas de salud. "Yo seguí trabajando cuando falleció mi esposo en el mismo kiosquito en Villa Fiorito en que estábamos juntos. Pero lo tuve que cerrar en el '91 porque las cuentas no daban. Y te digo una cosa, lo liquidé y enseguida conseguí trabajo en una transportadora de caudales, estaba feliz. Pero justo salió un decreto que decía que no se podía emplear pensionados o jubilados. Lo derogaron enseguida, pero resulta que para ese momento la empresa ya había conseguido a alguien más joven y con mejor presencia". Después vio como lacategoría G a la que había aportado su esposo como autónomo pasaba a ser categoría de mínima y entonces se decidió a ir al Congreso. "No hay otra manera de canalizar la bronca, porque resulta que pasada cierta edad parece que ya no servís para nada y encima te meten la mano en el bolsillo cada vez que quieren. Mirá –enseña el recibo de haberes–, acá está, nos llaman clientes, como si no hubiéramos puesto plata antes para cobrar ahora". Ester ahora sabe de memoria los beneficios que fueron perdiendo los jubilados, "antes nos pagaban 80 pesos en febrero para las vacaciones, había subsidio para alquiler a quienes no tenían techo. ¡Y el PAMI! Los anteojos están cortados, los audífonos a veces sí, a veces no, las prótesis nunca se sabe". En estos diez años asistió al entierro de tantos compañeros jubilados que no los puede contar con los dedos de las manos, algunos, dice, "quedaron acá mismo, si hubiera estado la tele hubiera visto lo que tarda una ambulancia cuando tiene que atender una persona mayor". Ella es la encargada de cobrar también la jubilación de su mamá de 96 años, por lo que dos veces por mes tiene que hacer la larga cola frente a las ventanillas del banco que le tocó en suerte, en su barrio, Lanús. "Ya no puedo pedir trabajo, si no me lo dieron antes no me lo van a dar a los 65. Cuido a mi hijo, cuido a mi mamá y los miércoles son sagrados. porque yo todavía puedo hacer cosas, pero hay gente muy mayor, que ya no se puede movilizar o que no tiene plata para venir a la marcha. Pensá que los viejos vamos más al baño y en los bares si no consumís no te dejan entrar, así que calculá, la plata del boleto, más la del café ya se hace media jubilación mínima por mes".

"El pacto de solidaridad intergeneracional se rompe en 1994 alegando que el sistema previsional estaba en crisis cuando en la práctica, no era eso lo que sucedía, sino que la desindustrialización y el cambio de la estructura laboral que empezó con la dictadura en 1976, que hizo caer los salarios un 62 por ciento en 25 años, junto al creciente desempleo y un 40 por ciento de trabajadores en negro; todo eso impacta en el sistema previsional. Por eso la solución no es cambiar el sistema, la solución es económica", opina Claudio Lozano. Roto el pacto se instaló el sistema de capitalización privado, en el que cada aportante tiene una cuenta personal y al momento de jubilarse, se divide lo acumulado –sumando la rentabilidad promedio que se supone debe garantizar la administradora– por la cantidad de años que se supone que esa persona va a vivir para calcular cuál será su renta mensual. "Pero además la desfinanciación del sistema previsional genera un déficit al Estado que tiene que cubrir para pagar los haberes de miseria que paga –dice Lozano– y se ve obligado a pedir prestado a las administradoras los mismos fondos que les trasladó. Deuda que se traduce en títulos públicos a tasas usurarias –para más datos recordar el megacanje– que por otro lado ponen en riesgo el capital de los aportantes al prestárselo al Estado. El otro problema es que del traslado masivo de trabajadores a este sistema sólo el 38 por ciento sigue aportando, el resto o quedó sin trabajo o trabaja en negro. Por eso la proyección a futuro es 7 millones de argentinos que no van a poder jubilarse". Para las mujeres el cálculo del prorrateo del capital acumulado según la esperanza de vida agrega un factor de discriminación a la diferencia salarial que padecen mientras están activas –ganan casi un 15% menos a igual trabajo–. Ellas viven más que los hombres y por lo tanto su haber mensual es menor –cuestión de hacer cuentas–. El fenómeno de la feminización de la población se da en todos los casos después de los 60 años. En Capital Federal, por ejemplo, la población mayor de esa edad está compuesta por un 62,2% de mujeres y un 37,8 de varones. Y esta diferencia es progresiva, entre quienes tienen más de 80, un 70% son mujeres. A esto hay que sumar que tan larga esperanza de vida no asegura mejor calidad, los achaques propios de la edad hace que muchas de ellas terminen viviendo en hogares colectivos, según el último censo la relación de personas internadas era de 70 a 30 a favor (?) de las mujeres. Jubilarse no quiere decir dejar de trabajar. Son muchos y muchas los que se ven obligados a buscar un nuevo puesto de trabajo, en general en negro o con sueldos mínimos. En el caso de las mujeres su integración al mundo del trabajo suele ser invisible. Fieles a los estereotipos culturales, las mujeres son las encargadas del cuidado de los niños para facilitar o bajar los costos laborales de sus hijos y además cargan con el cuidado de enfermos o de otros ancianos en peores condiciones que ellas, cuando no asumen directamente las tareas del hogar familiar en el que conviven distintas generaciones. "Los hombres tienen la ventaja de ser cuidados por sus cónyuges, pero como ellas viven más suelen quedar a cargo de las hijas mujeres, lo que aumenta la carga de las que están en la edad madura y suelen cuidar a sus madres y a sus nietos", dice Redondo. Para Lozano, "las mujeres tienen el agravante de que están en la situación de mayor debilidad en el mercado laboral, suele mantenerse buscando empleo con bastante más persistencia que el hombre y logran niveles de inclusión, pero con peor salario y en peores condiciones". Si se toma en cuenta que el trabajo doméstico es la principal fuente de empleo y que éste se da en la gran mayoría de los casos en negro, se puede proyectar a futuro cuántas van a poder jubilarse en un futuro de por sí desalentador.
"Es verdad que en los grupos de jubilados la mayor parte son varones, pero eso es porque recién ahora empieza a haber más jubiladas. Las mayores de 65 son casi todas pensionadas y eso cambia mucho las cosas. Tienen una cabeza distinta, ellas hacían lo que les decía el marido, muchas no saben ni pagar los servicios, se les nota hasta en la conversación". Susana siente que ha vivido quinientas vidas en una, que las cosas han cambiado tanto que ya ni se reconoce. Se jubiló cuando su carrera bancaria había dado todo lo que ella esperaba y sabía que seguiría haciendo cosas "porque quedarme en mi casa a hacer nada iba a ser mi destrucción psíquica". Pero nunca consiguió trabajo. A los 62, hace tres que cumple con el rito de los miércoles en el Congreso y no piensa abandonarlo. "Vamos por la marcha 486 y es un lugar emblemático: ahí empezó la lucha y ahí seguirá, aunque veamos como los viejitos van quedando en el camino. Yo sé que lo urgente es la desocupación, pero lo nuestro también, porque tenemos hambre hoy, frío hoy, y una persona de 80 años no puede esperar". Ella empezó a trabajar a los 20 años, vivió en pensiones, en lugares alejados, con la esperanza de que el banco que la empleaba alguna vez la destinara a alguna capital. "Nosotras, las que trabajamos toda la vida, tenemos otra independencia, como tuvimos siempre nuestro sueldo en el bolsillo no le preguntábamos a nuestros maridos lo que podíamos hacer. La que trabajó toda la vida es como un hombre, por eso ahora estamos en la lucha. Y cada vez vamos a ser más". Si la pudiera escuchar, Chiche seguramente no se quedaría callada. María Mercedes Alfonso viuda de Franco, como se presenta formalmente, es una pensionada de 73 años con las ideas bien claras y alguna cuenta pendiente con ella misma. Nunca trabajó a cambio de un sueldo "porque estaba casada con un caballero español que no me lo permitía". A ella le hubiera gustado, como le hubiera gustado también dedicarse a "la política". Siempre dijo que aunque estuviera viejita y con bastón ella iría a votar, aunque ahora "estoy dispuesta a impugnar el voto, todos nos traicionan. De la Rúa, por ejemplo, que salía en radio América diciendo que quería cuidar a los jubilados ahora nos recorta lo que cobramos". Chiche es de las que escuchan radio por las mañanas y que encuentran en ese medio un canal para hacer oír su voz. Hasta hace menos de un año tenía a su cargo a la segunda esposa de su padre, que le lleva sólo 14 años y se dedicaba al voluntariado en la clínica del Centro Gallego al que sigue aportando porque el PAMI, como pasa en muchísimos casos, no le da ninguna seguridad. "Ahora que la tuvimos que internar (a Laura, su madrastra) vivo solita con mi humedad", que se filtra en su departamento directamente desde las plazoletas que se construyeron junto a la famosa autopista de Cacciatore. Dice que de una sola cosa estáarrepentida, "de no haber acompañado más a los jubilados los miércoles, porque aunque la Norma Plá era un poco loca, bien que la luchó esa mujer". Y Chiche, como tantas otras mujeres que trabajan en silencio, invisibles detrás de las paredes de su propia casa, sigue luchando.