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ARQUETIPAS

La irritante

Por S.R.

Ella y él, en un bar, en una plaza, en un restaurante, en un living.
Ella: –¿Te pasa algo?
–No, nada.
–Sí te pasa algo. Te conozco.
–No, nada, ¿por?
–No sé. Me pareció.
–...
–Dale. Hablemos.
–¿Sobre qué? No pasa nada.
–Ay, Sergio, ¿te viste la cara?
–¿Qué cara tengo?
–Estás enojado.
–No, no estoy enojado.
–¿Hice algo que te molestó?
–¡No, Elisa, no me pasa nada! Debe ser el partido, me quedé con ganas de meterle un gol más a Chilavert.
–Está bien, si no querés no hablamos.
–¿Pero sobre qué querés hablar?
–Si no hablamos cuando algo te molesta, nunca voy a aprender a conocerte. ¿Fue porque anoche no quise?
–¿No quisiste qué?
–Vos sabés, Sergio. Es que estoy agotada.
–No, está todo bien, Elisa, yo también estoy agotado.
–¿Y entonces por qué me echás a mí la culpa?
–¿De qué te echo la culpa?
–Sergio, no me hagas hablar.
–Pero si hablás sola... ¿No te digo que está todo bien?
–¿Fue porque me olvidé de decirte que había llamado tu hijo?
–¿Cuándo llamó mi hijo?
–Ah, ¿no te dije? Ayer a la noche.
–¿Y recién ahora me avisás?
–Ay, se me fue de la cabeza.
–Pero Elisa, cómo te vas a olvidar de decirme que me llamó mi hijo... ¿Qué dijo?
–¡Te digo que me olvidé! ¿Vos nunca te olvidás de nada?
–¿Qué dijo?
–Nada, que lo llames. Vos sabés que a mí nunca me cuenta nada.
–Bueno, ok, está bien, ahora lo llamo.
–Sergio, no te pongas así.
–Está todo bien, Elisa. Olvidate.
–¿Cómo me voy a olvidar si tenés esa cara?
–Oíme, es la cara que tengo, ¿qué pasa con mi cara?
–Cara de póker, tenés.
–Bueno, Elisa, cortala. Mejor me voy, que se me está haciendo tarde.
–¿Ves que nunca podemos hablar?