PERSONAJES
Una
señora en su punto
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Carolina
Herrera fue en su juventud la reina de la alta sociedad venezolana.
Empezó a diseñar ropa a los 40, cuando ya había nacido su primer
nieto. Más de veinte años después, esta señora que sigue siendo
impecable, y que fue la diseñadora exclusiva de Jackie Kennedy
en los últimos doce años de su vida, es un referente de lo chic.
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Por Isabel
Piquer *
Cuando cumplió
los 40, Carolina Herrera decidió hacer algo inaudito: empezar
a trabajar. No tenía por qué. Vivía en Caracas
en un mundo de lujo y privilegio. Pertenecía a una de las familias
más antiguas y adineradas de Venezuela. Estaba felizmente casada,
tenía cuatro hijos. Llevaba casi diez años en la lista
de las mujeres más elegantes del mundo. Era la perfecta anfitriona,
la reina de las fiestas de sociedad. Nadie se lo tomó muy en
serio.
De eso hace 22 años. Nunca hubiera podido anticipar este
éxito. Cuando empiezas, creo que nunca sabes muy bien adónde
vas ni si vas a gustar, porque tampoco lo estás pensando. Y de
repente llega. Luego, si tienes un poquito de éxito, es imposible
parar porque es como una droga. Sentada en uno de los sillones
de su oficina de la Séptima Avenida, en el Garnment District
de Nueva York, Herrera habla con la voz melosa de su acento natal. Está
perfecta. Ni una arruga. Es la imagen de la distinción que ha
sabido crear y vender desde su primer desfile, en un apartamento prestado
de Park Avenue.
Suena la banda sonora de Los Angeles de Charlie. En la habitación
contigua, una modelo espectacular se prueba un vestido de la próxima
colección. Contonea las caderas como en la pasarela. Herrera
se levanta para echar un breve vistazo. Gastón, su caniche, se
está aburriendo un poco. Hoy, fuera de temporada, todo está
tranquilo, la mayoría de las 80 personas de la oficina no trabaja.
Carolina
Herrera tiene la pose y la elegancia de una mujer de mundo. En Caracas
vivió las legendarias fiestas de su suegra, Mimi Herrera, amiga
de Greta Garbo y de la duquesa de Windsor. En Nueva York fue la diseñadora
de Jackie Kennedy en los últimos 12 años de su vida. Warhol
le hizo tres retratos, todos iguales salvo por el color de la sombra
de ojos. Y cuando Vanity Fair sacó el pasado abril una portada
plegable sobre estrellas y leyendas de Hollywood, no encontró
mejor decorado que una réplica del salón victoriano de
su casa del Upper East Side.
Tenía 13 años cuando su abuela la llevó a París,
a un desfile de Cristóbal Balenciaga. Fue su primera introducción
en la alta costura. Le gustó, pero no lo bastante como para pensar
en dedicarse a la moda. Yo no era de las que jugaban a vestir
a sus muñecas. Sin embargo, aquella experiencia dejó
huella. Aún ahora asegura inspirarse en las líneas claras
y sencillas del español que triunfó en Francia.
Esta imagen elitista también ha jugado en su contra. A menudo
se ha relegado a Carolina Herrera a la categoría de diseñadora
para las ladies who lunch (las damas que almuerzan). Si yo sólo
hubiera hecho colecciones para mis amigas habría cerrado hace
veinte años, porque una compañía no se puede basar
en eso. Es imposible. En aquel momento decidieron ponerme esa etiqueta,
pero mi moda no sólo ha sido para ellas.
El tiempo le ha dado la razón. El Park Avenue chic, las faldas
por debajo de la rodilla, lo clásico, lo caro llenan las páginas
de las revistas. Todo el mundo quiere parecerse a la adinerada minoría
neoyorquina. La moda es algo que cambia, pero ciertos elementos
son constantes: la sofisticación, la elegancia y, por supuesto,
el lujo, dicela diseñadora. La moda es una fantasía,
una locura, un misterio. ¿Qué es la moda? Es algo que
necesitas todos los días porque te vistes todos los días.
Cuando la gente está combinando lo que se va a poner por las
mañanas, ya está haciendo moda. Moda es historia, es civilización,
es arte, es un negocio.
Su nuevo éxito también se debe a la gestión de
la actual presidenta de la compañía, Claudia Thomas, una
mujer enérgica y sonriente que se incorporó a finales
de 1996, y a su asociación con dos empresas españolas:
la de perfumes Puig, propietaria mayoritaria de la compañía
Carolina Herrera, y la Sociedad Textil Lonia, de los hermanos de Adolfo
Domínguez.
Cuando empecé, tenía 40 años. Acababa de
nacer mi primer nieto. A menudo me han preguntado por qué se
me ocurrió meterme en esta aventura. Creo que hay un momento
en la vida de todo el mundo en el que debes hacer lo que realmente quieres.
Y ahora también me ha llegado ese momento para ampliar la empresa.
Ya lo comentaba Anne Wintour, directora del Vogue norteamericano: Lo
importante acerca de Carolina es que sabe exactamente quién es,
conoce perfectamente su estilo y por supuesto siempre todo le queda
muy bien.
María Carolina Josefina Pacanins y Niño nació en
1939 en Caracas, en el seno de una familia de terratenientes de vieja
ascendencia colonial. Tuvo una infancia privilegiada. Cuando era
pequeña, estaba totalmente dedicada a mis caballos y a mis perros.
Las fotos de aquella época muestran a una joven muy bella y muy
consciente de su estilo. Sus padres, Guillermo y María Cristina
Pacanins, eran pudientes, pero no frívolos. Tuve la suerte
de que mi madre impusiera disciplina y estructura en mi vida. Era muy
estricta, había un momento y un lugar para todo.
La alta sociedad de Venezuela rebosaba del dinero del petróleo.
Nadie esperaba que Carolina trabajara, así que con 18 años
se casó con Guillermo Behrens Tello. No funcionó. Se separaron
ocho años después. Era el primer divorcio en la familia.
Al cabo de poco tiempo se volvió a encontrar con un amigo de
la infancia, Reinaldo Herrera, que regresaba del extranjero y de un
corto romance con Cristina Onassis. Se casaron en 1968.
El matrimonio se trasladó a La Vega, la impresionante mansión
familiar del siglo XVI y con 65 habitaciones. Fueron años de
viajes y jet set. El rostro de Carolina salía regularmente en
las revistas.
Su gusto impecable terminó por atraer la atención de Diana
Vreeland, una de las gurús del mundo de la moda. Fue quien primero
la animó a diseñar: A veces se me ocurrían
cosas y me las hacía un costurero de Caracas, pero yo me vestía
esencialmente de Dios o Saint Laurent. No tenía mayores aspiraciones.
Al principio pensé en centrarme en las telas, pero Diana me convenció
para que me dedicara a la ropa.
Todo fue
muy rápido. En septiembre de 1980, Herrera presentó sus
primeros 20 diseños. Un año más tarde creó
su compañía, se mudó con su familia a Nueva York
y se instaló en una pequeña oficina de la calle 57. La
acogida inicial no fue muy buena. Otras mujeres del jet set habían
intentado crear sus propios modelos y todas habían fracasado.
Las críticas fueron malísimas. Me auguraban uno
o dos años de vida. Ahora se han dado cuenta de que estaban equivocados.
Pese a todo, la primera colección tuvo mucho éxito.
Herrera no puede evitar sonreír de satisfacción.
Echó mano de la agenda con suma discreción. Nunca
hablo de la gente a la que visto. Si alguien quiere decir que lleva
mis modelos, pues mejor. Pero yo no voy dando las listas. Sus
clientas siempre han agradecido esta rara cortesía entre señoras.
Poco a poco se fue haciendo de una sólida clientela. De aquella
época data su amistad con Jackie Kennedy. La primavera pasada,
Herrera inauguró con Caroline Kennedy Schlossberg la exposición
que el Museo Metropolitano dedicó a los años en la Casa
Blanca de la ex primera dama.
Cuando habla de las nuevas tendencias, Herrera no puede evitar apasionarse.
Me inspiran mucho los jóvenes, las formas de hacer lascosas,
de mezclar, aunque a veces hay un exceso de desnudez. La desnudez no
es moda, no tiene nada que ver. Lo de Jennifer Lopez. Eso no es moda.
Pero es lo del uniforme, como un ejército: desnuda como está
ha creado un ejército de mujeres que la siguen y que se quieren
poner desnudas como ella. Es triste, ¿no? Jennifer Lopez es buena
actriz y cantante, y lo hizo para atraer la atención. Ella se
lo puede permitir. Si ves a todas las cantantes nuevas, Britney Spears
y Cristina Aguilera, están todas desnudas. Alza la voz,
pero siempre termina riéndose.
Con la obsesión de la juventud se ha perdido todo. Muchas
mujeres no tienen edad para vestirse de esa forma. Lo bonito es ir a
tu punto. No me puedo poner lo mismo que se pone mi hija de 15 años.
Tienes que cambiar tu forma de verte. Hay que saber envejecer y conservar
tu propio estilo. Yo apuesto por mujeres que no quieren comprarse vestidos
donde se vea la etiqueta afuera. Yo prefiero a la mujer que tiene creatividad
y se pone lo que ella quiere, y eso pasa más en Europa que en
Estados Unidos o Japón, donde les encanta la marca.
* De El País
y Página/12.
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