PERSONAJES
Emilse Moler
es sobreviviente de “La Noche de los Lápices”, ese operativo del cual
hoy se cumplen veinticinco años. Tras ser dejada en libertad vigilada,
cambió radicalmente de vida: de Bellas Artes pasó a Matemáticas, se
mudó a Mar del Plata y tardó mucho tiempo en regresar de su exilio interno.
Por Lila
Pastoriza
Emilse Moler
es profesora en Matemáticas, master en Epistemología e
investigadora en la Facultad de Ingeniería de la Universidad
Nacional de Mar del Plata. Allí vive con Fernando Cuesta, su
marido de toda la vida y con su tres hijos, las mayores de 18 y 25 años,
el menor de 11. Inquieta, vivaz, le gustan los deportes, el estudio
y la indagación sobre todo lo que renueva su asombro. Se instaló
en Mar del Plata durante la dictadura militar, en 1978, bajo un régimen
de libertad vigilada que duró más de un año. Nadie
lo supo durante mucho tiempo, pero ella venía de la Unidad Carcelaria
de Villa Devoto luego de haber sido secuestrada en lo que se llamó
La Noche de los Lápices y permanecer más de
tres meses en dos centros clandestinos de detención.
Este sábado 16 de septiembre, la misma inquieta y menuda Emilse
relató desde el escenario del Bachillerato de Bellas Artes de
la Plata lo que sintió hace 25 años, cuando exactamente
en ese mismo lugar recibió la noticia de que minutos antes habían
detenido a sus compañeras Claudia Falcone y María Clara
Ciochini. Como lo había hecho otras veces, pero nunca del mismo
modo y precisamente en ese sitio, evocó cómo irrumpió
entonces el terror sobre ella, inmersa en ese momento en las cartulinas
de colores, los pinceles y las mariposas con que montaban la escenografía
de la fiesta de la primavera. Lo hizo ante un público de ex alumnos
y compañeros, de familiares, de algunos profesores de antes (como
Chicha Mariani y María Gondel) y de varios chicos de ahora, todos
ellos tan paralizados escuchándola como ella misma había
quedado aquella tarde.
Primavera
del 76
Tenía 17 años y cursaba quinto año del
Bellas Artes cuando me secuestraron, en un operativo que incluyó
a muchos más compañeros que los de esa noche y de los
cuales sobrevivimos unos pocos, precisa. Emilse militaba entonces
en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), agrupación
estudiantil enmarcada en la tendencia peronista, de fuerte
relación con los Montoneros. Yo era de muy bajo perfil
en la militancia, a la que me vinculé en el 75, una época
ya difícil. Participaba en volanteadas, en pegatinas, lo cual
era todo un desafío, era un riesgo que yo asumía, pero
no daba un paso más allá de eso... Al principio hacía
lo que era la actividad de todos... Las marchas, los juicios a los profesores,
las movilizaciones donde nos encontrábamos todos... Nunca hablé
en una asamblea, en la época en que se hacían, 1973, 1974,
era muy chica. Venía de un colegio de monjas muy cheto, pero
me pasé a Bellas Artes porque me gustaba mucho el dibujo. Creo
que al segundo día de mi ingreso, la escuela fue tomada a raíz
de que le habían puesto una bomba a una profesor. Era en 1971,
yo tenía 13 años. Al día siguiente, cuando aparecí
en mi casa, me encerraron. Pero yo seguí, claro que sin militar
en grupo alguno, enamorada de todos los chicos relindos que estaban
en lo mismo y teniendo como referentes a mis tres primos varones (a
uno luego lomataron). Ellos estaban en el peronismo, mirá si
me iba a meter en otro grupo...
Emilse pertenecía a una familia de clase media, tirando a media-alta,
de La Plata. Su padre era un comisario general retirado, su madre tenía
una boutique. Ella y su hermana mayor (que luego militaría en
la Universidad) habían cursado estudios en el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús. En el bullicio y la movilización
de esos años, jamás imaginaría lo que luego sobrevino,
aunque ya en 1976 la situación había cambiado radicalmente.
No había más reuniones masivas, se instauró
la represión en los colegios, los preceptores fachos... Y comenzaron
entonces las advertencias con compañeros que se llevaban (uno
apareció luego muerto y fue un cimbronazo), de otros no supimos...
Pero aún no existía la idea del desaparecido.
En las primeras horas del 17 de septiembre de 1976, un grupo de encapuchados
se la llevó de la casa familiar donde ella había insistido
en quedarse. Entraron gritando que eran del Ejército y
que buscaban a una chica de Bellas Artes. A mí, que era chiquita
y vestía un pijama, ni me miraron y casi se llevan a mi hermana.
Pero luego se dieron cuenta. Y se indignaban porque parecía tan
nena, si hasta las esposas se me caían de las muñecas...
Emilse fue torturada en el Pozo de Arana, dependencia de
la policía provincial, donde estaban muchos de los secuestrados
en esos operativos, entre ellos sus amigas Falcone y Ciochini, y otros
chicos de la UES, como Horacio Ungaro y Gustavo Caloti. Este último,
estudiante que trabajaba como administrativo en la Jefatura de Policía
y había sido secuestrado el 8 de septiembre, relató al
juez Baltasar Garzón: Durante diez días de los 15
que estuve allí me torturaron. (...) De ese momento, aparte del
dolor, no tengo recuerdos de mi cuerpo porque no podía ni tocarme
ni verme, sólo ese sentimiento del dolor. (...) Luego me trasladaron
a la brigada de Quilmes. Pero antes, recuerdo un día que quedará
para siempre en mi memoria. Fue el 21 de septiembre, Día de la
Primavera, que también es el Día del Estudiante. Alrededor
del mediodía nos sacaron a todos a un lugar que era como un salón
y nos trajeron comida, eran ñoquis. Un policía me acercó
un plato y me invitó a comer. Como nadie me había sacado
las esposas, yo no podía servirme del tenedor, así que
él me daba de comer como a los enfermos. Y me hablaba calmamente.
Después me llevaron a un patio interno en el que me di cuenta
de que estaban todos los detenidos de Arana. No se cuántos seríamos,
pero sí varias decenas, todos en deplorable estado. Un policía
decía que había dos perros que nos controlaban, uno que
se llamaba Santucho y otro Firmenich. Estábamos sentados en el
suelo y al lado mío había una persona. Apenas pude hablar,
se trataba de Claudia Falcone, una estudiante de Bellas Artes. Recuerdo
que lloraba. Allí había muchos jóvenes que provenían
de colegios secundarios. (...) Luego nos devolvieron a nuestras celdas....
De todos los prisioneros que estaban allí, sólo cuatro
sobrevivieron.
La prisión
de obedecer
Desde
enero de 1977 hasta el 20 de abril de 1978, Emilse estuvo en la cárcel
de Villa Devoto. Las incesantes gestiones de su padre lograron sacarla
con vida del infierno. Mi papá, por el shock emocional
sufrido, no pudo escribir durante muchos años. Como en la cárcel
sólo podía recibir cartas de familiares directos, arreglamos
que me escribiría Fernando, mi novio (que era de la JUP e intentaron
que yo delatara) y que firmaría como si fuera mi viejo. Y así
fue. Yo fui pasando las cartas a un cuaderno de la cárcel, en
el que dibujaba. La semana pasada lo llevé a La Plata y exhibí
algunos de aquellos dibujos hechos en blanco y negro en la muestra Arte
contra el olvido... A su papá, Oscar Moler, que murió
hace dos años, el secuestro de su hija le cambió la vida.
Se instaló en otra ciudad,malvendió todo lo que tenía,
acompañó y cuidó a Emilse durante su exilio
interno y en los avatares de la libertad vigilada
contactó e informó a familiares de otras víctimas,
participó en las marchas contra la impunidad, declaró
en la causa Camps, en el juicio de Madrid... Pero, fundamentalmente,
todo esto ocasionó a mi familia un profundo e imborrable dolor,
terminaba diciendo su escrito al juez Garzón, en 1998.
Cuando estuve afuera, yo no temía que volvieran a secuestrarme,
lo que tenía era terror a violar las reglas que me habían
prescripto, dice Emilse al recordar su vida al salir de la cárcel.
La familia se había instalado en Mar del Plata porque se les
aconsejó abandonar La Plata. Me dediqué
a rearmar mi vida y debía ocultar todo lo ocurrido. Decidí
terminar la escuela y, como estaba retrasada dos años, dije que
había tenido hepatitis. Di quinto año libre con muy buenas
notas... Era medio rara yo... La libertad vigilada me obligaba a ir
semanalmente a la comisaría, todo a escondidas, y me imponía
no reunirme con más de dos o tres personas. Yo hacía deportes,
iba a la playa y me invitaban a salir, a bailar, al cine, pero no podía,
daba excusas, me iba de una casa cuando llegaba gente... Como Fernando,
mi novio, trabajaba y vivía en Buenos Aires y venía los
fines de semana, opté por estudiar de lunes a viernes y dar la
imagen de novia fiel. Ni me animaba a entrar en la facultad...
Al final, cuando lo hice, elegí Matemáticas, una carrera
totalmente absorbente, que nada tenía que ver con la realidad...
Fue bastante después que pudiste empezar a contar tu historia...
Sí, y muy de a poco. Al principio no podía salirme
de las reglas. Pero mis intentos de convertirme en una descerebrada
política fracasaron. Veía la dictadura y la gente festejando
el Mundial y lloraba... Quise dedicarme a hacer la mía, pero
no pude, me di cuenta de que la solidaridad, el deseo de justicia era
un camino sin retorno... Con mi familia al principio hablaba poco, me
sentía culpable de lo que estaban pasando. Sobre todo por mi
mamá, muy antiperonista, que nunca entendió lo sucedido,
que siempre vivió muy mal toda la historia, con mucha vergüenza,
que sintió mucho cómo la marginaron sus amigos. Con Fernando
hablaba, pero sin detalles. En 1982 nos casamos. Ese año hablé
por primera vez todo lo sucedido con una chica de la que me había
hecho muy amiga. Era a ella a quien más me pesaba no contarle
la verdad, sentía que la estaba engañando. Entonces le
conté y le dije que si decidía no verme más, que
era un riesgo estar conmigo, yo la entendía; si al fin y al cabo
ninguno de mis compañeros de escuela me había vuelto a
llamar... Ella reaccionó desde el afecto... Luego, de a poco,
me fui abriendo con otros. Me fui animando a contar mi historia en la
medida en que avanzaba la democracia. Sin embargo, luego, al ser pública,
ya no dependía de mí el relato, todo mi entorno me conocía.
Eso por momentos lo viví como una invasión, luego me fui
acostumbrando y lo fui incorporando... Hoy participo de multitud de
actividades por los derechos humanos, por la memoria. Trabajo en la
difusión de los Juicios por la Verdad, he declarado en varias
causas, colaboro desde la informática con el Equipo de Antropología
Forense, estoy trabajando en algo que creo importante que es la transmisión
que hacen los docentes de lo ocurrido... Pero siempre quise desarrollarme
en otros aspectos de mi vida, no ser sólo una ex detenida. Puse
mucho esfuerzo en mi formación profesional y en consolidar mi
familia. Ahora creo que ninguno de mis aspectos tapa al otro, conforman
mi identidad, ésa soy yo: alumna de Bellas Artes, ex detenida-desaparecida,
docente universitaria, mamá y compañera de mi marido.
Tu relato sobre La Noche de los Lápices generó
polémicas, sobre todo sobre la cuestión de las víctimas
inocentes, como si el crimen pudiera justificarse cuando en
algo estarían...
Sí, hasta entonces lo predominante era atribuir aquel operativo
a la lucha por el boleto escolar. Yo dije que esa movilización
había sido muyimportante, pero había ocurrido con anterioridad,
en 1975, y que a nosotros nos detuvieron por ser militantes de la UES,
que nunca me habían preguntado por el boleto escolar. Creo que
hoy se puede hablar de temas que antes era muy difícil abordar.
Y creo que la transmisión a los jóvenes requiere que no
se hagan simplificaciones de la historia ni cuentitos que
no sirven para entender lo que pasó, lo cual también impide
a los jóvenes entender este presente.