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La felicidad
según Brédice

Pasa un buen año: antes de comenzar la tira que protagoniza con Adrián Suar filmó dos películas en España y pudo llevar a su madre y a su tía a conocer Europa. Allí, mirando fuentes callejeras en compañía de esas dos mujeres que son pilares en su vida, fue feliz. Y sigue siéndolo ahora, compartiendo el camarín con sus amigas. Leticia Brédice se enuncia como una chica simple, aunque su mirada dé pistas sobre otros flancos suyos, algo más misteriosos.

Por Moira Soto

En esa chica ovillada en el sofá que responde apasionadamente a todas las preguntas confluyen armoniosamente talento dramático y star quality, un sugestivo metal de voz y una fotogenia prodigiosa. Cambiante, rigurosa, volátil, sincera, mimosa, dispersa, Leticia Brédice –a lo largo del reportaje– vuelve a ser por momentos la conflictuada adolescente de Años rebeldes (1996, una muy buena actuación que los críticos italianos apreciaron mejor que los argentinos), la niña desorientada de Martha Stutz (1997), la seductora de Closer (1999). Y sobre todo, aparece en la actriz entrevistada la veta noble y popular de Ana, la joven abogada de 22, El Loco, la tira que coprotagoniza actualmente con Adrián Suar, Damián de Santo y Nancy Dupláa.
–¿Cómo te sentís en estos momentos con respecto a aquella nena que recitaba sobre la mesa? ¿Cómo ves tu recorrido de actriz? ¿Te parece que cumpliste con aquella criatura?
–Sí, claro, le salvé la vida a esa criatura. Ser actriz me salvó de muchas cosas. Pude preservar las ilusiones, los deseos tan fuertes de ser actriz. Y también las ilusiones de mi tía Norma, mi tía Mary, que se morían de gusto si les decía que cuando fuese grande iba a ser actriz. Y creo que estoy cumpliendo, aquella nena ya es una mujer que ama su profesión, que es lo mejor que te puede pasar en la vida: amar lo que hacés.
–La de actriz, ¿es una profesión de alto riesgo?
–Me parece que sí. Y también creo que es de las más lindas del mundo y a la vez una de las más difíciles. Porque ser actor, ser actriz implica un esfuerzo sobrehumano, a veces porque te puede exigir representar la alegría cuando estás tristísima, o actuar situaciones extrañas que jamás viviste en la vida. Pero también esto tiene su lado maravilloso: el acceder a experiencias a través de la actuación que quizás de otra manera en la vida real no conocerías. Hacer personajes que te dejan cosas, que te modifican.
–En un reportaje, Isabelle Huppert decía que el tuyo es un oficio de espera porque, aún en el momento de mayor suceso, dependés del deseo del otro: del productor, o del director que te eligen, del guionista. incluso del público, que decide ir a verte o no.
–Claro, es verdad. Y no basta con que el director, en el cine por ejemplo, te desee para un papel y lo hagas: después, durante el rodaje, él elige los encuadres, la luz, y finalmente decide las escenas que quedan en la edición. Ahí no podés opinar. De todos modos, es fabuloso cuando conquistás un personaje que te apasiona. Y yo soy muy del presente: veo que mis compañeros se preocupan por lo que van a hacer el año que viene, y yo no. Estoy abierta a posibilidades: si mañana me proponen hacer un cortometraje y me gusta, acepto. Si es por soñar, me gustaría filmar con Almodóvar, Bigas Luna, Aristarain.
–En uno de los programas de La cajita Social Club tuviste un espacio para el humor que habitualmente no se te da.
–No creas. Yo siempre trato de poner un poquito de humor, me resulta necesario como recurso. Por ejemplo, ahora en la tira 22, si no uso un poco el filtro del humor, aunque por momento se trate de cosas al borde de la tragedia, se me hace cuesta arriba hacer todos los días algo en clave totalmente seria, solemne. La comedia me fascina. Casi te diría que es lo que más me gusta. Salvo claro que hablemos de una obra de otro registro que me rompa la cabeza, como, por decirte lo primero que se me ocurre, Las tres hermanas de Chejov, Pirandello, en fin...
–Bueno, de todos modos, Chejov pedía que sus piezas se representaran con humor, aunque luego haya quedado establecido el tono grave, melancólico.
–No me extraña ese pedido porque el humor es fundamental, tanto en el teatro como en la vida. ¿O no nos reímos en los momentos más dramáticos?
–Por otra parte , está el tema de los protagónicos en el cine argentino, generalmente a cargo de varones, como quedó demostrado en la entrega de Cóndores de Plata. Vos, en Plata quemada, en Nueve reinas, defendiste papeles secundarios.
–Igualmente, servir en una producción como Nueve reinas me parece grandioso. Ojalá me toquen muchas Nueve reinas en la vida, porque esa película salió tan, tan bien... Yo me despertaba y me decía: “ay, qué lindo, ir a ver a Ricardo (Darín) y a los demás y disfrutar tanto, tener un libro de semejante calidad dirigido por una persona talentosa y creativa que quiere poner la cámara en las nubes para filmar...” Todo eso me calienta, me da adrenalina, muchas ganas de estar, de rendir.

Filmar en España
–En lo que va del año ya hiciste dos películas en España. ¿Cuál es tu balance de esas experiencias?
–En febrero y marzo hice La mujer de mi vida, historia de una chica inmigrante, nacida en Argentina, hija de un diplomático que va por varios países de Latinoamérica y se radica en España. Trabaja de camarera, ella también se ha exiliado de su familia. Está sola, le cuesta todo: los papeles, ganar plata. Se relaciona con un actor venido a menos, fracasado. Lo conoce a través de un productor, enamorado de ella, que quiere que haya casamiento con el fracasado para que la chica se legalice. El director se llama Antonio del Real, hizo Chachachá y otras películas que funcionaron bien comercialmente, pero a mí parece que no es un gran creativo. Además, es una persona de no muy buen trato. A mí ya no me pasaría en la Argentina esto de trabajar con alguien de esas características, pero con éste nadie me avisó.
–¿Caíste en una trampa?
–Caí en la trampa de ese señor que resultó bastante difícil de sobrellevar, pero traté de tomar ese trabajo en su parte más positiva: hacerme de abajo en otro país, pasar prácticamente sola tres meses problemáticos me templó un poco... Por otra parte, trabajé con Emilio Gutiérrez Caba y otros buenos intérpretes, pero gente mayor. Pero extrañaba un montón. En un momento, vino mi novio, fuimos a pasear, conocí Santiago de Compostela, lugares maravillosos donde comés riquísimo, bebés buen vino, la gente está de buen humor. Pero bueno, después de un tiempo yo sólo pensaba en volver: quería ver a mis amigos, a mi mamá, a mis sobrinos, a mis hermanas, escuchar mi dialecto... Lo que no significa que no vaya a volver a irme, pero siempre con esta cosa del argentinismo.
–A pesar de tantos pesares aceptaste una segunda película en España.
–Cuando me estaba yendo de esta película, La mujer de mi vida, recibí dos guiones: uno iba a ser dirigido por Antonio Hernández, con quien me encontré en el Café de Oriente, lugar divino adonde voy a tomar algo todos los domingos cuando estoy en Madrid. Me junté con Antonio, tomamos un vino, comimos una comida deliciosa y me contó toda su historia de amor, bastante complicada. Yo le dije francamente que no estaba dispuesta. Me contestó: no, tía, tienes que venir porque tú eres la que puede hacer tal personaje. Me resistí, insistió. Volví a Buenos Aires, ya estaba un poquito apalabrada con Adrián (Suar), pero Antonio Hernández seguía intentando convencerme: la verdad es que el libro era precioso y yo empecé a dudar. Los actores eran de lo mejor. Pensé en pedir una plata que no me darían; la pido y me la pagan. Entonces llamé a Adrián y le expliqué que no me podía negar. El me dijo que me esperaba un mes (fueron dos). Me fui, hice la película más hermosa con la gente más linda que te puedas imaginar, me gané más amigos, el tiempo estaba más tibio, vino mi mamá, mi tía. Todo perfecto.
–¿Por qué te pareció tan bueno el libro, tan hermosa la película?
–Porque tenía mucha creatividad y emoción. Se llama La ciudad sin límites, transcurre en París, que yo no conocía, y es la historia de un hombre que se está muriendo de cáncer y tiene Alzheimer, reúne a su mujer y a sus tres hijos en el hospital para despedirse. Dos de los hijos están con sus mujeres. El tercero es Leo Sbaraglia que va a llegar a París con su novia que soy yo. Los otros dos empiezan a especular, quieren quedarse con la guita, y el personaje de Sbaraglia se hace cómplice de su papá que habla y dice cosas incomprensibles. Todas estas situaciones están conducidas por la mirada de la madre, interpretada por Geraldine Chaplin, que no te puedo decir la mujer increíblemente preciosa que es, generosa, adorable. Bueno, al final de la película hay una revelación sorprendente. Mirá qué elenco, además de los que ya nombré: Alfredo Alcón, Fernando Fernán Gómez... No te puedo decir lo que es este viejo genio cabrón al que admiro desde siempre, que además escribe como los dioses. Un día, ¿sabés lo que hizo? Recitó el diario, los clasificados, como si fueran pequeñas historias, con detalles: “se vende dos ambientes, dos personas enamoradas lo dejan y se dejan”, o “se vende cuna, a estrenar”. Después estaban Roberto Alvarez, otro gran actor; Adriana Ozores, genia; Ana Fernández, la de Solas... Terminé la peli, una escena por la noche con Geraldine y Leo, a las siete de la mañana y a las once tenía el avión. Llegué acá y al otro día empecé a grabar.
–¿Era la primera vez que tu mamá viajaba a Europa?
–Mi mamá no conocía, fue una experiencia bárbara, además vino con su hermana. Fue un encuentro tan, tan divertido con las dos locas en mi habitación del hotel, comiendo ahí, yendo al teatro, al cine, a darvueltas en una de esas bañaderas turísticas que donde te morís de calor... Recorrimos Madrid.
–Además de tu propio disfrute, ¿mirabas las cosas con los ojos de ella?
–Ay, sí, porque ella es tan piadosa con todo y tiene una mirada tan preciosa de las cosas. Alucinó con las fuentes, y sí, yo las miraba con los ojos de ella, volvía a descubrir a las que ya conocía. Acá no tenemos este tipo de fuentes, chorros y más chorros sin parar. Y como ella, me quedaba horas mirando correr el agua como un espectáculo extraordinario: para mí, eso se llama felicidad. No necesito nada más, ningún lujo. Bueno, si nos podemos estar tomando un vino blanco, ya es lo máximo. Y comíamos todo el tiempo rabas, boquerones, tapas. Yo no quiero beber, decía mi mamá. Dale, tomate una sidra que es de tu tierra, de asturianos, acá la tiran de manera tan graciosa. Ay, no sabés qué lindo. Mamá no quería gastar mucho, pero yo la llevaba al Corte Inglés, cuando se quería acordar ya estaba adentro. Para mí, aparte de la felicidad que compartíamos, estar con ella me hace bien, me saca miedos. Ella me tranquiliza, me dice lo justo.

La belleza de Ana
–Al volver, ¿cómo asimilaste el choque con la realidad argentina y el tener que volver a grabar en Pol-Ka?
–No te creas, estuvo bueno. Fue como seguir en la misma onda de intensidad, de actividad. Prefería no tener un período de espera, meter toda la energía en algo creativo. Eso no quiere decir que borre todas las emociones y las imágenes que viví, al contrario, las cuido mucho, las tengo ahí bien frescas y las reviso y me las mando al cuerpo todo el tiempo. Tampoco hice todo lo que se supone que hay que hacer: en París me fui al Crazy Horse y no al Louvre...
–Volviendo a la vuelta, ¿fue llegar y zambullirte en Ana y sus escaramuzas con el 22?
–”Sanguchirme” fue, te digo. La parte difícil fue adaptarme a los tiempos de la televisión, aunque conocía el medio bastante... Pero ya los estoy agarrando, aunque me cueste mucho tener tantas escenas por día; me cuesta la velocidad, concentrarme, porque me gusta dispersarme, conectar un poco con todo, necesito saber del equipo, de los actores todos los días. Y eso lleva su tiempo. Este no es un trabajo de oficina, es un trabajo de relaciones, de intercambio, de sentimientos en juego. Para mí no es, no puede ser: a ver, parate acá, decime el pie, porque si no, no te puedo contestar. Eso me angustia mucho, tal vez porque me formé con un maestro que me enseñó que las escenas se deben trabajar con una continuidad, una debe saber lo que le está pasando al personaje y en qué circunstancias, por más que se trate de una escena muy cotidiana. Imaginate, acá hablamos de un policial, se graban dos a tres capítulos por día. A veces, además, hay cosas que no me gusta decir, como malas palabras, no por prejuicios anticuados sino porque me parece que ese tipo de palabras dichas rutinariamente pierden peso, fuerza. En la ficción no es lo mismo que en la vida cotidiana, y si lo que se busca es fortalecer un diálogo, me parece que hay que tratar de enriquecer el vocabulario, el lenguaje. Yo tengo conciencia de que a mí me falta mucho, por eso trato de leer, de nutrirme para saber más, para expresarme mejor.
–Ana, esa abogada generosa, idealista, algo cándida, es una innovación en tu galería de personajes.
–Algunas cosas de Ana que encontré me gustan mucho: su naturalidad, que no lleve un peinado prolijo de abogada, que no se maquille, que, te digo, son cosas insólitas en televisión. Porque lo primero que te suele ocurrir cuando llegas a trabajar es que venga el peinador y te ofrezca: ¿Te hago un brushing?, y que venga el maquillador y te quiera pintar. En esta productora, todos los chicos hacen muy bien lo suyo, pero yo me resisto a peinarme todo el tiempo. Entonces, mi negativa viene bien para desestructurar: soy una chica que trabaja en Minoridad, en la calle, con zapatillas y jean. Que no está pendiente de su aspecto porque tiene cosas más importantes que la preocupan.
–El estar con la cara lavada, el pelo un poco despeinado, ropa no sofisticada, ¿incide en tu laburo de actriz?
–Por supuesto que me sirve el no estar pendiente de si salgo divina, o si me empiezo a arrugar, porque lo que realmente importa es estar bien como actriz. Y de verdad, cuando sentís que estás rindiendo bien, no te ves ni las imperfecciones ni el pelo revuelto, ni la falta de maquillaje. Porque si estás haciendo bien tu trabajo, y algo sucede, y estás con el cuerpo y el alma en funcionamiento y todo puesto en el piso, lo que pesa es otra cosa: te importa lo que pasa dentro del personaje. Esto te puede pasar en el teatro, en el cine, en la televisión.
–Cuando estás bien como actriz, ¿te parece que aflora otra forma de belleza?
–Claro, la belleza es otra, no de una carita linda arreglada, es algo más profundo, que vos has conquistado y que yo creo que es lo que vale de verdad. Sí, para mí eso es lo bello. En el caso de Ana, obvio que es más fácil creerle si tiene un estilo exterior de acuerdo con su interior, sus inquietudes, la vida que lleva, que si lleva todo un brushinado, está toda pintada. Con esto no quiero decir que en general esté mal pintarse en la televisión.
–No, quedó claro: lo que estaría mal es traicionar al personaje para salir supuestamente “mas linda”. Y lo bueno en este caso es jugarte un poco por el tuyo, también desde el aspecto exterior.
–Sí, arriesgar un poquito. Pero estoy jugando mucho en la tira, me siento muy contenta. Me levanto a las seis y media, siete, todavía es de noche, como en el secundario. Me voy, llego allá con la campera abrochada hasta arriba, un gorrito, frío, las manos heladas porque siempre me olvido los guantes. Llego al camarín, me pido un capuchino, me pongo a estudiar, me olvido todo igual que en el colegio, voy a la escena y empiezo a dispersarme, según mi costumbre, con todos: ¿y qué les pasó anoche? ¿Dónde se come buena pizza acá? A la tarde, ¿qué van a hacer? Y así empiezo el día. Voy despacio, y la verdad es que ahí me bancan, son encantadores, porque tienen que cumplir un plan de veinticinco escenas por día, que es mucho y difícil. Pero yo de otra manera no puedo, si me tratan mal soy como un animal, bajo el lomo, me alejo y nunca más.
–Trabajás para la factoría Suar, lo tenés a él de compañero de rubro y ¿estás como querés?
–Estoy muy contenta de estar trabajando con Adrián. Porque más allá de toda la historia sobre su éxito como productor, sus innovaciones, su carrera de actor, te digo que es un chico con una capacidad de entrega impresionante, que le interesa crecer, que supera muchas dificultades. Por supuesto, no es de los que te piden el pie, y hablamos de lo que pasa en la historia, intercambiamos ideas, él está muy dispuesto a escuchar, es muy apasionado por lo que hace.
–Decime, ¿cómo es que Ana, una chica despierta, abogada, puede estar -por ahora– con un tipo tan villano?
–Bueno, ahora se está empezando a dar un poco cuenta. Te digo esto, considerando que no puedo ver la tira todos los días y además no se graba cronológicamente. Pero desde ya que ella no es ninguna tarada. Lo que pasaes que el público tiene una información que Ana desconoce. Para ella, además de que él parece quererla, es un tipo que puede ayudar al hogar de los chicos de este cura. No te olvides que Ana se crió en ese lugar, está comprometida con el hogar. Se recibió de abogada hace muy poquito, es todavía inexperta, siente que no va a poder con algunas situaciones, con el caso de su papá, injustamente en la cárcel. Además, yo ya lo averigüé, ella se recibió con un promedio bastante bajo porque le costó mucho todo. Y este pibe, que hace cosas tan malas que ella ignora, le da una seguridad económica, se siente respaldada, la mima: hay algo ahí que le funciona como mujer. Por ahora, él le gusta, creo que se lleva muy bien sexualmente con éste malo, malo, malo. Hay algo medio perverso que a Ana le atrae, que quizás refleja algo de ella. La chica no es angelical, tiene zonas oscuras. Estos son los intríngulis-fúnguilis que me hago yo para darle consistencia y razones al personaje. Ella también puede ser un poco negadora, como tantas mujeres en circunstancias semejantes...

Todo va mejor con amigas
–Tu contento se debe también a que estás bien rodeada, no sólo de actores, sino también te llevaste alguna amiga al elenco.
–Sí, estoy como los chicos que no paran, muy contenta. Y para nada estresada, al contrario. Además, mirá: llego al camarín, estoy con Nancy, y con Julieta, que es una amiga mía desde La hermana mayor. Y nosotras, después de un día de trabajo, nos llamamos por teléfono, hacemos cosas juntas. Cuando hablé con Adrián, me preguntó qué necesitaba. Entre otras cosas, le pedí, le dije, quiero tener a una amiga, quiero que haya chicas... Como si esto fuera poco, está cerca el elenco del Sodero. Dolores Fonzi que es una reina, Rita Cortese, que es como mi tía. ¿Qué más se puede pedir?
–¿Las famosas rivalidades y envidias entre mujeres que tanta mala prensa misógina han tenido, no funcionan con vos?
–Ay, mirá, eso forma parte de una escuela antigua que nos ha perjudicado, es restar en vez de sumar. No te digo que no exista en algunos casos, eso de competir por el primer plano, la belleza, la ropa... Pero a mí no me interesa. Me parece un desgaste improductivo hablar mal de una colega, rivalizar. No es que sea complaciente, pero si critico a alguien trato de que sea a favor y de frente. No para desmerecer o competir, porque tengo tres hermanas y una mamá y sé muy bien lo que es pelearse, morderse, tirarse de los pelos y escupirse en la infancia. Pero basta, esto es diferente, no me sirve ni lo tengo en el cuerpo. Si se produce un problema con una persona, necesito blanquear las cosas. No soporto esos climas de incomodidad que flotan en el aire porque la otra pensó algo que yo no pensé... Para eso no estoy. Por supuesto, es divino chusmear un rato en el camarín sobre otras actrices, pero sin maldad gratuita.
–¿Es el camarín un buen lugar para que las chicas se hagan confidencias, chistes, se ayuden mutuamente?
–Es lo más lindo que hay juntarte cuando te querés, en el camarín o en cualquier otra parte. Yo me encuentro con Carolina Fal, Julieta (Ortega), Dolores (Fonzi), entre otras, y hablamos sobre el trabajo, aprendemos las unas de las otras y todo el tiempo nos estamos marcando, pero bien. Eso es intercambio. La comunión entre mujeres me encanta, soy fanática de Sex and the city y me parece que cuando podés tener amigas así y contar con ellas y compartir, sos millonaria. Con una amiga de verdad la vida es mejor.
–¿Cómo llevás el tema de la belleza que es visto por los medios como uno de tus atributos sobresalientes?
–Trato de no estar pendiente, aunque te presionan si hay que levantar el culo, las tetas, endurecer la panza. Todo eso ni te mejora como actriz ni te da seguridad con los tipos. ¿Viste cómo suelen ser ellos? Te quieren un día y te dejan plantada al otro, con todas las operaciones y la gimnasiaque podes haber hecho... Y si protestás, te dicen: bueno, nena, no te hagas la loquita. Y vos te quedás picando, con los músculos trabajados, las siliconas, la cara estirada, todo aquello que hacés porque te mirás con la mirada de ellos. De los hombres, que son maravillosos y menos mal que existen.
–Hiciste tres piezas que descollaron en la cartelera como Martha Stutz, Seis personajes en busca de un autor y Closer. ¿No extrañás el escenario?
–No, porque no puedo ni pensar en tener energía para seguir actuando de noche. Tuve ofrecimientos buenísimos para teatro, pero todavía no veo muy claro en qué volvería. Tendría que ser una pieza que me parta la cabeza, con alguien que me parta la cabeza trabajar. Me habían ofrecido La gata sobre el tejado, pero no era el momento. Sin embargo, el teatro me fascina. Vi a Carolina Fal en Amanda y Eduardo y aluciné. Ella es una actriz tan maravillosa, hacer algo así vale la pena. Como cuando trabajé en Seis personajes en busca de un autor, que crecí tanto: Jorge Lavelli me enseñó a leer de nuevo. Yo leía mal, sin darme cuenta. Comprendí que en el teatro si saltás una coma, es otra frase, hablás de otra cosa. Para mí, hay un antes y un después de Lavelli y ese Pirandello.