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JUGUETES

trapo, metal y madera

Las nuevas jugueterías se alejan del plástico y regresan, merced a la nostalgia de sus dueños, a un mundo en el que reinaban otros materiales y otro concepto de juego. La tendencia reivindica la producción artesanal y en pequeña escala.

Por Victoria Lescano

Representan una nueva modalidad de boutiques de juguetes donde en lugar de piezas de plástico en rosa chicle o el merchandising Pokémon predominan construcciones de madera y muñecos de tela. Mientras que en los shoppings desembarcó Imaginario, una cadena con miniaturas de madera, caleidoscopios y hasta canastas para picnic tamaño petit que, en el caso del Abasto, se convirtió en una atracción para las asistentes al Festival de Cine entre maratón de películas; Palermo tiene tiendas lúdicas que se suman al distrito del diseño.
Por las noches las rondas de hombres sin rostro que pueblan la vidriera de Jopajapa –Thames 1927– lucen góticos tras superficies de tul que en verdad son mosquiteros. En las mañanas, en cambio, se aprecian las optimistas combinaciones textiles de la diseñadora Florencia Vitón que también se extienden a juegos de sábanas, alfombras con aplicaciones de vacas galácticas o pistas para superautos con itinerarios que los pequeños usuarios pueden modificar con solo despegar el velcro.
La propuesta se complementa con una línea de muebles infantiles con imprimée de garabatos y letras de periódicos –vale recordar que los grafitti son uno de los últimos hot items en las carteras Vuitton–, caballos de madera y cebras para jugar al western –imprescindible prestar atención a los sombreros que ornamentan cada ejemplar– y a un ejemplar para niños más fiacas –como el sillón caballo con ruedas–.
También hay cuadros de Asterix y Lucky Luck y en lugar de Barbie dolls, series de muñecos de trapo que representan familias argentinas (“la consigna es que no haya muchos rubios”); hay libritos de trapo y una serie de clásicos contados con cambios de trama en desarrollo. La propuesta se extiende a trenes de madera sin pintar, una granja con cincuenta habitantes muy artesanales, vestidos de punto en versión infantil de Hilario y una extraña carpa de madera y paños de lunares que sus autores aseguran es ideal para funciones de títeres o escondite para días de lluvia.
Vale mencionar que buena parte de las propuestas fueron testeadas por el hijo de la pareja –Felipe, tres años– y modelo del catálogo. “Empezamos haciendo todo lo que no encontrábamos para él. Ahora me sorprendí porque muchas clientas nos hablan de la pedagogía Waldorf –las alfombritas para jugar, los sin terminar, los muñecos sin cara para que el niño se imagine- otros nos dicen que parecen objetos de arte para niños, tampoco faltan algunos padres que lo cuestionan”, dice Florencia, quien combina con su trabajo de vestuarista en cine y televisión con muchos de los personajes disponibles en Jopajapa.

Y en el recorrido se refiere al origen de sus complementos: “La última incorporación son piezas para obras de teatro que hace un grupo que coordina a chicos de la calle, también autores de El circo más pequeño del mundo, una aventura con personajes de corcho que se desplazan en un metrocuadrado en Pergamino a las alcancías réplica de casitas de Cabo Polonio y las pizarras de dibujo para viaje las hace una amiga artista”.
“Mi mayor aproximación a los juguetes fue hace algunos años armando colecciones del chocolate Kinder, porque de chica prefería hacer tortas de barro o jugar en los árboles con mis hermanos. En mi tienda quise recuperar esos juguetes hechos por las abuelas sólo para uno, que sean objetos lindos y que a las madres les recuerden a otros tiempos”, dice Florencia, antes de subir a su codiciado ejemplar de Peugeot 303 y marchar a su última función de vestuarista, que consiste en vestir, desvistiendo, a las mujeres del programa “Sábado Bus”.
Cubo, un local y taller de juguetes –Armenia 1495– tiene una fachada color verde cocina de los cincuenta, formato de rectángulo y los muebles, exhibidores, herramientas y juguetes cambian de lugar como las piezas de encastre que encabezan su lista de creaciones.
Allí el artista plástico y freak de los juguetes de madera Gonzalo Arbutti quien, asociado con Fernando Luvini y el librero y editor sibarita Guido Indij, da forma a construcciones pulpo, átomos, trompos y collares cascabel con figuras geométricas y látex. Muchos surgieron como réplicas de las bizarras esculturas que hace desde la infancia –en su perfil no se puede obviar que a los cuatro años jugaba con las herramientas de un abuelo ingeniero naval y anarquista, en la adolescencia expuso sus mezclas de cabezas de Barbies con cuerpo de cohetes en bibliotecas de Adrogué, luego pasó por Bellas Artes y desarrolló una serie con mecanismos de reloj, piedras y un cohete.
Los fetiches de Cubo adhieren al concepto de arte para la vida cotidiana y se hacen eco de las teorías pregonadas en el 1800 por el educador y pedagogo Federico Froebel, quien vio en los bloques geométricos la pieza central de su teoría e influyó a eminencias de la arquitectura y la plástica como Frank Lloyd Wrigth, los Eames, Kandinsky y Le Corbusier.
Las citas y los fundamentos del juego según Froebel (“agilizar la percepción, observación y comprensión de la unidad y la uniformidad de todos los fenómenos vitales y naturales, desarrollo de la sensibilidad formal y plástica”) aparecen en textos adosados al interior de las cajitas, cuyas letras recuerdan los afiches del constructivismo ruso.

“No hacemos una guerra contra los juguetes de plástico, entre ellos hay cosas geniales, tampoco somos tan ortodoxos ni pregonamos una alternativa para una vida mejor. Trabajamos con madera por su extrema nobleza aunque pensamos futuros desarrollos en tela y en estos días yo estoy fascinado con una muñeca con medias y telas que le hicieron a mi hija. Tenemos 14 diseños; todos están regidos por el precepto de que los juegos son alma y espíritu, tiene que ver con la naturaleza, abrir una búsqueda espiritual y eso no está contemplado por el diseño contemporáneo”, dice Arbutti.
A continuación se refiere a la historia de algunos de los juguetes didácticos y de sociedad: “Al solitario acá se lo llamó senku para simular un juego oriental, en verdad es un juego inglés que se llamaba saltar la oca, después lo rediseñó en la cárcel un francés. El tangram –el primero de su serie ludoteca y con el que empecé a salir a vender juguetes mientras trabajaba en una librería– tiene siete tablas (5 triángulos, un paralelogramo y un cuadrado) con los que se pueden hacer 1000 figuras y fue el favorito de Jonathan Swift, Lewis Carroll, Henry James y Napoléon Bonaparte. Y los de encastre, una técnica considerada el principio del diseño y la funcionalidad por la menor cantidad de materiales tiene su origen en el Japón. Leí que muchas de las casas japonesas están hechas con maderas unida por encastres y que los artesanos se desafiaban para ver quién hacía el encastre más jodido”, dice mientras juega con un cubo rojo y la cronista hace lo mismo con el muñeco Pako.
Luego hace un tour por el sector herramientas, donde Silvia, la madre de uno de sus socios, lima sin pausa los cubos y círculos que después seránpintados a mano en colores primarios. “No soy el personaje que saco cosas del baúl de los recuerdos y en verdad nunca tuve paciencia para los juegos, prefiero inventarlos”, dice derribando cualquier teoría sobre los juguetes del pasado, en cambio selecciona obras que pronto va a exponer en un bar y donde no faltan piezas geométricas de acrílico como su homenaje a Julio Verne en la escultura De la tierra a la luna.