DANZA
Rtte.:
Berlín
A
la cabeza del Schaubühne ensamble, la coreógrafa alemana Sasha Waltz
se destacó en el III Festival Internacional de Buenos Aires con Körper
y Zweiland, en donde desplegó un humor a la Buster Keaton con reflexiones
en acción sobre el cuerpo y la política. Sasha viaja y trabaja con toda
su familia y sin baby sitter.
Por Soledad
Vallejos
Podría
decirse que Raffaëla es una de esas muchachas que, de tanto ir
y venir, ahora lo único que quiere es pasar las noches de los
sábados en casa, instaladísima en un sillón frente
a la tele y comiendo helado con su chica. Y no se trata de una depresión
crónica, ni de una persona especialmente aburrida o poco sociable,
en absoluto. El asunto es que, a sus 25 años, Raffaëla Anderson
(un apellido que adoptó por el parecido de sus medidas con las
de Pamela) dice que ya conoció el infierno, el infierno y nada
más que el infierno, y que lo único que desea fervientemente
es una vida tranquila y apacible. De momento, en la Argentina sólo
se la conoció en su etapa de actriz seria, con el
estreno del film-escándalo (en el resto del mundo, no aquí)
Baise-moi, pero en tierras galas algo más que su cara se había
hecho conocido desde hacía algunos años, cuando empezó
una carrera como actriz porno que no conoció el estrellato pero
sí cierto renombre, el suficiente para haber sido identificable
a la vuelta de la esquina. Pues bien, ahora en Francia también
se la conoce por haber juntado anécdotas, sentimientos y coraje
para contar cómo pasó de adolescente rebelde y sin amigos
a escapar de casa, perder la virginidad durante el rodaje de su primera
película condicionada, abandonar esa carrera tras unos cuantos
años, emplearse como telefonista, y terminar actuando en cámaras
en tanto rencor acumulado. Todo eso, claro, lo cuenta en Hard, un libro
que promete convertirse en sensación de la temporada europea.
Antes de los 18, mientras crecía en medio de una familia francomusulmana
y las burlas de sus vecinos de Gagny, había empezado a sentir
cierta fascinación por las prostitutas: Adoraba
leer los testimonios de sus vidas, las historias de incesto, de pedofilia,
de violaciones, las devoraba. Apenas alcanzada la mayoría
de edad, sofocada por un clima familiar que sentía hostil, decidió
que era hora de probar otros aires. Valija, inexperiencia laboral absoluta
y poquísimos francos en el bolsillo, a los pocos días
de haber abandonado su casa no tuvo más alternativa que hojear
los clasificados. De todos los avisos, eligió responder a uno
de los más llamativos, y pisó por primera vez un pequeño
estudio. ¡Todavía me pregunto cómo terminé
ahí! Ni idea. Desvestirse delante de un equipo de rodaje es verdaderamente
atroz (...) Vender tu cuerpo ya es difícil, pero llegar a este
punto mucho más. Por otro lado, el universo del X me ha enseñado
un montón de cosas: ser independiente, hacerse respetar por tipos
que no tienen la costumbre de ser respetuosos con sus colegas femeninas.
También aprendí a obtener dinero de mi proxeneta. Porque
el señor que te lleva
a los rodajes y que se lleva el 20 por ciento de tu salario, para mí
es un fiolo, y no otra cosa. Cuando llegué el primer día,
yo no sabía nada del sida. Nadie me había dicho que me
hiciera el test, nadie me había prevenido sobre la existencia
de enfermedades de transmisión sexual. Llegué, me desvestí,
abrí las piernas y listo. Después me enteré de
que había que exigir los tests de los colegas hombres, de que
había que obligarlos a usar forros. Es criminal que no me hayan
avisado antes. ¡Te jugás la vida por nada!. Con más
títulos en su haber, entonces, Raffaëla empezaba a sentir
más cosas bajo su control. Los directores ya no le pedían
que se esforzara por demostrar placer, que dejara de parecer una actriz
de cine mudo (me decían: Eh, movete, gemí,
gritá), poco a poco, le tomé el gusto,
me divertía y me permitía realizar mis fantasmas.
Claro que, en los comienzos, esos fantasmas parecían inseparables
de la realidad. Al principio, era tan novata que temía
que me mataran. Todo por una película que vi cuando niña,
que se llamaba Street. Mostraba cómo mataban a las actrices porno
y las putas porque no querían seguir con ese trabajo. Eso me
volvió totalmente loca. En cuanto a las películas snuff
en las que las muertes y torturas son reales, parece que
se rodaban en Brasil cuando yo estaba en el ambiente, pero nunca vi
nada. Con el correr de los rodajes, sin embargo, algo iba cambiando,
la timidez que siempre la había caracterizado desaparecía
apenas se prendía la cámara, Raffaëla se transformaba,
era convincente y terminaba la cuestión con una decisión
que le reportaba el dinero suficiente para sobrevivir. Al principio,
lo hacía por el dinero. Quería hacerme cargo de mi vida,
decidir dónde vivir, con quién. Y continué sin
hacerme demasiadas preguntas, y me habitué a ganar mucha plata.
No me veía trabajando de secretaria por un sueldo ínfimo.
Raffaëla da cuenta, también, de un episodio escalofriante.
Ella tenía 19 años, ya había participado de un
par de películas y todavía no había perdido el
temor que le infundía el entorno del porno. Sin embargo, no había
reparado en otro aspecto tan temible como el ambiente en que trabajaba:
los espectadores. Una noche, mientras volvía a su casa, dos hombres
la reconocieron, la obligaron a subir a su auto. Yo tenía
19 años, me tiraron en el auto y me violaron en un sucucho de
las afueras. Logré escapar; hice una denuncia. Pero ni los policías
ni los jueces me creyeron: para ellos, una actriz porno es forzosamente
ninfómana. Fue por eso que soporté mal la escena de la
violación al principio de Baise-moi. Lloré mucho, no quería
hacerla, pero luego me sentí aliviada porque había exorcizado
un dolor. Conozco de memoria mi parlamento del final de la escena: ¿Mi
concha? No podés aguantarte las ganas de entrar, de todas maneras,
ya no guardo nada precioso allí. Es como un auto que estacionás
en la ciudad, no dejás nada de valor dentro porque no podés
impedir que sea forzado. Eso resume bastante bien lo que pienso
de mi sexo.
Ahora, dice, tres años después de haber abandonado el
porno y haberse reconstruido, de haber trabajado como vendedora y telefonista,
y de la fundamental experiencia que fue para ella el trabajo con Virginie
Despentes, tal vez continúe en el cine más o menos mainstream.
Vive con su compañera (no soy homosexual porque me disgusten
los hombres, sino porque prefiero la relación mujer-mujer. También
me gustan los muchachos, pero tengo un problema: su cuerpo me bloquea,
no puedo hacer nada) y sufre por haber resignado uno de sus sueños,
tener un hijo. Pero de momento me bloqueo. Por los muchachos.
Y además tengo terror de que la gente pueda revelar mi pasado
a un hijo mío. Preferiría decírselo yo misma. No
se lo quiero hacer pagar a nadie que no haya tenido que ver con eso.
Por esas razones, sin duda jamás tendré un hijo, y eso
me pone triste.