Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

ARQUETIPAS

La exhibicionista

Por S.R.

No siempre es famosa y se pasea por Las Cañitas con su novio dieciocho años más joven (que ella). No siempre termina sentada en un programa de televisión ventilando con lujo de detalles cómo le destrozó el corazón ese marido al que encontró en la cama con la púber latinoamericana que le plancha por horas. No siempre es la chica a la que sin darse cuenta se le abrió el cuarto botón de la camisa (empezando de arriba) y anda de un lado al otro bamboleándose y sin percatarse (o mejor dicho fascinada con eso de lo que no se percata) de que los compañeros de trabajo se están tirando el café encima con más torpeza que la habitual. No siempre la exhibicionista es una de éstas, pero a veces sí.
Y otras veces se trata de mujeres que sufren cierto tipo de accidentes a repetición: en un outlet es la que se saca los pantalones en el probador sin cerrar la cortina; de noche, de mañana o de tarde, con su respectivo, es la que grita de lo lindo con todas las ventanas abiertas lo suficientemente fuerte como para que ni la del quinto ni la del octavo puedan perder la cuenta de cuántos clímax supo conseguir; en el vestuario del gimnasio es la que después de la ducha sigue en bolas mientras se maquilla y se peina, mientras a su alrededor se genera cierto escozor incómodo; en la playa es la que no hace topless pero se olvida de volver a atarse las tiritas del corpiño cuando se incorpora para recibir el café que le ofrece un cafetero estremecido por la visión imprevista de dos lolas al aire.
Ninguna de éstas es exhibicionista en el sentido estricto del término: o sea, sus psicólogos no las encuadrarían dentro de ninguna patología específica. Son chicas como cualquiera, pero en un trance constante o pasajero de goce en el que interviene la mirada o el oído de un tercero. Si es una amiga, será aquella que relate con lujo de detalles húmedos pero innecesarios sus encuentros con su mejor amante, a sabiendas de que por casa andamos pobres en materia de esos choques carnales. Detallará y detallará tanto y tan bien que la envidia nos enrojecerá los ojos y el fastidio nos hará humear la cabeza. Describirá con tanto énfasis las virtudes amatorias del tipo, que cualquier otro que nos toque a nosotras será un refresco de verano, una granadina agradable pero inocua comparada con el rompeportones que le tocó a ella. Tardaremos un tiempo hasta darnos cuenta de que acaso ese rompeportones sea acaso más un abuso del relato que una fotocopia de la realidad.
Para seguirle el tren a alguna de estas chicas, hay que tener vocación de auditorio, pasión por la platea, inclinación por la butaca, alma de espectadora y claque. Es de las que dicen: “Ay, estoy harta de hablar de mí. Cambiemos de tema. ¿Vos cómo me ves?”.