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MUSICA

 

La diva

cómica

Natalie Choquette hace ópera en broma, pero interpretada en serio. Esta mujer, nacida en Tokio y de vida nómade, hace años que encarna a “las Divas”: catorce personajes de prima donna que hacen sus números cómicos, pero sin desentonar sus arias. Un personaje.

Por Moira Soto

Se ha dicho y vuelto a decir de ella, con toda justicia, que es la perfecta antidiva. En el hall del hotel donde se hospeda, un poco desgreñada porque se quedó dormida esperando a la cronista, Natalie Choquette, alias “La Diva” en sus espectáculos, da pruebas de su absoluta sencillez. La cantante trae su nueva edición de ¿Quién dijo que la ópera es aburrida?, en la que participarán además de su eficaz y gracioso pianista Scott Bradford, el Grupo de Canto Coral dirigido por Néstor Andrenacci y el bandoneonista Daniel Binelli. De una minuciosa y ecléctica formación musical, Choquette, hija de un diplomático, nació en Tokio y se pasó buena arte de su infancia viajando: de Roma a Moscú, de Moscú a Perú...
Hace poco más de veinte años, Natalie Choquette empezó a cantar profesionalmente sin encasillarse: folklore, música contemporánea, comedia musical, temas religiosos y, desde luego, ópera. Y hace siete, después de grabar La pasión según San Mateo en Suiza, con la Lausanne Chamber Orchestra, dio a luz a las Divas. Catorce prima donne que en diversos estilos empezaron a hacer arias perfectamente entonadas en situaciones cómicas. Presentó primero el show en Montreal y encantó al público, de modo que las Divas, además de aquerenciarse en Canadá, salieron al mundo a divertir a otros públicos, siempre sin descuidar la calidad del canto. Así fue que Natalie recibió diversos premios, actuó con prestigiosas orquestas internacionales y no dejó de extender su repertorio.
Hoy, mañana y pasado, Choquette presenta su recital ¿Quién dijo que la ópera es aburrida? II en el Teatro Coliseo (entradas de $ 20 a $ 60) con un programa que incluye veintitantos temas (Verdi, Offenbach, Gershwin, Puccini, Bizet...), entre los que destaca “el Alleluya de mi amigo Bruno Arsenault, a quien acompañé en su muerte; es una melodía de gran simplicidad y belleza”.
–¿En qué momento descubrís, quizás sin ponerle nombre todavía, tu sentido del humor y su efecto sobre los demás?
–Creo que las primeras manifestaciones ocurrieron cuando era muy pequeñita: mis padres eran diplomáticos, daban recepciones oficiales muy serias. A mí, esas reuniones me incomodaban, me ponían un poco tensa. Y cuando me pongo así, nerviosa, me surge el humor. Entonces empezaba a hacer sketches improvisados, payasadas, y me fascinaba ver cómo los rostros de expresión muy formal se transformaban y aparecía la risa. Era algo que me reconfortaba, me daba cierta seguridad. También sucedía que cuando mis padres discutían y había tirantez en el aire, yo me mandaba alguna gracia (Natalie hace extraños sonidos y morisquetas) y en un segundo el clima mejoraba.
–¿Pensabas que era un don que no todos tenían esto de ser graciosa?
–No pensaba nada, lo hacía espontáneamente, me daba buenos resultados y me liberaba de situaciones inconfortables. Años después, cuando descubrí que quería cantar y estudié canto lírico, un género que se suele tomar con tanta seriedad, mi imaginación, seguramente reviviendo aquellos momentos en las embajadas, empezó a volar en busca de ideas cómicas. Pensabacuántas cosas se podían hacer para aflojar esa atmósfera tan ceremoniosa... Pero era tímida, un rasgo que pude superar bastante cuando empecé a cantar en restaurantes, esos lugares donde la gente apenas te lleva el apunte. Hasta que un día me escuchó un director suizo y me alentó a cantar en conciertos.
–¿Entonces se destapó la soprano cómica que esperaba la oportunidad de salir a la superficie?
–Ya había hecho algunas cositas cuando cantaba otros géneros. Creo que el comienzo de esta manera de encarar la música fue cuando tuve que hacer una creación de diez minutos para el Museo de Arte Contemporáneo de Montreal. Se presentaban varias artistas, que encarnaban a las diversas musas, y a mí me indicaron que hiciese la de la mímica. Los días pasaban y la inspiración no me visitaba. Hasta que el mismo día de la representación, las ideas estallaron como un volcán e hice una parodia operística que resultó muy cómica. La gente rió muchísimo. Entonces comprendí que tenía esa posibilidad de hacer cosas graciosas en lugares o situaciones donde no se espera el enfoque humorístico. Bah, hacer payasadas. Hace unos años, mis amigos en Suiza me vieron hacer algunas gracias en un restaurante donde cenamos después de un concierto, y me preguntaron si quería hacer todo un espectáculo con estos recursos. Dije que sí, pero decidí incluir todo tipo de músicas, y preparé el primer espectáculo de este estilo, De Vigneault a Mozart –Vigneault es un folklorista muy popular en Québec–, donde hice distintas canciones, incluidas algunas de comedia musical y terminé con tres divas, una de ellas la Carmen, hecha por una cantante viejita. Esto se me ocurrió cuando años antes entonaba la Habanera en los restaurantes y prometía a los comensales que a los 95 iba a seguir cantándola.
–Vos, en realidad, encontraste la vuelta de crear personajes, las cantantes, que interpretan a otros personajes, las protagonistas de la óperas.
–Sí, sí, eso me multiplica las posibilidades de hacer humor. Entonces, mis espectáculos son para todo los públicos, pero hechos con mucho respeto y con dedicación a la parte musical, a la técnica. Uno de mis objetivos era acercar la ópera a la gente que conoce poco, que cree que este género está fuera de su alcance. Quería ayudarlos a descubrir toda la belleza de estas composiciones, y sabía que cuando te ríes, estás abierta a todas las emociones y se pueden caer los prejuicios. Creo mucho en el poder de la música: en algunos países hay artistas que entretienen y hacen reír a los enfermos, sobre todo a los niños, con buenos efectos terapéuticos. Mira, si me dicen que me quedan tres días de vida, yo quiero pasarlos riéndome. Con la risa, las angustias, la ansiedad, incluso los dolores físicos se diluyen.
–¿Te sentiste poderosa cuando descubriste que podías hacer reír a todo un teatro?
–Ah, claro. La primera vez, que estaba tan nerviosa y preocupada por todo los detalles, resultó una terapia también para mí. Me sentí estimada, protegida. Pero no es sólo el hacer reír lo que me interesa: me gusta abarcar otras emociones, pasar de la carcajada a la emoción que te aprieta un poquito el corazón. Esa emoción que sólo la música, compositores como Puccini, te pueden dar. Cuando los espectadores ríen primero, el corazón está tan abierto que toda la belleza de la música se apodera de ellos. Si esto es manipulación, es muy positiva.
–¿Por qué es más fácil para los intérpretes cómicos pasar del humor al dramatismo, que al revés?
–Bueno, Chaplin es mi modelo. Quizás los que hacemos humor tenemos menos prejuicios, y sobre todo conservamos alma de niño. Porque los chicos son así, tiene esa simplicidad. Esto sin despreciar a los grandes trágicos. Por eso yo me considero un poquito naïf. (Como si estuviese programado, eneste momento hace su aparición la hijita menor de la cantante y ella se derrite en mimos.) También, vivo con estos muñequitos que son mi inspiración. (Natalie se preocupa por el abrigo de la nena que sale de paseo: “Je t’aime”, le grita, y recupera la compostura.)
–¿Qué le cantás a tus chicos?
–Mucho folklore de todos los lugares, canciones para niños, también ópera, todo tipo de canciones. Mi hija, la de 4 años, es un torbellino con un oído increíble. Sí así lo desea, en el futuro, ella va a ser una auténtica diva. Claro, está en una familia muy musical.
–Tu marido, Eric Lagacé, aparte de ser contrabajista y tener su propia carrera, ¿participó en tu último espectáculo?
–Sí, claro, en varios aspectos: dirige la parte musical, hace todos los arreglos. Ahora voy a escribir un guión para la TV canadiense, “Las aventuras de la diva”, y trabajaremos juntos. El también cultiva todos los géneros.
–¿El humor es el mejor puente para conectarte con el público?
–Mira, yo recuerdo que, en el colegio, las asignaturas que mejor aprendía, con las que más disfrutaba, eran aquellas enseñadas por profesores con sentido del humor. Por la respuesta que recibo del público, por los agradecimientos que me hacen llegar, creo que he contribuido un poco a que se conozca mejor la ópera y otras músicas no consideradas populares. Todas las artes hacen bien, pero la música se transmite a través de una emoción física muy fuerte, se siente en todo el cuerpo.
–¿Hay en Canadá otras mujeres que hagan shows cómicos de creación propia?
–Todavía no, al menos en lo musical. En mi caso, creo que gané cierta libertad de espíritu gracias a los viajes, a vivir desde chica en distintos lugares. Esto me abrió los ojos, me volvió más observadora. Además, mi padre tenía mucha gracia para sobreactuar los cuentos, y mi mamá tiene el clásico british humour: cuando menos se lo espera, ping, lanza una ironía. Ella perdió a su padre a los cinco años, una tragedia, y siendo muy inteligente, en esa época debió postergar sus deseos de estudiar, a favor de su hermano varón. Esto siempre lo viví como una injusticia. Tampoco me conformaba que mi papá se llevara todos los laureles por su trabajo como diplomático cuando mi mamá estaba a su lado, a la par. Así que me propuse que nunca un hombre me iba a mantener, que yo me iba a valer por mí misma. Aunque las cosas han cambiado mucho para las mujeres, todavía hay mucho por hacer, sobre todo en ciertos sitios. Para mí, las primeras feministas de otros siglos fueron las comediantes. Que no podían cantar en las iglesias, que eran marginadas de la “buena” sociedad. Pero no te creas que cayeron todos los prejuicios: todavía hay gente que me pregunta: “¿Tu esposo te dio permiso para viajar?”.
–¿Es verdad que considerás a Rossignol, tu vestuarista, un factor decisivo en tu espectáculo?
–Oh, sí, ella es una gran persona que superó cosas terribles, muy maltratada por su madre, que se volvió loca. Pero Rossignol sobrevivió a todo y tiene un enorme amor por la vida: cuando yo seguí cantando en mis últimos embarazos, me hizo vestidos que destacaban mi panza. Rossignol es una artista y ha tenido mucha influencia sobre mí, me enseñó a vencer el miedo. Ella diseña, cose, a menudo a mano, y además me lee el pensamiento antes de que abra la boca.
–¿Sabés que llegaste a un país que está pasando momentos difíciles?
–Conozco la situación y me apena muchísimo. Voy a rezar por todos desde el canto, voy a desplegar toda mi energía a favor, además de ofrecerles estas músicas que recorren todas las emociones.