TALK SHOW
Por
Moira Soto
Ella era una
diva asumida que la tenía clarísima: Ser una estrella
de cine significa poseer el mundo y la gente que lo puebla, anotó
Hedy Lamarr (1914-2000) en su autobiografía Extasis y yo. Por
cierto, el descenso (¡en la treintena!) fue desolador: Después
de haber sido una estrella, todo otro estado es pobreza. Lamarr,
hay que reconocerlo quizás por sus errores al elegir o
rechazar papeles, quizás porque nunca se encontró con
Joseph von Sternberg, nunca alcanzó la talla mítica
de Garbo o Dietrich. Empero, fue bastante más que el bibelot
de perfecta belleza austríaca, desnudista a los 18 en Europa
y luego desenvuelta portadora de joyas, turbantes y saris en el Hollywood
de los 40. La entrega del ciclo Misteries & Scandals
dedicado a la Dalila más glamorosamente kitsch que se haya conocido
(en la foto con Victor Sansón Mature; apréciese detalle
de puñalito en pulsera del antebrazo y pimpante flor en la muñeca)
y que puede verse en estos días por la señal de cable
E!, no está a la altura del personaje que fue Hedy en la vida,
que quiso ser y la reprimieron en la pantalla.
Con testimonios del biógrafo Roy Windham, de sus dos hijos (uno
de ellos adoptado y luego abandonado a los doce en institutos) y una
hija, este capítulo de Misteries... hace un somero
repaso del escándalo generado por el desnudo total en Extasis
(1932, del checo Gustav Machaty), de los seis matrimonios de la Lady
of the Tropics (1939, turbante blanco con aplicaciones de bijouterie
colgante), apenas se menciona parte de su filmografía, se exalta
un descubrimiento de H.L. realizado mientras tocaba el piano
(un método de variación de frecuencia para comunicarse
por radio sin interferencias, anticipo de los teléfonos
celulares). Y se insiste en que los episodios iniciados en los
60, en los que Hedy fue acusada formalmente de robo (ropa, tarjetas,
medicinas, sin exceder nunca los 100 dólares), no hubo dolo por
parte de la has been, que siempre habría tenido la intención
de pagar lo que se llevaba en el bolso.
Aunque, a semejanza de nuestra Isabel Sarli, haya declarado en su momento
que trotar en cueros entre los árboles fue algo que hizo engañada
(el director la filmó de lejos y ella no sabía que ya
existía el teleobjetivo), una vez en Hollywood, Hedwig Eva Maria
Kiester convenientemente rebautizada Hedy Lamarr se empeñó
en erotizar sus personajes. Vanos esfuerzos, ya que en los 40
no pudo ir más allá de encarnar a una Ziegfeld Girl, la
selvática Tondelayo de White Cargo o la sub-Ninotchka de Camarada
X. Ella, sin embargo, no cejaba en sus afanes voluptuosos y a la hora
de hacer Strange Woman (1946) volvió a insistir, pero los productores
decidieron que sería una dama full time y no dama en el
salón y prostituta en la cama, como yo quería.
Lamarrvellous, según la apodó el departamento de prensa
del estudio, no sólo erró al elegir proyectos de mediocres
resultados sino también al rechazar roles tan resultones como
los de Casablanca, Laura, La luz que agoniza... Asimismo, no acertó
con una ristra de maridos opacos y aprovechadores. En verdad, el episodio
matrimonial más novelesco lo vivió en Austria, después
del aparatoso estreno de Extasis: a punto de cumplir los 20, Hedy estaba
haciendo teatro y empezó a recibir noche a noche grandes canastos
de flores con una tarjeta: Fritz Mandl. El enamorado era
un magnate (entre otras actividades, fabricó armas y colaboró
con los nazis) que deslumbró a la chica con sólo llevarla
a su finca de caza donde los recibió la servidumbre en fila india,
acompañada de numerosos galgos y lebreles. Bueno, Hedy dijo que
sí creyendo que ingresaba a un cuento dehadas y no a una trampa
fatídica. Mandl la obligó a dejar su carrera y la convirtió
en prisionera de lujo, situación que inspiró a Manuel
Puig para su Pubis angelical. Hedy podía ir del suntuoso departamento
vienés al castillo de Salzburgo, cubierta de pieles y joyas carísimas,
comer en vajilla de oro macizo, pero no dar un solo paso autónomo
porque estaba vigiladísima. Después de varios intentos,
la aspirante a actriz logró fugar disfrazada de su mucama Laura,
llevándose alguna alhajita como bien ganancial. El abandonado
Mandl se vino a la Argentina en 1938, se dedicó a plantar arroz
en Entre Ríos, se dice que se hizo amigo de Perón. En
el año 1945, el diario Crítica lo señaló
como criminal de guerra y en 1948 fue procesado por golpeador,
luego de ser denunciado por su tercera esposa, Berta Worthal.
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