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JOVENES

Mundos privados
 

La mayoría de las chicas de hoy en día se niegan a autodefinirse como modernas. Contrariamente a las de los ‘60 y los ‘70, que solían expresarse en prácticas colectivas, ellas llevan en el orillo la marca del individualismo. Se mueven en colectivos pequeñísimos de acuerdo con afinidades y la búsqueda común de momentos felices. Las cuatro jóvenes que testimonian en esta nota fueron elegidas por azar, y son de las pocas que han encontrado un lugar desde donde resistirse a la posibilidad de no tener futuro.

Por Soledad Vallejos

“Quizás, la modernidad pasa por eso, por la diversidad.” Es de noche, Luciana salió hace un rato de trabajar y se niega, terminante, enfáticamente, a dos cosas: a) a aceptarse como moderna (“¡soy clásica, clásica, clásica!”); b) a hablar de ella, de sus amigos, de la gente de veintipico en general, en términos de grupo. Tribus, digamos, para que quede más claro. Posteriormente, el gesto se repetirá con las demás entrevistadas: no hay tribus, no hay grupos identitarios herméticamente cerrados por la fuerza de unos códigos estéticos o rituales. No hay, entonces, nada parecido a los grupitos que, durante los ‘90, algunas de ellas, en mayor o menor medida, habían sabido integrar. Si durante la década pasada, los años en que estas chicas pasaron su adolescencia, ser parte de alguna de esas tribus urbanas garantizaba el acceso a cierta parte de la oferta cultural, a alguna sociabilidad en particular, a contar con el respaldo de un colectivo minoritario para afirmar(se) ante un colectivo mayor, llamémosle la sociedad, ahora, evidentemente, no lo necesitan. Tampoco lo desean. No es que ya se sientan parte indisoluble de esa sociedad, que estén tan cómodas que ni se les cruza la idea de buscar refugio entre pares; en absoluto, todas ellas, de hecho, no hacen otra cosa: reuniones con amigos, amigos con los que trabajan, amigos conocidos por intereses laborales (por lo general, relacionados con la creación de algún tipo) comunes, encuentros sociales, pero en el ámbito de lo privado, puertas adentro. Las conversaciones, todas realizadas por separado, giraron en torno de una estrategia que todas, sin conocerse, realizan: la de replegarse. Si en la generación que maduró en los ‘60, los ‘70, había una tendencia a extender los límites de las preocupaciones personales a lo social, a lo comunitario entendido en su sentido más amplio, las horas que estas chicas dedicaron a contar su cotidianidad llevaban en el orillo la marca de la individualidad defendida con uñas y dientes. Ante una sociedad hostil, que sólo puede ofrecer instituciones en agonía y el desprecio ante las ganas de renovar algo, se oponen colectivos pequeñísimos, en los que las redes crecen a través de lazos de amistad (amigos que presentan amigos, en casas de amigos, nunca en lugares públicos). Pero esos colectivos, antes que como tribus, deberían ser entendidos como clanes, en los que los lazos tienen la firmeza de las afinidades electivas, en los que se busca generar buenos momentos, aunque más no sea mínimos destellos de esa felicidad que cualquier vistazo a la realidad parece negar. Y dentro de estos clanes, desde ya, no hay uniformidad alguna. No sólo no existe sino que tampoco se busca ni se promueve. Digamos que si algo puede caracterizar a esta suerte de familias por elección, es, precisamente, la diversidad. Comunión por las diferencias, entonces.
Generalizar por sólo cuatro casos, lo dice el primer capítulo de cualquier manual de metodología, es una aberración, de acuerdo. Las cuatro chicas que participaron fueron elegidas de una manera, más que azarosa, caprichosa. Pero esto no tiene espíritu de estudio sociológico, nipretensiones de panfleto generacional. Puede leerse, más bien, como cuatro instantáneas, cuatro pequeñas ventanas en las vidas de cuatro chicas que viven en, con, mediante, la diversidad. Chicas, no odien esto: con ustedes, cuatro chicas modernas.

Silvia Canosa
Nada standard

“A mí me emociona un montón, porque además se generó una situación de padrinazgo y él me cuida un montón. Tenemos como una relación muy familiar, aunque nos tratamos de usted”. Silvia Canosa acaba de bajar de unas plataformas altas, altísimas. Está en el estudio de diseño gráfico en el que trabaja como asistente, habla de su jefe, un diseñador que decidió contratarla antes de que terminara la carrera, y que, con eso, le abrió más puertas de las que ella sospechaba que existían. Empezar a trabajar, cuenta, “me abrió un montón la cabeza, me ayudó a crecer y aprender a relacionarme, y aprender a desenvolverme en lo que había estado aprendiendo en la facultad, a poder tomar decisiones y a poder afrontar las decisiones que tomás”. Ese aprendizaje, entonces, comenzó hace tres años. Ahora tiene 26, sumó a su carrera de diseñadora la vocación por la música (canta y es “multiinstrumentista precaria”) y, “aunque no sepa nada, trato de informarme, o de defender lo que me parece que tiene que ser”. “Todo eso me abrió la cabeza, por ejemplo, para darme cuenta de que en la facultad no pasa nada, y que no tiene ningún sentido que yo, a esta altura, vaya a terminar la carrera. Porque en la facultad, en general, hay una actitud muy pasiva de recibir información y no hacer una más que recibir esa información y aplicar lo que te dicen. Te das cuenta de que para aprender cosas no necesariamente tenés que ir a la facultad, que no siempre te enseñan todo. Entonces, incorporé una forma de aprender que tiene más que ver con buscar la información, recurrir a libros. Es algo como mucho más dinámico, y que tiene más relación con lo que vos sentís en ese momento”. En su familia, la decisión de no terminar los estudios académicos no trajo mayores problemas, eventualmente su madre llegó a plantearle alguna reflexión al respecto, pero sin presiones. “Calculo que debe ser porque se da cuenta de que hay una evolución, que se está dando una evolución y no necesariamente tenés que asistir a clases”.
Entonces, Silvia es una de esas personas que trabaja de lo que le gusta, que hace algo que supo que deseaba desde antes de terminar el secundario. Y gracias a eso, precisamente, de tanto en tanto tiene que escuchar comentarios levemente molestos. “Hay como una conciencia de que hay que quejarse, pasarla mal, de que si no es así no estás trabajando. A mí me dicen ‘ah, trabajás de lo que te gusta’, es como que está mal visto. Pero no deja de ser un laburo, y aunque la desconexión nunca sea real, no tenés por qué hacer jornadas de 24 horas sólo porque el laburo está bueno y te gusta”.
“No tengo idea de cómo va a ser el futuro”, con sus compañeros de la banda habían llegado a imaginarse cantando boleros o tangos, pero nada más. “Me gusta pensar que la vida va a ser mucho más nómade, antes que pensar que todo el tiempo va a ser estancado. No me interesa quedarme estancada, pero tampoco los modelos convencionales de organización familiar. Cuando era chica y estaba en el secundario y todas decían que se iban a casar, iban a tener dos hijos y eso iba a ser su vida, como que yo decía ‘¿te parece? no sé, fijáte, hacé alguna otra cosa y después hacé eso’. Yo siempre creía que no iba a hacer eso, de hecho no lo voy a hacer, y por eso pienso que en algún momento me voy a ir”. Alguna vez, cuando imaginó que tal vez sí se casaría, se vio en un vestido negro. No es una obsesión por se diferente. “Tiene que ver con ganas de hacer todo el tiempo cosas, eso marca la diferencia, porque la gente por lo general no tiene ganas de hacer nada. Hoy venía pensando en el subte, yo venía vestida de una manera y vos viste que notás cuando la gente se ríe o hace comentarios. Y yo pensaba ‘¿qué es lo que te hace pensar que tu pantalón no es ridículo? ¿Que lo tienen 80 personas más que vos?’. Nada más, porque es lo único que puede hacerte pensar eso, porque es grandote y tiene unos bolsillos horribles. No son ridículos porque hay 99 personas que avalan lo que vos creés. Entonces, tiene que ver con el standard”.

 

Luciana Esnaola
Transhumanista

“El margen de elección es mínimo, y dentro de ese margen hay que estar bastante bien y tratar de pasarla lo mejor posible. ¡Living la vida loca!”, grita, y se ríe. Luciana tiene 24 años, la “estatura de un ewok” (los animalitos peludos de Star Wars) y un trabajo que, de tan relacionado con los nuevos medios, apenas se conoce que existe: producción de contenidos, en URL, una revista de cultura y tecnología. “Produzco las notas, busco temas. Veo todos los newsletters, veo qué noticia puede ser redituable para la revista, chequeo mails, navego todo el tiempo por Internet”. Internet, explica, le parece “muy revolucionario”, aunque como medio, “nunca como fin”. Además, “es como simpático que la gente ahora ya no sea un teléfono, sino un mail, y está bueno que cada vez más gente se conecte”. Desde que empezó a trabajar como productora de contenidos, Luciana empezó a pasar gran parte de sus días frente a la computadora, on line todo el tiempo. Tres años atrás, hay que decirlo, apenas había aprendido a sacar una cuenta de correo electrónico gratuito; ahora, en cambio, está totalmente inmersa en la relación entre sociedades y tecnología, habla de transhumanismo “o poshumanismo, que se refiere a cuando se desligan un montón de cualidades del humano en la máquina”, de autores que reflexionan sobre los cambios del desarrollo digital. Para la UBA, cursa Ciencias de la Comunicación, pero, por un lado, ahora, entre trabajo y mudanza, no tiene tiempo para cumplir con cursadas; por otra parte, hacer algo relacionado con lo que estudiaba le da otra perspectiva. “Empecé a descubrir muchas cosas que la facultad no me daba. Es como que laburás en prensa y te das cuenta de que los talleres de redacción son un fiasco. Pero igual me angustia no ir a la facultad, me copa la carrera.” No estar de cuerpo presente en un ámbito universitario no significa, en modo alguno, no participar de procesos de aprendizaje. Ella, de hecho, está estudiando japonés “porque quiero irme a Tokio a estudiar algo. Tienen como un costado re-tecnológico, otro bastante zen, otro muy tradicional. Es muy top”.
Ahora, al momento de la entrevista, Luciana no piensa en irse del país, la revista anda bien, “pero uno nunca sabe qué puede llegar a pasar. Mañana te puedo decir que sí me voy”. Algunos amigos, cuenta, están sin trabajo desde hace un tiempo, otros fueron despedidos recientemente. “Ver todo eso te super-desmoraliza. yo ahora tengo seis conocidos que, en el término de dos semanas, me dijeron me voy a Barcelona, a Madrid, a tal lado. Antes los exilios eran políticos, ahora son económicos. Y con un amigo hablábamos que quizás en el futuro, el 2000 o el 2001 se vean como años en que hubo un exilio económico, como una generación que se perdió. Y el miedo de perder una generación me angustia muchísimo, porque es gente de entre 20 y 30 años que se va a la mierda, se van a quedar ahí y no vuelven más. Es horrible. ¿Cómo hacés para estar cool con eso? Es muy difícil”.
La política despierta interés, sí, pero más como un show. Al fin de cuentas, alguien que disfruta estudiando comunicación, dice, encuentra allí un campo ideal para “ver las estrategias, cómo son los discursos políticos. Es muy rico verlos como un fenómeno de comunicación”. De utopías ni hablar, además, “de acá a unos años va a estar todo para atrás”. Pero, entonces, ¿de futuros propios? “No puedo, no pienso más allá de unos meses. No me lo puedo imaginar ni loca, me parece terrible. Sería como planear algo demasiado grosso. No sé dónde voy a estar, ni quiero. No es que tengo un proyecto y digo ‘dentro de 20 años voy a tener una ferretería re grossa en San Cristóbal’. El único proyecto que tengo es irme a Tokio un tiempo”.

 

Lorena Fernández

Estar entera

La palabra del día, de la semana, es “responsabilidad”. Todo comenzó cuando una compañera de estudios llevó un juego de cartas “con unos dibujos hermosísimos, de hadas, y vos tomabas una carta con una palabra”. A Lorena le tocó “responsabilidad”, “y la chica me dijo ‘vos tenés que pensar a lo largo del día en esta palabra’... ¡y es que no sé cuál es mi responsabilidad en este momento!”. Veamos: apenas terminado el secundario, dejó el Chaco para instalarse en Buenos Aires y estudiar psicología. Pero la ciudad la shockeó demasiado para poder hacer algo, y además descubrió que la carrera no le gustaba. Volvió a su tierra natal, para reponerse; vuelta a Buenos Aires, comenzó Ciencias de la Comunicación, le gustó, se quedó, pero también descubrió que el cine la fascinaba. Fueron tres años de una carrera orientada a la realización; a fines del año pasado, al terminarla, comenzó a trabajar en la industria. Pero para entonces ya había dado con lo que, dentro del mundo del cine, realmente quería hacer: dirección de fotografía. Ahí está, entonces, estudiando dirección de fotografía en la escuela del INCAA y Comunicación en la UBA. “Pero no sé si en este momento mi responsabilidad es hacerme cargo de la escuela, si tengo que dejar todo e irme a laburar, o si la responsabilidad es con mi arte, y tengo que quedarme en mi casa viendo películas hasta descubrir que a luz viene de allá... no sé”.
Lo cierto es que, crisis responsable mediante, a los 26 años, Lorena dedica día y noche a la fotografía. Cuando no está cursando, participa de rodajes, o sale con su cámara, porque sí, a disparar tomas por ahí. Y de esas aventuras, cuenta, vuelve siempre “feliz”. Por cómo habla, por lo que dice, nadie podría asegurar que esta chica realmente no sabe lo que quiere. “Quiero hacerme cargo de lo que hago, porque dejás muchas cosas para esto. No quiero nunca, después, arrepentirme, y decir ‘uy, yo en realidad quería casarme y tener un par de hijos’, quiero ser consciente de todo lo que estoy haciendo”. Y como para demostrar que no es consciente, cuenta que le importa cumplir sus expectativas: “alguna vez haber trabajado en una película increíble”.
¿EL futuro? “Si me veo, me veo como ahora. Quiero seguir haciendo cine, es lo único que me interesa. Quiero tener un hijo, y no me importa el padre. Porque yo quiero tener un hijo, es una experiencia que no quiero perderme, debe ser el lazo más profundo que podés llegar a tener con una persona. Y no quiero que eso dependa de si estoy casada o enamorada de alguien o no, porque no sé si voy a volver a estar enamorada de una persona. Si yo tuviera plata ahora, tendría un hijo ahora, porque es una cuestión de plata. Es horrible decirlo pero es así, porque lo único que me frena es que yo sé que de esa personita me tengo que hacer cargo el resto de mi vida, y que tiene que comer, y que tengo que tener tiempo para él. Eso depende de la guita. Tengo laburo pero mis viejos me siguen ayudando. Entonces, ¿qué grado de independencia tengo? Poco”. Anuncios económicos, déficit cero, desempleo, gente que deja el país. “Mis amigos se fueron todos. Yo siento que todavía no me voy, que todavía Buenos Aires tiene muchas cosas, que no probé todo lo que tengo que probar acá”. Sin embargo, como en el caso de esos amigos que ya no están en Argentina, existe, sí, una hipótesis (indeseable) en la que la emigración sería posible: la de tener que trabajar en algo que no sea el cine.
La taza de café está casi vacía. Composición, tema: la política, las instituciones. “Desde ese lugar no se va a cambiar nada jamás, porque el poder es intrínsecamente corrupto”. Una palabra que los veintipico sólo oyeron de boca de sus padres: utopía. “No tengo utopías sociales, y soy muy individualista. Creo que, si hay alguna manera de cambiar las cosas, tiene que ver con uno, con que uno perciba las cosas de manera diferente. El problema social me sobrepasa ampliamente, ni siquiera lo puedo dimensionar. Entonces, mi utopía es ser el día de mañana una persona lomás centrada posible, estar entera. Donde esté, estar entera, con mi cabeza ahí, mi cuerpo ahí, mi actividad ahí”.

 

María Onis
Sin peluca

María ofrece un té (“de frutas rojas, ¿con miel y tostadas?”). Acaba de llegar de un rodaje y necesita, imperiosamente, recobrarse del esfuerzo de unas horas vigilando que el sonido de cada toma fuera perfecto. Cuando el mediometraje de una de sus “dos socias de vida” esté terminado, será el momento de prestar atención a la edición, pero para eso falta. Por ahora, en realidad, sólo quiere mostrar algo de lo que hace, “¿querés ver?”. Revuelve una videoteca, encuentra un video (grabado por la otra de sus dos socias, la que ahora está en Rusia), le da play, “eso fue el año pasado, en Proa”, cuenta, y en la producción estética queda más o menos claro que se toman en serio eso de integrar una banda llamada “Almohada”. Entre luces tenues y una decoración vaporosa, se oyen teclados, una guitarra, unos coros suaves; al micrófono, María, con un atuendo que por algún motivo la hace parecer una Florence Nightingale de 23 años, canta letras que ella misma compuso, igual que la música. “Ahora estamos grabando un disco”, dice, y acciona el equipo de sonido. Y después las fotos (una de las cuales figura en las postales de promoción del próximo Festival Buen Día), un libro en el que fueron editados cuentos con los que a los 15 ganó un concurso, un corto llamado Galaxies. María es lo que se dice una chica polirrubro, mejor dicho, una chica multimedia: cine (estudió en la Universidad del Cine) como realizadora y sonidista, fotografía, música, canto. Una de sus máximas aspiraciones al respecto, dice, es lograr unir todo eso, tener la capacidad de ponerlo todo en juego, en cada producción/idea/creación, de combinarlo para generar algo nuevo. “Mi idea es un poco egoísta: hago estas cosas porque me gustan, no porque quiera aportar algo, comunicar algo al mundo. Lo hago porque la paso bien haciéndolas. Claro que quiero que gusten, porque si a la gente no le gusta nada, bueno...”. Claro que, a excepción de la fotografía, los demás campos requieren, necesariamente, de realizar tareas en equipo. La solución: amigos. “Lo prefiero así. Prefiero trabajar... relacionarme, en realidad, con gente, y esto va a sonar estúpido, con gente buena. Necesito confiar en la gente, pasarla bien, tratar de pasarla bien. Además, es más fácil si te comprenden”.
Alcanza un frasco, uno de su colección de animalitos en formol. Le encantaría, dice, tener más ambición. Le cuesta, en realidad, entrar en los códigos de una sociedad que no termina de comprender ni le gusta. “Soy muy adulta, pero poco salvaje como para salir al asfalto a guerrear. Igual, si salgo, por ahí me banco la situación”. Trabaja en una empresa de Internet, componiendo música para animaciones, sí, pero sólo porque necesita “una plata por mes”. “Ir a trabajar todos los días nueve horas, levantarme siempre a un horario, tener una rutina, es terrible. Cada día es cada día”. No se pretende artista, pero de momento, a falta de una palabra más adecuada, digamos que como artista no cree encontrarse en el país más receptivo, “hay muy poco respeto para eso, no se rescata, no se valora nada”.
“Las instituciones funcionan mal, no creo en esas instituciones. Sí creo en las personas, en las personas que van iluminando a su alrededor”, explica antes de asegurar que, sin embargo, hojea los diarios para mantenerse más o menos al tanto de algo, aunque la política y sus avatares sean “cosas tan lejanas a mí”. Están, entonces, los amigos y esas personas que le gusta conocer (en general, amigos de amigos), está el mundo privado. “Yo creo que es tan salvaje todo afuera que decimos bueno, mejor quedémonos todos acá”. ¿Y el futuro? ¿Se imagina a ella misma dentro de 20, 30 años? “Me imagino en un lugar, el campo, y con algún amor, haciendo lo que hago ahora. Pero me cuesta pensar en eso, me cuesta pensar en la plata. Me imagino, por un lado, que va a estar todo bien, y por otro lado, me imagino sin plata ni para la peluca”.