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DIBUJITOS

Oh, Penélope

Boomerang, el canal de dibujos animados para nostálgicos, pone en escena a Penélope Glamour, esa rica heredera que al mando de su Auto Loco superaba cada una de las pruebas que pergeñaba en su contra la Garra Siniestra.

Por Soledad Vallejos

Está desesperada. Su vida corre peligro y ella, sólo una chica, en el más absoluto desamparo, atada a un poste con una cuerda que se enrosca en una pianola que toca alguna musiquita inverosímil, que va a terminar... no, no estrangulando a Penélope, sino tironeando tanto que el poste terminará por tierra, el techo no tendrá sostén alguno y ella, pobrecita heredera desafortunada, morirá aplastada. Todo eso va a pasarle, le cuenta la Garra Siniestra mientras se deleita por haber tramado una muerte tan cruel. “¡¿Oh, es que no tienes nada de bondad?!”, chilla ella. “Sí, prometo no reírme cuando mueras”, se redime él. Y entonces aparece el relator, y distrae al malvado, y apura a los gángsters que siempre socorren a Penélope y por tercera vez en el episodio la chica queda sana y salva. Y eso que todavía falta ver cuando escapa de un barril usando un rizador para cabellos que llevaba en el bolsillo. Historias de enrevesados planes, capturas, casi muertes y escapes que ni McGyver ni el Correcaminos es lo que sobra en “Los peligros de Penélope”, una de las tantísimas series clásicas de animación que Boomerang (el canal que Cartoon Network pensó para adultos melancólicos que quieren recrear su merienda solos, o con pequeños propios o prestados) rescató de los archivos Hanna-Barbera para poner en pantalla en medio de una estética retro-con-recuerdos.
Porque, como manda la política de la nueva señal, los dibujitos que llenan sus horas pertenecen a esa generación de fondos estables y nubes impertérritas que crió a los de veintitantos para arriba, y que estaba bien lejos de las técnicas y los conceptos actuales de animación. Ni estudios de mercado, ni estudios de focus group, ni referencias cruzadas a otros dibujos (excepción hecha, desde ya, de las creaciones de Tex Avery, que no se ven por Boomerang), las series de los ‘60 y ‘70 se regían más por el impulso y el valor colectivo de los trabajos individuales. De hecho, cuando la diva de “Los autos locos” apareció en la pantalla, nadie podía suponer que esas pestañas tan envidiablemente largas, esa cola de caballo impecable, y ese auto con un espejito a la altura perfecta para retocar el maquillaje hubieran sido obra de la casualidad. Mejor dicho, del apuro de un productor llamado Joe Barbera que, en cuanto el auspiciante dijo que al show le faltaba una chica, salió corriendo de la reunión para pedirle una al dibujante. Iwao Takamoto, el señor que estuvo contando la anécdota en Buenos Aires hace poco tiempo (el mismo que imaginó a Leónidas, Cañito y Cañete y la Hormiga Atómica), pensó, entonces, “en todos los tópicos que se asocian a lo femenino”, su marcador los juntó y en menos de dos horas, voilà, había nacido Penélope, con glamour, auto y enamorado.
Nadie puede dudar de que un rejunte de tópicos viene a ser lo mismo que una bolsa llena de nada, o lo que es peor, de un todo tan todo que difícilmente arañe algún viso de existencia, pero, vamos, quién no ha envidiado el perfecto tono de sólo-soy-una-chica ante el que, invariablemente, Pedro Bello era poco más que un súbdito capaz de abandonar esa carrera automovilística que nunca llegaba a ningún lado para ayudar a su amor platónico. Corría, entonces, 1968, y el primer episodio de “Los autos locos” dejaba en claro un par de cosas: que en el estudio Hanna-Barbera nadie tenía miedo a los efectos alucinógenos del aire que serespiraba en la época, que los episodios de media hora con que bombardeaban las mañanas de los sábados tenían éxito de antemano, y que eso de meter a una muchacha sobre un auto rosado con el número 5 (con nombre propio tan poco elegante como Compact Pussy Cat) había sido una idea excelente. Porque en menos de un año, Penélope no sólo había llegado cinco veces en tercer lugar y dos en segundo, sino que había pasado al estrellato, con el lanzamiento de su propio show. Es más, había arrastrado con ella a los Sugaboo, la banda de gángsters bobos y malhumorados que la adoran y existen sólo para protegerla. Porque esta nueva serie, elaborada a la manera de una película muda de los años ‘20 (inspirada, en realidad, en una, Los peligros de Pauline), mantiene todos esos tópicos: la muchacha de apariencia frágil se ha convertido en una rica heredera, pero sólo podrá cobrar su herencia si no le pasa nada. Y claro, ella no piensa abandonar la carrera, y no termina de entender el porqué de tanta saña de la Garra Siniestra, que no es otro que su mismísimo abogado, el esquizoide Silvestre 2 Caras. Como sea, a no desesperar, Penélope ha vuelto, y seguramente se salvará en el capítulo de mañana, después de dar otra muestra de la buena idea que es eso de andar llevando siempre encima todo tipo de maquillajes.
PD: por si los capítulos televisivos no alcanzan, es bueno prestar atención a Internet. Según rumores, estarán circulando por allí (sólo por allí) los episodios de “Penélope Glamour GT”, una relectura que convierte a la diva de glamour pop en vamp siglo XXI, con auto felino pero de lo más parecido al Batimóvil, capaz de lanzar misiles y un look personal totalmente renovado: casco a lo animé, hombreras, pechos destacados y un tatuaje en forma de corazón en la mejilla derecha. Bueno, es una chica, ¿por qué no va a cambiar?