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PERSONAJES

Yorio quiere emborrachar su corazón

Después de casi una década de dedicarse casi exclusivamente a enseñar canto, María Rosa Yorio vuelve a cantar. Esta vez, también tangos. Y lo hará para cerrar su primera muestra de pinturas, en la que trabaja desde hace más de un año. La chica que surgió con Sui Generis y que se consagró con Porsuigieco, ahora es una mujer que no habla mucho del pasado.

Por Sandra Russo

Ella se ríe y dice que no, que no, que no es un prócer, pero por sobre sus hombros se ve a la diseñadora Sol Suide, una de sus alumnas de canto, afirmar que sí, que sí, que claro que es un prócer. Durante la charla en este piso 18 de pleno Palermo, un mediodía lluvioso que hace juego con el nuevo repertorio que eligió –tangos cantados en clave de blues, piezas casi nobiliarias como “Fuimos” o “Nostalgia” que María Rosa Yorio frasea con respeto y audacia–, apenas una sola vez, y como al descuido, hay una mención al pasado. La mujer de pelo ahora rubio y los ojos rasgados de siempre no mira atrás, pero trae con ella incorporado ese recorrido afortunado que empezó a los 18 años, cuando su vida se cruzó con las de Charly García y Nito Mestre, y ya nada fue igual.
En aquel momento, su voz era la que los casi 200 mil adolescentes y jóvenes que compraron Adiós Sui Generis escucharon en los coros. Yorio era todavía más conocida por ser la esposa de García –y la madre de su hijo Miguelito– que por sus méritos musicales. Recién en 1974, con la formación de Porsuigieco, su voz se alzó, despegó, se hizo reconocible; después de debutar en el legendario Auditorio Kraft y de girar por varias ciudades del interior, la placa producida por Jorge Alvarez para Music Hall dejó constancia de esa voz femenina que irrumpía en esa escena del rock nacional todavía predominantemente masculina: de aquellas canciones que han pasado al imaginario colectivo de varias generaciones, acaso la que más sigue sonando en el silencio es “Quiero ver, quiero ser, quiero entrar”. Es el eco de un tiempo en el que los jóvenes todavía no eran cínicos.
Ahora, después de una década de estar dedicada casi exclusivamente a la docencia, María Rosa está lista para salir. Con música y también con pintura. Hasta el 12 de octubre, sus cuadros estarán colgados en el Centro de Gestión y Participación (CGP) de Coronel Díaz y Berutti, en Palermo, el barrio en el que vive desde hace mucho. En la clausura, la pintora cantará.
–¿Qué es esto de la pintura?
–En realidad pinté toda mi vida. Empecé a pintar con mi papá, y después seguí pintando con algunos caballeros que me acompañaron. Amigos o parejas. Con Charly pintábamos cuando estábamos juntos. Pero siempre tuve un poco de reservas, me atemorizaba la figura humana. ¿Pintar un codo, pintar una mano? Guau, qué miedo. Hasta que un día me compré materiales y me lancé, ya sin temor.
–¿Con maestro?
–No, sin. No estaba para maestros. Ahora me gustaría poder elegir uno que me guste mucho, como Guillermo Roux.
–Y la muestra, ¿cómo se armó?
–Empecé a mostrar las pinturas en el barrio, en las galerías. Y un día me llamó el director del CGP de acá, y bueno, se dio. Vinieron, les gustaron las obras y ya están colgadas. Y además voy a hacer un show, en el que también van a cantar mis jóvenes alumnas...
–¿Alumnas y no alumnos?
–Se da que vienen mujeres. Hay un varón, bueno. Pero si hay que hacer una muestra, a las chicas les decís “vamos a mostrar” y todas dicen que sí. Los varones dudan.
–¿Las mujeres se exponen más que los varones?
–O acatan más las reglas, qué sé yo...
–¿Estuviste estos años concentrada en dar clases de canto?
–Sí. Me sirvió porque me gusta enseñar, pero también estuve un poco aislada del mundo (no lo dice, pero sus ojos rasgados se rasgan más: hubo un dolor muy fuerte, y se agazapó hasta estar preparada para bajar los 18 pisos que la separan de la tierra y volver a pelearla: ese momento es hoy). Pero seguí trabajando, creando, estudiando. Estudié piano, composición, pinté... Quieta no estuve. Y ahora siento que acá hay una mujer que tiene algo para mostrar, quiero darla a conocer.
–¿Y el tango? ¿De dónde salió?
–Estuvo desde que era chica, y ahora hago los mismos tangos que cantaba cuando era chica. El tango lo llevo. Y un día iba por la calle, distraída, y empecé a blusear: “Quiero emborrachar mi corazón, tararararará”, y seguí, y cerraba.
–Y con la pintura, ¿la forma o el color?
–Las dos cosas. Pero yo empiezo descargándome. Me gusta ver el material arriba de la tela. Me gusta lo que pasa. Yo creo que la pintura produce movimientos energéticos en quien mira. Eso lo decía Mondrian. Por eso los esotéricos usan colores y formas para producir esos cambios en la energía. Yo creo eso. Pinto, y después me alejo y miro. Creo ver cosas. Y sigo pintando, pinto lo que acabo de ver.
–¿Estás menos acotada en la pintura que en la música?
–¡Sí! En la música tenés un sol sostenido con un sí menor, y querés ponerle un fa sostenido y no hay caso, no funciona. Es cierto que en la música uno decide respetar estructuras que, de última, podría romper. Pero sí, cuesta más arrasar con lo que se sabe. En la pintura es más factible dejarse llevar, ser antojadizo.
–¿Tu muestra tiene un nombre?
–Sí, se llama “Los motivos del lobo”. Era una poesía que yo leía de chica, sobre una conversación entre San Francisco de Asís y el lobo. Francisco le decía que era un sanguinario, que por qué vivía en estado salvaje. Lo convencía de ver otro mundo, el de los hombres, que supuestamente eran piadosos. El lobo probaba, veía, observaba, y después le decía a Francisco: “Muchas gracias, pero mejor me quedo acá”. ¿Cuál es el paralelo? Veo todos los días que la gente más pobre, más arrasada, es acusada de ser violenta, y no se me ocurre por qué o cómo podrían ser las cosas de otro modo, siendo este mundo como es, tan violento y arbitrario de arriba para abajo. No hay ejemplos, no hay reglas.
–¿Y la música? ¿Querés grabarla?
–¿Cómo no voy a querer? Quiero producir este material, porque me gusta y me parece bueno, pero hay un poco de hostilidad en el mundo de las productoras. Se usa un poco el maltrato. Y en ésa no quiero entrar.
–En los tangos se te desenmascara una cosa arrabalera que en realidad tuviste siempre. Te sale fácil.
–¡Qué piropo! Es cierto. Hace mucho, algunos me decían Tita Merello. Qué cosa Tita Merello, ¿no? Qué sola que está.
–¿Son dos cosas muy diferentes el hecho de crear y el hecho de vivir de lo que uno produce creativamente?
–Ahora sí. Son cosas distintas. Cuando yo empecé, las cosas se daban naturalmente. Una cosa se encadenaba con la otra. Todo era más pequeño, más fácil, todo era a escala humana. Ahora se complicó.
–Igual, se te nota contenta.
–Qué suerte si se me nota.