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ARQUETIPAS

la misteriosa

Por S.R.

Misteriosas queremos ser todas, pero sólo algunas lo consiguen. Son las que logran guardar silencio en ese momento en el que las demás soltamos todo el rollo y desnudamos nuestras estrategias; las que se limitan a sonreír veladamente cuando las demás nos desarmamos, gritamos, hacemos añicos la vajilla o rompemos en llanto arrepentido. Todas queremos darle a entender a ese hombre que nos tilda que hay un rincón de nuestros actos o nuestros pensamientos a los que él no ha accedido, que mantenemos intacto dentro nuestro un Dorado inexplorado, una fuente de delicias que él aún no ha probado, que somos una cebolla rebosante de capas que nadie ha pelado correctamente. Pero, muy a menudo, lo que decimos y hacemos le da entender otra cosa: o sea, que estamos muertas por él y que nos bancaremos lo que sea.
Ella, en cambio, tiene secretos. Y la gracia de que los tenga reside en que no se los cuenta a nadie. Aquí sus virtudes se bifurcan en dos grandes rubros: para empezar, es una mujer capaz de hacer algo impublicable, algo puerco, algo alocado, algo que la divierta enormemente y le alimente el alma o le tonifique el cuerpo (que sea capaz de hacerlo, que quede claro, no significa que necesariamente lo haga). Y en segundo lugar, es una mujer capaz de disfrutar eso que hace (o haría sin asco) sin contárselo a nadie. Definitivamente, para ser misteriosa hay que tener talento.
La mayoría de las veces, las mujeres comunes y corrientes que queremos ser misteriosas nos limitamos a planear una aventura durante, por ejemplo, cinco años, el tiempo suficiente como para que el presunto candidato de correrías conozca a otra, se enamore y se case. O pergeñamos alguna escapada tramposa con tanta meticulosidad que mientras la pergeñamos quedamos embarazadas (del legítimo, claro, porque con el otro no hubo más que tres miradas furtivas) y pasamos de elegir el albergue transitorio en el que íbamos a consumar nuestra infidelidad a elegir la clínica en la que pariremos.
El límite entre una misteriosa con clase y una vulgar loca de la guerra es difuso, pero puede decirse que una loca de la guerra sólo obedece a sus instintos, mientras que una mujer misteriosa hace encajar, sólo Dios sabe cómo, a sus instintos con su espíritu. Las misteriosas de verdad son mujeres de espíritu libre, que no dudan en hacer saltar la banca de la estabilidad burguesa si sus convicciones se lo indican. Eso es lo que mantiene a un hombre seducido por tiempo indeterminado: la intuición de que a esa chica no la tiene segura, que no la puede dar por hecha, que si ella sigue estando con él es porque quiere, y no porque no se le ocurra otra cosa.