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ANTICIPO

las rubias
&
la ciudad

Candace Bushnell, la periodista autora de Sex and the City, sale ahora al ruedo con su nuevo libro, Cuatro rubias, en el que reproduce su ironía y su mirada crítica sobre gente como uno. En el capítulo que se publica aquí la autora hace una descripción descarnada sobre un matrimonio de periodistas políticamente intachables.

Por Candace Bushnell

Esta es una historia acerca de dos personas que trabajan. Dos personas con puestos muy, muy importantes. Dos personas muy, muy importantes con trabajos muy, muy importantes que están casadas entre sí y tienen un hijo.
Les presento a James y Winnie Dieke, la pareja perfecta. (O, al menos ellos piensan que lo son). Viven en un piso de cinco habitaciones en el Upper West Side. Se han graduado en las más prestigiosas universidades (él en Harvard, ella en Smith). Winnie tiene treinta y siete años y James cuarenta y dos (y piensan que ésa es la diferencia de edad perfecta entre un hombre y una mujer). Están casados desde hace siete años. Sus vidas giran alrededor de su trabajo (y de su hijo). Les encanta trabajar. Su trabajo los mantiene activos y neuróticos. Los mantiene separados de la otra gente. Y, al menos ellos lo creen, los hace superiores a esa otra gente.
Son periodistas. Periodistas muy serios.
Winnie escribe una columna sobre política para una de las revistas de actualidad más importantes. James es un conocido y respetado periodista que escribe artículos de entre cinco y diez mil palabras para publicaciones como en Sunday Times, The New Magazine Review o el New Yorker.
James y Winnie están de acuerdo en casi todo. Tienen opiniones muy contundentes. “Hay algo que no está bien en la gente que no opina con inteligencia y conocimiento de causa sobre las cosas”, le dijo Winnie a James el día que se conocieron en una fiesta en un apartamento en el Upper West Side. Todos los asistentes a la fiesta trabajaban en la industria editorial, y tenían menos de treinta y cinco años. Y la mayoría de las mujeres (Winnie entre ellas) trabajaba en revistas femeninas (aunque Winnie en la actualidad jamás habla de eso). James acababa de ganar un premio por un artículo sobre la pesca a mosca. Todos sabían quién era. Alto y delgado, de pelo rubio y rizado y gafas (todavía es alto y delgado, pero ha perdido casi todo el pelo), estaba rodeado de chicas.
He aquí algunas de las cosas en que están de acuerdo: odian a la gente que no es como ellos. Odian a cualquiera que sea rico, tenga éxito y aparezca a menudo en los periódicos (sobre todo a Donald Trump). Odian a la gente que está siempre a la última, y odian los objetos de moda (aunque James acaba de comprarse unas gafas de sol Dolce y Gabbanna). Odian la televisión, las superproducciones, los libros comerciales y mal escritos que aparecen en la lista de libros más vendidos del New York Times (y odian también a la gente que los lee), los restaurantes de comida basura, las armas, la gente religiosa de derecha, los grupos antiabortistas, las modelos (y también a los directores de revistas de modas), la grasa de la carne, los perros pequeños y ruidosos, y a los dueños de perros pequeños y ruidosos.
Odian a la gente que usa drogas. Odian a la gente que bebe demasiado (a menos que sea uno de sus amigos, aunque luego se quejan amargamente de él). Odian Hampton (pero todos los veranos alquilan allí una casa; en Shelter Island que, se dicen, no es realmente Hampton). Creen en los pobres (aunque no conocen a ninguno, salvo su niñera jamaiquina, que no esmuy pobre que digamos). Creen en los escritores negros (conocen a dos, y Winnie está tratando de hacerse amiga de un tercero que conoció en un congreso). Odian la música, y especialmente la MTV (aunque Winnie de vez en cuando ve “¿Qué fue de ellos?”, sobre todo si el artista en cuestión ahora es drogadicto o alcohólico). Piensan que la moda es una tontería (pero en su fuero íntimo se identifican con la gente de los anuncios de Dewar). Piensan que la Bolsa es un cazabobos (pero James de todas formas invierte diez mil dólares al año, y todas las mañanas mira en Internet el precio de sus acciones). Odian a los nuevos empresarios de Internet que de repente son millonarios (pero Winnie desea en secreto que James haga lo mismo y gane cientos de millones de dólares. Desea que él tenga más éxito, mucho más éxito). Odian lo que está pasando en el mundo y no creen en las invitaciones a comer desinteresadas.
Creen en las escritoras (siempre que no tengan demasiado éxito, o les presten demasiada atención o escriban sobre cosas que los Diecke no aprueban, como el sexo, salvo que se trate de sexo lesbiano). James, a quien en el fondo le asustan los homosexuales (tiene miedo de serlo porque, en el fondo, está fascinado por su orificio del culo, y por el de Winnie), dice que es feminista, pero siempre desprecia a las mujeres que no son como Winnie (incluida su hermana). Mujeres que no son serias. Que no tienen hijos. Que no están casadas. A Winnie la enferman -literalmente– las mujeres que considera unas guarras, o peor aún, unas putas.
Los Diecke no conocen gente que vaya a clubes nocturnos, o que salga hasta tarde, o sean promiscuos (excepto la hermana de Winnie). Para ellos, la gente que sale hasta muy tarde no puede ser seria. Los Diecke necesitan todo el día (y muchas veces las primeras horas de la noche) para terminar su trabajo. Y entonces están tan cansados que lo único que pueden hacer es ir a casa, cenar (la comida la ha preparado la niñera jamaiquina) e irse a dormir (Winnie tiene que levantarse a las seis para estar con su hijo y para ir a correr. El niño tiene cuatro años y Winnie confía en que muy pronto pueda correr con ella). En casa se muestran amistosos y superiores, y a veces (cuando no están trabajando) se quedan con su hijo sin hacer nada, en pijamas de franela. Winnie y su hijo llevan pantuflas en forma de animales de peluche, y Winnie juega a que los animalitos hablan entre sí. El niño es guapo, encantador y feliz, y nunca protesta. (Siempre que puede se mete en la cama con Winnie y le dice “mamá, te quiero”.) Está aprendiendo a leer. (Winnie y James saben que es un genio.) “Es un verdadero hombrecito”, le dice siempre Winnie a sus amigos que, como ellos, son personas equilibradas, ganan más de ciento cincuenta mil dólares al año y también tienen uno o dos niños. Pero cuando lo dice, Winnie siempre se sobresalta. Le da un poco de miedo, porque no le gusta reconocer que los hombres y las mujeres son diferentes. (Si no lo son, ¿ella qué es?.)
Winnie piensa (no; no sabe con certeza) que ella es tan inteligente como James (aunque no está segura de que él vaya a reconocerlo jamás), y es tan buena periodista y escritora como él. A menudo piensa que en verdad es mejor (en todo sentido, no sólo en lo que respecta al periodismo), pero él tiene más oportunidades (porque es hombre). El estilo literario de James y su propio estilo (que ella aprendió de James pero a su vez lo aprendió de otros de su misma ralea) no había sido difícil de adquirir, una vez que ella comprendió la motivación. Y sucedió lo mismo con su estilo de conversación: pseudointelectual y desesperadamente ingenioso al mismo tiempo. Ingenioso-intelectual. (Dime que soy lista, o me ensañaré contigo).
Winnie está profundamente resentida, y también James, pero nunca hablan de eso.

James está asustado James está asustado por su trabajo. Cada vez que termina un artículo teme que no le pidan otro. Y cuando ya le han pedido otro (y siempre lo hacen, pero eso no importa), le asusta no poder cumplir con el plazo que he han dado. Y cuando lo cumple, tiene miedo de que no le guste a su editor (o editores, siempre hay editores sin rostro agazapados en oscuros y pequeños despachos en las revistas). Y cuando le dicen que les gusta, teme que no se lo publiquen. Y cuando lo publican, se estremece de sólo pensar que nadie lo lea, o lo comente, y todo su esfuerzo no sirva para nada. Y si la gente habla de su artículo (no siempre lo hacen, y entonces tiene miedo de no ser un gran periodista), tiene miedo de que la próxima vez no esté a la altura de lo publicado.
A James le asusta Internet. (En el fondo, quisiera que no lo hubieran inventado.) Cada vez que envía un mensaje por el correo electrónico (y estos días parece pasar más y más tiempo enviando correos electrónicos trabajando, ¿pero no hace todo el mundo lo mismo?), tiene miedo de que le llegue a quien no debe. Y cuando le llega a las personas a quienes estaba destinado, tiene miedo de que sean ellas quienes se equivoquen de destinatario (...).
Pero sobre todo, James teme a su mujer. Winnie no parece tener miedo a nada, y eso asusta a James. Cuando Winnie debería sentir miedo, por ejemplo, porque le han dado un plazo imposible para entregar un trabajo o no puede conseguir que la gente colabore en las entrevistas, o no le encargan los trabajos que ella quiere, se enfurece. Llama a la gente y chilla. Envía e-mails (se pasa la mayor parte del tiempo frente al ordenador y se enorgullece de sus e-mails. Son concisos e ingeniosos. Muy distintos de los de James, que son divagadores, demasiado literarios e introspectivos. Winnie en ocasiones le acusa de escribir en un estilo recargado). Ella entra con paso firme en el despacho de sus editores, los interpela con voz sibilante: “Espero que no esté sugiriendo que mi trabajo no es lo bastante bueno” (...)
En las cenas informales que dan los martes, cada dos semanas (invitan a otros periodistas tan serios como ellos, y discuten las implicaciones políticas de todo, desde la cobertura de los teléfonos móviles hasta los famosos que contratan guardaespaldas, y comentan lo que le ha sucedido a los periodistas que han dejado las publicaciones de verdad y se han marchado a Internet), en esas cenas, Winnie habitualmente comenta el trabajo que tiene entre manos. Todos están sentados en el salón, con platos de Limoges (Winnie piensa que por informal que sea una cena hay que servirla en la mejor vajilla) sobre las rodillas, y comen ensalada de lechuga iceberg preparada con un aderezo bajo en calorías, pechugas de pollo sin piel y quizá algo de arroz (ninguna de las mujeres del grupo es buena cocinera, o se interesa por la comida). Beben un poco de vino. Ya nadie bebe cosas más fuertes.