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DANZA

Una chica

casi común

Desde los 7 años baila. Su primera maestra, Olga Ferri, detectó inmediatamente un talento inusual. A los 9, Paloma Herrera ya empezó a ganar concursos y logró formar parte del American Ballet Theatre desde antes de tener la edad mínima requerida: 16 años. Desde los 19 es la principal solista de esa compañía. Hoy tiene 25 y ni pizca de diva. Estuvo en Buenos Aires, bailando “Giselle” en el Colón.

Por Moira Soto

Paloma Herrera tiene sus buenas razones para confiar en el destino: a los 25 esta morocha alta y espigada, de preciosos ojos negros que revelan parte de su energía y determinación, sabe que para ella lo mejor es no planificar a largo plazo sino estar alerta a las oportunidades que se van presentando. En todo caso, lo que a Paloma le ha tocado y le tocará hacer es tomar decisiones, a veces osadas. Como cuando, a los 15 años, optó por irse a vivir a Nueva York, lejos de sus padres, para incorporarse al American Ballet Theatre, su compañía desde entonces.
La historia de la carrera de esta distinguida bailarina argentina –tapa de The New York Magazine a los 18, votada como uno/a de los/as diez grandes bailarines/as del mundo por los lectores de la revista Dance Magazine, hace un par de años– da como para pensar que sólo hadas benévolas se reunieron alrededor de su cuna y la cubrieron de bendiciones, asegurándole dones naturales, perseverancia para cultivarlos y oportunidades inmejorables para desplegarlos.
Es así que a los 7, por propia elección, Paloma ya estaba estudiando ballet con la maestra Olga Ferri, quien detectó de inmediato las aptitudes físicas y el prometedor talento de la niña que al año siguiente ingresaría al Instituto Superior de Arte del Colón. Fue Ferri quien acompañó a Paloma en su viaje a Lima, donde obtuvo el primer premio del Concurso de Ballet Latinoamericano, a los 9; y a la Escuela de Baile de Mink (Rusia), a los 10. En 1990, la niña prodigio va dejando paso a la adolescente perfeccionista que queda finalista en la Competencia Internacional de Ballet de Varna (Bulgaria). Una invitación de Natalia Makarova lleva a Paloma a tomar clases en el English National Ballet. Acto seguido, Héctor Zaraspe la recomienda a la School of American Ballet donde alcanza el nivel más alto en una severa audición. Y en junio de 1991, a punto de volver a Buenos Aires, se presenta a último momento y faltándole unos meses para cumplir la edad mínima requerida (16), a una prueba del American Ballet Theatre. Lejos de achicarse, la jovencita firma el contrato que le ofrecen y se queda a vivir en casa de una familia amiga de sus padres, donde permanece hasta los 18: a esa edad se compra un departamento en pleno Manhattan. Al año de entrar en el ABT es promovida a solista, y a los 19 ya es principal dancer de la compañía.
Paquita, Bayadera, El Corsario, La doncella de las nieves, El lago de los cisnes, Romeo y Julieta, el estreno de coreografías de Twyla Tharp y James Kudelka, participaciones como invitada estelar en importantes compañías del mundo (además de realizar giras con el New York City Ballet) son algunos de los hitos salientes de esta étoile que conversa con Las/12 con genuina sencillez, que se define sin vueltas como una persona común y corriente. Pero no sólo su talento y su energía son excepcionales, sino también su instinto y convicción a la hora de decidir. Reconocida y elogiada por grandes maestros, Paloma Herrera apareció en un documental de la Fundación Balanchine, hace un par de años, bailando y en diálogo con la eximia cubana Alicia Alonso, quien eligió a la argentina por considerarlala mejor intérprete de la coreografía Tema y variaciones. Entre una clase y una función, entre una gira y unas (cortas) vacaciones, Paloma Herrera ha posado para libros de fotografía tan refinados como los de Nancy Ellison (Romeo y Julieta) y Howard Schatz (Passion and Line), mientras que la revista Time les consagró una doble página a los increíbles pies de alto empeine de la danzarina, marcados por las cintas de sus zapatillas, su segunda (¿o su primera?) piel.

Toda la religión
–Según lo habrás comprobado muchas veces, un tema reiterativo que parece obsesionar a quienes no hacen danza es el del sacrificio de la bailarina. Como si vista desde afuera, esta carrera fuera una especie de martirologio en aras del arte, de exigencias casi sobrehumanas. Sin embargo, vos, que estás en esto desde chiquita, preferís subrayar tu felicidad de bailar.
–Es que no estoy de acuerdo para nada en que sea tanto sacrificio cumplir con esas exigencias, cuando se trata de algo elegido por gusto, por pasión, libremente. Por otra parte, creo que todo el mundo en la vida tiene que hacer esfuerzos para lograr ciertas cosas. Como yo amo verdaderamente lo que hago, jamás lo tomé como algo sacrificado.
–¿Recordás algún momento preciso, de iluminación, en que decidiste que la danza era lo tuyo, tu vocación absoluta?
–No te podría señalar un momento concreto, porque mi sensación es que lo supe desde siempre, ROMEO Y JULIETA.desde el vamos. Siendo muy chiquitita, cuando la gente me preguntaba ¿qué vas a ser cuando seas grande?, la respuesta me pareció totalmente obvia: bailarina. Porque no me entraba en la cabeza otra posibilidad. A pesar de mis pocos años, me resultaba de lo más natural saber cuál era mi vocación, tan segura estaba de lo que iba a ser. Por eso empecé muy temprano a tomar clases de danza, y poco después entré al Colón sin tener la menor duda de cuál era mi camino.
–¿También te pareció natural, además de tener ese don en tal alto grado, poder realizarlo en el nivel ascendente en que lo has venido haciendo hasta la actualidad?
–Soy consciente de lo afortunada que soy: he elegido algo que me encanta, he tenido todas las posibilidades de realizarlo a pleno... Sin duda, soy una privilegiada. Pude elegir con tanta convicción porque muy pronto tuve indicios que me fueron afirmando en mi decisión. Siendo muy chica, mucha gente, mis maestros sobre todo, me decían que tenía ese talento, que estaba dotada, cosas que por cierto me incentivaron para seguir adelante en algo que yo sentía que me gustaba muchísimo. De modo que nunca tuve motivos para vacilar o cuestionarme, al contrario.
–Como vos lo planteás, esa convicción se asemeja a una fe religiosa sin fisuras, algo que te colma y da un sentido a tu vida...
–Yo no soy religiosa, y sin embargo te diría que para mí el ballet es como una forma de religión. Realmente, sí. No puedo prescindir de él: por ejemplo, me tomo una vacaciones porque estoy cansada después de una temporada, pero al cabo de unos días, una semana, noto que no puedo pasar más tiempo sin hacer nada. Necesito volver a la danza. Necesito tener ese lugar para mí, para reflexionar. Creo que algo que se parece a lo que siente la gente que hace yoga, que medita. Necesito esa paz, ese placer que me da bailar, escuchar la música, sentir mi cuerpo. No sé cómo explicarlo mejor, solamente te puedo decir que llega un momento en que lo necesito como al aire. Porque para mí no se trata de un trabajo: es mi forma de vida.
–Una forma de vida asumida tan plenamente que te llevó a vivir lejos tu familia siendo muy joven, a adaptarte a un país diferente, aprender otro idioma. Situaciones que te hicieron crecer, pero que te habrán exigido una gran fortaleza.
–Para mí fueron experiencias de vida, de una vida que elegí porque me hacía feliz. Nunca nadie me obligó a nada. Cuando apareció la posibilidad de ir a vivir a los Estados Unidos, si yo no hubiese tenido muchas ganas, habría contestado: no, prefiero quedarme en mi casa. Pero dije sí, porque yo realmente lo deseaba hacer, y tuve siempre el apoyo de mi familia. Lo que yo soy hoy, mi carrera, se lo debo agradecer a ellos, a su respaldo permanente, en las pequeñas cosas y en las grandes decisiones. Mi mamá no fue la típica madre de bailarina que todo lo controla: si yo quería bailar, bailaba; si no quería, no lo hacía. Jamás me impuso nada. De manera que cuando se presentó la oportunidad de irme, tomé la decisión sin ningún tipo de presiones, ni a favor ni en contra. Sabía que cada día que yo me levantara a la mañana en Nueva York, podía elegir: si extraño mucho, me vuelvo tranquilamente, nadie me obliga a quedarme acá. Pero sucedió que nunca quise irme. Estaba tan copada con mis clases, con mis nuevas experiencias, me sentía tan feliz que ni por un instante pensé en volverme. Estaba en Nueva York cumpliendo un deseo mío muy fuerte, me sentía totalmente libre. Estaba donde quería, haciendo lo que me gustaba. Por supuesto, extrañaba a mi familia, pero sabía que eso iba a ocurrir cuando tomé mi decisión.

Cuerpo y alma en el escenario
–Además de tu indiscutible talento, tu claridad y determinación son fuera de serie. En tu caso, todas las piezas parecen encajar a la perfección para que tu realización sea completa.
–En una bailarina se tienen que dar muchísimas cosas juntas. No solamente las aptitudes generales: el físico, los pies, las manos, el cuello, la cara... Puede ocurrir que alguien tenga todo el talento, pero no trabaje lo suficiente; o al revés, personas que son sumamente trabajadoras, pero carecen de talento, y no lo van a tener nunca por más que se maten entrenando. Hay algo misterioso, duende, como quieras llamarlo, que lo tenés o no lo tenés. Gente que se para en un escenario y atrae miradas, y gente que –aunque esté muy preparada– no transmite nada. Como te decía, se tienen que dar un montón de cosas a la vez, algo que me encantaría poder definir.
–¿Trabajar la técnica a fondo te libera en el escenario?
–Sí, soy una convencida de que cuanto más trabajo, más libre soy. Por eso, me encanta ensayar, porque sé que es la base para experimentar esa completa libertad. Creo que a mí me ayudó entrar tan chica a una compañía y haberlo hecho todo: cuerpo de baile, solista, bailarina principal. Todo ese fogueo que representa tanto tiempo en escena me da una fluidez, una seguridad que no se comparan con nada. Por eso me parece terrible lo del Colón: tan pocas funciones que no permiten que los bailarines se afirmen. Es muy difícil, en un caso así, mantener esa libertad de la que te hablaba, esa sensación de estar en el escenario completamente en control, segura.
–¿Te pasa alguna vez de abandonarte realmente sobre el escenario, perder el control en algún punto?
–No sé si perder exactamente el control, pero sí me fascina poder olvidarme de todo, disfrutar de la música, del partenaire, del público. Y no preocuparme por el decorado, por el traje, por los detalles... Estar ahí, cuerpo y alma en el escenario. Para eso una ensaya y trabaja, tiene las clases en la barra, las prácticas todos los días: para que todos los aspectos de la técnica estén resueltos y nada empañe el placer de bailar.
–Al entrenamiento físico, al seguimiento de una coreografía, tenés que sumar la interpretación propiamente dramática de cada personaje, emociones que se trasmiten con el cuerpo, la cara.
–Sí, toda esa parte de la actuación está integrada, se trabaja en conjunto con el maestro de danza. Es parte del mismo lenguaje. Me apasiona todo el proceso de composición de un personaje, darle vida.
–Esa dualidad tan marcada de Giselle, el personaje que acabás de hacer en el Colón con tanto suceso, que empieza como campesina vital y espontánea y pasa en el segundo acto a espectro doliente ¿la convierte en uno de los roles más comprometidos que has interpretado?
–Es muy difícil medir el grado de compromiso que exige un personaje. Creo que todos los que he hecho son atractivos y complejos. Julieta es exactamente igual en cuanto a exigencias, tiene toda la parte del tercer acto, de mucha expresión dramática; Bayadera, lo mismo... Giselle, por supuesto, además de ser uno de los roles más polares, tiene esta dualidad, es un personaje que se desdobla: primero muy terrestre y luego completamente etéreo, fantasmal. Es un privilegio poder hacer este ballet que a una le permite diversificarse a tal extremo. Pero, como te decía, hay otros roles igualmente demandantes, no sólo técnicamente sino también en lo psicológico, en lo dramático, porque muestran distintas caras de un mismo personaje. Es apasionante todo el proceso de comprensión y construcción de cada personaje, ir integrando sus diversas facetas.
–¿Estás de acuerdo en que esta interpretación de Giselle te encuentra en un punto de madurez que te permite una comprensión más profunda de este personaje?
–Bueno, a medida que voy sumando experiencias mi acercamiento a los personajes es más abarcado. Creo que cada día, cada emoción, cada descubrimiento en la vida cotidiana van sumando experiencias que se guardan, se procesan y que, en el caso de una bailarina, aportan a sus interpretaciones en el escenario. A mí me encanta, cuando retomo un personaje, encontrarle nuevos aspectos, otra vuelta de tuerca. Pero no sólo se puede modificar la interpretación entre una temporada y otra: el baile es arte, es en vivo y también hay variaciones de una función a otra. Cada representación es ese momento único, en él coinciden muchas circunstancias de ese día y esa hora, y nunca será idéntica a la anterior o a la siguiente.

Alas al público
–¿Hay una zona misteriosa para vos en la danza? ¿Algo inefable que tiene que ver con la poesía, que te ilumina para que la técnica abra camino a la inspiración?
–Bueno, es fantástico poder hacer personajes tan distintos, poder comprenderlos cada vez mejor. Sin dejar de ser una misma, poder ser otra por un rato, vivir otras vidas aunque sea el tiempo de una función. Y al mismo tiempo, como te decía antes, a un mismo papel poder encontrarle diferentes capas, otras facetas que lo enriquecen, lo completan. Por otra parte –además de las experiencias de vida, de la evolución del estudio y el trabajo– están esas circunstancias que te mencionaba, que rodean a cada actuación: ya porque se trate de un nuevo partenaire, de un teatro diferente, de otro enfoque de la misma pieza, o porque la música es conducida con mayor lentitud... Cada uno de estos detalles, y otro que puedan surgir, van a hacer de cada función un acontecimiento singular.
–Aunque como vos lo reconocés siempre, has sido muy afortunada porque se fueron cumpliendo en forma óptima tus ilusiones respecto de tu vocación, seguramente tenés aspiraciones pendientes, personajes en la mira...
–Creo que siempre hay que tener un sueño, alguna aspiración más alta... Es lo que te lleva a avanzar, porque si hay un día en que creés que llegaste, que ya lo hiciste todo, perdiste ¿no? Oneguin es un papel bellísimo, que me gustaría hacer, con una fuerza increíble, un intenso dramatismo. Y como éste, hay muchos otros roles que todavía no hice y queme atraen mucho. Ahora voy a hacer El pájaro de fuego, pero siempre estoy abierta a nuevos personajes, a nuevas coreografías.
–¿Tenés idea del tipo de emociones que provocás en el público con este dominio de la técnica unido al talento? Porque en el ballet, una bailarina de tu nivel realiza cosas en el límite de lo humano, cosas que el público en general jamás podrá hacer y que, por lo tanto, las siente al borde del milagro.
PALOMA A LOS 14 AÑOS, ESTUDIANTE DE LA SCHOOL OF AMERICAN BALLET, NEW YORK.–Pienso que lo que yo hago es transportar a los espectadores a lugares a donde ellos no pueden acceder por sus propios medios, pero no es únicamente por la habilidad técnica... No sé, es una sensación difícil de explicar con palabras lo que me pasa cuando bailo. Disfruto de una forma indescriptible; el baile me transporta a un sitio paralelo maravilloso. Y por supuesto, cada espectador que ve ballet debe reaccionar de distinta manera, con diferentes matices. No puedo conocer los pensamientos, las emociones de todos, pero te puedo decir que yo, en cada oportunidad, doy el ciento por ciento, y pienso que cada uno tomará –según su sensibilidad– lo que le haga bien, lo que le dé felicidad.
–¿Qué clase de espectadora de ballet sos vos?
–Me gusta ver ballet y disfruto enormemente con el talento de los bailarines. Prefiero apreciar lo bueno, lo positivo y no criticar. Este placer que experimento me ayuda a comprender por qué la gente me dice “gracias, gracias”, después de una función. Porque en principio, soy yo la agradecida de estar feliz con lo que hago. Entonces, cuando voy a ver a otros bailarines, a un ballet que me interesa, la paso tan bien que algo se me ilumina: “ah, esto es lo que yo hago sentir a la gente...” Y sí, es bárbaro poder darle estas sensaciones. Así como me gusta ir al ballet, también me acerco al teatro, al cine, a la ópera. En general, disfruto mucho de Nueva York, son tantas y tan estimulantes las opciones que ofrece: qué puedo decirte de los museos, siempre hay exposiciones imperdibles. Trato de mantener la cabeza abierta, pienso que todas las expresiones artísticas te mejoran, te enriquecen.
–¿Te sentís una persona excepcional por esto de haber recibido un don singular y haber podido cultivarlo a este nivel?
–Soy una persona común y corriente.
–¿Ni una pizca de diva?
–Para nada. No creo que haya nada, por más buena que seas, que justifique el divismo. Además, no es mi estilo: porque sé que lo que tengo hoy tal vez mañana no lo tenga, ya que la carrera de las bailarinas es bastante corta. Si me piden un autógrafo, por supuesto que lo firmo, pero prefiero que no me idolatren, porque soy un ser humano como cualquiera que va caminando por la calle. Al contrario: creo que hay gente que hace mucho más que yo: médicos, científicos a los que nadie le pide su firma que dan cosas más importantes. Yo personalmente estoy fascinada con las posibilidades que se me han dado: siempre deseé ser bailarina, todo lo demás llegó por añadidura, es un plus.
–Quién sabe si sos una persona común y corriente. Los artistas se salen de esa categoría, acaso porque, como se ha dicho, el arte nos humaniza...
–Sin embargo, a veces las circunstancias te hacen cambiar ese enfoque. Frente al ataque que sufrió Manhattan, los Estados Unidos, qué insignificante puede parecer todo lo que una hace ¿no? La perspectiva se vuelve otra: querrías ser bombero, hacer algo útil para ayudar a la gente, aliviar tanto dolor. Sin embargo, quizás de acuerdo con lo que vos decías, me llegaron cartas diciéndome: “Vos nos ayudás. En esta época tan difícil el arte se vuelve más necesario”. Esos mensajes me reconfortaron mucho.