PERSONAJES
Se
hizo mundialmente famosa no sólo cuando se convirtió en la primera esposa
de Mick Jagger sino cuando se dio a conocer como la dueña de un estilo
por el que disputaban los grandes nombres de la moda en los ‘70. Pero
cambió. Desde hace mucho, Bianca Jagger dedica todo su tiempo al activismo
por los derechos humanos.
Por
Jennet R. Conant
Es sábado
por la mañana y el Hotel Carlyle está medio dormido, pero
cuando Bianca Jagger entra en el comedor, todo el mundo parece despertar.
Un maître se precipita para saludarla, la conoció en la
época en que ella y Mick, poco después de su matrimonio,
hicieron del lugar su cuartel general en Nueva York. Los habitués
lanzan miradas curiosas por debajo de sus diarios, un gentleman distinguido
de cabellos entrecanos no puede dejar de comérsela con los ojos.
Indiferente a las emociones que provoca, Bianca avanza a grandes pasos,
y hay algo de majestuoso en su forma de sacarse los guantes para darle
la mano al maître mientras le murmura algunas palabras que solo
él entenderá.
“Bianca Jagger es un icono”, tal es la opinión de Calvin
Klein. “Es una de las raras grandes bellezas de la época.
Bianca creó un estilo a la vez audaz y totalmente personal. Su
independencia auténtica le permitió hacer de su vida la
de una militante internacional reconocida y la vocera de los derechos
del hombre en todo el mundo.”
Al verla
uno siempre siente un shock, la belleza bronceada tan célebre,
sus rulos de un negro brillante. Está vestida con un austero
uniforme de invierno, un conjunto de Calvin Klein negro y un collar
de perlas de una sola vuelta. En estos días, ella sólo
usa Calvin Klein. Pero como un eco nostálgico de antes, se asoma
un encaje a penas visible en la “v” profunda del escote. Más
sexy que nunca, emana de ella un poder animal que atrajo a hombres tan
célebres como David Bowie y Carl Bernstein, sin hablar de su
último pretendiente serio, el senador Robert Torricelli. Actualmente
está sola: “Me temo que por el momento, por lo menos, no
hay lugar para un hombre en mi existencia. Nosotras, las mujeres, somos
mucho más generosas en nuestras relaciones sentimentales que
los hombres. Me cuesta comprender por qué, a menudo, estamos
dispuestas a arriesgar nuestras carreras, nuestro bienestar, nuestro
equilibrio por un hombre. Muy difícilmente los hombres pierden
el objetivo de su carrera. Yo no hice una carrera. Es por eso que consagro
todo mi tiempo a cumplir lo que yo considero importante: mi lucha por
la defensa de los derechos humanos”.
Se encoge de hombros con ingenuidad, sacude la cabeza. Sabe ser una
mujer imposible. Si se le cree al célebre historiador Arthur
Schlesinger Jr.: “Ella es un fenómeno; una mujer regia que
podría pasar sus días en los desfiles de moda y los night
clubs, pero que va sin temor a los lugares más peligrosos del
mundo para defender los derechos del hombre, los de los niños
sin hogar, los detenidos por opositores. Si tuviéramos más
Biancas, el mundo estaría menos agitado de lo que está”.
Ella no ignora que hoy es diferente de la idea que se tenía de
ella en 1971 cuando, vestida con un fabuloso conjunto blanco de Yves
Saint Laurent, avanzó ante los paparazzi del brazo de Mick Jagger
en su casamiento en Saint Tropez. Con apenas 20 años, embarazada
de cuatro meses y, agrega ella, no siendo más que una niña.
Durante ocho años jugó a ser la esposa de su marido rock
star, no sin convertirse en la reina del jet set internacional y una
de las mujeres más fotografiadas del mundo. “Es gracioso”,
dice el fotógrafo de moda Mario Testino, “que una mujer
pueda provocar tal inspiración, la mezcla de los looks, y un
aspecto internacional. En Bianca, su sentido del estilo, demostrado
en todo lo que se ha puesto en público a lo largo de la década
de 1970, constituyó una referencia para cada una de nosotros”.
Ella estaba en la primera página de los diarios cada vez que
estrenaba una nueva vestimenta delirante. “¿Es que tengo
la nostalgia de los maravillosos vestidos que usaba antes, los de Yves
Saint Laurent, Ossie Clarke, Marc Bohan, Nommy Nuttes y los zapatos
de Manolo Blahnik y tantos otros? Sí, extraño los de Yves
especialmente; el diseñó mi vestido de casamiento y algunos
de los más lindos vestidos que he usado. Siempre me sentí
muy femenina en su ropa, elegante, llena de imaginación y tan
bien cortada... Soy una de sus admiradoras. Pero hoy llevo una vida
muy diferente. Mi trabajo me lleva a lugares muy lejanos y difíciles,
a menudo a lugares de conflicto, de manera que no tengo la oportunidad
de vestirme.”
Al
recordar su período “dandy”, Blanca sonríe y
explica con una voz grave, un poco ronca y todavía cargada de
acento: “Yo era un varón frustrado, con un sentido del individualismo
y una cierta rebelión. De niña, no me gustaban los vestidos
que mi madre me compraba. Entonces aprendí a coser yo sola. Llegaba
hasta a planchar las polleras plisadas, era muy puntillosa, como mi
padre con sus trajes de lino blanco. Cuando viví en París,
me enamoré de la imagen de los dandies de fin del siglo XVIII,
cuando el refinamiento del estilo y la sensibilidad hizo nacer uno de
los períodos más románticos de la historia. Entonces
yo usaba trajes de hombre, con cuellos postizos, sombreros melón
y un bastón.” Agrega que en realidad el bastón era
muy útil: ella sufría desde la infancia de una debilidad
en la rodilla izquierda, debido a una caída en una clase de danza.
Pero como el bastón llamaba demasiado la atención, terminó
por renunciar a él, antes de retomarlo después de varios
años, cuando se rompió la pierna en un accidente de bicicleta.
“Bianca –dice William Schutz, director ejecutivo de la rama
norteamericana de Amnesty International– sabe utilizar muy eficazmente
su celebridad para llamar la atención sobre las causas poco populares,
esas en las que la mayoría de la gente conocida evita implicarse,
como la pena de muerte, aprobada por el 80 por ciento de los norteamericanos.”
Ella denunció tanto la revolución sandinista como la guerra
llevada a cabo por los contras o la brutal ferocidad de los escuadrones
de la muerte en El Salvador, en Honduras y en Guatemala. Defendió
la causa de los musulmanes violados por las fuerzas serbias y, junto
con otros, se negó a que se callara la masacre de Srebrenica,
ayudando a revelar lo que se convirtió en un enorme escándalo
en la ONU. Ella recolectó fondos para las selvas tropicales de
Amazonas y Nicaragua, para dar asistencia médica a Bosnia asolada
por la guerra, abastecimiento y ayuda de urgencia a lasvíctimas
del huracán Mitch que asoló su país natal el año
pasado. Hizo campaña sin cansarse por los derechos de las mujeres,
por los centros de atención de los enfermos de sida, contra la
pena de muerte. Se podría ver una mezcla un poco diletante de
las causas y las crisis; pero hay que recordar que ella siempre hizo
todo en exceso. Hay un método en su locura, aunque no sea inmediatamente
aparente.
“En el centro de todo mi compromiso en favor de los derechos del
hombre, mi preocupación esencial es la justicia. Luego viene
mi preocupación por los derechos de las mujeres y de los niños”,
dice ella. “Mi primera toma de conciencia política la tuve
viendo el sufrimiento de mi madre. Todavía ese recuerdo me da
tristeza.”
Bianca tenía 10 años cuando sus padres se separaron: el
mundo privilegiado en el que vivía se vino abajo. Su padre, un
rico hombre de negocios, siguió teniendo un lugar en la buena
sociedad. Pero su madre, casada muy joven, fue brutalmente obligada
a ganarse la vida y a alimentar a tres niños. Abrió un
café cerca de su antigua casa, luchando para salvar las apariencias:
“Crecí en una sociedad católica muy conservadora
y en esa época, en Nicaragua, una mujer divorciada quedaba excluida”.
No tenía aún 17 años cuando fue a la embajada de
Francia en Managua y solicitó una beca para estudiar ciencias
políticas en París. Su padre se opuso vivamente a que
ella abandonara el país, pero su madre quería que ella
estudiara. Se inscribió en el Instituto de Estudios Políticos
donde, por su edad, se encontró en la residencia universitaria
de los alumnos holandeses, la más estricta de todas. “Cuando
el avión aterrizó, yo estaba aterrorizada.” En realidad
había llevado hasta entonces una vida muy enclaustrada, sin tener
permiso para salir sola jamás. Pero rápidamente se acomodó
a su nueva existencia, enamorándose de París, de la vida
universitaria y de las ocasiones que le ofrecía. Después
de tres años de estudios, estaba por obtener su diploma cuando
conoció a Mick.
Como dice con un tono seco: “Para el mundo exterior, casarse con
un hombre tan célebre debía parecer un éxito maravilloso,
el sueño de muchas jóvenes de la época. Pero no
puedo imaginar situación más difícil para alguien
como yo, independiente, que quería ser juzgada por sus propios
valores, y de pronto me encontraba con alguien que tenía una
personalidad tan fuerte y en un medio muy misógino que me recordaba
la condición de la que traté de huir... Fue entonces que
se produjo mi segunda toma de conciencia”.
Sus ojos marrones tiene una expresión de desafío, pero
quedan en eso. No teniendo nada demasiado agradable que decir de ese
período, ella prefiere callarse. A los 28 años entabló
una demanda de divorcio por la cual los tribunales británicos
le concedieron un millón de dólares y una pensión
alimentaria para su hija.
En
los primeros años que siguieron a su divorcio, Bianca recorrió
el mundo en todo sentido, dispuesta a ir a todos lados salvo a Nicaragua,
a donde ella no había vuelto después de 1972, cuando un
terrible terremoto asoló el país. En esa época,
ella caminó entre las ruinas con su esposo, buscando a sus padres,
agobiada por los sufrimientos que la rodeaban. Ella convenció
a Mick de organizar un concierto de los Rolling Stones para reunir fondos
para las víctimas: fue uno de los primeros conciertos de caridad.
A veces, Bianca parece un poco cansada. Si su trabajo caritativo puede
parecer tan prestigioso como apasionante para algunos, a menudo es abrumante,
agotador, y en una ocasión, muy doloroso para ella. En 1993,participando
de una misión encargada de llevar suministros y asistencia médica
a Bosnia, ella ayudó a un niño de 8 años llamado
Mohamed que, víctima de una malformación cardíaca
congénita, tenía necesidad de una intervención
quirúrgica. Ella estuvo a su lado más de un mes en un
servicio de pediatría en Tuzla, tratando de encontrar a sus padres
e interviniendo incansablemente ante las fuerzas de la ONU para que
el niño pudiera partir de Bosnia. Mohamed fue finalmente operado
a corazón abierto en Nueva York, y Bianca se ocupó de
él durante las largas semanas de convalecencia. Hasta pensó
en adoptarlo en un momento. Pero el niño extrañaba a sus
padres y pidió volver a su casa. Haberlo salvado es una de las
cosas de las que está más orgullosa; enviarlo de regreso
una de las más penosas que debió soportar.
Bianca partió en otra cruzada, ¿y qué hacer sino
cederle el paso? Nada la podrá detener. “A veces me pregunto
si la vida que llevo no es demasiado seria. No tengo el tiempo que desearía
para saborear la existencia y divertirme. Pero, en definitiva, mi trabajo
es infinitamente más importante que todo eso, que por otro lado
aprecio mucho, y el sacrificio vale la pena.”
Traducción: Celita Doyhambéhère
