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INTERNACIONALES

Por la paz

Las mujeres no son pacíficas “naturalmente” ni su amor maternal es un “instinto”. Pero en cambio son, de diversos modos, las principales víctimas de las guerras. Por eso suelen organizarse en torno a la paz. Que no sean todas las mujeres implica la dimensión político-social de su elección.

Por María Moreno

Lo más humano les está prohibido: el rostro. Su ropa no las viste, es una prisión por cuya mirilla hasta el acto de mirar puede serles fatal. Para andar deben seguir a alguien –de lo contrario perderían el equilibrio– es exactamente lo que hacen, literalmente . Es como si su verdugo las hubiera cubierto con su capucha hasta los pies: nada más patético que una mujer afgana, bajo el régimen talibán , anónima en su burka. No puede hacer nada, en cambio se puede hacer de ella lo que se quiera: lapidarla, mutilarla, ejecutarla. Su imagen es lo único que logra enmudecer a los que piensan que el feminismo es un detritus del siglo XX. Hacía falta algo así: irrefutable. La primer guerra del siglo XXl, –según el lugar común de la prensa– ha desplegado toda clase de arsenal bélico, también en palabras. Pero ella es un símbolo: el paradigma de la víctima. Es razonable que su imagen repetida, una sucesión de pirámides de tela celeste, conmueva por igual a hombres y mujeres. Pero son organizaciones de mujeres las que más hacen hincapié en esa situación inaudita: una de ellas oscila entre la esclava y la muerta en vida. Y ella, clandestina y peligrosamente, comienza a desvictimarse, se organiza en grupos que se oponen a la guerra. No como una extensión del amor maternal, ni a causa de una identificación de sexo. Es preciso hablar de las mujeres y la paz, evitando todo esencialismo. La abogada feminista Maggi Bellotti intenta explicarlo: siempre es preciso explicar lo evidente porque entonces se suele descubrir que no era tan evidente o que es evidente pero inaudible.
–No hay una relación natural entre mujer y paz ni entre mujer y no violencia. Pero existe un peso simbólico de la maternidad en nuestra cultura, por razones históricas, prácticas y de autodefensa. Ya sea para despreciar a las mujeres, para considerarlas impuras o para glorificarlas. En Occidente hay un modelo de familia que nace en el capitalismo, a fines del siglo XVIII, la familia nuclear donde el papel de la madre es fundamental para la crianza y la educación de los hijos, emplazándosela en un lugar sustancial como cuidadora de la vida física y de la vida moral. Ese refuerzo del papel maternal puede intervenir en la elección de las mujeres de los movimientos por la paz. Cuando se es víctima, se puede reaccionar de dos maneras: convirtiéndose en victimaria o convirtiéndose en resistente. Y probablemente esta reacción de la víctima no como victimaria sino como resistente se relacione con este papel social que se le atribuye en su función maternal. El hecho del nacimiento –algo no muy tratado en la filosofía– significa un proceso previo de desarrollo en un cuerpo de mujer. Hasta ahora en ninguna cultura ha dejado de tener significado ese hecho que no puede ser reducido solamente a lo sociocultural. ¿Será posible que haya alguna cultura donde no tenga significado? Probablemente en una cultura donde la gente nazca en úteros artificiales. En la nuestra, esta relación entre el nacimiento y el cuerpo de la mujer es imposible de anular. Eso adquiere un peso histórico,social, ideológico mucho más fuerte, una consistencia que no tenía antes, lo cual no nos hace pacíficas por naturaleza.
En la década del setenta la francesa Elisabeth Badinter cometió un “sacrilegio” al historizar el amor maternal, quitándole el rango de instinto. Durante siglos los niños fueron estorbos, números de bocas a alimentar, exilados del pecho materno a otro alquilado, su muerte carecía de la dimensión trágica que adquirió con su privatización en el interior de la familia moderna.
–Incluso –bromea Laura Bonaparte, psicoanalista y militante de derechos humanos– el amor maternal parece no estar presente como natural ni siquiera en la iconografía religiosa. Si vos vas a un templo y ves a una virgen que tiene el niño en los brazos, está mirando para arriba, no está mirando al hijo. La única virgen que he visto y que miraba a su hijo era la de La Piedad de Miguel Angel. Y ésa sí tenía una expresión que te hacía llorar. ¿A quien mirarán las otras vírgenes ? ¿Al padre que está en el cielo?
–¿Una cultura de la resistencia puede asociarse a una cultura de la paz?
–Lo que puede decirse es que hay una cultura del aguante –contesta Maggi Bellotti–. En las situaciones de crisis, económicas, sociales, cuando los hombres se desarticulan, las mujeres reaccionan, aunque sea creando fuerzas de protesta como movimientos de supervivencia. Que puedan soportar situaciones límites y encontrar respuestas en situaciones límites se debe a que han vivido siempre enfrentando situaciones límites. Vos fijate que son mujeres las que se hacen cargo de los hijos en la pobreza. En las familias monoparentales la mayor parte de la jefatura está ocupada por mujeres. Y no sólo en las familias más pobres, también en las de clase media. La madres es para los demás. Pero si no hay una relación natural entre mujeres y paz, no hay duda de que ellas son las principales víctimas de las guerras y por eso tenemos que estar con la paz. En la mayor parte de las guerras los muertos son civiles. En la Segunda Guerra Mundial murieron 9 millones de soldados y 16 millones de civiles. En Vietnam, la proporción fue de uno a trece. Por cada uno que moría en el frente, trece morían en las poblaciones civiles. Las violaciones masivas de mujeres son una estrategia de guerra. No un daño colateral no deseado de las guerras. Para humillar al enemigo, para premiar a los soldados o con fines de limpieza étnica como pasó en Bosnia, la mujer es el instrumento de esa estrategia. Además, en todas las guerras se organiza la prostitución para los soldados. En Vietnam, cuando llegaron los norteamericanos, Saigón tenía una población de 4.000.000 de personas . A los 8 años la población era de 4 millones, de los cuales 400.000 eran mujeres en prostitución. Acá, cuando Roca organizó las campañas al desierto, en un texto donde se consignaba cuanto había que enviar de trigo, de vituallas, de medicinas, se consignaban también cuantas mujeres para uso de los soldados. Donde hay militarización de la vida, hay prostitución. Entonces puede decirse que hay un lugar de víctimas preferidas de la guerra para las mujeres frente al cual ellas reaccionan pidiendo justicia o pidiendo paz.
La fuerza de los grupos de mujeres por la paz creció durante la carrera armamentista entre EE.UU. y la URSS, cuando, a pesar del horror que Alberto Olmedo parodiaba con la frase “no toca botón”, aludiendo al desencadenamiento de la primer guerra nuclear, el poster con la nube gigante de Hiroshima estaba entre los más vendidos. Con el mismo humor con que hoy circula la imagen de Bin Laden sodomizando a Bush, en un local de hamburguesas británico, el Ministerio de Sanidad anunciaba “Holocausto Nuclear. Una pizza siciliana chamuscada con guindillas, contaminada con chiles picantes, sazonada con cebollitas mutantes, defoliada con pimientosverdes y neutralizada con una caña de cerveza. Los holocaustos nucleares pueden ser muy nocivos para la salud.”

Violentamente pacíficas
Jill Liddington, de la organización Grupo pro Desarme Nuclear de Halifax, activista contra la escalada nuclear ha descripto cómo, en los últimos días de paz del verano de 1914 antes de que Gran Bretaña entrara en guerra con Alemania, la campaña en favor de la neutralidad se había extendido por todo el país. Entre los grupos que pedían al gobierno liberal que se hiciera todo lo posible para evitar los horrores de la guerra, se encontraba la Alianza Internacional por el Voto de la Mujer . El 31 de julio las representantes de la Alianza entregaron un manifiesto al Ministerio de Relaciones Exteriores y a las embajadas extranjeras en Londres. Lo firmaban doce millones de mujeres de veintiséis países, pidiendo el voto. Eran señoras cuya única acción violenta como militantes solía ser apedrear vidrieras o, a lo sumo, destrozar botellas en la barra de los bares a los que asistían maridos descarriados y cuyas ropas aún no habían sido remodeladas por Chanel para poder huir cómodamente de una policía que respondía con sondas gástricas a sus huelgas de hambre y no las discriminaba para mandarlas entre rejas.
El 8 de julio de 1917 la Cruzada de Mujeres por la Paz realizó una histórica manifestación en Glasgow, con doce mil personas.
La Liga Internacional de Mujeres se opuso al reclutamiento cuando en 1916 se estableció el servicio militar obligatorio en Gran Bretaña. Muy debilitada a lo largo de las décadas, presionó a favor de la celebración de la primera sesión especial de las Naciones Unidas sobre el Desarme de 1978. Durante el Campamento de Mujeres por la Paz del 21 de marzo de 1982, 150 mujeres imitaron las técnicas de las sufragistas, encadenándose a cada una de las ocho entradas de la base aérea de Greenham Common en un bloqueo de 24 horas, el primero realizado por mujeres en la historia del Comité pro Desarme Nuclear.
Pero la relación entre sufragismo y pacifismo no fue exactamente un casamiento sino un debate que generó escisiones en los diversos movimientos de mujeres. En la relación entre mujeres y paz no cabe ningún esencialismo: existen Mrs. Margaret Thatcher con su política de hierro y las Women Black, madres y esposas israelíes que comenzaron en 1998 a armarse pacíficamente para que se desocuparan los territorios palestinos. Existen mujeres que han peleado por ser reclutadas en el ejército que, puestas en falangistas, han denunciado durante el franquismo a su maridos “rojos”, que han apoyado con ruidosas cacerolas la caída del presidente Allende. Existen mujeres cuya capacidad durante los movimientos armados de los años setenta ha sido probada de sobra y Norma Arrostito llegó a sufrir en su calvario, dentro de un campo de concentración, los honores paradójicos de sus enemigos.
–Durante la Guerra de Malvinas había manifestaciones de gente con banderitas y vinchitas del Mundial y entre ellas, muchas mujeres -recuerda Bellotti–. Como había mujeres que se reunían en el Obelisco a tejer para los muchachos que estaban en la guerra. Por otro lado las únicas voces públicas que se escucharon contra la guerra fueron las de las Madres de Plaza de Mayo a quienes insultaban cuando hacían su ronda. Y existía un grupo de mujeres donde estaba la periodista Nelly Casas que publicó una solicitada donde decía ¿Que vas a hacer en la guerra, mamá? que planteaban la eliminación del servicio militar obligatorio. Para hacer eso en ese momento se requería un coraje muy especial, una actitud no muy atribuida a las mujeres.
También hubo británicas pacifistas que montaron piquetes ante la base norteamericana de Upper Heyford en Oxfordshire, durante la Guerra deMalvinas. Piquetes que se transformaban en fiestas de diálogo civil y de propaganda.
Muchas mujeres en guerra han comprobado que en el frente se les encomendaba tareas similares a las que cumplían en sus hogares y a menudo han continuado realizándolas en el interior de los movimientos pacifistas. Pero si las mujeres constituyen el mayor porcentaje de las víctimas cuando la paz se hace arena en las manos de las potencias que se encuentran en las mesas de negociaciones, durante la Segunda Guerra Mundial comprobaron, como un trágico plus, su potencialidad productiva. Solamente en Gran Bretaña dieciocho millones de mujeres, antes mucamas y secretarias o empleadas en otros trabajos subalternos, comenzaron a desempeñar trabajos hasta entonces exclusivamente masculinos. Como suele suceder en escala más pequeña en las ollas populares, los movimientos de vecinos, los piquetes, la salida del hogar hace que nada vuelva a ser como antes.
Pero en esta guerra no habrá ese plus político que le prodigó el siglo XX.
“Evidentemente, en una guerra nuclear todo sería absolutamente distinto. Desaparecería la distinción entre ‘combatientes’ –blancos legítimos de un ataque a quienes también puede responsabilizarse de actos de agresión– y no combatientes. En efecto, cualquier persona se convertirá en combatiente –en el sentido de constituir un posible blanco- y en no combatiente a la vez en la medida en que no tendrá ningún papel activo en la acción militar o en la forma de las decisiones. En una guerra nuclear no habrá levas ni voluntarios para el ejercicio ni angustiosas dudas sobre si ‘decidirse o no a participar’ o no. Los pacifistas y objetores de conciencia convencidos no tendrán ninguna posibilidad de no participar.” declaró Alison Assiter, una activista pro-desarme Nuclear de los años ochenta. Es cierto que ya no se está ante el argumento de la disuación que, en la época de la carrera armamentista consistía en acumular cada vez más armas nucleares para no tener que usarlas de acuerdo al principio de “destrucción mutuamente asegurada” que enunció el entonces ministro de defensa norteamericano Robert Macnamara. La dimensión destructiva de una guerra moderna localizada y a distancia ya constituyó un debate en los años en que el misil de crucero Tomahawk empezó a instalarse en Europa Occidental, cuando en el sur comenzaba la llamada primavera alfonsinista.

¿Dónde hay un ateo, viejo Gómez?
El siglo XX en la Argentina fue laico: en su primer década, era necesario dejar la hostia de lado para que la Dra. Alicia Moreau de Justo entrara con paso firme a la sala de hombres del hospital de Clínicas para ponerle la sonda a un internado –las mujeres médicas se contaban con las palmas de la mano–. Fue laico para clasificar las poses de las pacientes en el diagnóstico de histeria, para lo cual era preciso desnudar sus cuerpos junto con sus almas. Fue laico también para que las orejas de las psicólogas que reemplazaron a las maestras en el oficio rentable para chicas de clase media –sutil negociación con el patriarcado: el consultorio podía hacerse en casa– no enrojecieran ante las confesiones eróticas de neuróticos y neuróticas. Es cierto que lo que antaño se llamaba “pueblo” nunca vaciló en mezclar cuestiones religiosas y políticas, con o sin la venia de los correspondientes amos. Muchas décadas después de que encumbradas damas rosistas hicieran de mulas para salir de las iglesias transportando en carro la imagen del restaurador de las leyes, se gritaba como quien no quiere la cosa “mañana es San Perón” y algunas décadas más tarde, la imagen de dos demonios se agitó entre ateos como un slogan eficacísimo para escabullir debates políticos. (Ahora parece que quedó uno solo, usa turbante, vive entre rocas y lejos.)
–Desde la guerra fría se trató de la guerra entre el bien y el mal -dice la abogada Maggi Bellotti–, sólo que ahora aparece en el discurso político con tono religioso. Yo siempre observé con beneplácito el surgimiento de discursos éticos en la política. Cuando Alfonsín hizo la campaña para decir “somos la vida, somos la paz” estaba tomando un discurso ético de un movimiento social, politizándolo en el sentido más tradicional pero ahora se ha deslizado a valores religiosos. Bush está vinculado a una iglesia protestante que es la que salió a decir que esto que está sucediendo sucede por la homosexualidad, el feminismo y el aborto ¡En el occidente racionalista, heredero de la ilustración! Y ojalá fuera una mera máscara de la política. Antes la derecha nos escandalizaba porque unía la religión, el derecho y la política en lo mismo, y ese fenómeno se está instalando de otra manera en varios de los discursos que hoy transitan por el terreno político que se le oponen. La marcha por la paz del día 28 se hizo apelando a la comunidades religiosas y eso que no la organizaban ellas, sino la gente de derechos humanos. Incluso se cambió la fecha de la marcha por una objeción religiosa. Y estaba Karim Paz que es un musulmán muy rubio y de ojos claros muy mediático , un converso pariente de Patricia Bullrich, un tipo que no toca a las mujeres, salvo -supongo– sexualmente. O sea aparece la religión jugando un papel, en la argumentación política, no solamente en los islámicos sino en Bush, en la Lilita Carrió que llegó a hablar del “pueblo iluminado por Dios”. Como si entráramos en la misma lógica para oponernos a la guerra. Hay una ruptura con el discurso laico del siglo XX.
Sin embargo esta cercanía de cruces y urnas, de cruces y palomas blancas, puede deberse a un sincretismo de la resistencia que no necesariamente se debería al viejo concepto de religión como “opio de los pueblos”.
¿La denuncia política en compañía de la enunciación de la virgen desatanudos, la sustitución del púlpito por la banca, la fe en el mediador del más allá como ángel de la guarda de representante político, la guerra nominada entre el mal y el bien, son caras de la resistencia?
A la poeta Diana Bellessi no le molesta ni la sotana virtual del padre Farinello ni la cruz que Lilita Carrió enarbola con ojos encendidos, tampoco los asocia a la retórica religiosa de Bush, piensa en cambio que la fe como expresión de las clases populares “no muerde ni mancha”.
–Es a menudo la representación de un rasgo ético que vuelve y se reinserta en la política y en la vida cotidiana. Es también una modalidad de resistencia, de reclamo de justicia, y así aparece, de larga data, en la historia de los pueblos latinoamericanos. Esta fe, que teje mundos invisibles y otros muy visibles por la cualidad del horror que muestra la miseria, puede adquirir rasgos fundamentalistas y autoritarios, pero puede también sustentar anhelos y necesidades del orden del bien común, de la solidaridad y generosidad de la gente. Sustento visible en el accionar constante de los piqueteros, la fuerza política más importante que ha tenido nuestro país en los últimos años. Los santos populares, como el Gauchito Gil o la Difunta Correa, o la rápida canonización de Gilda por ejemplo, reflejan una sensibilidad y una subjetividad que no logran ser domeñadas, señalan nobleza y sabiduría fuera del canon establecido por la cultura oficial, mantienen el horizonte del sueño y de la esperanza en un mundo donde las construcciones más loables de la modernidad se han caído a pedazos. Aúnan la fiesta y el baile al pedido o al agradecimiento. Incluso las peregrinaciones a San Cayetano o a la Virgen de San Nicolás renuevan la memoria de que es posible una vida mejor, de que he hemos venido para ser felices todo lo posible, y de que quien está a nuestro lado no es un enemigo, ni un desconocido, sino aquel o aquella en quien se completa nuestra propia humanidad. El miedo o la inmediata desconfianza hacia la espiritualidad y la fe popular parece ser una marca de la modernidad europea donde se criaron muchos de los movimientos e ideologías de laresistencia en el siglo XIX y XX. La socialdemocracia la porta como una estela, pero no ha llegado muy lejos en el mejoramiento del mundo, mientras tanto la gente construye madrecitas de los desamparados y se cobija bajo ellas, y a veces aprende, aprendemos, a ser hermanos. Nuestros dioses, menos pasados por la razón abstracta, más animistas, más inmanentes, son permisivos y compasivos por naturaleza; los dirigentes, o los que acumulan poder, pueden volverlos malvados, ponerlos al servicio de fines que por parecer sublimes justifican cualquier medio horroroso contra la naturaleza humana. Pero en la calle hay otro Tedéum, fuera de las catedrales, y su voz se parece a la de la poesía.

La paz en acción
La decisión que Barbara Lee tomó en el interior de una iglesia donde se rendía homenaje a los muertos en el atentado a las Torres Gemelas la volvió blanco de violencia por parte de esa extraña alianza de patriotas, occidentales y antifeministas que no vio ninguna contradicción semántica en poner a convivir la palabra “Dios” con “Tomahawk”. La crítica cultural Francine Masiello, profesora de literatura hispánica y literatura comparada en la Universidad de California, define la diferencia que Barbara Lee ha establecido con su voto: “La congresista urgió un período de reflexión, un espacio para dejar el ejercicio de la conciencia frente al llamado de las armas, un espacio para cultivar la paz frente al delirio de la guerra. Su oferta ha sido altamente criticada. Han llegado centenares de cartas por correo electrónico. Los empleados de su oficina en Washington acusan recibo de amenazas de muerte. En algunos programas de radio, la han denunciado por ser una vende-patrias, una traidora de los ideales de la nación; la han vinculado con el comunismo, con el mismo terrorismo. Otros le avisaron que podía arriesgar su reelección al congreso si proseguía con declaraciones mal pensadas. En los primeros días después de su declaración y voto, sus co-congresistas se negaron a responder a preguntas sobre su relación con Barbara Lee por miedo de verse vinculados con una postura antipatriótica”. Desde la prensa se la llamó “liberal sin capacidad analítica”, amiga de la izquierda desestabilizadora y otra mujer, la periodista Debra Saunders del San Francisco Chronicle, explicó que “los pacifistas no captan la idea: la paz genera guerra “. Francine Masiello evoca a una precursora de Barbara Lee: En 1917 , Jeannette Rankin, la primer mujer elegida en el congreso votó en contra de la participación norteamericana en la Primera Guerra Mundial y perdió su campaña electoral. Pero Lee puede llegar lejos con su disidencia. Según Masiello los pacifistas encuentran en ella una voz de liderazgo: “Sigue atrayendo la confianza de su electorado local. En una manifestación en San Francisco, se leía en una pancarta ‘Bárbara Lee votó por mí’”.
–El derecho de guerra es el derecho de matar impunemente –dice Bellotti– y el derecho de replicar, la retaliación, es el derecho de venganza. Las Madres de Plaza de Mayo en su discurso recusan específicamente el derecho a la venganza. Yo me acuerdo de Hebe diciendo una vez ante una manifestación que venía gritando “Paredón, paredón”: “El mejor paredón son treinta años de cárcel”.
–Todas pensamos en algún momento en matar al genocida. Tuvimos que luchar mucho contra ese sentimiento y ese deseo de venganza. Hubo muchos que me sostuvieron porque mientras lo quería matar no podía llorar. Tenía un nudo en la garganta permanente. El odio y el sentimiento de venganza duelen tanto que no dejan sentir la verdadera pérdida. –responde Laura Bonaparte que tiene a tres de sus hijos desaparecidos...
–¿El odio es estéril? ¿No hay “producción “posible desde el odio?
–Produce esterilidad, produce negación del verdadero dolor por la pérdida de los seres queridos. El odio es usado para no sentirlo porque hay un momento en que uno se quebraría si lo sintiera. Entre nosotrasexistió ese odio. No se lo puede negar. Si queremos seres humanos posibles y buenos para el futuro tenemos que decir la verdad sobre nuestro pasado. No hubo una sola madre que no pensara en cobrar venganza. Y algunas se quedaron con el odio porque nunca pudieron acercarse y soportar el dolor de la pérdida. Ese dolor y ese sentimiento de injusticia debe ser el que están experimentando ahora a los familiares de las víctimas luego de el atentado contra las Torres. Cuando mis hijos desaparecieron tuve la suerte de verme rodeada de gente que me sostuvo mucho. Una vez recuerdo que yo no podía dormir, quedaba con el ojo abierto fijado al techo. En eso sentí el timbre, llegó una amiga. Le abrí la puerta y la vi con un bolso. Yo estaba tirada en la cama, en camisón, y le dije “ ¿qué estás haciendo?”. “Vengo a acompañarte a dormir.” Esa cosa sencilla, muy linda, me ayudó a enfrentarme con mi propio dolor porque la bondad de esa mujer también me hacía recordar la bondad de mis hijos que me habían sido quitados.
René Girard en su libro La violencia y lo sagrado define al poder judicial como una instancia que aleja la amenaza de venganza sin suprimirla, sino limitándola a una represalia única, cuyo ejercicio quedaría confiado a una autoridad soberana y especializada cuya decisión se afirma como “la última palabra de la venganza”. Por su parte Michel Foucault recuerda en La verdad y sus formas jurídicas cómo en el derecho germánico no existía ningún representante público, nadie que ocupara el lugar de “la sociedad”, sino que el litigio entre personas consistía en una forma reglamentada de la cadena de venganza entre la supuesta víctima y el supuesto victimario. No se identificaba justicia y paz sino todo lo contrario. Actualmente se asocia la instancia jurídica como un corte en la cadena de venganza y como una función simbólica que permite la pacificación aunque no el olvido.
–¿Lo jurídico puede homologarse
a la medida pacífica?
–Yo diría que lo jurídico –responde Laura Bonaparte– es lo único que le da existencia a nuestros hijos porque los reconoce en la ley, así como los anotamos cuando nacen, ellos los anotan también frente al episodio que los sustrajo y con toda la historia. Eso te ayuda no a cerrar la herida porque la marca queda pero te alivia el dolor. Yo he tenido sentimientos de una profunda paz. Cuando se juntaron todos mis nietos y bisnietos y me sorprendieron sacando fotos como recuerdo, hacía mucho tiempo que no me sentía tan feliz y tan en paz. Pero la paz no es sometimiento a nada. Es una exigencia y una lucha. La paz es preservar la vida de los hijos de otras madres