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ESPECTACULOS

NK

la ambición
roja

Tras haber brillado en Moulin Rouge, Nicole Kidman llega ahora en otro registro: se está por estrenar Los otros, del director chileno-español Alejandro Amenábar, que probablemente le depare un Oscar. La colorada altísima que fue hasta poco la señora de Cruise se afirma así en lo que es: una actriz más intensa y dúctil que su bello ex marido, al que todavía sigue pasándole facturas.

Por Moira Soto

Sí, totalmente de acuerdo: éste no es un suple de chismes del espectáculo... pero nos morimos por saber qué hay detrás de los altísimos tacos aguja que ahora calza satisfecha Nicole Kidman (¡como si le hicieran falta, con su metro ochenta y cinco!). Es decir, qué secretos por ahora indecibles se ocultaban detrás del pícaro brillo revanchista de su mirada y su sonrisa cuando le respondió al popular entrevistador televisivo David Letterman: “Bien, por fin puedo ponerme tacos altos”. La pregunta, obviamente, había sido: “¿Qué tal lo está llevando sin Cruise?”. Y la respuesta, evidente que calculada para ser formulada en un programa de alto rating, sin develar ninguno de los enigmas que rodean a la ex pareja que trabajó de perfecta durante diez años, resultó al menos reveladora del espíritu vengativo que anima a la bellísma australiana: se burló implícitamente de la retaconez del que fuera su marido, provocando las risas de Letterman, de los invitados que estaban en el piso y de ella misma, que no se privó de soltar una delicada carcajada triunfal.
¿Fue un chiste –con perdón– bajo o una graciosa y elegante salida de una mujer defraudada, harta de ser afable y considerada, que aún no puede dar a conocer los motivos de su bronca y entonces elige atajos como –otro ejemplo– decir que no va a tolerar que Penélope Cruz le malcríe a sus dos hijos adoptados?
Lo paradójico del caso es que la cada vez más ascendente –no sólo por los tacones sino por sus pujantes calidades estelares y laborales– Nic fue a ese programa a promocionar el estreno de Los otros, la película del chileno-español Alejandro Amenábar que se estrena muy pronto en la Argentina y que fue producida por el rey petiso de Hollywood, Tom Cruise. Esta producción hispano-norteamericana se empezó a rodar a mediados del año pasado, siete meses antes de la resonante ruptura (en febrero último), fechas en que Kidman y Cruise, en fotos y entrevistas, prosiguieron con el acaramelado show de la pareja rematadamente feliz: mucha franela, secretitos al oído, elogios mutuos... Francamente empalagoso.
Al producir una peli que la tenía de superprotagonista en un rol de mucha exigencia, ¿Tom le esta retribuyendo a Nic favores, en otras palabras, su larga actuación de esposa intachable? Conjeturas, desde ya, pero con algún asidero: hace unos cuatro años, sin dejar de señalar la dicha sublime que representaba estar casada con ese icono americano, N.K. empezó a deslizar quejas en los reportajes porque no se le reconocía una identidad propia en el terreno profesional. Ella, claro, aceptaba gustosa que T.C. fuera la estrella más famosa del planeta pero, sin aspirar a tanto, quería hacer la suya. A fin de cuentas, recordaba, por las dudas, cuando dejó Australia por amor a los 23, que ya en su patria tenía una carrera afianzaba y le llovían ofertas.

También madre ejemplar
Actriz desde los 14, la australiana nacida en Honolulu, que probablemente se lleve un Oscar por su impresionante laburo en Los otros, jura que se identificó alguna vez con la patita fea. Pero apenas hasta los 13: imagínense, se veía larguirucha, plagada de pecas, el pelo zanahoria, el pecho plano... Todo mejoró cuando empezó a hacer cine, a descubrir su vocación y su sex appeal. Aprendió a valorizar su pelambre rizada, a caminar con sus interminables piernas mientras su torso se curvaba (aunque no tanto como hubiese deseado, según ha confesado) y los papeles que le ofrecían eran cada vez más destacados.
Pero la ambición pelirroja (genuina) puede ser tan fuerte como la rubia (teñida) y Nicolasa –como la llaman a veces en España– quería más, es decir, quería Hollywood. Y Hollywood le llegó del bracete de la megastar Tom Cruise, con quien filmó Días de trueno en 1990, cero en logros artísticos y a la vez despegue del romance óptimo. Mejor, imposible. Más que buena letra, Nic desarrolló una caligrafía irreprochable en todo lo que tuviera que ver con el relato hacia el exterior, mediático, de su historia con Tom Cruise. Un ídolo indiscutible para la mayoría (silenciosa) del público que, sin embargo, no ha podido sustraerse a comentarios, versiones, rumores, denuncias que ponían sistemáticamente en duda la felicidad de la pareja, la heterosexualidad de él; y que no ponían en duda su esterilidad y su total dependencia de la iglesia cientológica, que impuso a su renuente mujer, de familia católica. De ningún otro actor, casado y presuntamente feliz –léase Tim Robbins, Tom Hanks, Paul Newman-, se ha dicho con (o sin) tanta insistencia que su matrimonio era una tapadera de su homosexualidad (como solía suceder en los viejos tiempos de Robert Taylor o Rock Hudson). Salvo lo del tema cientológico –que Tom siempre defendió y Nic trató de soslayar–, el resto de los dichos siempre fue asumido por la pareja como una suerte de conspiración internacional de gente envidiosa y resentida. Hasta que adoptaron una niña y un niño, y ahí sí, Cruise empezó con las demandas. No a su ex Mimi Rogers que en más de un reportaje aludió a su (de él) castidad para “preservar la pureza del instrumento” (sic), pero sí a la revista alemana Bunter que lo hizo aparecer reconociendo su esterilidad; a The Express on Sunday por insistir en que su matrimonio era puro montaje; a un par de actores porno que aseguran haber tenido relaciones sexuales con el prota de Nacido el 4 de Julio; al periodista Eric Ford por haber escuchado diálogos telefónicos entre los integrantes del todavía (aparentemente) feliz matrimonio...
A partir de Daños corporales (1993), el talento innegable de N.K. empieza a hacerse notar, mientras que su fina belleza se exhibe a pleno en Batman Forever (1995), luego del impacto de Todo por un sueño, con un rendimiento brillante en el papel de la trepa a cualquier precio. En las entrevistas, Nic suma a su rol de buenísima esposa (“estamos dispuestos a que esto dure para siempre”) el de madre ejemplar, desde luego respaldada por su maravilloso marido, mientras proyecta trabajar en Retrato de una dama (1996), otra gran interpretación de la actriz. Que fallará al elegir los siguientes films (El pacificador, Hechizo de amor) y dedicará –junto a su aún marido– dos años misteriosos a ese bluff kubrickiano titulado Ojos bien cerrados (finalmente estrenado en 1999). Todo ello sin dejar de promocionar las extraordinarias bondades de su cónyuge (“no me da razones para tener celos”, “es muy directo y honesto, no miente, tiene un gran corazón”, “yo conozco perfectamente las inclinaciones sexuales de Tom y bien contenta que estoy con ellas...”), pero mostrando cada vez mayor impaciencia por ser reconocida y por quitarse la etiqueta de Señora Tom Cruise. Casi lo logra en la peli de Kubrick donde, aunque él estaba más tiempo en pantalla, ella le daba lecciones de sutileza interpretativa. A mediados del año pasado, queda dicho, empezó el rodaje de Los otros, ella actuando, él produciendo, ambos como batatitas en almíbar. Y en febrero detonaron la bomba: Cruise (38) y Kidman (33) se separaban. La demanda la presentó él, y si antes hubo rumores, ahora ni les cuento. Porque el show de la felicidad había seguido hasta el 24 de diciembre, en que renovaron sus votos matrimoniales. Ellos hablaron de desgaste, los periodistas de un affaire (de ella) con Russell Crowe, hartazgo (de ella) de las presiones cientológicas de él en sesiones de “clarificación de energías negativas”, etc., etc. Ambos quisieron vender el cuento de la separación amistosa, pero la furia de Nic (por qué, queremos saber por qué) empezó a saltar por vías indirectas. El, al igual que Woody Allen en su momento respecto de Mia Farrow, dice que ella es una gran actriz y que está orgulloso de Los otros (film con el que ya está ganado dividendos, claro).

La hora de la estrella
Efectivamente, la hora de la consagración absoluta parece haber llegado para la inquietante pelirroja, previamente adorada por la cámara, las luces y Ewan McGregor en Moulin Rouge: Los otros, estrenada el mes pasado en los Estados unidos con buen éxito de público, mereció alabanzas de la crítica que se concentró en la labor de Nicole Kidman. Para A.O. Scott, de The New York Times –nada menos–, “Kidman personifica la inestable amalgama del film con una convicción terrorífica. Su gélido registro (...) se transforma aquí en la base de su interpretación con la mayor diversidad emotiva vista en ella hasta ahora. La imagen de Kidman en los pasillos tenebrosos, confusa y enojada, pistola en mano, es una de las más emocionantes del año”. Dennis Harvy, de Variety, se exalta: “Tom Cruise le ha dado a Nicole Kidman su mejor acuerdo de divorcio. (...) Ella está increíblemente bien, expresando a la vez transparencia emocional y desplegando un glamour digno de otra época. (...) Nunca estamos seguros de temerla o de temer por ella”. Kenneth Turan, de L.A. Times, no se queda atrás: “Kidman se entrega con resultados formidables a su papel. Como si interpretara a Lady Macbeth en un teatro londinense. Su interpretación es tan intensa y comprometida que domina y da alas al film”.
Alejandro Amenábar, el joven director de esta obra que ronda el mundo de los muertos que se quieren mezclar con los vivos, dice que cuando le puso la peluca rubia de melena corta a Kidman y la vio con el estricto vestidito azul, “apareció una mezcla estupenda de Grace Kelly y Vivien Leigh”. Justo lo que Amenábar buscaba, “una imagen que destilara algo de los ‘40, ‘50. Y Nicole ha dado ese glamour monacal difícil de encontrar en otras actrices” (Fotogramas, septiembre 2001).
El realizador declara que este homenaje a sus miedos infantiles (la oscuridad, los fantasmas), que se desmarca del cine de terror al uso de efectos especiales y escenas explícitas, “para tratar de meter miedo en los huesos con las armas contrarias, la contención, la sugerencia”, ha tenido en Nicole la intérprete ideal. “En el set, una profesional como la copa de un pino, a darlo todo. El film le debe mucho a su presencia, se merece todos los premios.”
Con un modelo de Chanel oscuro y escueto que realzaba su nívea piel, los famosos tacones vengadores y el pelo revuelto (como para alcanzar el metro noventa y cinco), Nicole llegó al estreno neoyorquino donde fue celebrada como una estrella. Ella, acaso para probar que sus intenciones son serias, ha prometido volver pronto a los escenarios de Londres, donde le fue tan bien con The Blue Room, para hacer La dama del mar. Porque el cine te da popularidad y lustre estelar, pero el teatro te da prestigio. Y Nic quiere tenerlo todo.